Desastre Total
Sala de las Llaves Voladoras.
En el preciso instante en que Harry y Hermione entraban a la sala del Troll, Gerald Potter ingresaba a la sala de las llaves voladoras.
Notó las escobas tiradas en el piso. Una de ellas maltrecha, con las cerdas torcidas y el mango plagado de arañazos. Era muy extraño, había pensado que Snape tendría un mejor plan que volar a través del enjambre mientras resistía los golpes. Pero supuso que necesitaría conocer de cerca las dimensiones de la llave para transfigurar su propio duplicado.
Caminó sin prisa, tomándose su tiempo en admirar el diseño de la prueba. Era una estupenda muestra de ingenio. Un mago precavido quizá pudiera descubrir las runas de alarma en la sala anterior, pero jamás podría detectar algo aquí. No importa cuántas veces lo intentara ni que tan meticuloso fuera.
Porque no existían.
Al menos no de forma completa.
Las runas estaban divididas en dos partes, una en la puerta y otra en la llave voladora. Si no fuera porque estaba acostumbrado a las bromas y al extraño sentido del humor de su tío, jamás hubiera sospechado que este tipo de trampas existían.
Gerald introdujo el duplicado en la cerradura, giró la llave y avanzó una vez más. Fue un poco decepcionante que todo el esfuerzo puesto en los encantamientos de vuelo y de ocultación fuera superado de forma tan simplona, pero bueno, es lo que tenía venir bien preparado.
Se adentró en la sala del ajedrez gigante, avanzó con firmeza sin esperar a que la habitación se iluminara del todo y pidió ocupar el lugar del rey.
Mientras esperaba que la pieza bajara de su sitio, meditó un poco acerca de esta prueba.
Siendo uno de los pocos juegos que podían nutrirse tanto del mundo muggle como del mágico, el ajedrez siempre gozó de gran popularidad. De hecho, durante el siglo pasado las obras de arte, arbustos ornamentales y gigantescos tableros de ajedrez fueron símbolos de superioridad social y económica en los que la nobleza desperdiciaba dinero. Incluso a día de hoy algunos jardines todavía conservaban estos peculiares adornos, incluida la mansión Potter.
Debido a ello no fue complicado para Gerald (y probablemente tampoco para un mortífago de sangre pura) deducir cómo superar esta prueba sin ser detectado.
Metió todo el brazo en su bolsa y sacó un pequeño tablero hecho de caoba. Una edición especial del último modelo Heliodoro Nigel 55, "solo para práctica profesional" según la publicidad. Ajustó la dificultad al nivel Gran Maestro y escogió las blancas.
El juego comenzó. Los dos tableros se enfrentaron. Ambos contenían un alto nivel de detalle y exquisitos encantamientos, pero mientras uno había sido diseñado por el mejor jugador de Inglaterra con el único objetivo de ganar; los hechizos del otro también necesitaban que las piezas pudieran batallar armados con espadas y lanzas.
No fue difícil predecir el resultado. Apenas cuatro minutos después, Gerald supo que tenía la partida asegurada.
Entonces, a solo un par de movimientos de conseguir la victoria, guardó el pequeño tablero y empezó a jugar por su cuenta. Sabía muy bien que tanto perder, empatar o ganar provocarían el mismo resultado: delatar su presencia.
Abandonó la persecución del rey blanco y en su lugar se enfocó en avanzar sus peones. Lentamente, sin dejar ninguno atrás, hasta que finalmente pudo exclamar:
- ¡Peón b2 a b1! ¡Promociono el peón negro a caballo blanco!
El reglamento del ajedrez era muy diferente e impreciso hace cien años. Las reglas solo impedían que un peón fuera promocionado a un rey u otro peón, pero no prohibían convertirlo en una pieza enemiga.
