Misión

Codicia fue el primero en hablar.

-¡Una misión juntos! ¿Te lo puedes creer? No sé qué se le habrá pasado a Dante por la cabeza.

-Yo tampoco.

-Además, ¿no bastaría con uno de nosotros para matarlo?

-Eso pensaba yo.

Un rato de silencio.

-No creo que llegue a entenderlo nunca, Lujuria.

Éste se detuvo.

-Codicia, ¿por qué sirves a una causa que dices no entender?

-Oh, vamos. Que no quiera la Piedra Filosofal para convertirme en humano no significa que no la quiera en absoluto.

-¿Y para qué podrías quererla tú?

-Ya te lo dije. Inmortalidad.

Aquella respuesta pilló completamente por sorpresa a Lujuria.

-¿Inmortalidad? ¡Ya somos inmortales!

-Una inmortalidad falsa. Dependemos de las piedras rojas, y yo no quiero depender de nada. Por no hablar de que Dante conserva mi esqueleto... Otra debilidad de la que quisiera deshacerme.

-No estoy seguro de que Dante quiera hacerte inmortal.

-Yo tampoco de que quiera convertirte a ti en humano.

Los dedos-cuchilla se extendieron y apuntaron al pecho de Codicia.

-¡¡Calla!

-Oh, vamos. Si reaccionas así es porque tú tampoco lo estás...

-¡¡¡CALLA!

Se extendieron aún más, lo suficiente como para atravesar de lado a lado el pecho del homúnculo. Éste sonrió.

-Puedes arrebatarme las vidas que quieras, pero eso no quita que tenga razón. Venga, sé buen chico y devuelve tus dedos a su estado normal. Los empalamientos son algo incómodos...

Lujuria permaneció unos segundos como estaba, apretando los dientes de ira. Finalmente hizo caso a Codicia.

Éste se palpó los cinco agujeros del pecho.

-Un humano no habría resistido esto.

Lujuria, aún furioso, hizo amago de salir corriendo, como queriendo alejarse lo más posible de su compañero.

-Espera, ¿a dónde vas? Tenemos que cumplir la misión que nos ha encomendado Dante.

Se detuvo. Codicia sonrió burlonamente.

-Recuerda la recompensa que nos espera...

-Te odio.

-Ya ves, yo a ti no. Sólo me das pena.

Un rato de silencio.

-Qué, ¿seguimos nuestro camino?

Un rato de silencio. Sin decir nada ni volverse para ver si Codicia lo seguía, Lujuria reanudó el camino que estaban siguiendo antes.

Tras un silencioso paseo llegaron finalmente a su destino: una gran mansión blanca que poco parecía tener que envidiar a la morada subterránea de Dante.

Codicia abrió de nuevo la boca.

-Por lo visto los alquimistas que trabajan para el Estado no viven nada mal.

Lujuria, con expresión sombría, asintió levemente con la cabeza.

La puerta de la mansión se abrió. De ella salió un hombre.

-Volveré ahora, cariño- oyeron que decía, poco antes de volver a cerrar la puerta.

-Tal y como dijo Dante, nuestro hombre ha salido a dar uno de sus paseos nocturnos. Y la situación no puede ser mejor, no hay ni un alma más en la calle... Llevemos a cabo el plan que nos sugirió.

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Ronald estaba dando uno de sus acostumbrados paseos cuando vio a un hombre quieto delante suyo. Era extraño, a esas horas no solía haber nadie en la calle.

-Buenas- dijo el hombre cuando llegó a su altura.

-Qué tal... No nos conocemos, ¿verdad?

-Claro que no. Pero puedo presentarme ahora mismo.

La piel del extraño comenzó a convertirse en una extraña sustancia negruzca.

-Qué... ¿qué eres tú?

El ser había terminado el proceso. Ahora parecía un extraño demonio humanoide que le sonreía burlonamente.

-Tu muerte.

Aterrorizado, sacó la daga que siempre llevaba consigo y la lanzó. Para su horror rebotó en el pecho de la criatura. La sonrisa de ésta se hizo más amplia.

-¿Podemos terminar ya?

Corrió como alma que lleva el diablo. Dobló una esquina y se escondió en el primer callejón que vio, confiando en que allí no le encontrase. Hasta que cinco extrañas cosas parecidas a dedos emergieron de la oscuridad y le atravesaron. Ciertamente algo que un humano no podía resistir.