Espejo
Para el mediodía del día siguiente, Gerald tuvo los huesos lo suficientemente ensamblados como para recuperar la conciencia. Y en dos días, lo suficientemente consciente como para que se permitieran las visitas.
- Los profesores revisaron la escoba a detalle. No encontraron nada, aunque…- dijo Ron, explicando cómo la opinión unánime (pero secreta) de los estudiantes era que fue uno de los Slytherin de séptimo año. Esos mismos que acostumbraban correr a escondidas apuestas bastante gordas
- No. Fue Snape
Gerald no necesitaba teorías o deducciones. Lo había sentido justo antes de caer de su escoba. La magia provenía de la tribuna de profesores.
Pero no podía decirle eso a Ron. Nadie sabía que había dominado la habilidad de sentir la presencia de magia. Si su padre llegaba a enterarse… entonces no solo su talento ya no sería tan impresionante, sino que tampoco podría burlar los sistemas de seguridad y acceder a ciertas secciones de la mansión Potter.
- Hombre, estoy de acuerdo en que el tipo te desprecia. Pero hay un gran paso entre eso y el intento de asesinato- dijo Ron
- Ambos lo vimos yendo al pasillo del tercer piso durante la fiesta de Halloween, y luego su cojera… es obvio que intentó robar lo que hay debajo de la trampilla- Y viendo que Ron no parecía convencido, añadió- Además hay otra cuestión, pero necesito que me prometas que guardarás el secreto
Gerald sabía que lo correcto era avisar al director de sus sospechas. A pesar de no tener pruebas, su sola palabra sería suficiente para que reforzaran la seguridad y Snape no tuviera oportunidad de cometer el robo.
Pero quería desquitarse. No por otra razón más que para demostrar que era capaz.
Snape había intentado matarlo frente a toda la escuela porque creyó que no podía defenderse. Pero él podía, por supuesto que podía. Solo por tener once años no significaba que fuera débil.
Sin embargo, si quería vengarse necesitaba que sus compañeros de cuarto lo cubrieran.
- Claro hombre, somos amigos- respondió Ron
Había que hacer algunos sacrificios. Si debía revelar algunos trapos sucios de su familia, entonces que así fuera.
Se irguió un poco en su cama de la enfermería. Las costillas dolían mucho cuando hablaba por demasiado tiempo.
- Durante sus años como estudiante, Snape estuvo enamorado de mi madre- Gerald tuvo un repelús al imaginar al flacucho hombre de pelo grasiento cerca de Lily- Obviamente nunca llegó a nada, pero sí surgió una fuerte hostilidad entre mi padre y él. Se odian a muerte, y no me extrañaría que intentara cobrárselas conmigo
Hizo una pausa dramática antes de continuar
- Fue él, estoy seguro. Sabes lo viciosos que son los Slytherin. Pueden guardar rencor por años, esperando pacientemente el momento de causar mayor daño
- ¿Y qué piensas hacer?- preguntó Ron- Él es un mago adulto, y un profesor. No creo que puedas vencerlo en un duelo… ¿o puedes?
- No, claro que no. Tuve maestros antes de venir a Hogwarts, pero solo me instruyeron en lo básico. Se enfocaron más que nada en enseñarme habilidades complementarias. Sentir el flujo de magia, habilidades de memorización, ese tipo de cosas. Nunca nada por encima del Protego
Ron asintió. Eso tenía más sentido. Habría sido un desperdicio enviarlo a Hogwarts si ya supiera todo lo que iban a enseñar
- Bueno hombre, te creo, el tipo quiere matarte. ¿Qué vamos a hacer?
Gerald sonrió, Ron era un buen seguidor. Ahora necesitaba pruebas de los crímenes de Snape. Dumbledore no se movería a menos que fueran innegables sus intentos de robo.
- Por ahora, seguirlo. Ya veré que hago después
La mente de Gerald vagó hasta su habitación, bajo su cama y a lo profundo de su baúl. Cuando ingresó a Hogwarts se prometió no usar su amada capa de invisibilidad hasta que conociera todos los entreverados pasillos de la escuela y ya no existiera peligro de perderla con Filch; pero ahora su vida y su orgullo corría peligro.
Sin embargo, durante la semana siguiente se dio cuenta de que espiar a Snape resultaba mucho más difícil de lo que supuso.
El profesor parecía tener un sexto sentido paranoico y no fueron pocas las veces en las que giraba con aire teatral y caminaba directo hacia él con las manos extendidas y ojos ansiosos. Solo la buena suerte, y luego la precaución, le permitieron burlar por poco a su siniestro adversario.
Protegido debajo de su capa de invisibilidad y por la oscuridad de la noche, Gerald observó por décima vez en esta semana a Snape golpeando con su varita la puerta del pasillo del tercer piso, solo para chasquear la lengua con fastidio unos segundos después.
Gerald sonrió con satisfacción al verlo marcharse con una ligera cojera. Se lo tenía bien merecido.
Con cuidado avanzó hacia la dichosa puerta. Aún quedaban pequeñas volutas de magia, simples hechizos de alarma, prueba de que Snape no soportaría competidores en sus fechorías. Aunque claro, para Dumbledore y cualquier otro profesor, únicamente sería evidencia de que Snape estaba protegiendo el lugar.
Nunca lograría nada si continuaba así. Debía encontrar algo incriminatorio.
¿O quizá crear pruebas?
Tal vez si pudiera engañar a Snape para que creyera que alguien ya traspasó al perro, este se delatara a sí mismo en su intento de atrapar al supuesto ladrón.
