El Cuarto Jugador

A pesar del gran espejo ocupando el centro de la sala, mirar su propio reflejo fue lo último a lo que Harry le prestó interés. El gran marco de oro, en cambio, captó su atención por el fino trabajo que había hecho el forjador. Una pieza tan bella como esta podría venderse a un precio que duplicaría fácilmente al coste de los materiales.

Aunque, por supuesto, aquello seguía sin justificar las elaboradas pruebas que lo resguardaban.

- ¿Esto es todo?- preguntó en voz alta mientras veía cómo su reflejo lucía igual de decepcionado a como él se sentía

- Debe de haber algo más- dijo Hermione, señalando con su varita la inscripción grabada en la parte superior- Quizá sea otro desafío

Harry no tenía demasiada fe a esa teoría. Sin más puertas o salas, tampoco existía necesidad de superar otra prueba. Esta era la recompensa que habían ganado por arriesgar sus vidas, y a pesar de sentirse defraudado, no lo estaba al punto de rechazar un buen puñado de galeones.

Se volvió para dar la orden de cargar con el botín, y entonces notó cómo el Troll miraba embobado hacia el frente.

- Oye Hermione. Algo extraño le está pasando al…

No terminó su frase, pues cuando volteó, Hermione también parecía igual de fascinada por ver su propio rostro. Necesitó agarrarla de los hombros y sacudirla un par de veces para sacarla de su estupor.

- ¡Es increíble!- alabó emocionada- Hay que llevarlo con nosotros, podríamos ponerlo en la biblioteca de Salazar y… Oh. Lo siento. ¿Dijiste algo?, no estaba prestando atención

- ¿Puedes ver algo aparte de tu reflejo?

Hermione abrió los ojos como diciendo: "¿Tú no puedes verlo?" y luego giró la cabeza para dar otro vistazo a la hermosa y apacible escena ocurriendo del otro lado.

Ahí una joven mujer se encontraba recostada bajo la sombra de un gran árbol. Vestía de forma muy sencilla, con pantalones de mezclilla y una camiseta de manga corta; pero era evidente que se trataba de una bruja totalmente desarrollada y de gran riqueza. Lo denotaba su postura, los extraños libros en sus manos y las joyas desperdigas a sus pies.

- Sí- dijo mientras señalaba al grabado en la parte superior- No es ningún idioma extranjero, solo está al revés. Los imperdonables deben haber estado protegiendo nuestra mente, solo debes relajarte y podrás hacerlo igual que yo

Harry frunció el ceño y alzó la vista con intención de examinar el mensaje, pero ni siquiera alcanzó a leer la tercera palabra cuando el término "Oesed" hizo click dentro de su cabeza.

Recordó las historias que hablaban de este objeto. Cómo es que un estafador lo había diseñado para llevar a cabo sus crímenes, cómo es que podía almacenar la información de sus víctimas para construir cada vez mejor sus ilusiones, y también la capacidad de identificar a quien sea que lo usara.

- ¡Maldición! ¡No sigas viendo! Todo esto no es más que una vil trampa para…

No, espera.

No podía ser una trampa. No tenía sentido proteger una trampa detrás de tantos obstáculos. Quizá… quizá de verdad esta fuera una prueba más.

- ¿Qué viste Hermione? ¿Hay algo que esté mal con el resto de la escena?

Hermione se sintió extrañada por su brusco cambio de humor, pero ante el emocionado Harry, no tuvo más opción que inspeccionar con sumo detalle su visión.

Podía ver cumplido su deseo de una vida en donde su lado muggle y mágico coexistieran sin impedimentos, con tiempo y libertad para dedicarse a estudiar todo aquello que despertara su interés. Lo único que desentonaba eran las joyas. Nunca se había considerado una persona materialista y, a pesar que sabía que necesitaba dinero para llevar sus sueños a la realidad, le costaba creer que tales pensamientos se escondieran en su subconsciente.

- Hay diamantes esparcidos por el suelo- dijo señalándolos- También oro, esmeraldas, zafiros. ¡Oh!, acabo de agarrar una extraña piedra del tamaño de mi puño, parece un rubí en bruto…

De pronto, en la mano con la que señalaba, se materializó de la nada una piedra rojo sangre y cayó al piso. Fue tal la sorpresa que ninguno hizo el ademán de recogerla.

- ¿Es la que veías en tu visión?

- Sí

- ¿Puedes sacar otras cosas?

- Debería poder, solo necesito desear tenerlo en mis manos para…- dejó de hablar en ese momento, sorprendida por lo que ahora mostraba el espejo- ¡Vaya! Todas las joyas han desaparecido

Harry tronó sus dedos y el Troll avanzó con intención de levantar la piedra.

