La noche del Dragón
11:42 p. m. Sábado 4 abril, 1992
Una noche de luna nueva, el momento perfecto para una emboscada.
Escondido en la absoluta oscuridad, sentado en el primer escalón de una de las escaleras de caracol de la torre de astronomía, Draco esperaba la llegada de su presa.
Sostenía unos omniculares frente a sus ojos, observando con total claridad el pasillo vacío frente a él. Ojalá el Potter menos odioso no le hubiera mentido. Si resultaba que Gerald no poseía una capa de invisibilidad, entonces habría desperdiciado doce galeones en preparativos inútiles.
Sacó la carta de su bolsillo derecho y la leyó una vez más.
Querido Ron:
¿Cómo estás? Gracias por tu carta. Estaré encantado de quedarme con el Ridgeback noruego,pero no será fácil traerlo aquí.
Creo que lo mejor será hacerlo con unos amigos que vienen a visitarme la semana que viene.
El problema es que no deben verlos llevando un dragón ilegal.
¿Podríais llevar al Ridgeback noruego a la torre más alta, la medianoche del sábado?
Ellos se encontrarán contigo allí y se lo llevarán mientras dure la oscuridad.
Charlie
Draco guardó la carta. Doce de la noche. Solo unos pocos minutos más.
Hubo un tintineo delante de él, probablemente un simple grillo. Pero eso no hizo nada por quitarle la piel de gallina.
Giró una de las perillas, enfocando su visión nocturna en cualquier anormalidad. Pero el piso de mármol seguía cubierto uniformemente por una fina capa de harina, una solución vulgar que nunca hubiera tomado si no estuviera tan corto de fondos.
Respiró profundo mientras se tronaba los nudillos. No debía preocuparse, se había preparado bien. Tenía preparada una contramedida para cada eventualidad. No podía fallar.
"Vamos, yo puedo" se repitió una y otra vez.
Pero, estando solo con sus pensamientos, la idea de que Harry le hubiera mentido sonaba mucho más factible.
¿Por qué más le revelaría tal información? ¿Solo para molestar a su hermano?
Durante los meses anteriores, cada vez que uno de ellos tenía algo de valor que ofrecer al otro, se resolvía con una simple transacción monetaria. Su compañero de cuarto parecía desesperado por obtener la mayor cantidad de galeones en el menor tiempo posible. Y, sin embargo, esta vez solo había pedido leer el contenido de la carta.
¡Bah! No importaba, nadie podría interrumpir sus planes.
Un ligero movimiento llamó su atención. Pero cuando fijó su vista, vio que solo era polvo flotando en el aire. Solo polvo. Polvo blanco y delgado. Harina suspendida… ¡ahí!
Draco se acurrucó más en la oscuridad y esperó a que estuvieran más cerca. Sacó una bolsa de harina de su túnica lentamente, la abrió y, cuando sus presas estuvieron a menos de tres metros, agitó con fuerza su brazo.
La calmada noche sin viento hizo el resto del trabajo.
Ahora los veía.
Harry acomodó cinco mantas gruesas, una encima de otra, en una esquina de la sala de las serpientes. A un lado se encontraba un pequeño estuche con dos pociones re abastecedoras de sangre, y un caldero lleno con varias túnicas de repuesto.
Debía ser cerca de la media noche. Y si la memoria no le fallaba, para esta hora Draco y Gerald deberían luchando con uñas y dientes en la torre de astronomía.
Harry suspiró cansadamente. Un par de semanas más tarde, tal lucha podría haber sido una buena noticia.
Pero no ahora.
Según el plan original, Hermione y él deberían haber tomado cuatro días completos para revisar las runas en busca de errores e imperfecciones. Quizá incluso más, solo para estar seguros.
Sin embargo, hace tan solo tres noches, Harry había descubierto a Malfoy leyendo de forma enfermiza una carta destinada a Ronald Weasley. Y eso echó todo el cronograma por el desagüe.
Sencillamente no podían arriesgarse a que, al descubrir a esos dos en medio de una pelea, los profesores tomaran una actitud más estricta y empezaran a revisar los dormitorios luego del toque de queda.
- Es hermoso- susurró Hermione, ingresando a la sala
Harry bajó la vista y observó junto con ella la intrincada formación hexagonal con una sensación de orgullo en el corazón.
