A Kristel se le apretujó el corazón cuando presenció en el comedor a mucho menos soldados de los que había esa mañana. Le embargó un sentimiento de desolación mientras mantenía los ojos pegados en la taza con leche que por suerte pudo encontrar. Fue gratificante hacerlo, quizás eso la reconfortaría un poco antes de irse a dormir.
Dio una mirada rápida a las mesas encontrándose con los penetrantes ojos de Armin quien tenía los ojos clavados en ella con una expresión indescifrable. Kristel tragó en seco, ella sabía el motivo de esa mirada y como la cobarde que era fue incapaz de mantenerla. Inmediatamente desvió el rostro apretando los labios con frustración.
El ambiente era tan horrible que le dio ganas de marcharse. Pero antes de hacerlo, vio a Krista alzar el brazo intentando llamar su atención. Por lo visto, su operación escape no iba a funcionar.
Kristel suspiró mientras se acercaba con parsimonia hacia la rubia que estaba junto a una Ymir con cara de pocos amigos.
—Sobreviviste —fue lo primero que le dijo Ymir como saludo—. Al no verte imaginé que eras uno de los cadáveres que dejaron atrás.
—¡Ymir! —reclamó Krista.
—A mí también me sorprende estar viva —respondió la peliblanca con calma. Ymir ante ello frunció los labios pues no había logrado enfadarla—. Quizás fue suerte…
«Demasiada suerte» se dijo en sus adentros mientras tomaba asiento junto a Krista.
—Veo que te cubriste el pelo otra vez ¿Puedo preguntar por qué lo haces? Es realmente hermoso —comentó Krista con los ojos brillando de emoción al recordarlo.
—Llama mucho la atención —respondió la joven albina mientras tomaba un sorbo de leche.
—Ymir, debiste verlo, su cabello es tan blanco como la nieve.
Ymir alzó una ceja carente del entusiasmo que tenía la otra.
—Tu cabello también es bonito, no tienes por qué alabar tanto el de los demás.
—No seas así Ymir…
La joven castaña resopló con la nariz y se acomodó en la silla adoptando una posición poco femenina colocando sus brazos detrás del respaldo de la silla, y subiendo un pie a la rodilla mientras analizaba a Kristel con una expresión aburrida.
—Si lo piensas un poco… nuestra querida amiga Kristel es como un ratón blanco —soltó Ymir finalmente dejando a relucir sus intenciones maliciosas.
—¡Ymir!
Kristel dio un respingo mientras se le crispaban los dedos en la taza ¿Cuándo fue la última vez que escuchó a alguien llamándola de esa manera? Fueron tantas las veces… pero recordaba en especial a un chico de intensos ojos verdes quien muchas veces la llamó así y luego de hacerlo se quedaba observándola como idiota arrepentido, le hervía la sangre cada vez que se acordaba de él.
Instintivamente volvió a mirar a la mesa donde se encontraba Armin, el pobre tenía el semblante decaído, también estaba Mikasa algo más impasible y otros chicos de su tropa, pero Eren no estaba. Probablemente era el más frustrado en toda la Legión. Aposaba que estaría revolcándose en sus propios lamentos como el tonto impulsivo que era.
Aunque Kristel lo viera como un tonto, se sentía mal por él porque tenía el peso de toda la humanidad sobre sus hombros, y eso implicaba mucho. Odiaría estar en su lugar.
Kristel miró a las chicas. Krista tenía una cara llena de aflicción e Ymir desvió la vista a otro lado. Resultaba bastante duro estar ahí tras esa expedición, ninguna tenía el valor de hablar sobre cómo les fue o cómo se sentían al respecto, pero al menos se distrajo un poco de esos horribles recuerdos al sentarse con ellas, los comentarios de Ymir en gran parte aligeraron un poco la grima entre ellas tres.
Pasó un rato en silencio cada quien metida en sus propias cavilaciones, Kristel se limitó a mirar absorta la leche de la cual no había tomado un sorbo más.
—Soldado Kristel Lombard —le llamó una voz que la sacó de sus pensamientos, la joven giró el rostro para encontrarse con la severa mirada de un soldado—. El comandante Erwin Smith requiere su presencia inmediata en su despacho.
La joven abrió los ojos como platos arropándola una ola de nervios que entumeció sus extremidades.
El ambiente dentro del comedor de repente se llenó de una sofocante tensión, el aviso llegó a oídos de todos presentes quienes fijaron su mirada en ella de inmediato. Kristel volvió su rostro hacia Armin buscando una explicación de lo que estaba sucediendo, y en efecto aquellos ojos azules parecían disculparse con ella. También se topó con Jean, quien estaba sentado frente al rubio, giró su rostro observándola desde el rabillo del ojo con recelo y enojo.
La peliblanca sentía que el aire apenas llegaba a sus pulmones, aun así, se esforzó por mantener el semblante calmado y seguir al soldado que la guiaría hasta donde se encontraba el comandante.
Kristel no era tonta, sospechaba el motivo por el cual estaría en presencia de Erwin Smith. Varios compañeros habían contemplado la anomalía de la chica frente a los titanes en el bosque de los árboles gigantes, y debido a la situación tan delicada con el titán hembra y los posibles infiltrados dentro de la legión cumplía con los requisitos para ser una perfecta sospechosa.
Maldijo por dentro.
Apenas tenía unos pocos días en la Legión y ya estaba en problemas.
A medida que se alejaban del comedor y se adentraban en el oscuro pasillo del castillo sentía como su ritmo cardíaco aumentaba. Kristel avanzaba manteniendo la vista en las botas del soldado que caminaba a unos cinco pasos delante de ella. La pobre luz de las antorchas iluminaba sus cuerpos brindándole una sensación claustrofóbica recordando que en cualquier momento se enfrentaría a la imponente presencia del comandante.
El soldado se detuvo de repente haciendo que por poco chocara contra su espalda.
