Capítulo 35
(traducido al español por las queridas Anneth y Nuria)
El tiempo corre más lento cuando eres testigo de un evento que acerca a un hombre a la muerte. El alguacil Grable miraba al hombre que yacía inconsciente en el pavimento, mientras parecía que ignoraba completamente la lluvia torrencial bajo la cual estaba. Los minutos seguían aumentando de la misma manera que la sangre se esparcía, floreciendo como una rosa carmesí, en el lado derecho de la camisa del hombre. Cinco minutos parecían toda una vida. El hombre se veía pálido, se veía muerto. Pensó en el deseo que había pedido antes en la estación policial. Desear algo y que se hiciera realidad podrían ser dos cosas que parecían estar conectadas, pero en realidad no podrían estar más alejadas.
La adrenalina sacudió su cuerpo cuando llevó el silbato a sus labios y sopló con toda la fuerza de sus pulmones.
Se acercaron dos carros de policía, acelerando a través de la tormenta de verano. Sus farolas momentáneamente cayeron sobre él y el hombre herido. Él se protegió los ojos con su mano sobre sus cejas y miró a sus colegas quienes se aproximaron a él apurados.
"Tenemos a un apuñalado". Le dijo inmediatamente al primer policía que se le acercó.
Un par de oficiales de policía se acercaron a la mansión de Lord Wooster y golpearon la puerta. No pasó mucho tiempo para que la señora de la casa apareciera ante ellos. Ella se veía aterrorizada. El jardín delantero estaba inundado por la luz fría y brillante de los autos de policía. Inmediatamente sus ojos iban desde el alguacil Grable y al cuerpo que yacía frente a él, en el límite del césped. Dejó salir un grito de temor. Sus ojos se abrieron bastante con la impresión.
Todo después de ese momento empezó a tomar velocidad, y se aceleró a tal grado que casi se convirtió en una mancha en el tiempo. La gente empezó a llegar a la escena. Primero el mismo Lord Wooster, con Sir Edward, el anfitrión de la reunión en la puerta contigua. Él se reunió con su esposa quien se lanzó hacia él, con miedo y alivio tiñendo de igual forma su voz y rostro.
"¡Christian fue apuñalado, Richard!" le dijo con urgencia, sonando angustiada. "Él debió haber peleado con los ladrones.", añadió.
Sir Edward ya se había arrodillado al lado del cuerpo de Christian. Los sirvientes se apresuraron a rodearlo con los paraguas abiertos, tratando de proteger de la lluvia a su señor y a sus invitados. Un gran alboroto se había formado alrededor de Christian, En un radio que se continuaba incrementando en longitud, con él como epicentro.
"¿Está muerto?", le preguntó Sir Edward al alguacil Grable, quién no se había apartado de su lado. "No lo creo Sir... pero necesitamos moverlo pronto", le respondió, aunque sonando reluctante, siendo este el primer caso que había tenido de este tipo.
Sir Edward se giró hacia Christian. Yacía inmóvil, empapado hasta los huesos, con su camisa transformándose en una capa transparente cubriendo su torso. Un pozo de sangre diluida corría bajo su herida. Tenía que hacer algo para ayudarlo.
"¡¿Christian?!", lo llamó por su nombre, esperando una respuesta, pero no hubo ninguna. Levantó su cabeza y sus ojos buscaron al oficial más cercano.
"¡Debemos moverlo!, ¡necesita ir al hospital por Dios!", elevó su voz Sir Edward, con la preocupación volviéndose urgente en su rostro.
"¡No lo muevan por favor!"
Prácticamente todo el mundo se detuvo y se giraron hacia la voz de la mujer. La distancia entre la mansión de Sir Edward y el límite del jardín de Lord Wooster no era tanta. Aún sus pulmones clamaban por oxígeno, mientras el pavor había saturado cada célula de su cuerpo. La pequeña multitud que se había reunido se apartó y ella vio el cuerpo de Christian en el pavimento. Su corazón estaba latiendo tan rápido, que pensó que se colapsaría contra su pecho.
