Entorno Controlado
Hermione conocía de memoria el plan de irrupción, tanto las responsabilidades de ella como las de Harry. Y ese conocimiento le permitió superar el inicial asombro de ver semejante bestia tumbada de lado, con cada cabeza respirando en una octava diferente, como queriendo embellecer las delicadas notas de la caja musical.
Harry apartó la pata del animal y abrió la trampilla de madera. Juntos miraron la negrura progresiva de la siguiente sala. Notaron también la fría humedad del aire y la amenaza que esta representaría si no tuvieran de su parte el brillo de la magia.
- ¡Lacarnum inflamarae!- exclamó Hermione
Una fina columna de fuego azul se extendió desde arriba hasta tocar las enredaderas del lazo del diablo. La alta temperatura sacó a la planta de su letargo y empezó a enrollarse sobre sí misma, a la máxima velocidad que le permitía su vegetal cuerpo. La cual no era mucha.
Hermione saltó primera, seguida casi de forma inmediata por Harry, que se demoró un poco en recuperar la caja musical.
Si bien nada les impidia el paso, de todas maneras decidieron usar "Lumos" para ver donde pisaban. El fuego había ahuyentado a la mayoría, pero no sabían si todas las lianas pertenecían a un único ser o a muchos individuos entrelazados.
- Fue más fácil de lo que creí- dijo Harry luego de dejar atrás al Lazo del Diablo
- Sí. A partir de aquí es donde comienzan los verdaderos problemas
Se toparon con una gran puerta de madera bloqueando el camino. Completamente lisa, sin ninguna cerradura o manija. Harry volteó a ver a Hermione, pero esta solo se encogió de hombros. La información que recolectó era correspondiente a las tareas que Gerald encargaba a los demás, y no concernía a los obstáculos intermedios.
Harry palpó la superficie, buscando algún tipo de relieve o reacción mágica. De inmediato la puerta cedió, desplazándose hacia un lado hasta insertarse totalmente en la pared. Frente a ellos se extendía una amplia sala brillantemente iluminada. Allí, en lo más alto, revoloteaban cientos de llaves de cuyos dorsos crecían dos pares de alas insectiles.
Detrás de ellos, de forma silenciosa, la puerta regresó a su posición original y bloqueó la ruta de salida. Solo que de este lado sí existía una cerradura y no cedería tan fácilmente.
- Bueno- comentó Harry- no me dijiste que volaban
- No lo sabía- respondió Hermione mientras revisaba la habitación. Notó entonces tres escobas apoyadas contra un pilar y caminó hacia ellas- Gerald no necesitaba de mi ayuda para capturar la llave correcta
En comparación al lazo del diablo, la sala de las llaves voladoras fue una auténtica pesadilla.
La conexión mental había compensado las debilidades de uno con las fortalezas del otro, pero no ayudaba en nada cuando ambos eran pésimos en clase de vuelo.
Diez minutos después, Harry se aferró al tosco mango de su escoba y realizó un arriesgado giro mientras perseguía la maldita llave de plata que volaba a escasos centímetros delante de él. No era ni de lejos su mejor intento, lo que significaba que la llave podía volar más rápido y solo se estaba burlando de él.
- ¡Hermione!- gritó Harry y la niña voló desde abajo obligando a la llave a ocultarse detrás de las gruesas vigas del techo, donde sabía que ninguno de los dos poseía la habilidad para perseguirla
Pero, jadeantes y con las manos adoloridas, hace mucho que habían perdido la paciencia.
Harry descendió a toda velocidad hacia el suelo y sujetó con fuerza el mango de la tercera escoba. Al principio había intentado imitar a su hermano, rezando para que su talento como buscador despertara en el momento crítico, pero evidentemente no estaba funcionando.
En el segundo preciso en que la llave abandonó su escondite, Harry y Hermione se abalanzaron sobre ella. La llave viró hacia la derecha de forma elegante, rozando con sus alas la punta de los dedos de Hermione con el objetivo de darle falsas esperanzas, para luego dirigirse de forma saltarina en la dirección general de Harry.
Si este hubiera intentado atraparla con la mano, la llave habría escapado sin problemas. Lamentablemente para ella, sus cazadores no eran propensos a seguir las reglas.
Un cepillo de escoba la golpeó con fuerza torciendo una de sus alas. Se desplomó varios metros, solo esquivando otro golpe de escoba gracias a que Harry chocó contra el enjambre formado por las otras llaves. Pero ahora volaba con mucha más dificultad y ya no tenía la capacidad de seguir burlándose.
- ¡Primer golpe!- gritó Harry, llamando a Hermione para reanudar la persecución
A partir de ahí todo fue más sencillo. Siendo dañada una y otra vez, la pobre llave volaba cada vez más bajo y más lento hasta que por fin, luego de quince largos minutos de iniciada la prueba, lograron adueñarse del endemoniado trozo de metal encantado.
