Epílogo: Final y comienzo
En ese tiempo no hubo incidentes negativos para Dante. Con los años fue mejorando su capacidad de manipulación, y con sus poderosas herramientas, esas que se hacían llamar homúnculos, fue comenzando a manejar los hilos de Amestris. Sólo tenía tres, pero bastaba con dos. Envidia podía cambiar de forma. Y Soberbia parecía humano porque envejecía, pero no era humano. Utilizó a los dos hasta que Soberbia se hizo viejo. Le dolió utilizar un fragmento de su amada Piedra Filosofal para rejuvenecerlo de nuevo, pero era necesario. Invertir a largo plazo. Para el mundo Albert Gros, influyente hombre de negocios, murió de paro cardiaco en su cama.
Bradley entró en aquel partido derechista de poca monta. Y, debido a su inteligencia y a su sorprendente carisma, en poco tiempo había llegado a lo más alto de aquel partido. Se había propuesto resolver los problemas de Amestris. Las tensiones políticas que un ser cuya existencia el mundo desconocía había provocado con asesinatos selectivos. La crisis económica que Gros había ayudado a impulsar sin que nadie se percatara. Él podía resolver todo eso. Y pudo.
Bradley acabó ganando las elecciones por mayoría aplastante. Prohibió el resto de partidos políticos. Terminó con la crisis. Hizo acopio de armas, y el mundo aprendió a temer a Amestris.
Por todo ello se hizo llamar Fuhrer. Guía.
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Lujuria abrió los ojos.
-Qué... ¿qué sitio es éste? Me resulta familiar...
-Oh, ¿de verás?
Una anciana la observaba. Parecía sumamente amable.
-He recordado cosas. Cosas que sé que no he vivido. Ya no las recuerdo...
-Pronto volverás a hacerlo.
-¿Quién eres? ¿Quién soy?
-Me llamo Dante. Tú eres Lujuria.
Cerró los ojos. Frunció el ceño. Gritó.
-¿Ves? Empiezas a recordar de nuevo. Pronto te contaré más. Sobre mí, sobre ti, sobre cómo acabar con los recuerdos. Descansa.
La anciana se fue y Lujuria se quedó a solas, llena de desconcierto y temor. Hasta que alguien entró en la habitación.
Era una persona muy gorda, completamente calva. Parecía tímida.
-Eres... ¿eres Lujuria?
-Sí...
-¡Eres Lujuria! ¡Has vuelto! ¡¡Has vuelto!
Y la incorporó, y la abrazó con profundo cariño. Un cariño contagioso.
-Los demás no son tan buenos conmigo como tú. No vuelvas a irte, Lujuria.
La mujer no entendía, pero el cariño la inundaba. Su temor se apagó. Y sonrió.
-No. Claro que no.
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No hay mucho más que contar. Envidia le dijo a Dante que había detectado la presencia de un nuevo homúnculo en el mundo, probablemente Ira. Pero esa presencia no tardó en apagarse. Extrañamente, Envidia sabía que no había muerto. Pero el caso es que había dejado de existir. Al menos en ese mundo.
Pasaron los años y Envidia detectó otra presencia. No era Ira. Por consiguiente, era el que faltaba. Pereza.
Dante marchó a por ella y Envidia, en un raro momento de serenidad, se preguntó qué le depararía el futuro con aquella Lujuria que no era Lujuria, con Pereza y con, quizás algún día, Ira.