Ocupaba todo el ancho de la habitación, con los extremos pertenecientes al Avada Kedavra y el Infertilus casi tocando el agua estancada. Cada imperdonable gozaba de un estilo de dibujo único, el cual variaba lentamente hasta transformarse en el siguiente.
A Harry le impresionaba mucho los sentimientos de angustia que provocaba mirar el esquema durante demasiado tiempo. Aunque no sabía si era por una razón puramente psicológica o debido a una cualidad intrínseca del ritual.
- ¿Empezamos?- preguntó Hermione
- Sí. Ya terminé de preparar todo
Hermione caminó descalza sobre el emblema del Cruciatus, sintiendo cómo pequeñas trazas de tinta manchaban la planta de sus pies.
Las runas del Cruciatus podían ser las más saturadas y problemáticas del ritual, con todas sus líneas retorciéndose e intersectándose como en un sistema nervioso, pero para ella evocaban calma e intimidad, pues fueron estas runas las que consumieron la mayoría de sus noches en vela.
- ¿Lista?- preguntó Harry, igualmente descalzo y de pie sobre el emblema del Imperius
Hermione lo miró y asintió con nerviosismo. Estaba tomando una decisión que ataría toda su existencia.
- Lista- dijo poniéndose en cuclillas
Harry se arrodilló y con su varita se hizo un pequeño piquete en el centro de la palma derecha. Apenas lo justo para que fluyera una única gota de sangre.
Estando tan cerca del final, sus nervios lo hicieron pensar en sus posesiones perdidas y las explicaciones que debería dar cuando volviera a casa. Pero por primera vez, no sintió ni una gota de arrepentimiento.
Ambos envolvieron sus varitas en un pañuelo y las arrojaron con fuerza lo más lejos que pudieron. Ahora mismo cualquier minucia podría marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
Se miraron una última vez a los ojos, simultáneamente bajaron sus manos y golpearon enérgicamente la dura superficie de piedra.
Hubo un breve instante de calma antes de la tormenta, y entonces la formación empezó a drenar sus energías como una sanguijuela.
La magia cortó desde el centro de la palma hasta la punta del dedo medio. La sangre de ambos fluyó de forma antinatural, utilizando las líneas pintadas como si fueran raíles, directo al centro del hexágono.
En muy poco tiempo la formación se tiño de escarlata y el espeso olor a hierro llenó el aire, dejando solo dos cuerpos desfallecidos como únicos espectadores.
Gerald y Ron subieron por las escaleras de la torre de astronomía tirando a Norberto detrás de ellos.
Gruesas gotas de sudor caían por sus rostros. A pesar de que ambos estaban usando Wingardium Leviosa sobre la jaula, los cincuenta kilos del lagarto no era algo que podía ser arrastrado con facilidad.
Tan concentrados estaban en su tarea que no notaron la delgada capa de harina puesta en el piso de mármol hasta que ya fue muy tarde.
Malfoy los esperaba. Sus ojos vigilantes apuntando a las huellas que estaban dejando. Y un segundo después, su disfraz quedaba completamente inutilizado por el más trillado de los métodos.
- Entonces es cierto- celebró Malfoy, sacudiendo los restos de harina de sus manos- tienes una capa de invisibilidad
- ¿Qué quieres Malfoy?- dijo Ron, avanzando desafiante mientras Gerald arrojaba la nívea capa a un lado para no entorpecer sus movimientos
- Tan solo que se respeten las reglas de la escuela
Apuntaron sus varitas contra Draco, atentos a cualquier truco que quisiera realizar. Pero este solo levantó las palmas riéndose.
- Como pueden ver, no traigo mi varita. No la necesito. Crabbe y Goyle se encuentran escondidos, pero son capaces de escucharnos. Si algo me pasa darán una alarma tan fuerte que será escuchada por todo Hogwarts y esta vez- dijo mirando la capa cubierta de blanco- no tendrán forma de ocultar al dragón
- ¿Crees que dice la verdad?- susurró Ron
- Déjame comprobarlo. Accio varita- sorprendentemente nada salió volando de las túnicas de Malfoy. ¡En verdad no la traía consigo!
- ¿Qué quieres Malfoy?- preguntó Gerald, mucho más calmado
- La capa a cambio de mi silencio. No creo que sea una decisión difícil: Una simple capa de invisibilidad o la indudable expulsión de la escuela
Draco sintió orgullo de que su voz no revelara su agitación.