Levantó la vista con temor enfrentándose nuevamente a la recelosa mirada del hombre, quien tras darle una larga mirada tocó la puerta.
—Señor, la chica está aquí —informó el hombre abriendo la puerta.
—Hazla pasar —la firme voz de Smith hizo que titubeara al entrar.
El ambiente en esa habitación resultó ser más intenso que en el comedor, Kristel se sintió completamente empequeñecida porque en ese lugar no sólo estaba el comandante Smith, también se encontraba a un lado el capitán Levi Ackerman quien mantenía una mirada recelosa y amenazante, por otro Mike Zacharius quien a diferencia del anterior conservaba una expresión más estoica, aparte del soldado que la escoltó hacia allí quien se mantuvo detrás de ella como si le bloqueara la puerta en caso de que intentara escapar.
—Puede tomar asiento señorita Lombard —le indicó el rubio con total calma en su tono de voz, incluso hasta le pareció sonar algo amigable. No era lo que Kristel esperaba en un principio, pero aquello le generó más incertidumbre pues no entendía qué pretendía él con ello.
Le costaba bastante respirar como para intentar articular alguna palabra, así que sólo se limitó a mantener la mirada en el suelo y obedecer.
—¿También quieres ofrecerle una taza de té? —habló esta vez el capitán Ackerman. La joven sintió una ola de frialdad calar en sus huesos debido al tono de voz tan sombrío que empleó—. Debes agradecer a Erwin que aún no te hayamos puesto bajo arresto. No intentes nada raro o yo mismo me encargo de ti, mocosa.
Kristel se encogió en la silla, podía asegurar que el capitán Levi era alguien sumamente aterrador. Si las miradas mataran, hace rato hubiese muerto.
—Confío que podremos conversar tranquilamente con la señorita Kristel sin tener que recurrir a prácticas poco ortodoxas —intervino Erwin deshaciendo parte de la tensión que el Ackerman aportó al ambiente—. Me imagino que fue un día bastante duro para usted ¿No es cierto?
—Sí… —contestó Kristel en un murmuro apenas audible.
—Creo que tiene bastante claro por qué está aquí ¿Verdad? —el tono del comandante se volvió más serio, Kristel le dio una mirada fugaz al rostro para volver a sus pálidas manos que sujetaban con fuerza la tela de su falda—. Según algunos compañeros suyos aseguraron presenciar cosas extrañas en usted durante la expedición. Empezando por mencionar que vino por la misma dirección de donde se avistó al titán hembra que exterminó al flanco derecho y casualmente usted fue la única sobreviviente, uno de sus compañeros la encontró frente a un titán muerto bajo extrañas circunstancias. No me malentienda, pero de acuerdo a su expediente usted es una de las soldados con las peores calificaciones de su generación, sería imposible que con sus actuales habilidades derribara a un titán de quince metros usted sola ¿Me equivoco?
Kristel comprendía que todo lo que decía eran razones válidas de sospecha, ya era bastante extraño que sobreviviera al ataque, y que saliera de puro milagro de la mano de un titán. No obstante, esa era una excelente pregunta incluso para ella misma quien no podía explicar con certeza lo que ocurrió en ese momento.
—No sé si me creerán si les digo que no sé realmente lo que pasó…—respondió Kristel buscando con la mirada el punto más lejano posible de esos tres soldados que la sofocaban con sus presencias, especialmente el capitán Levi—. Recuerdo la repentina llegada del titán hembra, ella atrajo consigo una horda de titanes rápidos que nos alcanzó a todos. Recuerdo que uno de mis superiores me encargó dar el mensaje pues fui la única a la que ningún titán hizo caso hasta que un excéntrico empezó a perseguirme, luego me tomó del caballo y estuve a punto de ser devorada, pero por alguna razón eso no ocurrió… Lo que sea que ocurrió, dudo que fuera yo quien lo matara.
Los hombres abrieron los ojos anonadados por semejante confesión, pero Levi fue el único quien parecía insatisfecho con su respuesta, él intensificó su severa mirada sobre ella frunciendo el ceño. Le estaba enojando su actitud, parecía un asqueroso ratón intentando esconderse de un gato.
—Oye, mocosa ¿Acaso quieres que te creamos esa historia tan absurda?
—No tengo motivos para mentir, señor —replicó Kristel sorprendiéndose a si misma, se preguntaba de dónde había sacado el valor para hablarle al hombre más fuerte de la humanidad sin titubear. Pero decía la verdad, ella no quería dejarse hundir por esa corriente que estaba yendo en su contra.
Entonces, como si fuera posible la mirada de Levi se hizo aún más aterradora, y Kristel sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Había escuchado que su escuadrón completo fue aniquilado, en caso de estar aliada con el enemigo era comprensible el ensañamiento y la desconfianza que tenía hacia ella.
—¿Qué puedes decir sobre el hecho de que los titanes te ignoraran? —prosiguió Erwin.
—E… es la primera vez que veo suceder algo así —titubeó la joven recordando aquello, le daba miedo pensar qué tenía ella para que eso sucediera. Que los titanes la ignoraran podía parecer un alivio, pero en el mundo ser diferente era una condena, tal como pasaba con el chico titán.
Escuchó a Levi chasquear la lengua.
—¿Sabes cuántas personas cayeron en Trost? ¿O tienes idea de cuántos soltados murieron hoy? Para que esto pase precisamente en una rata patética como tú… —las denigrantes palabras del capitán terminaron de hundir la frágil fuerza que la mantenía recta ante ellos.
Kristel no se dio cuenta del momento cuando empezó a llorar, todo su cuerpo temblaba atemorizado y al mismo tiempo sintiéndose terriblemente culpable por aquellas muertes ¿Por qué de repente le importaba tanto? Ella sólo quería vivir, y en ese momento ser consciente de ese deseo tan egoísta le hizo sentir asco de si misma ¿Acaso merecía siquiera estar viva? Ella no sabía de esto, pero de ser así ¿A cuántos pudo salvar? ¿Acaso pudo marcar alguna diferencia?
