Transcurría el año 844 dentro del distrito de Shiganshina, los habitantes poblaban las calles yendo y viniendo mientras realizaban sus quehaceres diarios. El centro del distrito desprendía un olor peculiar que provenían de ciertos productos que vendían en el mercado que se mezclaba con la suciedad de las calles.
Allí había cierta niña caminando a paso alegre que miraba con entusiasmo su alrededor, era la primera vez que veía a tanta gente en un mismo lugar. El entusiasmo se veía reflejado en sus nítidos ojos color cielo que brillaban tan resplandecientes como el día. Daba vueltas observando las casas, las carretas, y las personas que pasaban por el lado; nada comparado a su antiguo hogar donde todo estaba rodeado de bosque y amplios campos llenos de flores silvestres. Durante su largo viaje hubo algo que captó la atención de ella: la mirada de las personas, sus ojos reflejaban tristeza, temor y desesperanza.
No era muy distinta a la mirada de su progenitora, le resultaba curioso ver a tantas personas compartiendo la misma expresión en sus ojos. Eso sobrecogió su pequeño corazón.
—Gerda, no te apartes mucho.
La niña miró hacia atrás, vio a su madre que tenía un semblante cansado y triste. La pequeña frunció los labios al ver el cuerpo de su frágil mamá tambaleándose a cada paso que daban. El viaje era duro, llevaban días a caminando y a la pequeña Gerda no le sorprendía que su mamá estuviera así de débil pues con lo poco que tenían la mujer no dudaba ni por un instante quitarse el pan de la boca para dárselo.
Desde que su padre las dejó emprendieron un viaje sin motivo en concreto, pero según la mayor era para estar más seguras. No traían mucho consigo salvo una bolsa donde cargaban todas sus pertenencias.
Gerda procuró mantenerse cerca de su madre sin dejar de observar absorta su alrededor. Pero de repente algo pasó, escuchó un grito por detrás seguido de un golpe y una caída. Todo ocurrió tan rápido que lo único que pudo percibir fue a dos hombres corriendo que desaparecieron entre las pobladas calles.
Gerda giró sobre sus talones y para mala suerte encontró a su amada madre tirada en el suelo de rodillas sin la bolsa y un golpe en la cara. La mujer estaba anonadada por la rapidez con que sucedió el asalto. Pero tan pronto recobró el sentido, buscó a su pequeña con ojos desesperados.
—¡Gerda! ¡Gerda! ¿Estás bien? —tomó a su hija aterrada e inspeccionó cada parte de su rostro asegurándose que no tuviera ningún rasguño. Aquello tocó las fibras sensibles de su corazón, la piel de su mamá era tan blanca y sensible que podía ver la marca del fuerte golpe que había recibido en la mejilla.
Con lágrimas desbordándose en los ojos le dijo:
—Mamá… ¿Estás bien? —La voz de Gerda temblaba. Rozó con cuidado la mejilla magullada, sus pequeños dedos se humedecieron por las lágrimas que empezaban a desbordarse en la mujer.
En ese momento Kristen sintió como si el mundo se derrumbaba sobre ella, aguantaba los sollozos preguntándose qué iba a hacer. En aquel viejo bolso no tenía nada más que algunos utensilios para tejer y unas pocas monedas para comprar el sustento de ese día. Le habían quitado todo, el medio por el cual ella pretendía darle de comer a su pequeña Gerda y ahora unos desgraciados se lo habían arrebatado.
Desde que habían empezado el viaje hacia un lugar seguro los niveles de estrés que experimentaba Kristen eran inimaginables, perdió mucho peso, tenía hambre, y no estaba segura si su plan funcionaría para ambas.
Como si eso no fuera suficiente, Kristen escuchó un gruñido proveniente del estómago de su hija. Ellas no comían nada desde el día anterior.
