Soberbia

-¡Misión cumplida, Dante!

-Sin incidentes, ¿verdad?

-Por supuesto.

-Y hasta hemos traído una cosita para Gula. ¿Dónde está mi tragón favorito?

Gula se acercó a Lujuria, que le miró con una cálida sonrisa mientras abría la caja con la que había llegado a la ciudad subterránea. Dentro se encontraba la cabeza del esposo del alquimista.

-Es poco más que un aperitivo, pero algo es algo. Además, supongo que Envidia te habrá dado bien de comer.

-No lo dudes- respondió éste. No se había molestado en hacer que desaparecieran las manchas de su ropa. Miró sonriente a Codicia y éste sintió un extraño mareo que sólo duró una fracción de segundo, tal vez producto de su imaginación.

-Pues nada, híncale el dien...

-¡Un momento!

Dante se acercó a Lujuria e inspeccionó durante unos segundos la cabeza. Luego sacó un cuchillo de un bolsillo y arrancó el ojo derecho.

-Dante, ¿vas a...?

-Sí. He estado haciendo planes y creo que me será muy útil.

Gula miró expectante a su señora, como pidiéndole permiso para devorar la cabeza.

-Sólo la carne. Necesitaré el cráneo. ¿Podrás hacerlo?

El homúnculo asintió y se metió la cabeza en la boca. Tras unos momentos la escupió, convertida en hueso mondo y lirondo. Dante realizó una transmutación juntando sus manos para convertir los restos de saliva de Gula en una sustancia inocua.

-Gracias, buen chico. ¿Quieres acompañarme, Lujuria?

Los dos salieron de la habitación en la que se encontraba el resto de homúnculos.

-¿Ha hecho algo Codicia?

Lujuria sintió una punzada de angustia al recordar las dolorosas palabras de su compañero.

-No señora...

-¿Es posible que nuestras sospechas estuvieran infundadas?

-No. De hecho me dijo que lo quería de ti era...

-La inmortalidad.

Codicia había entrado en la sala en la que se encontraban, sonriendo de oreja a oreja.

-¡Codicia! ¡No debes estar aquí!

-Quiero la inmortalidad- dijo el homúnculo sin hacer caso de lo que acababa de decir Dante, acercándose poco a poco a ella- No quiero ser un patético humano. Quiero ser un auténtico inmortal, sin debilidades y que no dependa de las piedras rojas.

Lujuria temblaba de rabia. Dante enarcó una ceja.

-Sí Dante, uno como tú. Pero que no tenga que cambiar de cuerpo ni se pudra al poco tiempo.

Ya estaba al lado de su señora. Alargó la mano y arrancó un trozo de su falda. Detrás se escondía una manchita azulada.

-Tu perfume no podía ocultármelo. Puede funcionar con los patéticos humanos, pero no conmigo.

-¿¿Cómo osas?

Lujuria hizo amago de atacar. Codicia rió.

-Está bien, Dante. Lo has descubierto; no me gustas. Pero te necesito. Sólo tú puedes cumplir mi deseo. Por eso no puedo traicionarte. Así que no tienes por qué ser tan suspicaz. Ni por qué ocultarme nada. ¿Acaso no somos una gran familia?

-Te mataré...

-Quieto, Lujuria.

El homúnculo se detuvo. Codicia sonreía.

-Es verdad, no me traicionarás. Pero no me respetas, y me gusta que mis subordinados me respeten. ¡Envidia!

Éste entró en la sala.

-¿Ocurre algo, Dante?

-Codicia me ha faltado al respeto. Encárgate de él como sólo tú sabes. Confío en que así aprenda.

Envidia sonrió y sacó algo de su bolsillo. El hueso de un dedo humano.

La sonrisa de Codicia se tornó en una mueca de horror y comprensión.

-Será un placer, señora.

Se movió tan rápido que nadie pudo verlo. Pero al poco estaba detrás de Codicia, agarrándolo por la espalda. Éste intentó resistirse, pero una extraña parálisis se lo impedía. Una cuchilla se clavó en su pecho. Una, otra, otra vez. El homúnculo notaba como sus vidas iban desapareciendo una tras otra, pero su agresor continuaba implacable. Mientras tanto, Dante se tapó como pudo la mancha que Codicia había dejado al descubierto.

-Vamos, Lujuria. Necesitamos una mujer.

Y mientras los dos se iban un golpe sordo sonó detrás de ellos, junto a lo que parecía una pequeña risa malévola.