Recordó la charla con Harry, cuando este le describió las características de la capa así como las formas tentativas en que podría descubrir su presencia. Y al mismo tiempo, las historias que su madre le contaba, los libros infantiles con los que aprendió a leer y la imposibilidad técnica de una capa invisible que durara más de un año.
Es por esto que dudaba tanto de las palabras de Harry. Podía entender que familias caídas en desgracia como los Weasley carecieran de dinero para una edición antigua de "Los cuentos de Beedle el Bardo", pero los Potter no.
Sin embargo, debía intentarlo. Todavía existía una posibilidad de que su inmunda madre sangre sucia no los hubiera criado de forma adecuada.
- ¿Te atreves a chantajearnos?
- No Ron. Tiene razón, no es una decisión difícil- dijo Gerald mientras inspeccionaba las únicas cuatro habitaciones que estaban a la vista. No eran demasiadas, podía hacerlo
Gerald dibujó un arco con su varita, señalando una por una todas las puertas a la vez que gritaba "¡Alohomora!"
Solo se abrirían las puertas que no tuvieran protección mágica. Las únicas donde podrían estar escondidos los compinches de Draco.
Pero ninguno de las puertas se abrió.
Draco sacó una veintena de hojas de su túnica y las arrojó al aire al mismo tiempo que corría escaleras arriba. Guiadas por un hechizo previo muy sencillo, los papeles se pegaron como estampillas a las paredes y el techo.
Gerald reconoció al instante las runas dibujadas en las hojas. "Incendiarius" e "Ignitus", Malfoy estaba loco al lanzar algo así sobre ellos.
- ¡Protego!- chilló, y el escudo más fuerte y grande que jamás había hecho cubrió a Ron y a él. Norberto tendría que arreglárselas solo
Sin embargo, una vez más Malfoy lo había engañado.
Las hojas se despegaron y cayeron inofensivamente al suelo. La sangre de escarabajo de fuego con la que se debían dibujar, parecía haber sido reemplazada por simple carboncillo.
Gerald bajó el escudo y soltó el aire en sus pulmones en medio de una tos, había agotado buena parte de su energía en un movimiento inútil.
Miró hacia arriba y vio a Malfoy bajando por las escaleras. Había vuelto, y esta vez tenía su varita con él.
Harry despertó en medio de un estallido de dolor penetrante. El tormento iba y venía periódicamente, con cada punzada volviéndose mucho peor respecto a la anterior. Lo único que pedía su cuerpo era quedarse en posición fetal y cerrar con fuerza los ojos hasta volver a quedar inconsciente.
Pero no podía hacerlo.
Aprovechó los escasos segundos en que desaparecía el dolor para ponerse a duras penas de pie. Obligó a sus piernas a dar un paso después de otro y notó con sorpresa que la intrincada formación había desaparecido, dejando solo un borrón sanguinolento en el suelo.
A unos siete metros estaba el cuerpo inerte de Hermione. Se encontraba boca arriba con sus brazos extendidos a los lados. Al igual que él, la herida en su mano estaba cicatrizada de forma anti estética.
Llegó hasta ella y lentamente la tomó de las muñecas. Solo necesitaba arrastrarla hasta la pila de frazadas.
- Todo va a estar bien, solo debes soportarlo
Ella no sufría dolor, la inmunidad al Cruciatus la protegía de eso. Sin embargo, el Imperdonable estaba tallando su esencia en cada fibra nerviosa de su cuerpo y eso la dejaba paralizada, solo capaz de mover sus ojos, respirar y sufrir los mareos por la pérdida de sangre.
Salazar había insistido en que hablara con ella. La carencia de sentidos podía desencadenar fácilmente el pánico, y el pánico desencadenar horribles alucinaciones.
Sintió un intenso dolor subiendo por su columna hasta la nuca. Tropezó hacia atrás soltando a Hermione y empezó a tener unos escalofríos terribles.
- Estoy bien… estoy bien- dijo al cabo de unos segundos
Con lágrimas en los ojos consiguió ponerse a gatas y jalarla hacia las mantas.
Cubrió a ambos lo mejor que pudo y se preparó para los espasmos que debían atacarlo en unos instantes. Pronto el Imperius terminaría su trabajo en la columna y atacaría el cerebro con todo su poder. Entonces se convertiría en la primera persona en sentir cómo algo invadía y cambiaba el funcionamiento de sus neuronas.
Dentro de poco.
Dentro de poco.
Dentro de…
"¡Ahhhhhh!" gritó en su mente. Pues había perdido el conocimiento antes de que su garganta pudiera emitir algún sonido.
