Deseos

-¿¿Dónde está? ¡¡No pienso repetir la pregunta ni una sola vez!

Dante notaba como le faltaba el aire, pero se las arregló para articular la respuesta.

-No... lo sé... Me abandonó...

La criatura con la forma de James la soltó al instante. Permaneció unos instantes con expresión de confusión, como si aquello le hubiera pillado totalmente por sorpresa. Después se puso a reír a carcajadas.

-Ese maldito perro... Adora abandonar a sus seres queridos, ¿verdad?- dijo en cuanto se hubo calmado un poco, aún con una sonrisa en la boca.

-¿Eres James...?

La criatura le miró con una mezcla de rabia y diversión.

-Me llaman Envidia.

-¿Envidia...?

Los ojos de Dante se abrieron al recordar lo que significaba aquel nombre. Una leyenda no muy recordada contaba como hacía siglos una loca había invocado encarnaciones de los siete pecados capitales utilizando sacrificios humanos. Al final la Santa Inquisición se las había arreglado para acabar con ellas utilizando a sus mejores alquimistas, pero no sin antes sufrir grandes perdidas tanto humanas como económicas.

-Envidia... –repitió aturdida, sin poder creer lo que estaba sucediendo.

-Pero en otro tiempo me llamaban James, sí... –continuó el ser- Así que es posible que la respuesta sea "sí y no". ¿Sabes por qué busco a padre? Él me creó... pero sólo para abandonarme a mi suerte. Al principio no lo recordaba... pero comenzaron las pesadillas. ¡¡Esas malditas pesadillas!

-¿¿Eres el engendro que dijo que había creado en lugar de resucitar a James?

La reacción no se hizo esperar. Una patada de la criatura la envió contra la pared. El golpe fue tan fuerte y doloroso que casi perdió la consciencia.

-Maldita puta... Tú no eres mejor que él...

-¡Tranquilízate, Envidia!

La voz había surgido de fuera. El ser se dio la vuelta y se encontró cara a cara con un apuesto hombre moreno de vivos y sugerentes ojos violáceos que no aparentaba más de cuarenta años. Sonrió.

-¿Cómo me has encontrado, Lujuria?

-Por favor... No habría sobrevivido tanto tiempo a las iras de la Iglesia si no supiera encontrar con toda facilidad a un mocoso como tú. ¿Qué tal te va, muchacho?

-Cuando pensaba que por fin había encontrado al bastardo al que tanto tiempo he estado buscando resulta que me encuentro perdido de nuevo. No me puedo quejar...- sonrió con ironía- Al menos la zorra que fue mi madre me servirá de desahogo.

-Te aconsejo que no la mates.

-Ah, ¿no? ¿Y por qué no habría de hacerlo?

El hombre endureció su semblante y le hizo un gesto al ser para que se hiciera a un lado. Éste lo hizo a regañadientes, y el hombre entró en la casa y avanzó hacia donde se encontraba Dante tirada en el suelo. Al llegar a su destino le ayudó a incorporarse.

-¿Qué estás haciendo, Lujuria?

El hombre lo ignoró.

-He oído hablar de ti, Dante. Sé que tú y tu amante Honenheim os dedicabais a crear Piedras Filosofales. Sé lo que pasó en la Ciudad Desaparecida.

-¿Qué sois?

-Homúnculos.

-Humanos artificiales...

-Sí. El resultado de transmutaciones humanas fallidas.

-¿Qué quieres de mí?

-La Piedra Filosofal. Quiero convertirme en humano.

El ser temblaba de ira y sorpresa.

-¿¿Qué estás diciendo, Lujuria? ¿¿No me dijiste que nosotros somos superiores?

Hubo un momento de silencio. El hombre se dio la vuelta.

-Contienes mucho odio. Todo producto de los recuerdos. Los que en tu caso se manifiestan en forma de pesadillas. Fíjate en cuánto odio hay en tu interior, Envidia... Imagina qué puedo sentir yo, que he estado sufriendo los recuerdos desde siglos antes de que nacieras.

Nueva pausa. El ser continuaba temblando, como si estuviera intentando a duras penas reprimir sus deseos de matar a todos los presentes.

-He pensado mucho. Y he llegado a la conclusión de que la solución es convertirme en humano. Sólo la Piedra Filosofal puede hacerlo. Y sólo tu antigua madre puede ayudarme.