—Se los juro… Yo no sé nada. Sí hubiese sabido algo sobre esto me habría esforzado más en el entrenamiento —Levi esquivó la mirada admitiendo en sus adentros que quizás fue un poco duro con ella, pero era necesario aplastar su espíritu si querían una confesión sincera. De hecho, llegados a este punto con Eren y los titanes cambiantes cualquier cosa podía ser posible.
Pero verla a ella sonar tan patética… sentía que iba a enfermar si la seguía escuchando. De toda clase de personas que pudiera sentir repulsión, las que se huían y se victimizaban eran las peores.
Levi entonces miró al comandante aun frunciendo el ceño. Por alguna razón mantenía este una mirada curiosa sobre la joven, y eso lo descolocaba.
«¿Qué pretendes, Erwin?»
—Comprendo que no fuera consciente de ello hasta ahora… —el rubio hizo una pausa para mirar unos papeles sobre el escritorio—. Pero la prueba más acusatoria son los documentos de identidad que suministró a la milicia ¿Por qué los falsificó?
Kristel abrió los ojos como platos ¿Cómo lo iba a explicar sin parecer ya demasiado sospechosa?
—Y… Yo… Es largo y complicado…
—Tenemos toda la noche por delante, señorita Kristel. Al menos si no se considera enemiga de la humanidad díganos el motivo por el cuál falsificó sus documentos ¿Está consciente que esto es un delito serio?
A Kristel se le hizo un nudo en la garganta, temía implicar a las personas que estuvieron de por medio, después de todo la habían ayudado mucho y no quería causarles problemas.
—Yo… yo… ¡Lo hice porque quiero sobrevivir! —entre lágrimas, sorprendió a los tres adultos frente a ella.
Un sofocante silencio imperó en la habitación, pareció un lapso eterno para Kristel quien se negaba a establecer contacto visual con cualquiera de los tres, siquiera deseaba imaginar qué pensaban de ella. Se sentía tan humillada al ser descubierta y verse tan… patética.
—Señorita Kristel… ¿Podría levantar la mirada? —ella se sorprendió a la repentina solicitud del comandante, su tono de voz a diferencia del capitán Levi seguía siendo reconfortante, pero firme.
Kristel durante todo ese tiempo estaba encorvada manteniendo los ojos en sus manos. Lentamente fue levantando su rostro lleno de lágrimas hasta chocar los ojos de Erwin, tan intensos como la llama de las antorchas que alumbraban toda la habitación.
Cuando su espalada chocó contra el respaldo, Erwin se levantó de su asiento examinándole hasta el alma mientras caminaba hacia ella. Kristel quedó como piedra preguntándose qué rayos iba hacer el comandante, incluso olvidó como respirar cuando el hombre se detuvo justo frente a ella. De repente se sobresaltó al sentir su enorme mano sobre la cabeza deslizando la pañoleta que mantenía oculto su cabello… al final cayó de cuenta al sentir el peso del mismo deslizándose sobre sus hombros.
El acto la dejó perpleja, aún más la cariñosa mirada de Erwin. La joven sintió un escalofrío cuando sintió la mano del hombre peinar suavemente las hebras que caían sobre su mejilla raspada.
—¿Qué…? —las primeras palabras murieron en la boca de Kristel, apenas podía articular algún sonido ¿Qué significaban las repentinas acciones del comandante? Sus mejillas adquirieron un vivo color carmín, pero gracias a la poca iluminación apenas era visible salvando su poca integridad.
Aun así, el ambiente se tornó más incómodo que en un principio al ser consciente de que no estaban solos en esa habitación, sus soldados registraban cada movimiento que hacía Erwin ante la chica.
—¿Eres su hija? —la pregunta la volvió a la realidad. La mano del rubio volvió tras su espalda, pero aun mantenía la suave mirada hacia ella—. Tu madre, Kristen Weber…
Kristel abrió los ojos como platos.
—¿Usted… conoció a mi madre?
—Eres idéntica a ella, incluso tienes la misma mirada temerosa cuando la conocí por primera vez.
Kristel apretó más la tela de la falda con sus puños.
—Ella murió hace tres años… vi como una enfermedad se la tragaba lentamente delante de mis ojos.
—Ya veo… —el rostro de Erwin llamó la atención cuando dijo eso, eran como los ojos de un amante entristecido.
—Usted… amaba a mi madre ¿No es cierto?
Erwin no tuvo necesidad de responder, lo afirmó al esbozar una triste sonrisa en sus labios.
Su amada madre… ¿Cuándo fue la última vez que pensó en ella? Huía incluso de sus recuerdos porque le dolía. Pero esta vez no aguantó más, Kristen la había alcanzado, y fue ahí donde la coraza que construyó por años se derrumbó delante de Erwin Smith. Un llanto amargo nació desde el fondo de su garganta, lloró a su madre como no hacía en mucho tiempo ante los pies de aquel hombre quien simplemente la dejó sacar el peso del dolor acumulado que llevaba reprimiendo por años.
—¡Lo hice por ella! ¡Ella me hizo prometerle que me uniría a la Legión, dijo que aquí iba a estar segura! ¡Que no dejara que me encontrasen! —exclamó la joven aun entre lágrimas—. Estoy harta… ni siquiera se de quién estoy huyendo… ni siquiera sé a quién debo tenerle miedo…
Las lágrimas de Kristel se derramaban como las fuertes precipitaciones de una salvaje tormenta. Ella no sufría sólo por la ausencia de su madre, también lo que le causaba vivir constantemente entre el miedo y la paranoia… estaba tan cansada que simplemente quería cerrar los ojos y no volver a despertar. A veces se cuestionaba si realmente esa era la vida que Kristen quería para ella.