Gerald jadeó por un poco de aire. Sentía que su límite se volvía más y más cercano.
En el pasado, siempre que su magia hubiera bajado del treinta por ciento, sus maestros detenían el entrenamiento y le permitían tomar un descanso.
"El mejor momento para que un alumno aprenda es cuando se encuentra en sus mejores condiciones", habían dicho mientras se sentaban en el césped y comentaban sus errores y las posibles formas de mejorar.
Pero Draco no era uno de sus maestros.
Esa maldita serpiente Slytherin debió estar entrenando desde su último duelo. A pesar que sus maleficios eran muy sencillos, del tipo "Piernas Unidas", "Ceguera Temporal" o "Petrificus Totalus", atacaba encadenando siete de ellos en rápida sucesión.
El primer hechizo siempre era muy débil, más débil incluso de lo que Draco podría lanzar típicamente, pero la potencia de los siguientes parecía crecer en un 20% respecto al anterior.
Tal anormalidad lo había agarrado con la guardia baja, y ese descuido le costó la ayuda de Ron, que ahora permanecía inmóvil en el suelo.
- Protego- dijo Gerald, levantando otro escudo
En las estrechas escaleras de la torre de astronomía no siempre era capaz de esquivar. No estando tan agotado por cargar la jaula de Norberto hasta aquí.
Y entonces vino el séptimo hechizo de esta serie.
Prácticamente duplicaba el poder que debería tener un hechizo de ese tipo. Su débil escudo se dispersó, pero por lo menos desvió el ataque hacia un lado.
Draco respiró agitadamente, sus ojos delataban su angustia mientras revisaba que ningún profesor se acercara atraído por el escándalo. Había pensado que sería una victoria fácil.
- Vamos Potter. Solo dame la capa, esto no tiene por qué terminar mal. Estás jugándote no solo tu expulsión, sino la del mugroso guardabosque
- Eres basura Malfoy- dijo Gerald lanzando otro hechizo
Pero Malfoy verdaderamente se estaba desesperando. Su plan inicial le había parecido infalible. Si Gerald se rendía, entonces ganaba una capa de invisibilidad que Potter no podría recuperar sin confesar el asunto del dragón.
Y si por el contrario Gerald demostraba ser mucho mejor que él, entonces daría la alarma y escaparía hacia arriba por las escaleras. Su hermosa escoba lo estaba esperando al lado de una de las ventanas.
Pero no había esperado que la situación se estancara. Gerald parecía furioso por su amigo caído y no parecía tener intención alguna de dejarlo escapar. Ahora mismo darle la espalda y huir era un suicidio.
Draco ejecutó otra vez "Los Siete Pasos de Ziretal" y dirigió los primeros tres a Gerald, quien los esquivó haciéndose a un lado. Los siguientes cuatro, sin embargo, apuntaron al cuerpo de Ron.
Lo que lanzaba era un simple hechizo de "golpe físico". Lo máximo que causaría sería unos moretones, pero tenía planeado amenazar a Gerald con hacerlo una y otra vez si no se rendía.
Cuanta fue su sorpresa al ver a Gerald desperdiciar tontamente su magia y saltar sobre el cuerpo de su amigo para protegerlo con el último escudo que pudo exprimir de sus reservas mágicas.
Draco disparó una última cadena de hechizos. Una vez que este escudo se derrumbara, él no solo obtendría la capa, sino que podría dar la alarma y lograr que lo expulsaran.
El "Protego" resistió excepcionalmente bien, desviando todos los golpes a un lado. Casi pudo significar el inicio de un contraataque, pero cuando todo terminó, la mano temblorosa de Gerald dejó caer su varita.
Draco sonrió. Suya era la victoria. Y, sin embargo, la sonrisa le duró poco.
Casualidad entre casualidades. Los últimos cuatro hechizos que rebotaron en el escudo habían golpeado la cerradura de la jaula. Ahora Norberto, asustado y libre, los miraba atentamente culpándolos por todo el bullicio que causaron.
Cuando Draco vio las primeras llamas formándose en las mandíbulas del dragón, renunció a cualquier idea de ganancias y pérdidas.
Sacó una carta color rojo de sus bolsillos y la rompió con los dedos.
En solo unos segundos todo el castillo escuchó los gritos que emitía el vociferador.
P.D. : Se agradecen los reviews. Y obedezcan la cuarentena