Kristen terminó sucumbiendo a la desesperación y sollozó con fuerza sin importarle las miradas extrañadas y algunas despectivas de quienes que iban pasando pensando que se trataba de una loca. A ese punto ya nada importaba, las dos morirían solas y muertas de hambre.
—Mamá, tengo hambre… —la voz de Gerda era mitigada por los desconsolados gritos de Kristen. La niña temblaba aguantando también las ganas de llorar, realmente no sabía que hacer.
Entonces, cuando el destino de ambas estaba a punto de ser marcado por ellas mismas, aparece en el camino un alma bondadosa. Gerda vio como la sombra de aquella persona bloqueaba la luz solar de su cara. Kristen aún no se daba cuenta de ello porque abrazaba el cuerpo de la pequeña ocultado su rostro en el. Se trataba de una mujer muy hermosa que tenía una mirada cálida y compasiva, parecía ser un ángel salvador.
—Disculpe… ¿Se encuentra bien? —la pregunta llamó la atención de Kristen quien aun hipando lentamente volvió su cabeza hasta la mujer. No fue necesario que diera una respuesta, el rostro de la joven madre desamparada lo decía todo—. Ustedes no son de por aquí ¿Verdad?
Kristen negó.
—Vengan a mi casa —les dijo dejándolas sorprendidas—. Mi nombre es Carla Jaeger.
Kristen parpadeó en principio sorprendida, no se esperaba algo así. Pero tan pronto procesó lo que estaba sucediendo se levantó rápidamente dispuesta a mostrarle agradecimiento a Carla Jaeger, de pronto sus fuertes emociones se calmaron y pudo limpiar sus lágrimas con la manga de su viejo vestido.
En ese momento Kristen se convenció que los ángeles sí existían, una mano amiga era lo que ella y su hija más necesitaban.
—Yo soy Kristen Weber, y ella es mi hija Gerda.
Carla miró en dirección a la niña de los brillantes ojos azules, se enterneció con sólo mirarla. Ella se agachó para quedar el nivel de Gerda y acarició con ternura sus pálidas mejillas las cuales se sonrojaron al sentir el contacto cálido y maternal de la mujer.
Carla Jaeger inmediatamente se acordó de Eren, Gerda debía tener la misma edad que su hijo. Por lo que pudo notar ambas habían tenido un recorrido bastante duro, se le estaban empezando a formar pequeñas ojeras en sus ojos, sus ropas se veían sucias y estaba delgada.
—Ella debe tener la misma edad de mi hijo, seguro se llevarán muy bien —comunicó Jaeger a la joven madre quien asintió con una pequeña sonrisa.
Las dos siguieron a la mujer sin decir mucho, Carla asumió que debían sentirse muy cansadas así que sólo se aseguraba de decirles cada tanto que no estaban muy lejos de su casa. Una vez allí, Gerda inspiró el dulce olor a hogar y leña que desprendía la casa, se sintió cómoda de inmediato porque le recordó a su antigua casa.
Carla les ofreció asiento y comida, al parecer la pequeña Gerda se veía más entusiasmada y engullía con fruición el estofado ¡Carla Jaeger cocinaba delicioso! No tenía comparación ni con la comida de su madre, cabe resaltar que Kristen no era muy buena cocinando, pero se comía todo lo que le preparaba.
—Gerda, come despacio… te vas a atragantar —le dijo Kristen tratando de sonreír, pero tan sólo le salió una mueca melancólica.
—¿De dónde vienen? —preguntó Carla Jaeger tomando asiento frente a Kristen.
La mujer se veía tan cansada que hasta le costaba comer.
—Venimos de un pequeño campo al Este de la muralla.
Carla abrió mucho los ojos sorprendida.
—Es muy lejos.
Kristen asintió.
—Mi esposo falleció hace unos meses. La vida en el campo era muy dura para sobrevivir solo nosotras dos, pensé que al venir acá podría tener más oportunidades.