¿Por qué tenía que ser así? Ella no entendía nada y tampoco se dignó a explicárselo. Las emociones dentro de Kristel se mezclaban violentamente como las fuerzas contradictorias que formaba un huracán, de la profunda tristeza llegaban también la indignación, y la frustración de no poder hacer nada debido a sus propias limitaciones.
Erwin podía ver todo eso en la peliblanca, su corazón se llenó de compasión al ver la hija de una mujer tan especial para él hundiéndose de esa forma justo frente a sus ojos. Tenía que hacer algo…
—De lo poco que conocí a tu madre puedo decir que era una mujer que vivía atormentada por sus propios secretos, y probablemente le preocupara lo que enfrenarías tú cuando ella no estuviera ahí para ti. Por eso Kristen te pidió que te unieras a la Legión, porque así podrás adquirir lo que te hace falta cuando llegue el momento de enfrentarte a esos secretos… —el comandante se había desplazado hacia la ventana detrás de su escritorio contemplando con tranquilidad la negrura que arropaba esa noche sin luna—. Realmente no sé si esos eran sus pensamientos hacia ti, pero ¿No es mejor ver las cosas de esa manera? Lo cierto es que no puedes ocultarte para siempre. Debes seguir adelante y prepararte.
Kristel escuchaba las palabras del comandante con suma atención, sentía como si de alguna manera le hubiera quitado una venda de los ojos. Tampoco estaba segura si lo que decía Erwin hubiesen sido sentimientos de su progenitora, lamentablemente no la conocía lo suficiente a pesar que estuvo con ella durante sus primeros años de vida, Kristen Weber partió del mundo siendo un gran misterio. Pero estaba segura que su madre deseaba protegerla a toda costa y aún necesitaba seguir confiando en su buena voluntad para continuar.
Eso era lo único que le quedaba, aunque muriera en el intento.
¿Acaso existía una muerte peor que ser devorado por titanes? Tal vez ya conocía la respuesta… Lo peor era ser devorado vivo por el miedo sin siquiera haberse enfrentado a la amenaza, de la misma forma en que su madre murió, y ella no deseaba terminar de la misma manera.
—¿Qué piensas hacer Gerda Weber?
La joven se sobresaltó al escuchar ese nombre tras mucho tiempo… entendía lo que pedía Erwin, si quería seguir adelante debía hacerlo siendo ella misma, y no aquel caparazón que había creado para protegerse.
—Seguiré adelante, señor —aunque su voz sonaba rota por el llanto había determinación.
—Me alegra escuchar eso —respondió él girando sobre sus talones para encontrarse nuevamente con la mirada cristalina de la joven, ahora podía ver algo más allá que miedo y desesperanza—. A partir de este momento serás asignada al escuadrón de operaciones especiales a cargo del capitán Ackerman, él vigilará tu progreso.
La peliblanca inmediatamente prestó atención al pelinegro, se notaba a leguas que no estaba muy contento con la decisión que había tomado su comandante.
—Pero no puedo pasar por alto el crimen que cometiste —ese repentino anuncio hizo que diera un pequeño salto en la silla, temió por lo que estuviera pensando el comandante.
—Cumplirás con 140 horas de algún castigo impuesto por el capitán Ackerman, y dormirás a partir de esta noche en las prisiones del sótano ¿Alguna objeción?
—N… no señor, me responsabilizo de mis acciones.
—Bien, entonces llévala James.
El soldado que se encontraba detrás de la puerta asintió obedientemente mientras realizó el saludo militar aceptando las órdenes de su comandante. Sin más, la joven salió sintiendo una mezcla abrumadora de diferentes emociones, pero al final, no se sentía tan mal… una parte de ella se sentía liberada.
Mientras tanto dentro de la oficina del comandante se internó un silencio el cual en parte se hizo tenso por la mirada que sostenía el Ackerman sobre Erwin. Aparentemente su escuadrón se estaba convirtiendo en una guardería, y eso no le gustaba para nada. Por lo menos Eren sabía defenderse, tenía fuerza y buenas aptitudes para ser un buen soldado, pero ella…
—Una historia de amor y un par de lágrimas fueron suficientes para dejarla ir sin más —soltó finalmente.
—¿Qué opinas Mike? —preguntó Erwin para contestarle al capitán.
—No olía como si estuviera mintiendo.
Ante la respuesta, el pelinegro chasqueó la lengua. Erwin confiaba por completo en el olfato de Mike así que la decisión era irrevocable.
—Ella no califica para estar dentro de mi escuadrón, tú mismo lo dijiste, es la peor soldado de su generación. La mocosa simplemente tuvo suerte de no morir hoy.
—Pero no es una soldado ordinaria —rebatió Erwin—. Si lo piensas bien, con el hecho de que los titanes la ignoren ella puede convertirse en el mejor as que tenga la humanidad aparte de Eren Jaeger.
Levi entrecerró los ojos mirando a Erwin con cierto recelo.
—Tú eres el único a quien puedo encomendarle esto.
—En ese caso simplemente confiaré en ti. Pero la mantendré vigilada, yo no confío en ella.
Sin embargo, Levi sentía que había un motivo más por el que Erwin había tomado esa decisión. Él habló de secretos, y cuando estos concernían a la humanidad el hambre que tenía ese hombre en develarlos era voraz.
—Erwin ¿Quién es realmente esa niña?
Erwin sonrió, finalmente había hecho la pregunta importante en todo esto.
—Te mentiría si te dijera que lo sé… —hubo una pausa prolongada pensando cómo explicarle al capitán—. ¿Has escuchado sobre el clan de las Nornas*?
Hace mucho tiempo, en un tiempo antes de la concepción del hombre, se decía que el pasado, el presente y el futuro era custodiado por tres divinidades misteriosas, una de ellas se llamada Skuld, quien era la encargada de resguardar el futuro de dioses, reyes y hombres.