"¡No deberían moverlo!", repitió mientras se arrodillaba a su lado. Retuvo sus lágrimas con todas sus fuerzas. Su entrenamiento de enfermera, y todos los años que había trabajado cuidando pacientes pasó a primer plano y bloqueó cualquier pensamiento o sentimiento más allá de su juramento de enfermera. Una fuerza interna transformó su rostro.
"Podrían arriesgarse a empeorar la hemorragia", dijo Candy con una firme confianza en su voz.
Terry frenó en seco, sin haberla perdido ni por un momento de vista. Solo cuando ella se arrodilló al lado de Christian, sus ojos viajaron al rostro de él inconsciente, que se había tornado en un tono pálido enfermizo, con su vida drenándose con cada segundo a través de aquella herida que sangraba a borbotones. El lado derecho de su camisa estaba bañado en sangre.
Sir Edward se mostró sorprendido con la reacción autoritaria de Candy. Ella levantó su mirada y se encontró con su rostro inquisitivo, antes de que sus ojos se movieran para detenerse en los de Terry.
"Yo era enfermera Sir Edward...", dijo y apartó su mirada de la de Terry, regresando a la del viejo hombre quien estaba arrodillado al otro lado de Christian. Ella ya había puesto sus dedos sobre el cuello de Christian, buscando el pulso. Una ola de alivio bañó su cuerpo y una descarga de adrenalina corrió por sus venas cuando se dio cuenta de que aún estaba vivo, aún a pesar de que su presión arterial había bajado de manera significativa. Puso su palma cerca de su nariz y sintió su cálida pero débil respiración. Tenía que estabilizar la hemorragia de alguna manera.
"¡Tengo que reducir la pérdida de sangre!", expresó sus pensamientos, indicando que cada minuto contaba. Movió su cabeza rápidamente sobre la señora Wooster, quien se mantenía ocupada, mientras era interrogada por el oficial de policía, para que describiera los eventos de aquella noche.
"¿Puede alguien traerme algo limpio, algo para cubrir la herida? ¡Una toalla, algo por favor!", gritó. Un criado corrió hacia la mansión bajo las órdenes de la señora Wooster.
"¡Y Alcohol!, ¡Uno fuerte!", añadió.
Se giró hacia Christian, le quitó el pelo húmedo de su rostro. Se inclinó hacia él, besó su frente. Le susurró que aguantara, aunque era algo que ella misma quería escuchar. El verde de sus ojos ondulaba y brillaba, y sintió la humedad de las lágrimas que se aseguró de retener.
Terry se había mantenido paralizado en el lugar, mirando toda la escena. Cómo ella fijó su mirada en la de él, cuando dijo que una vez había sido enfermera. Él nunca había sido testigo de esa parte de su vida. Después de casi una vida de haberse conocido, él observó una parte de ella que le era desconocida. No era que no supiera que ella había sido, y aún era una mujer fuerte, capaz de actuar bajo presión mientras mantenía una cabeza fría. Aún, siendo adolescente, ella no se había espantado cuando él había irrumpido en su habitación por error. Él apestaba a alcohol, y lucía una herida que sangraba en su brazo, obtenida en una de sus usuales peleas de bar, cuando se escapaba del colegio por la noche. Candy era capaz de ir más allá de todo, sus propios sentimientos, su ego, sus pensamientos, solo para hacer lo correcto. Solo para salvar un alma.
Esta era una tormenta de verano, pero otra tormenta caía sobre su mente. Candy hacía todo lo que podía para mantener a Christian vivo ante a sus ojos. Diez años atrás, el destino lo había hecho a él también testigo de otro drama, uno más personal. Se había desarrollado en una tormenta de invierno en la azotea del hospital, en donde Susana, la mujer por la cual tuvo que renunciar a Candy, había decidido que la vida sin él no valía nada para ella.
Un alma religiosa habría llegado a la conclusión de que Candy era un ángel de la guarda oculto y tendría razón, pensó Terry. Ella fue la que llegó primero donde Susana y la alejó del borde de la azotea. Desde el preciso momento posterior ese evento, él se atormentó con el pensamiento de si Susana los había engañado, conociendo el alcance del profundo altruismo de Candy, lista para dar su vida para salvar otra.