Ambos esperaban que sucediera algo. Una última protección, una maldición, una prueba extra; pero nada pasó. El Troll sostuvo la piedra entre sus dedos y la entregó sin contratiempos.

Habían ganado.

- ¿Y qué es lo que obtuvimos?- preguntó Hermione

- Ni idea

Harry miró atentamente el espejo y, luego de comentarle a Hermione su verdadera naturaleza, consideró destruirlo. No quería dejar pruebas de su presencia.

- ¡Espera, espera!- intentó persuadirlo Hermione- Podríamos conservarlo. Ya sabes, Salazar podría saber alguna manera de lograr que el espejo cambie de maestro. Imagínate todo la información que podría estar almacenada dentro. ¿O acaso no deseas echar un vistazo a tus más profundos deseos?

Harry dudó. Resultaba tentador tener sus metas siempre claras. Y, junto a ese pensamiento, empezó a formarse un extraño panorama dentro del cristal. Fue algo muy fugaz, pues el Imperius ofrecía una resistencia mental mucho mayor comparado con el Cruciatus, pero al cabo de unos segundos fue capaz de bajar sus defensas lo suficiente como para distinguir una visión.

Se vio a sí mismo venciendo a su hermano en un duelo. Debía tener unos dieciséis o diecisiete años, y el lugar de la batalla era los terrenos de la mismísima mansión Potter. Su padre estaba desconcertado por el desenlace de la batalla, al igual que el resto de la multitud que lo rodeaba.

Solo Hermione lucía feliz por su victoria, la misma que ahora corría emocionada en su dirección, ostentando una sonrisa más orgullosa incluso que la suya. Pero ella ya no era una niña, los años la habían convertido en una muchacha muy hermosa.

Harry tosió para ocultar su incomodidad. Este era el tipo de información que podrían matar a alguien de vergüenza.

- Lo siento. Podría entorpecer nuestra huida, es demasiado riesgoso- alzó un brazo y dio la orden lo más rápido que pudo- ¡Destruye el espejo!

El Troll obedeció. Su brazo salió disparado a tal velocidad que solo era posible ver un borrón grisáceo. Casi una tonelada de fuerza deformó el marco de oro e hizo estallar el cristal, atrofiando por completo las runas integradas en el espejo; tanto las originales como las incorporadas por Dumbledore.

Pero, por supuesto, aquello no fue suficiente para el Troll. Continuó pisoteando los restos hasta que, de lo que alguna vez fue una magnífica reliquia de incalculable valor, solo quedaron diminutas esquirlas de vidrio y trozos amorfos de metal.

Harry se agachó, recogió uno de los trozos del marco y lo cargó en la mochila junto con la piedra.

- Ya sabes, para que no puedan repararlo. Hay que salir de aquí

Hermione lo miró con ojos ofendidos. Pero Harry fingió no notarlo y caminó sin mirar atrás hacia la sala de las pociones.


Sala de las Llaves Voladoras.

Gerald ingresó a la sala mientras sonreía de oreja a oreja. La sorpresita que le había dejado a Snape en la sala del ajedrez gigante era única. Francamente no podía imaginar cómo era posible siquiera jugar, y mucho menos aprovechar los errores de diseño.

Se golpeó las mejillas para enfocarse. Todavía no era momento de festejar.

Abrió su bolsa y sacó una caja de madera negra. Había invertido mucho esfuerzo en este paso, no tanto por la complejidad de la transfiguración, sino por la gran cantidad de magia que consumía mantener los cambios por tanto tiempo.

Quitó las correas de seguridad y más de treinta llaves de plata forzaron su camino uniéndose a sus hermanas de otro padre en lo alto de la sala. Revolotearon en círculos, rozando sus alas unas con otras, cómo si se estuvieran conociendo.

Gerald guardó la caja negra en su bolsa. No tenía tiempo que perder, preparar el obstáculo para la siguiente sala requeriría mucho más trabajo que este.

Sin embargo, no alcanzó a dar ni un paso antes de que se viera obligado a arrojarse a una esquina y encogerse bajo la capa de invisibilidad.

Alguien acababa de abrir la puerta.

Desde su posición apenas logró distinguir una silueta difusa, pero al cabo de unos segundos pudo apreciar un olor ácido y picante llenando el aire, luego una túnica púrpura, un rostro pálido… y un turbante.

Quirrell entró a la sala luciendo ansioso, pero no de la forma acostumbrada. No parecía estar en constante estado de miedo, sino en cambio sufriendo una extraña mezcla de urgencia y preocupación.