Cierto día la diosa Skuld se enamoró de un mortal, un hombre joven y hermoso de piel y cabellos blancos que andaba como errante en las tierras sagradas de las divinidades en busca de la verdad. Skuld no podía estar con un mortal, pero el joven hombre contó con su favor y bendijo a sus descendientes con el don de establecer conexiones ellas comunicando la voluntad de los dioses a los seres humanos. De ahí nació el clan de las Nornas, era una raza dominada en su mayoría por mujeres quienes nacían con esos dones especiales. Para muchos eran brujas hijas del mismo demonio, para otros eran hermosas hadas de hermoso cabello y piel blanca como la nieve… Sea lo que fuesen, hombres, reyes, y aventureros acudían a ellas para conocer respuestas sobre sus propios futuros y el presagio de los dioses.
Cierto día un rey cruel se encaprichó de una de ellas, le prometió a cambio de ser su esposa riquezas descomunales, pero ella se negó. Como resultado, el clan terminó sufriendo las consecuencias pues ante la negativa de la mujer, el rey inmediatamente mandó a atacarlas. Pero ese rey cometió un grave error, la ira de Skuld cayó sobre él por meterse con sus hijas, y la misma mujer de la que se encaprichó le anunció una sentencia advirtiéndole que su reino caería en desgracia.
El despiadado rey tomó la decisión de exterminar el Clan porque pensó que si las eliminaba no tendrían que cumplirse esas palabras en el poderoso imperio que estaba creciendo por su propia mano. Se cuenta que en una sola noche las cazó, y tanto ancianas como niñas fueron quemadas en el fuego… peinó todo el reino en búsqueda de algún miembro sobreviviente del clan de las Nornas, y jamás se cansó de perseguirlas hasta el final de sus días.
—Esa historia es muy triste mamá —le dijo la joven Gerda a su madre, en ese momento la joven disfrutaba de la sensación reconfortante que brindaban los finos dedos de su madre peinando su cabello.
—Mi madre solía contarme esta historia cuando me peinaba —le respondió la mujer mostrando una sonrisa melancólica.
—Tú haces lo mismo, me cuentas esa historia desde… siempre.
A Gerda en especial ese cuento porque hablaba de aquellas hadas capaces de hablar con los dioses. Cuando era más pequeña su madre solía decirle que ellas eran especiales como ella, de seguro para que no sintiera su clara diferencia entre ella y los demás niños. Ella nunca se sintió de menos por su peculiar apariencia, no hasta que le llamaban rata blanca… ¡Cuánto odiaba ese sobrenombre!
—Listo —Kristen terminó en colocarle a ella una pañoleta en la cabeza similar a la de ella.
Gerda frunció los labios.
Desde que se trasladaron a Trost su madre insistía en cubrirle la cabeza. Gerda, quien era una joven con un espíritu libre y revoltoso le disgustaba la idea, mucho menos entendía el por qué, pero finalmente accedió a hacerlo porque notó como aumentaba la paranoia de su madre en aquella ciudad y también cómo su salud se iba deteriorando cada vez más rápido. Lo último que quería era causarle disgusto a su progenitora, sólo eran ellas dos y no quería perderla.
La peliblanca miró hacia la ventana de la pequeña habitación que compartían ambas. Otra vez venían esos niños a sus pensamientos. Había pasado un año desde que se marchó de Shiganshina y también de la caía del muro María. Kristen nunca le explicó el motivo por el cual se fueron de Shiganshina, las cosas iban tan bien, pero en cierto modo agradeció estar lejos de aquel desastre, no podría soportar que algo le hubiese pasado a su madre en manos de aquellos abominables monstruos. Pero había gente allá que le importaba, se consolaba pensando que Armin, Mikasa, Carla, el doctor Jaeger, y sí… el insufrible de Eren, que todos ellos estaban bien; al menos era lo deseaba desde el fondo del alma.
Los extrañaba demasiado.
—Buenos días mis hermosas criaturas —la puerta de la habitación se abre de repente dejando ver a una bella mujer de piel trigueña brindándoles una radiante sonrisa—. Espero que estés lista Gerda, los niños de la señora Schneider no se cuidan solos.
Gerda asintió con entusiasmo.
—Nos vemos mamá —se despidió la peliblanca besando la frente de su mamá y salió con urgencia porque sabía que se le estaba haciendo tarde.
—Cómo crecen… —comentó la mujer de piel trigueña recargándose en el marco de la puerta—. Gerda es casi toda una mujer, pero se sigue comportando como una niña de cinco años…
Kristen rió.
—Tienes razón, pero me gusta que todavía sea así —comentó con cierto deje de tristeza en la voz—. Que aun disfrute mientras pueda de la inocencia… antes de que se dé cuenta de lo cruel que es el mundo.
—La proteges demasiado —prosiguió la mujer.
—Es lo único que me queda —Kristen se encogió de hombros—. Y tampoco es que me quede mucho tiempo…
La mujer hizo una mueca de tristeza.
—¿Estás segura que puedes trabajar hoy?
—Sí —la mujer peliblanca se levantó de la cama mostrando una débil sonrisa—. Has sido muy buenas con nosotras, Catleya. No puedo seguir abusando de tu hospitalidad.
—Qué tonterías dices… Pero insistes si tanto, no puedo obligarte a quedarte en cama —Catleya se volvió hacia la salida del cuarto seguida por Kristen—. Además, te aseguro que habrá muchos clientes emocionados por ver tu linda cara.
Kristen soltó una suave carcajada.
Ella y su hija se hospedaban en la pequeña pieza de un bar muy popular en el distrito Trost cuya propietaria era una vieja amiga suya, se llamaba Catleya Lombard. Kristen obtuvo su primer trabajo en ese bar cuando era un poco más mayor que Gerda. Era un lugar muy concurrido por campesinos, militares, y a veces solían verse personas de dudosa reputación.
