Desaparecido

Quirrell se recostó sobre los restos carbonizados del lazo del diablo, guiando su magia a sellar sus hemorragias internas y aliviar las ampollas en su piel.

La onda de choque había sacudido su cuerpo desde dentro hacia afuera. Había experimentado la horrible sensación de tener a sus órganos golpeándose unos con otros, de quedarse sordo y ciego simultáneamente, y de estar a un pelo de perder la conciencia en medio de un mar de llamas fuera de control.

Solo el dolor provocado al morderse la lengua lo había mantenido lo bastante despierto como para aferrarse a su varita y luchar contra el enloquecido Fiendfyre. Y solo la suerte había querido que el lazo del diablo muriera por deshidratación pocos minutos antes de que la harina se encendiera, logrando así que la magia contenida en sus lianas se dispersara y no sirviera de alimento para las nuevas bestias de fuego.

A duras penas había alcanzado a extinguir el Fiendfyre. Y aún más difícil había resultado gatear hasta esta sala, impulsado no por la devoción a su amo, sino por el simple deseo de un bocado de aire frio.

Aquí había encontrado una sala destrozada. Golpeada no solo por la explosión de polvo, sino también por la consecuente liberación del vapor de agua contenido en el regulador. La trampilla en lo alto ya no existía, permitiendo escuchar con total claridad los agudos lloriqueos de tres perros. La onda de choque debió destruir los tímpanos del animal, y a diferencia de él, este no tenía forma de curar sus oídos dañados.

Sin embargo, a la larga el cerbero tendría un mejor destino.

Su consumo mágico ya había excedido por mucho lo permitido por la sangre de unicornio. Una vez que el contragolpe viniera, moriría en el acto. Siendo optimistas, le quedaban tres horas de vida como máximo.

Lo único que lograban sus esfuerzos curativos era que sus últimos momentos fueran menos agónicos.

- Lo siento mucho maestro. Le he fallado

Su amo le respondió con silencio. Un silencio frio que no provenía de su personalidad distante, sino de un estado de concentración extrema. Quirrell ni siquiera intentó adivinar qué clase de planes eran trazados y desechados a cada segundo. Hace mucho que llegó a aceptar que los pensamientos en la mente de su maestro serian siempre un enigma.

- No, no me has fallado. Me serviste con todo tu corazón, mente y cuerpo. No debes avergonzarte. Si yo hubiera estado en tu lugar, es posible que hubiera cometido los mismos errores

Quirrell bajó la mirada y vio lo que quedaba de su brazo izquierdo. A diferencia de las ampollas producto del calor ambiental, las quemaduras directas no podían ser curadas y el dolor apenas era opacado. Esa era la naturaleza de la magia oscura.

- Sus palabras me llenan de consuelo Maestro

- Sin embargo, no todo está perdido Quirinus. Todavía disponemos de algo de tiempo. Conozco una ruta secreta que nos llevará directamente a las profundidades del bosque prohibido. Si nos damos prisa, podemos usar la cobertura de la noche para dar caza a un unicornio

- Pero maestro…- Quirrell tosió un poco de sangre y tardó en continuar- corre el peligro de ser aprisionado dentro de mi maltrecho cuerpo. Lo mejor será que escape en su forma espectral, no puede permitir que lo capturen

- ¡Lord Voldemort jamás abandona a quien lo haya servido fielmente!- declaró- No seré yo quien aproveche la sangre de unicornio, sino tú. Créeme, este no es el final de tu camino. Y cuando llegue el día en que me revele una vez más al mundo mágico, tendrás el honor de ocupar el asiento a la derecha de mi trono

- ¿Lo dice en serio maestro? ¿Podremos sobrevivir?

- Estoy completamente seguro. Sin embargo, necesitaré que realices un último esfuerzo

- Lo que sea maestro. ¡Lo que sea!

- Primero debes recuperar la movilidad de tu cuerpo. Hazlo lo más pronto posible, usa tanta magia como sea preciso. Luego deberás llevarme a un lugar oculto en las profundidades del castillo, yo te guiaré

Quirrell apretó los párpados con fuerza. Si algo destacaba en él, era su devoción más que fanática. En su afán de apresurar el cumplimiento de sus órdenes, llegó al punto de renunciar por completo a su brazo izquierdo para no desperdiciar ni una sola onza de magia.

Voldemort también cerró los ojos, ralentizando sus funciones vitales y dejando que las energías de Quirrell se usaran íntegramente en remendar sus huesos y carne. Sintió como el tiempo de vida de su sirviente disminuía drásticamente, de las tres horas originales a poco menos de cincuenta minutos.

Las cosas habían dado un giro inesperado. Un simple niño lo había burlado, había caído múltiples veces en sus trampas infantiles y la piedra filosofal se le había escapado de entre los dedos. Como consecuencia, ahora incluso su patética condición como parásito corría peligro.

Pero nada de eso lo detendría, muy pronto encauzaría los acontecimientos devuelta al camino correcto.

