Transmutación
-¿Está segura de esto, señora?
-Completamente. No temas, verás como todo sale bien.
Dante se disponía a realizar su primera transmutación humana. Con ella pretendía conseguir un peón más. Además, como estudiosa de la alquimia que era, sentía una gran curiosidad por el proceso mismo de creación de un homúnculo. Con ella se hallaban Lujuria y una joven asistenta a la que había contratado hacía pocos meses.
-Pero... ¿por qué desea que esté aquí? No soy alquimista...
-Oh, no hace falta que lo seas. Sólo quiero que ayudes al caballero aquí presente a atender a mi amante cuando éste resucite. Se trata de una transmutación muy compleja y costosa, por lo que después de realizarla me encontraré muy débil y no podré hacerlo yo.
Mentía, aunque no del todo. Era cierto que la persona que iba a tomar como modelo había sido su amante poco antes de conocer a Honenheim, y era cierto que Lujuria iba a encargarse de atender al homúnculo alimentándolo con piedras rojas. Sin embargo, la necesidad de la presencia de su asistenta servía a motivos que no podía confesar.
En el centro de la sala había un enorme círculo de transmutación trazado en el suelo, y en el centro del círculo un montón con todos los materiales que componen a un ser humano y un diente del modelo.
-Apartaos, por favor.
Lujuria y la joven retrocedieron unos pasos. Dante puso ambas manos encima del círculo y se concentró. Comprendía la materia. Ahora sólo debía descomponerla y recomponerla a su antojo. Se concentró en su antiguo amante... Aquel hombre alocado y despreocupado que conocía poco más que las bases de la alquimia. Era tan distinto a Honenheim...
El círculo comenzó a brillar. La transmutación se estaba realizando. Dante notaba como su amante tomaba forma en su mente. Hasta que...
El color de la luz que desprendía el círculo cambió. La aterrorizada doncella y Lujuria vieron como una majestuosa puerta aparecía en medio de la nada. Esta se abrió. Miles de ojos en la oscuridad. Tentáculos de sombra que se extendían hacia Dante...
Era increíble. El mundo contenía muchos más secretos de los que el ser humano suele ser capaz de imaginar. Y en el fondo muchos de ellos estaban al alcance de la mano. Por tanto, la sensación de infinita maravilla se veía acompañada por otra más pequeña de estupidez, que se culpaba por no haber sido capaz de ver antes lo que estaba delante de sus narices. Pero qué importaba. Ahora lo sabía todo. Sabía cómo y por qué se creo el universo. Sabía cómo iba a terminar. Sabía que era una diosa, y al mismo tiempo un miserable insecto que había cometido la osadía de mirar a la Verdad a los ojos.
Y de repente todo había terminado. La puerta se había cerrado y había vuelto al lugar del que había venido. Una repugnante masa color carne, a la que Lujuria ya había comenzado a acercarse, palpitaba donde antes había estado el montón de sustancias. Y ella... Reprimió una carcajada. Le faltaba un trozo de torso. Podía ver sus propios órganos internos.
La asistenta parecía estar haciendo increíbles esfuerzos para no desmayarse ante tal macabro espectáculo.
-Acércate- le susurró Dante mientras cientos de punzadas de dolor le atravesaban por cada sílaba pronunciada- Ayúdame...
Pero estaba demasiado aterrorizada.
-Me muero...
Y sólo con aquellas palabras se atrevió a acercarse. Poco a poco, reprimiendo la nausea.
-Dame la mano...
Lo hizo, reuniendo el valor de Dios sabe dónde. Notó cómo había algo en la mano. Algo con un tacto parecido a una piedra.
Dante no se había equivocado. Honenheim murió tras transmutar su primera Piedra Filosofal debido al debilitamiento crónico que padecía desde hacía años. Y el debilitamiento se debía a...
Unos rayos de luz roja comenzaron a salir de la mano que le cogía la doncella. Y entre punzadas de dolor logró esbozar una sonrisa.