—Lo siento mucho —Carla arrugó el entrecejo sintiendo compasión, no podía imaginar el duro momento que las dos estaban pasando. Pese a ello, algo en el fondo le daba la espina de que esa mujer ocultaba muchas más cosas. No percibía malicia en ninguna de las dos, pero la apariencia de ellas era un tanto peculiar señalando que Kristen llevaba la cabeza cubierta por una especie gorro que no dejaba ver ni una sola hebra de cabello el cual seguro era tan blanco como el de la pequeña Gerda quien llevaba lo demasiado corto para una niña. Sin embargo, no se atrevió a comentar al respecto—. ¿Haces algo en particular?
—Soy costurera y tejo —respondió Kristen de inmediato, pero tan pronto lo dijo cierta amargura empezó a verse en su delicado rostro—. Pero fui asaltada y se llevaron mis pocos utensilios de trabajo.
Aquello encendió una idea en Carla Jaeger para seguir ayudando a la mujer.
—¿Puedes arreglar algunos vestidos de mi hija? Así puedo pagarte.
Kristen tartamudeó sorprendida.
—¿Lo… lo dice en serio señora Jaeger?
Carla sonrió ampliamente.
—¡Por supuesto! Anda, come todo y luego te muestro. También puedo regalarte algunos utensilios de costura, realmente no los uso mucho.
Los ojos de Kristen se aguaron, se encontraba inmensamente feliz. Se arrepintió de ser tan negativa cuando le asaltaron y al mismo tiempo agradeció haberse encontrando con alguien tan gentil como Carla Jaeger en su camino.
Kristen se inclinó hacia adelante mostrando su más humilde agradecimiento.
—¡Muchas gracias señora Jaeger! —exclamó ella entre lágrimas de felicidad.
—Eso no es nada. Anda, come.
Carla se encontraba profundamente conmovida al tenerlas ahí, de ninguna manera las iba a dejarlas a su suerte.
La pelinegra se levantó de la silla pausando la conversación que llevaba con Kristen, había escuchado unos estrepitosos ruidos desde fuera de la casa… ya se imaginaba quién debía de ser.
—Oh, parece que mi hijo acaba de llegar.
Ni pasaron cinco segundos cuando la puerta principal se abre dejando ver a un Eren alborotado y una pelinegra con un temple más calmado entrando detrás de él, ambos venían cargados de madera.
—¿Se puede saber por qué tardaron tanto? —cuestionó Carla con un tono exigente poniendo las manos sobre sus caderas— ¿Acaso te metiste en problemas, Eren?
—¡No! ¡Vimos a la Legión de Reconocimiento saliendo de las murallas! —respondió un Eren con ojos centelleantes de puro entusiasmo.
Carla suspiró, ese hijo suyo no tenía remedio.
—Bien, les voy a presentar a nuestras invitadas. Ellas son Kristen y su hija Gerda —los ojos de ambos niños brillaron de curiosidad.
La mirada esmeralda de Eren se dirigió a la mujer de semblante cansado quien lo saludaba tímidamente con la mano, y luego reparó por un rato en la niña que estaba del otro lado de la mesa. Eren se quedó embelesando en aquellos ojos tan azules como el cielo al medio día
Gerda tenía mucha curiosidad también, era la primera vez que veía tan cerca a niños de su edad. En su antiguo pueblo los niños siempre trabajaban por tanto no tenía compañía cuando quería jugar. Gerda abandonó su asiento y se dirigió hacia el niño sin darse cuenta que se acercó demasiado a él. Luego miró a la niña detrás de Eren la cual inmediatamente frunció el ceño por la cercanía que Gerda mantenía con Eren, pero ella no lo entendía.
El pequeño Eren se quedó observando a la niña, sin dudas su aspecto era bastante peculiar empezando por aquel cabello corto que lucía tan blanco y sedoso como la leche, decirse lo mismo también de su piel, las cejas y pestañas también eran muy claras. Esa niña era muy extraña…
—¿Por qué pareces… una rata blanca? —Eren no pensó mucho en lo que dijo, fue lo primero que le vino a la cabeza sin querer.