Ahí fue que Kristen conoció a su esposo, un campesino que venía por algunos asuntos al distrito, y en cuanto la conoció se dedicó a ir al bar los días restantes que le quedaron en Trost simplemente para verla. En menos de un año se enamoraron y contrajeron matrimonio, no mucho tiempo después tuvieron a Gerda. Pasaron unos años felices viviendo tranquilamente en el campo, en ese entonces Kristen se sentía bien, no sentía el peligro constante asechando su espalda hasta que finalmente su marido falleció por una enfermedad.
Kristen disfrutó mucho su tiempo en Shiganshina, pero se dio cuenta que en ese lugar no podían estar seguras por mucho tiempo, le dolió mucho por las amistades que dejó atrás, y aún más por Gerda a quien siempre le costó hacer amigos.
La vida en Trost también era dura, y ambas sólo estaban centradas en sobrevivir. Catleya le consiguió un trabajo a Gerda apropiado para su edad cuidando a cinco niños de una atareada ama de casa, allí su hija tenía asegurada al menos la comida de ese día y unas cuantas monedas. Entre tanto, lo que ganaba en el bar lo podía gastar en algunas medicinas.
Justo cuando llegó a Trost, Kristen sintió como su salud se agravó mucho más, no creía que bajo esas circunstancias ella pudiera tener una larga vida viendo a su adorable hija crecer hasta la adultez. Aunque no lo demostrara, ese temor la engullía por las noches. No obstante, debía esforzarse por seguir adelante.
Todos los días mostraba la mejor de sus sonrisas a todos los clientes cuando llevaba sus bebidas a las mesas, algunos eran groseros y otros caían rendidos ante sus agraciadas facciones, quien a pesar de estar algo demacrada por la enfermedad era innegable el encanto que desprendía con su sonrisa. Las jornadas eran largas, a veces Kristen seguía sirviendo hasta altas horas de la noche y Gerda dormía plácidamente en la cama.
Durante ese tiempo atendiendo el bar Kristen se entretuvo descifrando la personalidad de cada uno de los clientes. Por ejemplo, el señor Reynolds cuando se embriagaba maldecía a todo el mundo, pero también se ponía muy hablador; el señor Royce era un comerciante que siempre llevaba a su séquito con él y eran quiénes aportaban el mayor bullicio al bar soltando chistes absurdos de los que hasta ella se reía, lo gracioso con el señor Royce era que a la cuarta copa de vino terminaba roncando en la mesa mientras sus invitados seguían consumiendo; por otro lado estaba Hannes que cuando estaba borracho era una máquina imparable de piropos; y por último, estaba un cliente a los que Catleya llamaba "adquisiciones interesantes", según ella se trataba de un alto militar que iba de vez en cuando y se sentaba en la mesa más apartada del bar.
La presencia de ese hombre la inquietaba, pero según Catleya no tenía por qué preocuparse, él no estaba relacionado con la Policía Militar. A los ojos de Kristen la imponente presencia de ese hombre desencajaba con el libertinaje del bar, su profunda mirada a veces parecía estar distante del mundo que lo rodeaba, y en cierto modo llegó a maravillarla.
—Es guapo ¿No es cierto? —suspiró Catleya junto a su amiga peliblanca a la cual tomó por sorpresa, la había sorprendido observando a aquel hombre—. No es un cliente asiduo, pero cuando viene dura largas horas hasta la madrugada. El pobre parece un alma en pena.
—Dijiste que era un oficial de alto mando.
—Escuché que es parte de la Legión de Reconocimiento. Lástima que algún día esa cara bonita tendrá que ser devorada por titanes.
A Kristel se le apretujó el estómago.
—¿Él… se enfrenta a esos monstruos?
—Sí, creo que eso le aporta esa rudeza tan… suculenta.
Ahora fue el momento de reír, su amiga Catleya era todo un caso con los hombres que llamaban su atención. Tenía entendido que no tenía mucho interés en casarse porque no concebía la idea de ser fiel a un hombre para toda la vida.
—Le voy hacer un favor a ese bombón, toma… —Catleya puso sobre la bandeja de madera la mejor botella vino del bar—. Dile que es cortesía de la casa.
Kristen la miró perpleja, quizás ese hombre causó una impresión muy fuerte en ella como para regalarle uno de los mejores vinos de la casa. Sin mucho más la joven mujer se dirigió algo dudosa hacia el hombre que estaba solitario en la mesa quien miraba absorto el cielo estrellado a través de la ventana que quedaba frente a su mesa.
Aprovechando que estaba distraído se tomó la libertad de examinarlo, como dijo Catleya sus facciones eran duras pero elegantes, lo que más destacaba en su armonioso rostro eran esos penetrantes ojos azules que parecían ver más allá de lo que cualquier mortal pudiese contemplar, sin dudas que desprendía un aura sumamente atrayente.
Kristen se sorprendió examinándolo con tanta minuciosidad, ni a su marido cuando estaba vivo le había dedicado un análisis tan profundo en su apariencia.
—Buenas noches —le dijo finalmente llamando la atención de soldado, sintió incluso sus mejillas sonrojarse cuando él se volvió para verla—. Le traigo esto por cortesía de la casa.
El hombre en principio no dijo nada, parecía estar examinando atentamente sus facciones. Kristen encogió un poco los hombros algo intimidada, no sabía que hacer o qué decir ante se repentino silencio. Pero se relajó nuevamente cuando lo vio sonreír con bondad.
—Se lo agradezco —respondió él ahora examinando la botella de vino.
Aquel fue el único intercambio que tuvieron esa noche, pero cuando él regresaba ella siempre le atendía e intercambiaban unas breves palabras. Kristen se sentía atraída hacia ese hombre que la miraban con tanta bondad, le costaba imaginar que fuera un oficial de alto mando. Y al parecer, ella causó un efecto agradable en él puesto que, según Catleya, de vez en cuando solía buscarla con la mirada, y eso Kristen lo podía corroborar pues había momentos en la noche donde sus miradas se encontraban y se dedicaban sonrisas amables.