Ni siquiera se molestaron en colocar las escobas de regreso en su sitio, tan solo las dejaron en el suelo y avanzaron hacia la puerta de metal que bloqueaba el paso a la siguiente sala.
- Qué horrible- suspiró Harry mientras se secaba el sudor de la frente e introducía la llave en el ojo de la cerradura
- Sí. Uno hubiera creído que los profesores…
Hermione se detuvo en seco. La prueba había sido difícil para ellos, pero la habilidad de Gerald como buscador era bien conocida por toda la escuela. Para él no debía ser nada complicado. Si eso era así…
¿Por qué había pedido su ayuda para superar esta prueba? ¿Por qué mandó a hacer un duplicado? ¿Por qué no mencionó que las llaves volaban? ¿Había algo mal con utilizar la llave original?
Un mal presentimiento nació en su estómago.
- ¡ESPERA!- gritó, pero Harry ya había girado la llave
Hermione esperó con los cabellos de punta el inevitable resultado de su negligencia. Esperó un segundo, luego cinco, diez, veinte, treinta… y nada pasó.
- ¿Qué ocurre?- preguntó Harry
Ella le contó sus temores, despertando también los de él. Pero como nada pasaba, lentamente sintieron volver la confianza.
- Hay tres escobas. Es posible que la prueba esté diseñada para atravesarse en grupo- Harry buscó sin éxito cualquier cosa que luciera sospechosa- Quizá solo quisiera ahorrar tiempo
- Eso suena… probable- manifestó Hermione, todavía con dudas
- No podemos hacer nada. Solo queda avanzar
Hermione asintió y lo siguió a través del umbral.
En el jardín de una de las zonas geográficamente más bellas del Londres mágico se desarrollaba la fiesta más lujosa de la última década. Algo sorprendente ya que el dueño de esas tierras, Trevor Van Vate, no resaltaba en la aristocracia por poseer un excesivo patrimonio.
- Lamento las molestias que te estoy causando- se disculpó Dumbledore- sé que no te agrada involucrarte en el mundillo de los nobles
La respuesta de Trevor Van Vate fue una fuerte carcajada.
- No, soy yo el que debe disculparse. Me siento muy avergonzado de no haber podido devolverte el favor que me hiciste hace tantos años- tomó un trago de su copa mientras observaba las finísimas esculturas de musas griegas- Además, si el Ministerio desea remodelar mi jardín, ¿quién soy yo para despreciar sus obsequios?
La señora Van Vate los interrumpió en ese momento, notificando a su esposo de la asistencia de los invitados de honor.
Ambos hombres se dirigieron hacia la entrada del jardín, donde los sirvientes habían empezado a tomar los abrigos de los funcionarios de Bulgaria.
- Son Iván Toshev y Galina Boyanov- indicó Dumbledore a su amigo- jefes de los departamentos de…
- ¿Vienen solos?- interrumpió Trevor
- Parece que se adelantaron al resto de la delegación, sí. Eso es bueno, son los más accesibles de todos ellos
- Solo iré a recibirlos como anfitrión Albus. Tendré que dejarte la charla diplomática a ti, soy solo un comerciante, no un embajador
- Lo sé. Ya has hecho suficiente
A medio camino Dumbledore sintió que el anillo en su índice derecho se apretaba por segunda vez en la noche. Con disimulo lo revisó, notando el color azul pálido en el ópalo.
Sonrió con complacencia mientras su conciencia volaba de regreso a Hogwarts. Fue solo durante unos segundos, pues debía ocuparse de sus deberes para con el Ministerio, pero fue capaz de vislumbrar dos borrosas siluetas de escaso tamaño que acababan de superar la sala de las llaves voladoras.
La distancia de más de trescientos kilómetros y la propia curvatura de la Tierra no permitían tener una imagen clara. De hecho, hace un cuarto de hora, cuando sus runas detectaron el uso de fuego, no pudo distinguir nada por culpa de la brillantes de los Lumos. Pero ahora logró confirmar que se trataba del pequeño Gerald, quien por fin había decidido ir a por todo y proteger la Piedra Filosofal él mismo.
Eso estaba bien, el objetivo de Hogwarts era que empezara a mostrar iniciativa fuera de su área de confort, pero todavía en un entorno controlado.
La mejor parte era que uno de sus amigos lo acompañaba. Eso era excelente, pues era señal de estar dominando uno de sus pocos defectos: la poca confianza que tenía en los demás. Gerald debía aprender que los demás también podían ser útiles en primera línea, y no solo como apoyo logístico.