Los obstáculos puestos en Hogsmeade no demorarían a Dumbledore por mucho más. Aferrarse a Quirrell y huir a través del bosque prohibido era solo una esperanza vacía, más aún si desperdiciaban su precioso tiempo en la persecución de un unicornio. Quizá poseer a un estudiante mejorara un poco sus posibilidades, pero si el maldito viejo confinaba los terrenos del colegio y peinaba cada centímetro cuadrado en su búsqueda (como seguramente haría), sería descubierto tarde o temprano.

Quirrell ya no era utilizable, eso era evidente. Necesitaba desecharlo y encontrar urgentemente un nuevo cuerpo donde habitar. Un cuerpo compatible, capaz de esconderse dentro del castillo y soportar la presencia de Lord Voldemort durante meses.

Necesitaba el cuerpo de un basilisco.


Una espesa nube de polvo descendía por la ladera de una montaña, arrastrando con ella una gran cantidad de grava, tierra y hierba en dirección al pequeño poblado de Hogsmeade. A su paso, la vida nocturna de todo el ecosistema local era perturbada como no lo había sido desde hace siglos. Los zorros se encogían en sus madrigueras, las aves huían despavoridas en todas direcciones, e incluso los robustos pinos de más de cien años se sacudían como si se encontraran en una furiosa tormenta.

Las pocas personas presentes en la plaza del pueblo no podían ver tantos detalles. La escasa luz de la Luna, la distancia y la falta de puntos de referencia no permitía ni siquiera estimar el verdadero tamaño del desastre. Para ellos lucía simplemente como una ola de oscuridad que se volvía cada vez más cercana.

Sin embargo, si fuera solo eso, ninguno de ellos habría sentido tanto miedo. Hace mucho que el pueblo había preparado contramedidas contra avalanchas y fenómenos similares, y si bien sus casas serian perjudicadas, habían transcurrido décadas desde la última víctima mortal.

Era el minúsculo punto de luz en la cresta de la ola, apenas más brillante que una estrella, lo que había sembrado terror en sus corazones. Pues ese minúsculo punto era la prueba irrefutable de que sus muertes vendrían por la mano del hombre y no de la naturaleza.

- Tal vez deberíamos retirarnos. Podríamos tener una oportunidad de salvarnos si nos dirigimos hacia la quebrada del este…

- ¡Silencio! Si quieres irte, vete- interrumpió un hombre de larga barba ubicado al frente del grupo- Nadie te retiene aquí. Ni a ti, ni a nadie

De pronto, sin previo aviso, retumbaron múltiples estallidos a unos doscientos metros de los límites del pueblo, y durante unos momentos les pareció como si escucharan al mar romper contra un acantilado.

Para cuando se animaron a abrir los ojos, el implacable avance de polvo y tierra se había frenado en seco de forma milagrosa. Ahora solo el punto de luz continuaba acercándose, aunque a mucha menor velocidad, avanzando por la avenida principal directamente hacia la plaza.

En poco tiempo pudieron distinguir una débil, pero familiar silueta envuelta en un capullo de luz tenue. Y tan solo unos segundos después todos los presentes soltaron suspiros de alivio al confirmar su identidad.

Era Dumbledore.

- ¿Qué ha sucedido?- preguntó, deteniéndose y dejando caer el capullo protector- ¿Por qué están aquí reunidos? ¿Qué ha pasado con el resto de la gente?

- ¡Señor director! ¡Señor director!- el joven avanzó hacia el frente a punta de codazos- No creerá lo que ha pasado. No funcionan las redes flu, tampoco nos podemos aparecer. Y no solo el pueblo ha sido incomunicado, las montañas y los bosques cercanos también. Cuando lo vimos acercarse a lo lejos, creímos que algunos magos perversos habían provocado un deslizamiento y venían a atacarnos…

Dumbledore asintió con calma ante las atropelladas palabras del joven. Alcanzaba a imaginarse lo aterrador que debió ser para ellos verlo descender por la montaña a la velocidad del sonido.

Hace diez minutos, y luego de docenas de intentos infructuosos, había conseguido aparecerse a más de cuarenta kilómetros de distancia en una parada de camioneros abandonada. Una vez ahí, se orientó con las estrellas y viajó de la única forma que podía: corriendo. En su prisa por llegar a Hogwarts, había olvidado los traumas que podría despertar en aquellos que experimentaron de primera mano el horror de la primera guerra mágica.

Las personas frente a él eran escasas, apenas quince del total de doscientas que vivían aquí permanentemente. Si recordaba bien, un gran porcentaje de los habitantes de Hogsmeade se habían mudado aquí luego de perder sus hogares en la primera guerra. No era extraño que eligieran huir ante el recuerdo de los mortífagos, de todas aquellas veces en que una pequeña villa era aislada y quemada en busca de "traidores".

Miró detrás del hombre. A lo lejos una multitud de puntos negros escapaban a la seguridad ofrecida por Hogwarts mientras que unos pocos individuos habían decidido probar suerte dispersándose en direcciones aleatorias. Magos fuertes y adultos, capaces de dar pelea, pero que habían escogido dar la espalda al enemigo en vez de defender sus hogares.

La guerra no solo había arrebatado innumerables vidas al mundo mágico, sino también gran parte de su valentía.