Al escuchar eso, los ojos de la niña se estrecharon sorprendida. Y sin mucha dilación sus mejillas se enrojecieron del enojo que empezó a emerger dentro de ella.
Sin Eren esperárselo, Gerda le pisó el pie con fuerza.
—¿¡Qué fue lo que dijiste!? —le gritó.
—¿¡Eh!? ¿¡Por qué hiciste eso!?
—¡Me dijiste rata blanca, tarado!
Ambas adultas saltaron tanto sorprendidas como espantadas, ninguna habría previsto un escenario así entre Eren y Gerda.
—¡Gerda! —reprendió la mujer a la niña de inmediato—. Él no lo dijo con mala intención.
—¡Eren! ¡Discúlpate de inmediato! —por su lado Carla reprendió a Eren quien parecía sorprendido por lo que acababa de suceder. En primer lugar ¿Por qué le dijo eso?
—Y… yo lo siento —Eren se rascó la nuca algo avergonzado, realmente no tenía mala intención en decirle eso, simplemente le salió sin pensarlo. Pero Gerda resopló volteando su rostro de Eren, aparentemente necesitaba más que una disculpa para apaciguar a la niña ofendida.
—Vamos Gerda, no seas así. Él ya se disculpó, tú eres una niña muy buena —le rogó Kristen al ver el comportamiento de su hija. Comprendía que estuviera enojada, pero dada la situación por un momento temió que toda la bondad que le estaba brindando Carla Jaeger se esfumara en ese mismo instante.
—Bien —musitó Gerda cediendo, pero su mala cara hacia Eren no cambió. Ella caminó de vuelta a la mesa para seguir comiendo su estofado.
—Vaya a par… —suspiró Carla—. Bueno, déjame enseñarte la ropa…
Kristen pudo respirar apropiadamente cuando la mujer dijo eso, era momento de hacer un cambio en el tema para deshacer la terrible tensión que se había formado de repente.
Ese tan sólo fue el comienzo de la vida de Gerda Weber en Shiganshina, en poco tiempo ambas lograron establecerse allí cerca de la casa de los Jaeger. Kristen solía arreglar ropa para Carla Jaeger y tejerle algunas prendas, a su vez la pelinegra solía recomendarla con los vecinos así que lograron tener estabilidad en su casa rápidamente. Cada semana Carla al menos las invitaba una vez por semana para cenar y así Kristen aprovechaba para aprender algunas cosas de su nueva mejor amiga, pues que su hija se escabullía para comer la comida de Carla.
Sus vidas iban muy bonitas, pero no podía decirse de la relación que tenían Eren y Gerda. Gerda aún se sentía molesta por su primer encuentro, muchas veces ni le hacía caso, y eso hacía que Eren metiera aún más la pata cuando intentaba "socializar" con ella porque al final siempre terminaban peleándose. Con Mikasa no se llevaba ni bien ni mal, pero hacía incansables esfuerzos por caerle bien y solía hacerle coronas de flores para intentar sacarle al menos una sonrisa, ella era la única niña que veía constantemente por la amistad de su madre con los Jaeger. Pero en cuanto conoció a Armin, logró encontrar a su amigo del alma, se llevaba de maravilla con él, Armin era un niño muy sensible y soñador, gracias a él logró aprender acerca del mundo exterior y ambos fantaseaban de las cosas que podrían hacer fuera de las murallas… como conocer el mar.
Gerda no tenía amistades perfectas, pero esos tres eran suficientes para hacerla feliz. Desafortunadamente había niños malos en el distrito que se burlaban de Armin y ella. Gerda especialmente era conocida como la rata albina o la niña loca. Gerda era una niña un tanto excéntrica la cual se ponía a bailar y cantar mientras caminaba, a algunos les enternecía ver la una niña que representaba la felicidad encarnada, pero otros simplemente les fastidiaba.
