Codicia

Los odiaba. A todos, empezando por la loca manipuladora. Pretendía hacerles creer que quería hacerles humanos, pero él no se lo podía creer; ese altruismo no tenía sentido, y menos en una persona tan obviamente vil como aquella. Además, ¿quién quería ser humano? Frágiles, estúpidos... Mortales.

Lo que llevaba al que parecía el segundo en la cadena de mando, pero que en realidad no era más que una marioneta en manos de la loca. Recordaba cómo había hablado con él cierto día. Le había preguntado por qué ansiaba tan desesperadamente ser humano. Él respondió que lo entendería cuando hubiera alcanzado su edad. Quiero hacer mucho más que alcanzar tu edad, había dicho entonces. Quiero ser inmortal. A partir de aquello no había dejado de mirarle con suspicacia un sólo día.

Y qué podía decirse de los otros dos. Uno era una maquina de devorar sin apenas cerebro. El otro se parecía a él en que tampoco quería ser humano, pero era un psicópata que más de una vez había llegado a ponerle los pelos de punta.

Los odiaba a todos. Pero de momento quería servirles, fingir la lealtad que no sentía. Y es que él también se sentía interesado por la Piedra Filosofal. Después de todo, se rumoreaba que podía proporcionar poder infinito y vida eterna. Y él era codicioso, muy codicioso.

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Dante entró en el salón. Su cuerpo seguía siendo el de aquella doncella, solo que sin una oreja y tres dedos de la mano izquierda. No había creído necesario cambiar de cuerpo, y la corrupción acechaba, así que el recién nacido Gula se había comido a la pordiosera a la que había secuestrado como precaución.

-¡Nuevas, muchachos!

-¿Has encontrado algo, Dante?- preguntó Lujuria ansioso.

-Sí. He oído hablar de una alquimista muy enamorada de su esposo. Tanto como para desear realizar cierta clase de transmutación con su cadáver.

-Quiero la Piedra, no a más de mis antiguos compañeros.

-Ah, pero es que es inteligente. Por lo visto sabe que sería probable que la transmutación fallase, aunque no conoce los resultados. Así que para resucitarlo buscaría...

-¿La Piedra?

-Exacto.

Envidia sonrió.

-Supongo que tengo que matar a ese esposo, ¿no? Será un placer. Te traeré algún resto, Gula.

-¡Comida!- dijo el aludido relamiéndose.

-La verdad es que no. Quiero que esta vez se encargue Lujuria.

-¿Qué?

-Oh, y Codicia le ayudará.

Éste último, que nunca abría la boca en este tipo de reuniones, se quedó atónito.

-¿¿Te has vuelto loca, Dante?

-Oh, vamos Envidia. ¿Por qué no acompañas a Gula en su cacería nocturna? Así verás satisfechas tus ansias homicidas.

Envidia permaneció un rato callado, intentando controlar su ira.

-Vosotros dos no tenéis nada que objetar, ¿verdad?

-No, Dante.

-No, señora...

-Buenos chicos. Os daré toda la información que necesitéis de la víctima. Oh, Lujuria, ¿puedes acompañarme un momento?

-Por supuesto, Dante.

Ambos salieron del salón.

-No pierdas de vista a Codicia- dijo Dante en voz baja.

-No pensaba hacerlo.

-Tengo serias dudas sobre su lealtad. Ése es el motivo por el que le he metido en la misión. El mismo por el que te he metido a ti. Ambos sabemos de sobra que Envidia no es el más adecuado para este tipo de trabajos.

-Qué me vas a contar.

-Volvamos.

Volvieron al salón.

-Acompáñanos a mi despacho, Codicia. Allí os diré todo lo que debéis saber.

Ya se había recuperado de la sorpresa; ahora sabía que esos dos tramaban algo, y empezaba a imaginar el porqué de la extraña decisión de Dante. Pero estaba muy interesado. Aquello iba a divertirle.