Gerald se acercó un poco más y tocó con la punta de los dedos una de las volutas de magia. A diferencia de la magia de los niños, que era como madera porosa; o la magia de los adultos, que era como metal liso; la magia de un excelente mago era única y latía con vida propia.
Gerald bufó ante su propia ignorancia. Antes de venir a Hogwarts había pensado que tal cosa era sumamente extraña, pues las únicas personas con una magia "viva" que conocía eran sus padres, su tío Remus y Dumbledore. Solo cuando conoció a los profesores y sintió toda la variedad de frecuencias en las que vibraba el aire durante las clases, se dio cuenta de lo miope que había sido.
Distraídamente siguió tocando las volutas de magia, hasta que sin previo aviso una de ellas estalló como una pompa de jabón.
Entonces oyó pasos que se acercaban a él.
Envolvió con fuerza la capa alrededor suyo y corrió lo más silenciosamente que pudo. Las puertas de los salones siempre se cerraban con llave durante la noche, y usar Alohomora solo delataría su posición. Era estúpido pensar que un profesor no pudiera sentir la magia.
Su única esperanza era rezar porque algunos estudiantes mayores hubieran escogido esta noche para un encuentro en el armario de escobas, ciertamente eso distraería a Snape.
Sin embargo, luego de girar una esquina se encontró con algo mucho más extraño: Una puerta entreabierta, semioculta entre algunas armaduras oxidadas. Debía haber pasado por este pasillo muchas veces, y nunca había notado esta habitación.
Dudó un poco, pero recordando que Hogwarts tenía puertas que aparecían y desaparecían según el estado de ánimo o la hora, se decidió por entrar.
Ya dentro, y luego de calmar un poco su respiración, se atrevió a mirar por el ojo de la cerradura. No tuvo que esperar mucho hasta que Snape pasó por el pasillo de afuera a gran velocidad. Sus pasos ya no eran pasos, sino solo un movimiento deslizante, como una persona patinando o una serpiente reptando. Otra interesante pieza de magia de la que Gerald nunca había visto ni escuchado.
Permaneció varios minutos inmóvil hasta que por fin sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y empezó a revisar el lugar.
Estaba completamente vacío, incluso de polvo y arañas. Lo único que resaltaba era un gigantesco espejo con bordes de oro en el centro de la habitación.
Sacó su varita y se acercó con cuidado. Por un momento incluso le pareció oír una respiración, como si una persona invisible estuviera vigilándolo.
Pero no había nadie ahí. Solo aire.
Entonces giró y ahogó un grito de sorpresa.
El sutil estremecimiento en el aire provocado por la capa no existía en el reflejo. En cambio vio una larga mesa repleta de apetitosos platillos.
Su turbación no le impidió distinguir el comedor de la mansión Potter. Reconocía el lujo que solo podían ejercer cantidades colosales de dinero volcados en una sola fiesta.
Su contraparte estaba sentada en el extremo más alejado. Decenas de personas charlaban alegremente a su alrededor, con los más cercanos palmeándole la espalda y brindando con él. Ojalá fuera debido a un logro suyo, pensó Gerald, y no que incluso durante su adultes la gente solo viera al niño que vivió.
Su reflejó, de unos treinta años de edad, lo miró directo a los ojos y asintió, respondiendo su duda.
- El espejo de Oesed- el término escapó de sus labios mientras recordaba la historia de este objeto
De pronto las facciones de las personas se desdibujaron hasta volverse completamente desconocidas, incluso su propio rostro. Un inútil intento de su subconsciente por evitar dejar pruebas de su presencia.
El espejo de Oesed era una ingeniosa trampa diseñada hace incontables años por un conocido ladrón y estafador. No solo mostraba los más grandes deseos de las personas, sino que también almacenaba toda la información necesaria para crear la ilusión. Cosas como la disposición de las habitaciones dentro de una mansión o información vital sobre futuros negocios, todo caía en manos de un extraño.
Y ahora quien quiera que fuera el amo actual de este espejo sabría que él estuvo aquí.
Gerald aseguró su capa a su alrededor y se dispuso a regresar a su dormitorio. Esta noche había resultado un fracaso.
Sin embargo, cuando estuvo con un pie fuera de la habitación, una idea nació en su cabeza. El espejo de Oesed era un objeto único, ciertamente habría atraído la curiosidad de los profesores. Quizá los mismos profesores que trajeron al cerbero para cuidar la trampilla.
Gerald puso su mente en blanco y volvió a ponerse frente al espejo, deseando con todas sus fuerzas averiguar qué era lo que protegía el pasillo del tercer piso.
Lentamente se formó una imagen. Poco a poco. Hasta que apareció una pequeña piedra escarlata. Bastó solo un poco de concentración extra para que debajo de la piedra surgiera un pedestal, y en él un nombre en delicada letra gótica.
- La piedra filosofal
Con razón Snape la deseaba tanto. ¿Quién no querría vivir eternamente con una fortuna infinita?
Se acercó un paso, emocionado. Entonces deseó saber cómo conseguir pruebas de la culpabilidad de Snape, pero a pesar de que esperó pacientemente, solo le respondió oscuridad.
Un maullido lo sacó de su ensimismamiento. La gata de Filch estaba cerca.
Miró el maravilloso objeto una última vez y con pesar abandonó el salón.
PD: En esta historia es muy común para los Aurores y Rompemaldiciones sientan la presencia de magia debido al tipo de trabajo que llevan