28 de enero de 1897
El bebé se agitó e hizo un pequeño bostezo en los brazos de Abigail. La sacó de su adormecimiento. La calidez del coche del tren y su continuo movimiento había hecho que los dos, tanto la mujer como el bebé se durmieran. Había sido extenuante para ambos. Él movió sus pequeñas manos hacia ella. Ella tocó sus pequeños dedos. Por instinto el bebé apretó su dedo con los suyos. El corazón le dio un salto en su pecho. Ella tenía dos hijos propios ya.
Él había llegado a este mundo hacia las diez de la mañana. Una hora y media después que su hermano. Recordando ese nacimiento, Abigail podía jurar que no era más que un milagro. Este bebé hermoso debería haber muerto.
Su madre había sostenido al primer recién nacido por unos pocos momentos, maravillada por la vida que sostenía en sus brazos a pesar de la somnolencia inducida por el cloroformo. El tiempo apremiaba había dicho el doctor. La otra partera, Prudence lo tomó entre sus brazos y desapareció con él a la habitación vacía, que se conectaba con la habitación del parto por una puerta lateral.
Como los efectos de la primera dosis de cloroformo todavía estaban presentes en el organismo de la madre, el Doctor Gardner administró esta vez a la mujer solo la mitad de la dosis.
Abigail vio la preocupación en su joven rostro mezclada con todos sus músculos relajados por el agente farmacéutico. El doctor ya había dicho que el segundo bebé venía de nalgas. Durante el nacimiento del primero, él había deseado que quizás se hubiera girado, pero fue en vano.
La partera mantenía a la madre cómoda, secando el sudor de su frente. Sosteniendo su mano, diciéndole suavemente palabras de aliento. Las contracciones a pesar de estar bajo el efecto del cloroformo fueron más fuertes esta vez. Un raro evento, no obstante, que había pasado antes también. Los gritos de la madre llenaron la habitación. Los ojos de Abigail cambiaban continuamente entre la madre y el doctor. El rostro de él se estaba volviendo cada vez más serio al correr los minutos. Levantó su cara y la miró. Con los labios apretados en una delgada línea. Tras su gafas, su mirada era febril por el esfuerzo que estaba haciendo para que los bebés nacieran. Pasó el dorso de su brazo sobre su frente brillante.
"El cordón umbilical está asfixiando al bebé..."
Un escalofrío corrió por su espina dorsal mientras estaba en el tren, pensando en aquello. El cordón umbilical alrededor del cuello... el tiempo era precioso y las posibilidades de sobrevivencia no eran grandes.
"Adminístrele la otra media dosis de cloroformo"
Ella había escuchado la orden del doctor y a pesar de la seriedad en su voz, ella sabía que estaban alcanzando el límite de su paciente. Estaban arriesgándose a que la madre perdiera la conciencia y con ello la del bebé... la posibilidad para que él sobreviviera era ya muy baja.
La mujer se había girado para mirar a Abigail. Era como si estuviera buscando a Abigail a través de la bruma y aún el temor era evidente sobre la sobrevivencia de su bebé.
"Todo saldrá bien Señora Graham", le dijo el doctor con un tono de voz calmado.
La dosis extra de cloroformo que le habían administrado permitiría que el Doctor Gardner interviniera para tratar de liberar el cordón del cuello del bebé. Con mucho cuidado, se las arregló para orientar los pies del bebé hacia él. Sabía que no podía ir más lejos. Era ahora o nunca. El sudor bajaba por su cuello. El sol había salido con un brillo que iluminaba el claro cielo invernal. La niebla matutina se dispersaba en el exterior.
Abigail hizo la señal de la cruz. Oraciones silenciosas salían de su boca. "Richard...", murmuró la joven mujer. Abigail pensó que ese debía ser el nombre del padre.
El doctor avanzó y sintió la tensión del cordón. Estaba amarrado como una soga alrededor del cuello. Con movimientos estudiados trató de tirar de él, relajando su amarre. Mantuvo el control aún cuando parecía que era una batalla perdida.