Sonó un horrible rechinido desde lo más alto del techo, como de piedra arañando sobre piedra. Unos segundos después descendió el caballo pedido, pero cuando ocupó su lugar lo hizo cojeando y de forma desalineada con su casilla. Numerosas manchas parduzcas se podían ver en su superficie de mármol, evidencia de que no se había terminado de pintar.
En su siguiente turno Gerald coronó otro de sus peones de la misma manera. Y luego otro más.
Cada vez el chirrido era más y más intenso, por momentos pareciendo que algo estaba a punto de quebrarse. Al final el desdichado tablero no pudo soportarlo más, simplemente se bloqueó. Una parte de sus encantamientos creía que había iniciado un nuevo juego, otra parte esperaba a que terminara el actual.
Gerald caminó tranquilamente por entre las inmóviles piezas blancas. Había avanzado una vez más sin levantar ninguna alarma. Su rostro, sin embargo, no mostró ninguna alegría por ese logro.
La siguiente sala era peligrosa y sería un error distraerse por una pequeñez como esa.
Verificó dos veces que todos sus preparativos estuvieran listos. La capa, los seis pares de calcetines, la varita de acebo sujetada entre sus dedos de forma óptima… No podía permitirse cometer errores después de llegar tan lejos. Reunió todo su valor y corrió a máxima velocidad. Los Trolls no destacaban por su inteligencia y no atacarían a algo que no pudieran ver ni escuchar.
Sin embargo, no hubo el más mínimo movimiento. La sala se encontraba completamente vacía. No solo el Troll furioso brillaba por su ausencia, sino que tampoco podía encontrar ni su cadáver ni su maza. Solo unas pocas señales de lucha y un asqueroso olor a quemado eran evidencia de que Snape había estado aquí.
¿Cómo había logrado desaparecer por completo el enorme cuerpo del Troll? ¿Uso solamente fuego?
Gerald sufrió un repelús. Usar fuego para borrar por completo un cuerpo era sumamente difícil, incluso las altas temperaturas del Fiendfyre todavía dejarían un cúmulo de cenizas.
Entonces una llama púrpura estalló en el pasadizo que conducía a la siguiente sala.
- Oh, joder- exclamó petrificado
Había tenido suerte. Mucha suerte. Si tan solo hubiera superado al ajedrez unos pocos segundos más rápido, ahora mismo estaría muerto. Acababa de esquivar a Snape gracias al tiempo que demoró en verificar sus preparativos.
Sintió miedo. Por supuesto que sintió miedo, al fin y al cabo era solo un niño. Pero también era el niño que vivió, así que se palmeó las mejillas y se obligó a recomponerse.
Nada de esto cambiaba lo que debía hacer.
Esperó inmóvil hasta que las llamas desaparecieran por completo. Entonces empezó a asomarse lentamente por el pasillo, sin terminar de entrar del todo en la sala de las pociones. Divisó las siete botellitas, la gran mesa y el pergamino. Asintió satisfecho, la prueba se había terminado de restaurar.
Sacó de su bolsa unos omniculares y leyó desde una distancia segura el pergamino al lado de las botellas. La suerte seguía acompañándolo, el acertijo trataba sobre colores.
Hurgó una vez más en su bolsa, sacando el puñado de papeles con las tablas hechas por Hermione. A pesar de que no las comprendía del todo, había considerado intentarlo de todas formas. Lamentablemente ya no era posible.
Bueno. No había razón para lamentarse. Ya decía el viejo dicho: "ningún plan sobrevive al primer contacto con el enemigo".
Sacó entonces un puñado de esferas negras del tamaño de canicas y las tendió cuidadosamente en el umbral de la puerta. Luego dio media vuelta y emprendió su camino a la superficie.
Ahora empezaba la fiesta.
Todas las pruebas se debían superar tanto de ida como de vuelta. Eso era lo más terrorífico de la forma de pensar de Dumbledore. Cualquier mortífago que quisiera llegar hasta la piedra filosofal tendría que avanzar a través de las salas sin saber cuántos desafíos tendría que superar.
