Descanso

-Te tengo que dejar, querida. Si tardo más Dante sospechará.

-¿Dante? No me habías dicho que tenías novia...

-No creo que se le pueda llamar así...

-Pícaro...

La muchachilla rubia, de no más de unos 18 años, se despidió con un beso en la boca del hombre, y éste emprendió el camino de vuelta a casa. Si se le podía llamar así.

Pensaba en su antiguo compañero, que llevaba desaparecido varios días. Les había traicionado, era evidente. No podía olvidar la expresión de su rostro la última vez que lo vio: furia, cansancio y desesperación, todo en uno. Envidia podía ser terrible.

El tema de su reflexión cambió. Ahora pensaba en su propia vida. La terrible soledad que había soportado durante siglos había desaparecido, para ser sustituida por algo no mucho mejor. Odiaba al desaparecido Codicia. Envidia ardía en deseos de matarlo. De Soberbia apenas sabía nada, pues apenas había conocido al antiguo. Quería fiarse de Dante, pero a menudo sentía que no podía.

Su único consuelo era el pobre descerebrado de Gula. Le tenía cariño, como Gula le tenia cariño a él. El pobre diablo sólo pensaba en comer. Sin odio, sin maquinaciones. Sólo comida. Y un doloroso deseo de recuperar su humanidad que podía percibirse en la expresión que adoptaba su rostro algunas noches.

El cariño de Gula no bastaba. Y esos malditos recuerdos...

-Al fin te encuentro, asesino de mi marido.

El hombre se volvió hacia la dirección de la que había salido la voz. Una mujer castaña de mediana edad se acercaba a él, caminando por una calle desierta. Era tarde, más o menos tanto como cuando mató a aquel desgraciado que ahora era Soberbia...

-¿Eres la alquimista?

-Sabía que eras tú.

-¿Cómo sabías...?

-Yo se lo dije.

La voz había surgido de la nada detrás suyo.

-¿Codicia? No me lo puedo creer...

-Vamos, no mientas. Sé que lo imaginabas.

-Dante te matará.

-Pero no antes de que nosotros te matemos a ti.

-Intentadlo.

Y se volvió con los dedos-cuchilla extendidos, dispuesto a matar. En vano; no podía atravesar la durísima sustancia en que se había convertido la piel del homúnculo.

-Mierda...

Un fuerte puñetazo en la cara le hizo retroceder unos pasos.

-No pierdas el tiempo. No puedes matarme.

-¿Pero y ella?

Se volvió; demasiado tarde. La mujer ya había realizado una transmutación con ayuda del círculo que llevaba bordado en su pañuelo de seda. Una estalagmita surgió ferozmente del suelo, atravesándole de abajo arriba. Se encontraba inmovilizado...

-¿Recuerdas cuando me empalaste tú? Te he devuelto el favor.

La respuesta del hombre fue extender los dedos-cuchilla hacia la alquimista. Ésta se apartó a tiempo, realizó rápidamente una transmutación y agarró uno de los dedos. Luego tiró de el hacia arriba y lo rompió.

-¿Qué demonios...?

-He convertido el carbono de tu dedo en grafito. Una sustancia bastante frágil, como es posible que sepas.

-Maldición. Eres buena...

-Sí. Y ahora devuelve los dedos que aún conservas enteros a su estado normal. No querrás que sufran su mismo destino...

El hombre obedeció.

-Seguís sin poder matarme.

-Nuevo error.

La alquimista sacó un papel de su bolsillo. Tenía un círculo de transmutación dibujado.

-Ese círculo...

-Sí, Dante también lo conoce. Yo también se lo vi, aunque entonces no sabía para qué servía.

-Yo lo averigüé- dijo la alquimista, mientras empezaba a dibujar el círculo alrededor de la estalagmita- Cuando tu amigo Codicia me contó todo lo que sabía de los homúnculos recordé la vieja leyenda de las encarnaciones de los pecados capitales creadas por una loca. Tú la conociste, ¿no es así? Bien, pues investigué al respecto y averigüé que la Santa Inquisición utilizó este símbolo para luchar contra ellas. Seguro que tu señora hizo el mismo hallazgo.

-Un círculo para debilitar homúnculos, ¿no es así, querido amigo? ¿Es posible que vieras a alguno de tus antiguos compañeros sucumbir ante uno de estos?

El hombre permaneció callado. La mujer terminó el círculo.

-Probémoslo- dijo, poniendo las manos sobre él.

El círculo se iluminó. El hombre comenzó a reaccionar como si estuviera enfermo, poniendo cara de mareado y haciendo esfuerzos para no vomitar. Pero tras unos segundos sucumbió, y empezó a expulsar piedras rojas. Continuó devolviendo un rato.

Y cuando al fin se detuvo rió. Rió con todas las fuerzas que le quedaban.

-¿Se puede saber qué te hace tanta gracia, querido amigo?

-Creéis que habéis ganado, ¿no es así? Dante acabará con vosotros, tarde o temprano. No, aquí el único ganador soy yo. Vais a hacer realidad mi sueño...

-Cállalo.

La alquimista cogió el trozo de dedo arrancado del suelo, hizo una transmutación para convertirlo en diamante y lo clavó en el pecho del hombre.

Éste cerró los ojos. Estaba en una pradera de sus recuerdos. Y una mujer de sus recuerdos, una a la que aparentemente había querido más que a las otras, le sonreía con calidez. Se disponía a besarle. Recordaba sus labios, dulces como la miel. Pero oh, mira esa luz, querida. ¿Qué será...?