Era uno de esos días donde tanto Armin como Gerda leían juntos un libro sobre el mundo exterior. A Gerda le emocionaba aprender tantas cosas, y disfrutaba del sentimiento de hacer algo prohibido a escondidas.
—¡Cuando vea el mar quiero bailar en él! —exclamó la peliblanca haciendo un grácil giro de bailarina haciendo que el rubio se riera—. ¡Y tú bailarás conmigo!
Armin se sorprendió cuando Gerda lo tomó de las muñecas halándolo del suelo y empezaron a dar vuelas. Las mejillas de él se tornaron rosadas, muy en sus adentros le avergonzaba pensar que cuando Gerda sonreía era la niña más linda del mundo.
—Pero si están aquí —Gerda y Armin pararon en seco al escuchar la voz del niño que solía molestarlos—. El debilucho y la loca, ustedes hacen una buena pareja.
Gerda de inmediato frunció las cejas.
—¿¡Y eso qué!? —gritó—. Preferiría casarme con él a estar con un cabeza hueca como tú.
—¡Gerda! —exclamó Armin con un fuerte sonrojo.
—¿¡Cómo me dijiste maldita rata albina!?
—¡Cabeza hueca, zoquete! ¡Que te entre fuerte y claro en tu cabeza llena de paja!
Sí, ese era el defecto de Gerda. Ella podía ser la niña más dulce y delicada del mundo, pero cuidado cuando la hacían enojar porque no se refrenaba en decir lo que pensaba. Kristen en muchas ocasiones se preguntaba de dónde había sacado ese temperamento, pero apostaba que lo había sacado de su padre cuando era un chiquillo como ella. El problema con esto era que, al insultar a cualquiera tenían que socorrerla para que no terminara recibiendo un mal golpe.
Ahí era dónde Armin actuaba como un escudo humano para protegerla, el pobre se llevaba la peor parte en todo esto.
—¡Ya basta! ¡No ganas nada con golpear a una niña!
—¡Apártate Arlet o tú lo llevarás peor!
El niño se abalanzó sin dudarlo a darle una lección a Gerda, pero terminó tomando a Armin del cuello de la camisa dispuesto a propinarle el primer golpe.
Armin cerró ojos preparándose mentalmente para recibirlo.
—¡Armin!
Para suerte de ambos, interfiere un salvador para poner fin al altercado. Se trataba de Eren el cual corría dispuesto a darse a los puños con los niños que lo miraban burlones.
—Pero miren a quién tenemos aquí, viene el otro idiota…
El otro par de bravucones rieron con emoción, pero la sangre se les heló al contemplar a Mikasa corriendo detrás de Eren.
—¡Corran! ¡Ahí viene Mikasa!
Así es, ver a Mikasa era suficiente para hacerlos correr despavoridos.
—¡Sí! ¡Corran! —gritó Eren—. Es mejor que huyan si no quieren que les dé una lección.
Gerda entornó los ojos.
—Si claro…
—¡Armin! ¿Estás bien? —interrogó el muchacho inspeccionando cada rincón de su rubio amigo.
—S… sí, intentaban meterse con Gerda…
Apenas escuchó eso Eren giró el rostro hacia la peliblanca quien al igual que él lo miraba con el ceño fruncido. Mikasa sólo suspiró… ahí iban de nuevo esos dos.
—¿Qué hiciste esta vez? ¿Acaso no te importa que siempre terminen golpeando a Armin por tu culpa?
—¿¡Disculpa!? ¿Quién eres tú para hablar? Si es Mikasa quien siempre termina salvándote el trasero cuando te metes en problemas.
—¡Eso no viene al caso! ¡Armin es mi amigo y no puedo permitir que sea golpeado por alguien como tú!
—¡¿Cómo puedes decir eso?! ¡Armin también es mi amigo!
—¿¡Quién quisiera ser amigo de una loca como tú!?