Con cada nueva sala a la que entrara sus dudas empezarían a aumentar: ¿De verdad estaría la piedra al final de todo? ¿Había activado sin querer alguna alarma silenciosa? Cada vez que avanzaba, ¿acaso no estaba complicando su huida?
El factor psicológico era inmenso. Y conforme más nervioso se pusiera, más probable es que cometiera un error y fuera detectado.
Palmeó con confianza su bolsa. Dentro se hallaba un pequeño paquete lleno de pimienta de fuego brasileña, ahora inútil sin Troll al cual enfurecer. Pero tenía muchos otros trucos con los cuales encerrar para siempre a Snape.
- Que no tenga la capacidad de derrotarte no significa que puedas marcharte de aquí
Dumbledore observaba desde uno de los balcones de la mansión cómo la delegación completa de Bulgaria discutían acaloradamente en una de las zonas exteriores del jardín. Iván estaba siendo acosado con preguntas escépticas por parte de sus colegas, con solo Galina apoyando parcialmente su testimonio.
El punto de quiebre ocurrió cuando Iván estuvo dispuesto a compartir sus recuerdos de lo ocurrido, algo sumamente incómodo para cualquier político ya que corría el riesgo de revelar información delicada. Pero, al mismo tiempo, demostraba sinceridad y logró callar casi de inmediato las protestas de sus colegas.
No pasó mucho tiempo para que los otros ministros se terminaran de convencer. Algunos de ellos incluso empezaron a considerar la postergación del torneo durante un par de años, lo suficiente como para que Cedric se graduara y Krum ya no tuviera competencia. Y, para satisfacción de Dumbledore, la mayoría parecía estar de acuerdo con esa idea.
- Disculpe profesor
Dumbledore se giró mientras se frotaba cansadamente los ojos. Incluso con el encantamiento de visión telescópica era complicado leer los labios a tanta distancia.
- Oh, Cedric. Eres tú
- Sí. Pude escabullirme de la fiesta unos minutos- sacó de su bolsillo un pañuelo color ámbar y se lo entregó a Dumbledore- Le regreso la varita que me prestó
- No era necesario que me la devolvieras tan pronto. Lamentaría mucho que tu encantadora cita volviera a pensar que la abandonaste
- ¡Por favor profesor!- se quejó avergonzado- Ella está al tanto de mi verdadera edad
Dumbledore rio de buena gana.
- Lo sé. Esa niña es una actriz nata, una cualidad que la libró de muchos problemas durante su tiempo en Hogwarts
Mientras cogía la varita de sauco de las manos de Cedric, no pudo evitar notar que el joven soltaba un suspiro de alivio.
- ¿Ocurre algo?
- No… bueno, sí. No se ofenda director, pero esa varita es inquietante. Sentí que competía conmigo por quien ejecutaba los encantamientos primero. Como si intentara impresionarme
- Es completamente normal. Ha sido mi varita desde que tengo memoria y no solo ha desarrollado una fuerte lealtad hacia mí, sino que también cierta personalidad. Es algo vanidosa si me lo preguntas- bajó el tono de su voz y susurró como si fuera un secreto- pero no le digas que dije eso
Cedric asintió, acostumbrado a los comentarios algo locos del director, y procedió a retirarse.
Dumbledore se volvió a quedar solo con sus pensamientos. Hace muchas décadas, aquel día en que triunfó sobre Grindelwald, él también conoció esa sensación. Cuando la varita de sauco conocía a un mago talentoso, intentaba impresionarlo con su poder, despertar en el usuario la ambición de poseerla.
Agitó la cabeza, alejando esos pensamientos desagradables de su mente y volvió a espiar a los ministros extranjeros.
Todos ellos volverían a su país en unas pocas horas. Siempre que no hubiera imprevistos, las noticias referentes a Cedric lograrían esparcirse por el ministerio de Bulgaria antes de que pudieran averiguar que el "joven prodigio" todavía cursaba su tercer año.