Hubo una noche en que finalmente supo la identidad de ese hombre misterioso.
—Mi nombre es Erwin Smith —dijo cuando ella le colocó una cerveza.
Ella lo miró sorprendida.
—Y… yo soy Kristen Weber.
—Dígame una cosa Kristen… ¿Ha pensado alguna vez en cuál será la verdad de este mundo?
—Así que eso es en lo que piensa cuando viene… —Kristen colocó sus dedos al nivel de los labios adoptando una pose pensativa—. Lo dice por su trabajo ¿Verdad?
Erwin la miró inquisitivo.
—Usted es parte de la Legión, me imagino que se refiere a los titanes —la mujer suspiró pensando en aquellos monstruos—. Nunca he pensado en ello si le soy sincera, a diferencia de usted nunca he salido de estos muros por lo tanto mi entendimiento es limitado…
—No creo que eso sea lo que usted piense realmente.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Sus ojos… parecen de una persona que sabe muchas cosas para su propio bien—Kristen se sorprendió con el comentario—. Lo siento, creo que estoy algo borracho.
La mujer soltó una pequeña risa, en efecto las mejillas de Erwin parecían algo rosadas producto del alcohol.
—Usted parece un hombre muy dedicado, la verdad no encaja en un lugar como este.
—¿En serio? —respondió Erwin mostrando una leve sonrisa—. Tal vez tenga razón, este tipo de lugar no va conmigo… Pero supongo que a veces es bueno desprenderse de uno mismo de vez en cuando.
—Entonces esta noche usted sólo es el melancólico Erwin Smith.
—Sólo esta noche —aseguró el hombre soltando una pequeña carcajada—. ¿Y usted? ¿También tiene esos días donde quiere despojarse de sí misma?
—Muchas veces… —Kristen respondió de inmediato, Erwin pudo observar aflicción en el dulce rostro ella—. Sin embargo, hay cosas de las que simplemente no puedes escapar.
Erwin concordó con eso.
Las responsabilidades y el peso de algunas decisiones mantenían a la gente aprisionada. Erwin jamás se arrepintió de las decisiones que ha tomado desde que se hizo comandante, todo lo hacía impulsado por un bien mayor en honor a las alas de la libertad que portaba tras su espalda; pero Erwin también era humano, también se cansaba, y llegaban las noches después de un largo día en la legión donde lo único que quería era desprenderse de sí mismo… al menos un poco.
Kristen entendía eso perfectamente y en ella encontró consuelo en esas noches donde simplemente hablaban de cualquier cosa. Al poco tiempo un bello sentimiento floreció entre los dos, pero al que lamentablemente ninguno de los dos podía darle cabida. Por un lado, Erwin sabía que por estar en la Legión podía morir en cualquier momento y no soportaría dejar a Kristen sola; y Kristen tenía una vida demasiado complicada. Ambos sabían de esto, y parecía como si hubiesen hecho un pacto silente estableciendo un mutuo acuerdo.
Hubo un día en que Erwin fue al bar, y le informó a Kristen que no sabía cuándo iba a volver, dentro de unos días tendría una expedición, simplemente pasó esa noche para despedirse. Kristen entendía que las expediciones estaban llenas de incertidumbres, por tanto esa podría ser la última vez que vería a Erwin.
Antes de marcharse Kristen insistió en acompañarlo a su caballo, y así emprendieron corta caminata en silencio junto a la compañía de una hermosa luna que, desde la perspectiva de Erwin, la luz de la noche resaltaba los bellos atributos de la mujer.
—Entonces esto es un adiós —dijo el comandante, sacando a una Kristen de sus pensamientos.
—Eso parece…
Los dos se quedaron mirando por un largo rato, Erwin de alguna forma buscaba memorizar las facciones de Kristen. A pesar de lucir cansada y débil, había algo en ella que le transmitía mucha paz, y eso le gustaba. Pero había algo que lo inquietaba en cuanto a ella, y era esa vieja pañoleta que no dejaba ver siquiera las raíces de su pelo.
—¿Puedo ver tu cabello?
Kristen abrió los ojos desmesuradamente a la petición tan repentina que le había hecho. Pero se sorprendió aún más que, en lugar de molestarse, le pareció gracioso. Y mientras lo consideraba en silencio, más parecía agradarle la idea.
—Lo siento si fui atrevido en preguntarte eso…
Pero Kristen dejó a Erwin con las palabras en la boca cuando vio como deshacía la pañoleta dejando relucir un hermoso cabello blanco que descendía hasta sus caderas, parecía una cascada resplandeciendo ante la luz de luna. Para él fue inevitable pensar en un cuento que leyó cuando era un niño donde hablaba de hermosas hadas de cabello blanco.
Kristen rió por lo bajo al ver la cara embobada que ponía Erwin.
—La última persona que vio mi cabello fue mi esposo…
Erwin tragó ante semejante aseveración.
El sentimiento que le despertaba Kristen en ese momento era realmente abrumador, no podía describir con palabras la sensación que lo dejaba hechizado y al mismo tiempo aceleraba los latidos de su corazón; era una sensación tan hermosa que de alguna forma lo hizo sentir genuinamente humano.
Instintivamente llevó su mano a la mejilla de la mujer y rozó su cabello cuya textura se asemejaba a la seda entre sus dedos. Luego, acunó el pálido rostro que en comparación con su mano parecía estar sosteniendo el frágil rostro de una muñeca.
A Kristen le pareció reconfortante sentir aquellos sentimientos nuevamente después de tanto tiempo, no recordaba lo bien que se sentía ser tocada por la mano de la persona que te gustaba. Erwin dibujaba suaves líneas con su pulgar, ella cerró los ojos acurrucando su cara en la mano de Smith. Luego, Kristen llevó la suya arropando la de él con sus finos dedos y la acarició correspondiendo al cariñoso gesto.