Un suspiro de alivio.
Tal fue el alivio que este suspiro arrastraba, que se sintió como si el viento hubiera entrado a la habitación y el pavor que había caído como niebla fuera disuelto en ese pequeño espacio de tiempo...
El pequeño que salió se veía más muerto que vivo. La madre gimió. Salía y entraba de su inconsciencia, pero quería saber. Preguntó si el bebé estaba vivo.
"Estamos haciendo todo lo que podemos para salvarlo Señora Graham." Dijo el doctor, mientras Abigail estaba limpiando el bebé de la sangre y fluidos que lo cubrían. Parecía un muñeco de cera sin vida. Ella se preguntó si podrían revivirlo. El doctor cortó el cordón umbilical y le pidió a la partera hacerse cargo del resto del procedimiento en el cuarto contiguo. El revivir a un recién nacido algunas veces podría sentirse traumático, aún si los intentos eran exitosos, su destino ya estaba sellado. Sus "padres" estaba esperando con mucha ansiedad, preocupación y esperanza. Entregar el amor que albergaban por un niño que nunca podrían tener por su cuenta.
Prudence estaba cuidando al primer recién nacido. Él estaba durmiendo en la cuna con la dicha con que duermen los recién nacidos.
El doctor volteó al bebé inconsciente con la cabeza hacia abajo y empezó a frotar su cuerpo tan vigorosamente como podía. Tratando de activar la circulación sanguínea con esto. Lo puso boca arriba en la cama, masajeando su pecho, frotando sus piernas. Como el amanecer en el horizonte, las mejillas en su cara empezaron a tomar color. De nuevo lo puso hacia abajo. Le dio algunas palmadas en las nalgas, sacudiéndolo suavemente. Vio que su boca se abría. Un pequeño respiro. Sus ojos se abrieron.
Él tomó una aguda bocanada de aire y sintió un dolor agudo lateral. Una sensación de ardor en su lado derecho del vientre lo hizo estremecerse y gemir. Su cuerpo se sacudió y su cabeza cayó hacia adelante.
"Gracias a Dios", dijo Candy entre dientes. Instintivamente, levantó su cabeza para mirar por algunos segundos hacia donde estaba Terry de pie. Marion estaba con él. También Archie con Isabel. La preocupación era evidente en los rostros de todos. Les mostró una sonrisa rápida.
La mano de Christian se movió hacia su herida pero se detuvo a medio camino. Abrió sus ojos para encontrarse con los de ella.
"No toques..." le dijo. Junto con el muy caro y fuerte brandy con el que había lavado su lado apuñalado, el criado le había traído algunos vendajes de algodón que mantenían para emergencias y una toalla. Los movimientos de ella mostraban su experiencia como enfermera, mientras tocaba y limpiaba alrededor de la herida. De manera rápida empezó a poner los vendajes en su lugar. Él recordó su primera cita. Él bromeó sobre el que ella hubiera sido enfermera.
"Necesitarás presionar mientras te llevamos al hospital", dijo ella.
Christian se sintió levemente claustrofóbico con toda la conmoción y todos habiéndose reunidos alrededor de él, pero no tenía la fuerza para protestar. "¡Nos asustaste a todos, joven!", exclamó Sir Edward.
La policía también quería preguntarle qué había ocurrido. "¡Todo lo que sé es que él me salvó!", la voz de la señora Wooster llegó para unirse al resto del ruido que llegaba de la multitud, todos hablando al mismo tiempo.
"Lo siento Rose...", se las arregló para solo murmurar entre los intentos para aliviar la situación con algunas sonrisas débiles. Ella puso sus dedos sobre sus labios. Su corazón volaba dentro de su pecho, desbordado por el alivio de que él estuviera allí, pero no tenía idea sobre qué tan seria era la herida y la sangre que había perdido... miró al arroyo rojo del agua de lluvia que corría a lo largo de la acera.
"No tienes que decir nada ahora", le respondió en voz baja.
"Señorita... deberíamos mover al señor Blake ahora y llevarlo al hospital", le dijo el policía a cargo.