Gerda abrió la boca sumamente ofendida, incluso Armin se sorprendió por la agresividad que estaba mostrando Eren. Intentó detenerlos, pero no había caso, cuando esos dos peleaban todo el mundo tenía que hacerse a un lado, ni la misma Mikasa se molestaba en interferir.
—¡Eres un idiota! —chilló la peliblanca a todo pulmón abalanzándose sobre él tomándolo del cabello con ambas manos. Como acto de reflejo, el Jaeger la tomó del pelo también y empezaron un violento forcejeo.
—¡Suéltame! —lloriqueó la peliblanca al sentir la fuerza con a que el otro halaba su cabello, incluso llegó a arruinarle la corona de flores que se había hecho esa mañana.
—¡Primero suéltame tú, rata blanca!
El mundo pareció congelarse cuando Eren pronunció aquel sobrenombre, incluso él mismo se sorprendió. Sabía que Gerda odiaba que la llamaran de esa manera, y le prometió a su madre el primer día que la conoció jamás volver a llamarla así.
Simplemente se le escapó cegado por el enojo.
Gerda soltó a Eren, y vio como las lágrimas empezaban a asomarse por sus ojos celestes. Se sintió como el idiota más grande del mundo al ver las lágrimas de la peliblanca caer al suelo, la hizo llorar otra vez. Eren no sabía que decir, se le ocurrió disculparse, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta.
—¡Te odio Eren Jaeger! —le vociferó entre fuertes llantos—. ¡Se lo diré a tu mamá!
Con esto Gerda se fue corriendo dejando a los tres plantados en un silencio incómodo.
—Esta vez te pasaste Eren —le dijo Armin.
—Armin tiene razón —secundó Mikasa haciendo que Eren se sorprendiera aún más, por lo general ella no solía tomar partido en lo que pasaba entre Gerda y él.
—Y… ya lo dije ¿Qué quieren que haga? —Eren estaba a la defensiva, pero avergonzado al mismo tiempo. Sabía mejor que nadie que había hecho la peor metida de pata con Gerda Weber.
—Al menos deberías disculparte —le recomendó el rubio recogiendo del suelo el libro que había estado leyendo con Gerda. Los tres sabían que ya era hora de marcharse. Eren pensó seriamente en las palabras de Armin, no creía que eso fuera a funcionar pues la conocía lo suficiente como para saber que lo último que ella querría sería ver su rostro de idiota arrepentido.
Las cosas para Eren Jaeger no terminaron ahí, en cuanto llegó a su casa Carla lo recibió con tremendo halón de orejas. A la mujer sólo le bastó escuchar los gritos de Gerda pasando frente a su casa para darse cuenta que algo había pasado con Eren, y se enojó aún más cuando Mikasa le informó que su hijo en cuestión le había llamado rata blanca. Esto era el colmo para la mujer, se sentía tan apenada por Kristen a quien tenía que pedirle disculpas constantemente a causa de Eren.
—¿Se puede saber qué te pasa con Gerda? —Eren bajó la mirada al recibir la reprimenda—. La última vez terminaste halándole el pelo.
—Esa vez fue porque me pisó los pies.
—Porque dijiste que era una loca.
Eren permaneció callado, no podía en contra de ello.
Carla suspiró.
—Dime una cosa ¿Acaso te gusta Gerda?
La pregunta sorprendió al joven Jaeger al punto de ponerlo tan rojo como un tomate hasta las orejas.
—¡N… no! ¿C… como podría gustarme una niña tan rara como ella?
Su madre hizo una mueca no muy convencida, después de todo era su hijo y lo conocía como la palma de su mano.
—De todas maneras tienes que acompañarme ahora mismo a la casa de Kristen a pedir disculpas.
Eren resopló disgustado, realmente no quería hablar con Gerda. Se cuestionaba constantemente por qué se comportaba así con ella, jamás le hizo nada malo como para que mereciera tratarla de ese modo. Al contrario, las emociones terminaban abrumando a Jaeger cada vez que la veía, se enojaba cuando ella sólo quería jugar con Armin o le daba miradas despectivas… muy en el fondo Eren deseaba que Gerda lo viera con los mismos ojos con los que veía a Armin o a Mikasa.