Kristen mostró una sonrisa pura e inocente, así como el sentimiento etéreo que compartían. Eventualmente la mujer encerró la mano del rubio entre las suyas, indicando que lastimosamente llegaba el momento de despedirse definitivamente.
—Sobrevive… —esas suaves palabras lo insuflaron de vida y avivaron su ferviente deseo de abrir paso hacia la libertad. Él miró las delicadas manos de la mujer encerrando las suyas con cariño, pensaba que eso era lo único que podía tener de ella, y dadas la circunstancias era más que suficiente.
Tristemente el mundo era cruel, se decía que si las cosas hubiesen sido diferentes no hubiera pensado dos veces en pedirle matrimonio. Pero en lugar de verlo como un motivo para lamentarse, Kristen se sumaba a una de sus muchas razones de seguir luchando a favor de la humanidad. Y eso nunca lo iba a olvidar.
Después de la partida de Erwin, no hubo día en que la peliblanca no pensara en él. Contemplar desde lejos los sentimientos que le evocaba Erwin la llenaba de satisfacción, y esperaba con ansias volver a servirle de nuevo. Pero con lo que no contaba es que su salud le iba a ganar la batalla más pronto de lo esperado, y esa noche donde él contempló sus largos cabellos blancos sería la última imagen que se llevaría de Kristen.
En cuestión de un mes y medio Kristen terminó postrada en cama siendo devorada rápidamente por su enfermedad. Había perdido todo rastro de lozanía, estaba casi al hueso. Primero había perdido la fuerza para permanecer en pie, luego perdió las fuerzas para moverse y al cabo de unos días también dejó de hablar. Había pasado un tiempo desde que Erwin volvió de la expedición y volvió al bar para encontrarse con ella, pero le pidió a Catleya que le dijera que se había ido, no quería que Erwin la viera en un estado tan deplorable. Tenía suficiente con ver a su pequeña niña todos los días con lágrimas en los ojos viendo como la muerte se aproximaba a paso seguro hacia su madre.
—Perdóname… —fue lo último que dijo Kristen mientras Gerda sostenía sus manos con fuerza implorando al cielo que no se la llevaran.
Las lágrimas caían sin control sobre el joven rostro de la niña quien se negaba dejarla ir. Entre las manos de ambas se enredaba un collar viejo que solía llevar Kristen consigo que tenía un antiguo emblema familiar, se lo había regalado su abuela antes de fallecer, y ahora Kristen cumplía fielmente con esa tradición llena de sufrimiento. Gerda conocía que las mujeres de su familia siempre morían a edades jóvenes, ese hecho la llenó de amargura.
Pero lo más doloroso llegó después, a petición de Kristen le encomendó a Catleya quemar sus restos y echarlos a la basura de modo que no quedara ninguna evidencia de su existencia y así garantizar la supervivencia de Gerda. También, durante el tiempo donde apenas Kristen podía articular algunas palabras hizo que Gerda le prometiera unirse a la legión, y ella pensaba cumplir con esa promesa sin falta, a pesar de que Catleya no estuviera muy de acuerdo ¿Qué madre le pediría a su hija buscar su propia muerte?
Ese año donde Gerda perdió a su madre pasó más rápido de lo esperado hasta que finalmente cumplió la edad para unirse al ejército. La vibrante personalidad de Gerda cambió drásticamente, ahí fue que Catleya se dio cuenta de lo veraces que eran las palabras de Kristen al decir que era mejor dejarla disfrutar de los años de inocencia antes de que se diera cuenta de la crueldad del mundo.
—¿Ahora qué piensas hacer? —Catleya observó a la joven alistándose para salir a inscribirse al ejército.
La joven ahora ayudaba en el bar puesto que la señora Schneider prescindió de sus servicios debido a la crisis que se venía generando desde la llegada de los refugiados del muro María. No obstante, Catleya sabía que ese ambiente no era para ella, tampoco es lo que Kristen hubiese querido para su dulce y bella niña.
—Será definitivo, me uniré a la Legión.
—No te ofendas con lo que te voy a decir Gerda, pero tu madre estaba moribunda cuando te hizo prometerle eso ¿Realmente le harás caso?
—Mamá siempre huía… pero ella quería protegerme. Sé que la Legión es peligrosa, pero confiaré en ella.
Catleya suspiró, aquella decisión era irrevocable.
—Siendo ese el caso, tengo que cumplir lo último que me pidió tu madre —la peliblanca la miró con curiosidad—. Si piensas unirte al ejército no puedes seguir siendo Gerda Weber. Cuando llegues al sitio busca a Garreth Nielsen en las Tropas de Guarnición, dile que vas de mi parte y le entregas esto…
La mujer le extendió un papel cuidadosamente doblado, y Gerda lo recibió de la misma manera procurando no arruinarlo.
—Gracias por todo lo que has hecho por nosotras…
—No tienes por qué darlas, pequeña.
El momento era emotivo, Catleya vería partir a esa niña que conoció desde que tenía meses sin esa sonrisa que tanto la caracterizaba. Sin dudas el mundo era cruel. Por otro lado, Gerda dejaría atrás el único apoyo que le quedaba en el mundo. Catleya quizás no era tan dulce y suave como Kristen, pero su corazón era tan bondadoso como el de ella.
Ambas se abrazaron con afecto. Hacía mucho que Gerda no sentía abrazos tan cálidos, y así se desbordó en lágrimas sobre el pecho de Catleya quien simplemente la consolaba dando suaves palmadas sobre su espada.
—Sé fuerte y sobrevive Gerda.
Nornas*: Las nornas son tres divinidades o semidiosas de la mitología nórdica que controlan el destino tanto de dioses como humanos.