El tiempo se estaba acabando. No deberían pensarlo más. La lluvia torrencial se había transformado en una leve llovizna de verano. El aire olía a hierba empapada y cortezas de árboles húmedas.
"Llevaré al señor Blake al hospital"
Antes de que Candy le respondiera al oficial de policía, Terry dio un paso adelante. Christian se giró y lo miró al igual que todos los demás.
"El hombre está seriamente herido por lo que se ve". Continuó, "mi auto es claramente más rápido que esos tipo Ford de la policía que ustedes tienen aquí". Se giró y señaló a los autos, casi sonando lleno de desprecio, y arriesgándose a ofender a los policías, pero Candy conocía ese tono en su voz.
Cuando Terry decidía hacer una cosa que él pensaba era lo mejor – y la mayoría de las veces hay que decir que tenía razón – podría sonar desdeñoso. Ella, en realidad, pensó que él se había mantenido callado por más tiempo de lo que usualmente hacía.
"Puede seguirnos", añadió Terry, viendo que los oficiales no estaban totalmente convencidos de su sugerencia. Su auto era un deportivo de dos asientos. Christian iría un poco apretado, pero sería mejor para él no moverse mucho y quedarse quieto. La enfermería de Islington no estaba muy lejos de allí. Diez minutos más o menos, a máxima velocidad.
Él se acercó hasta donde estaban Christian y Candy. Vio la manera como Candy le miraba. Ella no estaba muy contenta de que él se inmiscuyera, sin invitación y de alguna manera tomando el control. Como sea, la gravedad de la situación hizo que tomara esa iniciativa. No importaba que se sintiera culpable por haber sido consumido por sus propios pensamientos sobre Candy en su vida. Marion, y todo lo demás parecía tan superficial, tan simple y egocéntrico.
Si él no hubiera estado tan ocupado haciendo que Candy se fijara en él, quizás se hubiera dado cuenta de que Christian llevaba fuera un rato. Incluso lo podría haber acompañado a fumar y no hubiera terminado apuñalado en medio de la tormenta de verano, tendido en el suelo, desangrándose mortalmente.
"¿Me ayudan a levantarlo...?" le dijo a ella y a Sir Edward, quien le había echado una mano a Candy con los vendajes, cuando Candy había abierto la camisa ensangrentada para tratar la herida.
"Mi amor, necesitas mantener presión en tu herida", le dijo a Christian y puso la toalla sobre sus vendajes. Ellos también se estaban empapando de sangre demasiado rápido. Rogó porque el cuchillo no hubiera causado ningún daño interno. Si se hubiera cortado alguna arteria... Se estremeció, pero mantuvo todo bajo un rostro calmado. Él no dijo nada, pero se mantuvo mirándola mientras presionaba la toalla sobre su vientre.
Con la ayuda de Candy, levantó su torso lo suficiente para que Terry pusiera su brazo por detrás para agarrarlo desde su lado izquierdo. Sir Edward hizo lo mismo del lado derecho. Contaron hasta tres y lo levantaron. Él gimió con dolor. Todo giraba a su alrededor. Difícilmente podía mantenerse en pie. Un par de policías llegaron para ayudar también.
"Él debería haber sido puesto en una camilla", murmuró uno de ellos.
"No hay tiempo", respondió Terry, mientras alguien abría la puerta del asiento del copiloto.
"¡Paren de hablar como si yo no estuviera aquí!", se las arregló Christian para decir. Le costaba mantener la consciencia. Una niebla estaba descendiendo en su mente. Se sentó. Alguien le ayudó a introducir sus piernas antes de cerrar la puerta.
"Puedes decir lo que quieras en el hospital..." le susurró Terry a Candy. Sabía que ella no aprobaba que él tomara el control de esa manera. Él se giró y miró a Archie y a Isabel.
"Ve con Archie, él te llevará al hospital", añadió mientras se subía al auto. El conductor en uno de los autos de policía lo encendió. Terry hizo lo mismo con el suyo. Presionó el pedal, el motor rugió.