Tal radical cambio de comportamiento despertó la desconfianza de Gerald. Y esa desconfianza se vio alimentada cuando vio a Quirrell atrofiar la puerta para evitar que se cerrara tras de él.

El profesor avanzó a través de la cámara sin mostrar ninguna intención de montar una escoba. Alzó su varita y disparó hacia el techo. Dos llaves, una plateada y otra de hierro, fueron alcanzadas por el rayo de luz y describieron una parábola invertida mientras caían directo hacia su mano. Procedió entonces a modificar la llave de hierro para adoptar la forma de la de plata.

Realizó un trabajo impecable, logrando copiar incluso los arañazos en el mango. Sin embargo, cuando intentó abrir la puerta la cerradura crujió de forma áspera, como si hubiera intentado usar una llave incorrecta.

Confundido, empezó a inspeccionar la llave de plata. Demoró solo unos segundos, pues Gerald se había enfocado en la duración y no en la ocultación.

- ¡Finite Incantatem!- Quirrell gritó furioso

Los encantamientos fueron destruidos y la llave de plata en su mano empezó a recuperar su forma original. En un par de segundos se hinchó como un globo, con la única diferencia de que no era aire lo que contenía, sino hierro.

Una bludger a medio metro de distancia salió disparada en línea recta hacia la única persona visible en la habitación.

Se oyó un sonido similar a la tela desgarrada, seguido de inmediato por el crujido de un hueso. La pelota había atravesado el Protego a medio crearse conservando buena parte de su energía, y luego procedió a fracturar el brazo izquierdo que uso para proteger su rostro.

- ¡Aaaaaah!- chilló de dolor

Sin embargo, justo cuando la pelota planeaba arremeter por segunda vez, Quirrell logró reducirla a un montón de limaduras metálicas con un hechizo apresurado.

Sus ojos, llenos de furia y dolor, recorrieron las docenas de llaves plateadas volando por encima de él. Rápidamente adivinó el oscuro destino que le hubiera esperado en caso de haber utilizado "Finite Incantatem" en toda la habitación.

Quirrell sacó un pequeño objeto de sus túnicas y lo frotó con la punta de su varita mientras murmuraba un largo y complicado encantamiento. Lentamente las llaves plateadas empezaron a emitir un brillo azulado. Todas menos una, la que precisamente era la original.

Gerald se sintió extrañado por cómo logró identificar de forma tan sencilla las falsificaciones. Giró un poco su cabeza, provocando que se formaran arrugas en la capa y que el aire del exterior se introdujera bajo la tela. Alcanzó entonces a ver lo que Quirrell sostenía entre sus dedos, era uno de sus palillos de incienso.

- Un niño… aquí. Percibo su olor- susurró una aguda voz

A Gerald se le puso la piel de gallina. Bajó la cabeza y cerró los ojos, rezando que no lo descubrieran. Y con ese encogimiento, la capa volvió a cubrirlo por completo.

Quirrell exclamó:

- ¡Homenum Revelio!

Quizá solo fuera algo psicológico, pero Gerald juraría sentir una extraña fuerza irradiando desde la varita de Quirrell, dirigiéndose hacia él y presionando la capa contra su cuerpo.

- No hay nadie aquí, Maestro. Debe encontrarse más adelante

Sus plegarias fueron escuchadas y el "Maestro" no contestó. Quirrell disparó contra la llave de plata original y, como si se burlara de los esfuerzos de Gerald, usó su propia varilla de incienso como material base para transfigurar un duplicado y avanzó a la siguiente sala.

Pasó un minuto completo antes de que Gerald se atreviera a levantar la cabeza y comprobar que efectivamente se encontraba solo.

Únicamente entonces pudo obligarse a recuperar parte de su valentía. Se incorporó de un salto y corrió a toda prisa hacia el otro extremo de la habitación. Introdujo su propio duplicado y, con un movimiento brusco de su varita, derritió la llave de bronce dentro de la cerradura.

- Jaja- dejó escapar el aire en una risa que no era risa, sino un extraño jadeo mezcla de nerviosismo y auto desprecio

Las bludgers transfiguradas fueron algo que le tomó tres días completos de planeamiento y fabricación. Y aun así, Quirrell había logrado superar el obstáculo en pocos segundos. Esa era la abismal diferencia entre un niño con talento y un adulto experimentado.

Sin mencionar al "Maestro" que parecía habitar dentro de su cuerpo.

Giró en redondo y se escabulló hacia la sala del lazo del diablo.


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