- Escúchenme con atención. No deben preocuparse, les garantizo que no corren peligro alguno. Requiero que guarden la calma y que por favor reúnan a las personas que están huyendo. El departamento de aurores ya ha sido contactado y en pocos minutos vendrán a eliminar cualquier desperfecto en los servicios de transporte. Yo por mi parte debo cumplir con mi deber y regresar al colegio para retomar mis funciones como director. Agradezco por la compresión que…

Los hombres frente a él, de forma predecible, empezaron a protestar. No deseaban que su única garantía de seguridad desapareciera sin más. Pero entonces el mismo hombre barbudo de antes dio un paso adelante, acalló el alboroto y comenzó a organizar las batidas.

Dumbledore asintió en dirección a su hermano y alzó su puño hacia la Luna.

Frente a docenas de ojos, un borrón dorado descendió desde lo más alto en el cielo y estalló en unas llamas ardientes que quemaron hasta el mismísimo espacio. Una décima de segundo después, Fawkes y Dumbledore surgieron directamente en la oficina del director.

- ¡Exemplum!- exclamó, y un pequeño trasto en su escritorio se derrumbó en un montoncito de piezas de plata, solo para reestructurarse de inmediato en un modelo a escala de Hogwarts

- ¡Claudere!- profirió su segunda orden mientras salía corriendo por la puerta de su despacho. A lo lejos, en todas partes del castillo, podía escucharse el sonido de las puertas y ventanas exteriores sellándose de forma remota

Su varita se movió de un lado para otro, disparando un fénix hecho de luz en cada bifurcación en camino a su destino.

- ¡Den alarma a todos los profesores! ¡Que ningún estudiante salga de sus dormitorios! ¡Bloqueen las puertas y que Minerva y Severus vengan aquí de inmediato!- ordenaba una y otra vez a sus patronus

Por fin dio un giro cerrado en una esquina y llegó al pasillo del tercer piso.

Ni todos sus años de vida podrían haberlo preparado para lo que encontró ahí. Fluffy, un enorme perro de tres cabezas, se hallaba llorando contra la pared de la sala. Una rápido revisión de su estado reveló datos espeluznantes: Primero, casi todas sus heridas eran internas; y segundo, y también lo más impactante, era que todos los encantamientos colocados sobre su cuerpo se encontraban intactos.

¡Estas eran lesiones provocadas por una onda expansiva! ¡Solo un loco usaría explosiones en un espacio cerrado!

Se inclinó hacia el humeante boquete que antes era una trampilla y echó una mirada para verificar la situación. Un asqueroso olor a vegetal quemado provenía desde abajo, pero Dumbledore no le tomó interés. En comparación, los rastros de sangre humana en el borde del agujero gozaban de mayor importancia.

- Albus, ¿nos has llamado?- McGonagall venía corriendo acompañada de Snape- ¡¿Pero qué acaba de suceder aquí?!

Dumbledore agitó su varita y limpió el aire viciado.

- Llama a Hagrid para que se ocupe de Fluffy- dijo mientras encogía al pobre animal hasta tomar el tamaño de un conejo- ¿Todos los profesores han respondido al llamado?

McGonagall desenrolló un pergamino amarillento y revisó el estado de todo el personal.

- Casi todos. El profesor Quirinus Quirrell está desaparecido

Dumbledore apretó con fuerza los puños.

- Revisa a todos los estudiantes. Quiero saber los nombres de todos los que no estén en sus dormitorios- recordó las pequeñas siluetas que había divisado por medio de su anillo- En especial los de primer y segundo año

McGonagall asintió y se retiró a toda prisa.

Dumbledore volvió la vista hacia Snape.

- Me dijiste que montarías guardia desde la sala de profesores. ¿No escuchaste el sonido de las explosiones?

- Fui drogado. Un vapor incoloro e inoloro fue introducido dentro de la habitación, si no fuera por tu patronus, hubiera dormido por una semana

Dumbledore frotó la sangre entre sus dedos, analizando si pertenecía a un hombre adulto o a un niño.

- Fue Quirrell, ¿verdad?

- Sí, fue él

- Te lo dije- dijo Snape

- Lo hiciste Severus. Creí que lo tenía bajo control- suspiró cansadamente. Una parte de él siempre se había negado a aceptar que su viejo amigo hubiera caído ante las tentaciones de Voldemort- Ahora necesito que revises el bosque prohibido, puede que intente escapar por ahí


P.D.: Como siempre, se agradecen los reviews

P.D.2: Creo que a partir es bastante evidente que he tenido que buffear el poder de los personajes. Esto es lo hago para que se note mejor la gran diferencia de poder que existe.

P.D.3: La explosión dañó a Fluffy más que a Quirrell debido a su gran tamaño. Las ondas expansivas hacen daño al contraer fuertemente los músculos y el gas contenido en el cuerpo. Fluffy tenía mucho más gas contenido en su cuerpo en comparación a un humano. Además, estaba acostado sobre el piso, y todos sabemos que las ondas viajan mejor en solidos que en el aire. Creo que los cazadores de mitos hicieron un experimento sobre eso.