El infierno de Dante
Sufrir. Era lo que había estado haciendo ese tiempo. Y ni siquiera sabía por qué había sucedido. Por qué la había abandonado...
Eran ricos y poderosos. Tenían la Piedra Filosofal y conocían el secreto de la vida eterna. Eran los amos del mundo. Y se amaban tanto como los primeros años, o eso pensaba ella.
Sólo había un problema: lo que él llamaba corrupción. La primera vez sólo consistió en pequeñas manchas azuladas presentes en zonas como la espalda o las piernas. Eran poco más que una extraña molestia, pero en aquel tiempo eran tan arrogantes que cambiaron de cuerpo sólo para librarse de ellas y tener cuerpos perfectos. Para su sorpresa volvieron a aparecer, más grandes que antes. Preocupados, volvieron a cambiar de cuerpo, y como en el fondo cabía esperar las manchas surgieron de nuevo, aún más grandes. Es más, comenzaban a desprender un olor que inquietaba profundamente a ambos. Olor a podrido. Desde aquello decidieron cambiar de cuerpo lo menos posible.
Pero, ¿qué era aquello comparado con todas las maravillas de las que disponían? Nada, nada en absoluto. Y la había abandonado.
Jamás olvidaría aquel fatídico día. Estoy cansado de todo esto, Dante, le dijo. Hemos sacrificado cientos, miles de vidas por puro egoísmo. Ignoro como te sientes tú, pero yo he tenido remordimientos desde hace mucho. A continuación se remangó el brazo izquierdo para mostrar una mancha de corrupción. Esto, dijo, es el símbolo de nuestros pecados.
Ella se había reído sin alegría, le había dicho que eso eran tonterías, que las vidas de los demás no tenían importancia mientras ellos fueran inmortales. Y él la miró con algo que parecía... repugnancia. Tú nunca lo entenderás. Y la abandonó.
Y así, pasó del cielo al infierno. Su gran amor la había rechazado, y la vida eterna ya no era tal, porque sólo él sabía cómo hacer Piedras Filosofales y le había dejado con sólo una. No sabía que hacer, excepto sufrir.
Y así estaba aquel día, en el sofá, perdida en sus tristes meditaciones. Hasta que oyó que alguien golpeaba la puerta. Era extraño, hacía meses que nadie la visitaba. Abrió y se encontró de frente con un extraño joven de cabello verdoso.
-¿Te conozco?
El joven, con una sonrisa repleta no de alegría sino ira, la agarró por el cuello y cambió su apariencia a una que Dante no había visto en muchos años. Es imposible, se dijo ella... y sin embargo estaba sucediendo.
-¿James...?
-Dime dónde está padre- respondió agarrándola con más fuerza- Ahora.