Ese vago pensamiento se coló por su cabeza e hizo que sus mejillas ardieran.
Eren se sentía totalmente apenado al hacerle frente, pero como su santa madre le había obligado a disculparse sabía que no irían devuelta a casa hasta que ellos dos hicieran las paces. Y así fue, el asunto quedó medianamente arreglado y las cosas volvieron a su relativa normalidad
Gerda volvió a jugar con ellos, más con Armin que con él por supuesto. Las Weber siguieron yendo a su casa, de vez en cuando él y la peliblanca se peleaban, pero ya todos se acostumbraron a ello, sin dudas esos nos no podían vivir sin pelearse. Así pasó casi cerca de un año hasta que un día Eren no volvió a saber de ellas, fue como si desaparecieran de la faz de la tierra.
Unos días después, llegó el fatídico día cuando los titanes perturbaron la paz dentro de las murallas.
Al joven de ojos verdes le llegó ese recuerdo distante entre sus memorias, por alguna razón estar en ese lugar le brindaba un sentimiento cálido del cual no quería apartarse. Imagen tras imagen se iba amontonando en sus memorias de forma dispersa haciéndolo sentirse muy confundido. Pero al final terminaba buscando aquellos brillantes ojos color cielo porque de alguna forma inexplicable le transmitían tranquilidad y un poco de alegría.
«¿Quién es ella?», se preguntaba Eren a medida veía las imágenes de la niña albina en su cabeza «No sé quién sea pero… ¿Por qué siento que la conozco? ¿Por qué ahora?».
Eren sentía la garganta seca y el cuerpo pesado, le dolía todo. Movía con dificultad su cuerpo mientras aquel remanso cálido se iba deshaciendo poco a poco.
¿Qué estaba pasando? Se preguntaba, cuando de pronto estallaron en su cabeza los recuerdos de ese fatídico día. Había tenido un encuentro feroz con el titán hembra… Petra, Auruo, Eld, Gunther, habían muerto por su culpa. Abrió los ojos de golpe completamente agitado por memorias tan desagradables.
—Eren…
Escuchó la voz de Mikasa a su lado. En principio se encontraba desubicado, pero poco a poco fue consciente de la carreta que lo llevaba y los opacos colores del sol al atardecer.
—¿Y el titán hembra? —preguntó el joven conmocionado.
—Escapó…
Lo que menos quería escuchar. Deseaba que esos recuerdos tan sólo fueran un mal sueño, pero eran muy reales. Aquello lo desgarraba por dentro, dejándolo como un idiota inútil que había tomado la peor de las decisiones.
—¿Por qué…? ¿Qué pasó con todo el plan?
—Fracasó.
Mikasa le instó descansar, pero sus sentimientos lo quemaban por dentro. Gente había muerto, y otra vez fue salvado por Mikasa… ¿Para qué tenía ese poder si no era capaz de utilizarlo correctamente para proteger a aquellos que le importaban? Ese sentimiento era horrible, y acompañaba a los demás soldados derrotados que se desplazaban tanto en caballos como en carretas.
Lo peor llegó cuando llegaron a las murallas, los murmullos de la gente criticando el trabajo de la legión y restando valor a la muerte de los soldados caídos en batalla le cayeron como montones de piedra sobre su cabeza. Dolía, dolía cuando resaltaban lo obvio como si no hubiesen tenido suficiente enfrentándose a aquellos monstruos. La ira lo carcomía por dentro cuando los escuchaba poniendo sus dedos en la fresca llaga. Pero no ganaba con gritarles, ellos no lo entenderían… No, no lo entendías una vez luchabas en territorio de titanes. Al joven Eren Jaeger no le quedó de otra que sollozar en silencio por todo lo que estaba sintiendo mientras su amiga le brindaba apoyo en silencio.