"Agárrate bien, ¿vale?", se giró y miró a Christian. Él se veía medio muerto, pero asintió.
Terry no dijo nada más. Presionó el acelerador una vez más, poniendo el auto en movimiento. Miró una vez más a Christian. Él había dejado caer su cabeza hacia un lado. La carretera estaba vacía ante ellos. El auto de Terry aceleró hacia el hospital, con todos sus cilindros a tope.
"¡Odiaría si te me mueres aquí, amigo! Le gritó a Christian. Tenía que mantenerlo hablando, pero él no estaba respondiendo. El aire cargado de humedad golpeó sus rostros. "¿Puedes oírme?", Terry elevó de nuevo el tono de su voz, mientras mantenía sus ojos en el camino.
Le tomó a Christian un poco reunir fuerzas para responder. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida, sin mover nada más en su cuerpo. "Mientras llegues al hospital a tiempo, resistiré." Su voz salió con esfuerzo.
Había una larga procesión de autos detrás de los dos hombres, todos dirigiéndose a la Enfermería de Islington.
"No te preocupes, me manejo bien en estas calles", le respondió, y giró a la izquierda.
Christian presionó la toalla en su herida. Había sido algo estúpido lo que le había pedido hacer a Alice, pero ¿de qué otra manera hubieran podido escapar? Él podría fácilmente haberla atrapado y entregarla a la policía, pensándolo bien. Pero habría desatado una guerra con la banda más poderosa de Londres. Alice no entregaría ninguna información que pusiera a McDonald y a sus hombres en peligro.
"Así que tú eres un de estos malditos ricachones que vive por aquí", atacó a Terry con sus palabras, tratando de distraerse. Terry elevó sus cejas en respuesta. De hecho, sentía alivio al saber que Christian estaba bromeando con él.
"Dice él, cuyo padre era un banquero", le respondió. Si podía mantener los pullas entre ellos durante el resto del camino, estaría bien.
Christian se giró hacia Terry. El aire logró despertar sus sentidos un poco. Abrió sus ojos, solo un poco, para fijarlos en él.
"¿Eso significa que te intereso...?", le preguntó, realmente preguntándose sobre cómo él había conseguido esa información.
"No te halagues amigo", le respondió, sonando sarcástico. El "Evening Standard" tenía un artículo sobre ti y tu exposición. El silencio se esparció entre ellos de nuevo. Christian dejó que su cabeza cayera hacia un lado de nuevo. Con sus ojos cerrados. Su respiración se hizo más corta, más leve. Estaban casi en el hospital.
"¿Viste a los ladrones?", Terry se giró rápido para mirarlo. Tratando de obtener otra respuesta.
"¿Huh?", Christian casi había perdido el conocimiento.
"¿Viste la cara de alguno Christian?", repitió él. El recuerdo de Alice apareció en su mente. Cómo él forzó sus manos. La gran agonía en su mirada oscura. Y el filo que entraba en su cuerpo.
"No vi la cara de ella..." murmuró.
"¿La cara de ella?" gritó Terry, mientras sus ojos se abrieron con sorpresa. "¿Una mujer te apuñaló?"
Christian respiró con dificultad. Ya habían llegado. Terry detuvo el auto. Se giró y lo miró. La toalla estaba roja. El resto de los autos se acercaban rápidamente. Christian estaba semi inconsciente. Terry corrió al lado del copiloto, abrió la puerta, y pasó su brazo bajo la axila de Christian. Lo sostuvo firme por la espalda.
"Voy a levantarte Christian" y lo hizo, justo como lo había dicho. Lo arrastró hasta la puerta del hospital, con su cabeza que había caído hacia adelante. Un par de doctores y algunas enfermeras aparecieron con una camilla. El resto de la gente había llegado. Lo pusieron en la camilla y se apresuraron al interior.
Candy corrió hacia Terry. Él sostenía la toalla empapada en sangre. Ella se quebró en el momento en que se acercó a él. El pavor la golpeó mientras él abría sus brazos para ella.
"Él vivirá... no te preocupes cariño." Le dijo en un esfuerzo por confortarla. Mientras él trataba de creerlo también.