Miró a los otros asistentes de la fiesta.
Si la delegación decidía mantener esto en secreto, lo lamentaría mucho por Cedric y su privacidad, pero tendría que convencer a Fudge de esparcir las noticias por medio de "El Profeta".
Necesitaba sí o sí que el torneo se retrasara. Algo muy gordo se estaba cociendo en Durmstrang y, a pesar de su considerable influencia, le había sido imposible averiguar con precisión lo qué era. El secretismo de Karkaroff era absoluto, llegando incluso a permitir que la familia de Krum viviera dentro de los terrenos de su escuela para evitar que saliera del castillo durante las vacaciones.
Era improbable. Pero si Karkaroff estaba cometiendo la estupidez de cultivar un nuevo señor oscuro…
Una vez más el anillo se apretó alrededor de su dedo, cortando de tajo sus pensamientos y dejándolo desconcertado por unos segundos. Había algo mal con esta alarma: ¡Gerald había superado la sala de las pociones!
Espera… ¿qué?
Presionó con la yema de sus dedos el ópalo negro y revisó su sistema de seguridad. Quizá las runas que informaban de forma remota a su anillo tenían algún error… no, todo parecía perfecto.
Comprobó a más detalle el acertijo de la sala de las pociones. En efecto habían superado la adivinanza de Snape, de una forma muy ingeniosa y rápida además. Y eso que tuvo la mala suerte de toparse con uno de los más difíciles.
Dumbledore se rascó la barba de forma pensativa. Si no fue un falso positivo, entonces… ¿Cómo demonios habían superado al Troll sin levantar la alarma?
Redirigió entonces su atención al historial mágico de la sala del Troll. Esos eran datos que no había programado para ser accesibles a distancia, así que demoró un par de minutos en que el informe llegara desde Hogwarts. Bajó lentamente por la larga lista de hechizos, la mayoría eran inútiles, pero algunos de ellos producían fuego y con algo de ingenio podrían haber funcionado para...
De pronto el ópalo se tiñó de un enfermizo color rojo sangre.
La mente de Dumbledore cayó en caos. Sus runas habían detectado al Cruciatus.
- ¡Imposible!- exclamó
¿Acaso Voldemort enviaría niños para atravesar sus pruebas?
Deslizó con fuerza su dedo sobre la pulida piedra, desapareciendo la tonalidad escarlata, sin embargo, fue sustituida casi de inmediato por un lechoso color rosado. Sus runas habían detectado otro imperdonable. Esta vez un Imperius.
¡Voldemort había imperiado a dos de sus estudiantes!
Dumbledore no esperó más. Se intentó aparecer directamente en Hogsmeade, pero su intento de deformar el espacio fue respondido por una sensación de pesadez. El Ministerio, que siempre demostraba eficiencia en los momentos más inadecuados, había colocado medidas anti aparición por motivos de seguridad.
Estuvo a punto de soltar un gruñido exasperado, pero incluso esa pequeña liberación le fue negada. El anillo una vez más se ciñó alrededor de su dedo, exponiendo el completo fracaso de su plan. Alguien había conseguido la piedra filosofal.
A paso rápido, pero cuidando que ninguno de los otros invitados viera su nerviosismo, se encaminó hacia la salida. Su dedo en ningún momento dejó de frotar el ópalo, necesitaba saber la identidad del niño al que confundió con Gerald.
Su conciencia voló una vez más al castillo. Era cuestión de un instante, a lo mucho una décima de segundo, básicamente lo mismo que le demoraría a la luz recorrer los trescientos kilómetros hacia Hogwarts.
Pero fue una décima de segundo demasiado tarde. Solo pudo captar un borrón grisáceo y luego… nada. Total y absoluta nada.
Las runas en el espejo de Oesed acababan de ser destruidas.
P.D.: Se agradecen las reviews