Después de todo, no importa lo poderoso que se volviera en el futuro, era imposible que un solo mago ganara una guerra.
Le encantaba cuando un plan salía bien.
Doblemente protegido por su capa de invisibilidad y la penumbra de la noche, Gerald atravesaba un pasillo tras otro con la agilidad de un gato.
Se había preparado durante semanas, pensando y repensando su estrategia incontables veces. Llevaba puesto seis pares de calcetines para reducir el ruido de sus pasos y, en caso de emergencia, la varita de acebo con núcleo de pluma de fénix estaba desenvainada y lista para usarse.
Al mango de la varita estaba atada una fina cuerda de hilos de acromántula que conectaba con su muñeca. Si algo aprendías el primer día del adiestramiento en combate de Remus Lupin, era nunca ser derrotado estúpidamente por un simple hechizo de desarme. De hecho, si no fuera porque no quería ser tachado de paranoico, estaría feliz de usarlo en todo momento.
El regalo de navidad de su padre, una bolsa de tela gris, colgaba a la derecha de su cinturón. A pesar de la nimiedad de su tamaño, el espacio dentro de ella era de más de seis metros cúbicos y era una pieza fundamental de su plan.
Incluso la propia capa de invisibilidad había sido modificada para llevar a cabo su misión de la mejor manera. Por mucho que lamentara perforarla, una aguja y un hilo habían hecho maravillas en dejar sus manos libres para otros propósitos.
Sí. Definitivamente se había preparado bien.
Gerald palpó las bisagras de la puerta, rastreando en la oscuridad los sutilísimos rastros mágicos de los palillos de incienso. Dos de ellos estaban intactos, pero el tercero… ¡El tercero yacía roto en el suelo!
Hagrid, quien alimentaba a Fluffy cada tres días, no era capaz de entrar a menos que abriera la puerta de par en par, lo que rompía los tres palillos de una vez. Que solo uno estuviera hecho trizas significaba que alguien tuvo sumo cuidado en abrir delicadamente la puerta.
- Lumos- susurró debajo de la capa
Revisó entonces los pedazos, asignando a cada color el número correspondiente y leyó la información que necesitaba: Dieciséis minutos desde que fue roto, dieciséis minutos desde que Snape había invadido las cámaras subterráneas.
Gerald asintió. Estaba dentro del margen de error aceptable.
Sacó de la bolsa la flauta que Hagrid había tallado para él y sopló una única vez, activando con esa simple acción el encantamiento que puso en ella. A continuación abrió la puerta y entró de forma confiada mientras una canción suave y tranquila llenaba el espacio.
Había hecho esto tantas veces que ni siquiera necesitó confirmar que el gigantesco perro estuviera durmiendo. Simplemente haló de la argolla de la trampilla y saltó sin dudar.
El Lazo del Diablo se movió debajo de él, se onduló como si vacilara, se movió un poco más, y finalmente se calmó. Al no sentir el latido del pulso a través de tantos pares de calcetines, determinó que no era un ser vivo y no intentó atraparlo.
Gerald exhaló el aire contenido en sus pulmones, pero volvió a contener la respiración un segundo después. Algo estaba mal. ¡El aire seguía húmedo! ¿Cómo demonios Snape había atravesado esta sala?
Cerró los ojos y se concentró en captar las firmas mágicas de sus alrededores. Sorprendentemente todas estaban intactas.
Tres en cada pared, cinco en el techo y siete debajo del lazo del diablo. Todas provenientes de runas antiguas cuyas funciones nunca llegó a descubrir.
Lo único que había conseguido, y solo luego de considerables esfuerzos, era deducir los requisitos de activación: Luz y calor. Es decir, lo primero que a uno se le ocurriría al verse atrapado por el lazo del diablo.
Meditó un minuto completo, considerando varias hipótesis. Era posible que Snape logrará encontrar un método alternativo y no necesitara de un regulador, pero la idea no terminaba de cuajar.
Todavía incómodo, pero sin manera alguna de solucionar el misterio, decidió continuar su propio camino.
Guardó la flauta en su bolsa y sacó el pequeño regulador. Ya se encontraba graduado, así que solo bastó con activar el mecanismo y arrojarlo a una esquina. En base al tamaño del lugar, el nivel de saturación del aire y la película de agua líquida cubriendo las enredaderas, calculó que el aire se secaría en veinte minutos, sino más.
Lamentablemente, él no podía desperdiciar tanto tiempo.
Controló su respiración y avanzó un paso al que luego siguió otro, siempre con suma suavidad. Recorrer los pocos metros hasta la puerta de la sala de llaves normalmente demoraría diez minutos. Pero estaba bien, el tablero de ajedrez impediría que Snape consiguiera la piedra en tan poco tiempo.
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