Más tarde esa misma noche tuvieron una reunión larga y tendida respecto a los acontecimientos de esa expedición. Inmediatamente el comandante Erwin fue convocado a la capital para responder por el resultado tan catastrófico de la expedición y así mismo la transferencia de Eren a la policía militar. Las malas noticias no paraban, Eren apenas era capaz de digerir todo lo que estaba sucediendo mientras los recuerdos de ese día lo engullían por dentro.
Suspiró, mirando el vaso de madera que una vez estuvo lleno de té.
No tenía hambre, sueño mucho menos. Pero por recomendación del capitán y Mikasa debía descansar al menos para aguantar lo que vendría cuando fueran a la capital.
El sonido de alguien tomando asiento junto a él en la mesa lo sobresaltó, miró hacia un lado y se relajó inmediatamente cuando notó que se trataba de Armin.
—¿Estás bien? —le preguntó Eren refiriéndose al vendaje que tenía el rubio alrededor de la cabeza.
—Sí… estoy bien —Armin intentó sonreír, pero le salió una mueca cansada y triste.
Ambos jóvenes permanecieron en silencio por un momento, ninguno de los dos tenía ganas de hablar al menos de ese día.
—Oye… —habló Armin despertando a un Eren nuevamente ensimismado.
Eren lo miró de soslayo.
—¿Recuerdas a Gerda? —la pregunta dejó confundido al de ojos verdes.
—¿Quién?
—¿No te acuerdas de Gerda? —el rubio esta vez parecía sorprendido—. Me extraña, ella y su madre eran tus vecinas y los visitaban a ustedes con frecuencia. Además, tú y ella no podían estar juntos en un mismo lugar por mucho tiempo porque siempre terminaban peleándose.
—¿Es… en serio?
El rostro de Armin tenía cierto deje nostálgico ¡Vaya a días! En medio de sus reflexiones pensaban en el tiempo cuando él y sus amigos eran pequeños, se decía que daba lo que fuera para regresar a esos tiempos. Extrañaba cuando Eren y Mikasa le salvaban el trasero cuando lo molestaban, y también extrañaba cuando él y Gerda se metían en problemas. Pero un mes antes de que el titán colosal derrumbara la muralla María las dos habían desaparecido sin dejar rastro. Gerda nunca le dijo nada, ni sospechó que pasara algo en su casa porque aparentemente ambas parecían ser muy felices en Shiganshina… ¿Seguirían vivas? ¿Estarían bien? Esperaba que sí, y muy lejos de ese infierno por el que estaban pasando.
—¿Acaso… era una niña con el pelo blanco y ojos azules? —se atrevió mencionar Jaeger tímidamente al acodarse de las extrañas memorias que había tenido antes de llegar a la muralla.
—Sí —afirmó—. ¿En serio no te acuerdas de ella?
—Muy vagamente… pero supongo que han pasado tantas cosas que… la olvidé —le explicó mientras miraba atentamente la mano que mordía para convertirse en titán. Desde lo que pasó en Trost muchas cosas eran confusas para él, había cosas que recordaba y otras no. Aunque era un tanto raro olvidar algo tan banal como eso.
—¿Por qué lo preguntas? —interrogó Jaeger conociendo que Armin no era de los que traía temas a colación sin ningún motivo.
—Bueno… —Armin desvió la mirada—. Me pareció verla hoy...
Eren parpadeó confundido.
—¿Te refieres a la expedición?
—Sí, estoy casi seguro de que era ella pero…
De repente, el rubio meneó la cabeza negando lo que estaba a punto de decir. Se burló internamente por pensar en cosas que no tenían sentido, y más cuando en ese momento ambos debían ocuparse de cosas más importantes.
—Olvídalo… creo que el golpe en la cabeza me está haciendo pensar de más.
—Deberías descansar.
—Tú también, nos esperan días difíciles.
Continuará…
