Los Derrotados

Dumbledore se permitió un breve momento de debilidad al cerrar sus adoloridos ojos. Luego de casi sesenta horas de vigilia continua; la impotencia, la frustración y la fatiga habían consumido sus fuerzas sin importarles que su voluntad siguiera intacta.

- Voldemort suele cometer errores justo después de una victoria- se dijo a sí mismo- Debería estar desesperado por recuperar su cuerpo

Fijó la vista en uno de los informes. Por ahora se enfocaría solo en memorizar la información, uniría los puntos luego de un merecido descanso: Había daños en los baños del segundo piso, el equipo deportivo necesitaba actualización y el mobiliario del salón 204,…

Sacudió la cabeza.

¿Cuánto tiempo llevaba revisando el presupuesto escolar?

Apartó los papeles y se frotó los ojos. Ya ni siquiera podía mantener sus pensamientos en orden, mucho menos idear hipótesis útiles.

- El niño ha llegado- habló una de las pinturas- Está subiendo las escaleras

Dumbledore se golpeó tres veces la sien izquierda con la punta de su varita y de inmediato sintió que recuperaba su agilidad mental, la vida en sus ojos y su buen porte. Tal estado no duraría mucho (era ya la décima vez que usaba el mismo hechizo), pero necesitaría la energía extra para la siguiente conversación. Las apariencias eran muy importantes.

- Buenas tardes señor director

- Buenas tardes Gerald. Me supongo que has venido a preguntarme sobre el estado de tu hermano

Gerald asintió, dio dos pasos más hasta posicionarse en el centro de la sala y dirigió su mirada hacia el entrecejo de Dumbledore, cuidando siempre de no mirarlo directo a los ojos.

- Así es. Quise ir a verlo después de clases, pero la enfermería continúa cerrada. Madame Pomfrey me indicó que hablara con usted si quería obtener permiso

- Oh, es cierto- dijo con voz neutra, aunque por dentro enumeraba otro más de sus descuidos- Olvidé cancelar esa orden, el aislamiento fue solo por precaución. Si lo deseas puedo darte un permiso especial, pero desde ya te aseguro que solo sufrió algunas lesiones menores

- Me alivia mucho oírlo, pero en realidad me gustaría saber con precisión qué es lo que le ocurrió

- Lo lamento Gerald. Quisiera decirte más, de veras, pero mi cargo me impide divulgar ese tipo de información. Podrás preguntarles directamente a tus padres mañana

Gerald abrió los ojos sorprendido. Las reglas del colegio eran en extremo estrictas con respecto al ingreso de terceros. Ni siquiera tres niños heridos y la captura de un dragón ilegal requirió en aquel entonces la presencia de sus padres, y mucho menos debería merecerlo las "lesiones menores" de su hermano.

- No debes preocuparte- añadió Dumbledore, notando su confusión- Tu hermano está fuera de peligro. Pero lamentablemente perdió su varita y, con los exámenes tan cerca, necesita conseguir una nueva lo más pronto posible

- Ya veo. Lo lamento mucho por él, no sé cómo me sentiría si perdiera mi varita

Dumbledore notó cómo Gerald parecía cambiar su peso de una pierna a otra, indeciso sobre cómo continuar la conversación.

- Algo me dice que preguntar sobre el estado de tu hermano no es la única razón por la que viniste aquí, ¿verdad?

- Sí. Tiene razón- dijo parándose derecho- También he venido a disculparme. Anoche… no, todo mi proceder durante los últimos meses, fue basado en el orgullo y exceso de confianza. Si hubiera dado aviso a los profesores sobre Quirrell en vez de escabullirme de regreso a mi dormitorio, quizá…

- No tienes nada de qué disculparte- interrumpió Dumbledore

- Pero…

- No Gerald. Las medidas que tomaste lograron detener a Quirinus mucho más tiempo que las mías, en todo caso el culpable soy yo por subestimar a Voldemort. Nunca creí que trataría de robar la piedra personalmente

Gerald sintió que su mano derecha amenazaba con temblar al escuchar ese nombre, pero se obligó a mantener la compostura. Lo había usado con naturalidad en el pasado y no iba a empezar a sentir miedo solo por un encuentro cercano con "El que no debe ser nombrado".

- Profesor, me gustaría hacerle una pregunta

- Adelante

- Como sabe, yo intenté durante más de un mes llegar hasta la piedra. Superar cada una de las salas me tomó gran cantidad de tiempo y esfuerzo, sin embargo, mi demora no fue por culpa de la dificultad de las pruebas, sino debido a los brillantes mecanismos de alarma que usted…

Dumbledore alzó la mano, interrumpiendo el discurso de Gerald. Su forma prudente y considerada de hablar podía ser muy útil para ganarse la lealtad de sus amigos, pero necesitaba aprender que en algunas circunstancias podía ser molesta.

- Supongo que lo que quieres preguntar es por qué no hice las pruebas imposibles, o por qué no usé un señuelo en vez de la verdadera piedra filosofal

Gerald asintió.

- Lo cierto es que sin la verdadera piedra filosofal, mis trampas hubieran sido completamente inútiles

- …

- Veras Gerald, a un nivel local la "magia" parece comportarse como una serie de reglas bien definidas, indicándonos qué es posible hacer y qué no. Pero a un nivel elevado, la "magia" se vuelve en extremo sensible a la intención y al propósito. De la misma forma en la que yo me vi obligado a usar la verdadera piedra, Voldemort se vio obligado a superar las pruebas en el orden en que yo las diseñé. Ese es el motivo por el que, por ejemplo, no perforó un túnel que lo llevara directamente a la última sala

Gerald frunció el ceño. Por un instante sintió que se le revelaba una gran verdad, pero al momento siguiente surgieron fuertes discrepancias con todo lo que había aprendido hasta ahora.

- Es un concepto anti intuitivo- intervino rápidamente Dumbledore- Muy alejado de lo que se aprende en Hogwarts. Lamento no poder explicártelo a mayor detalle, y te sugiero no pensar demasiado en ello. La desconfianza en la estabilidad de la magia podría ser perjudicial para tu desarrollo

Con suavidad alzó su mano y le indicó a Gerald la salida. El cansancio parecía estar volviendo.

- Lamento interrumpir nuestra conversación, pero aún me queda mucho trabajo por hacer. El sabotaje de los sistemas de transporte de Hogsmeade parece haber llegado a oídos de la encantadora Rita Skeeter


Voldemort sintió que la muerte una vez más se cernía sobre él.

A lo largo de los años se había convertido en una compañera constante, como los cuervos que perseguían a un ejército a la guerra. Nunca agresor, pero siempre presente.

Reptó sobre su vientre, a través de la hojarasca, y silbó débilmente en busca de un nuevo cuerpo en el que habitar. No era una tarea fácil, muy pocos animales se atrevían a acercarse y la frialdad de la noche mantenía a sus favoritos de sangre fría en sus madrigueras.

Si tan solo hubiera llegado hasta el basilisco…

Si tan solo los hubiera matado…

Agitó la cabeza para alejar esos pensamientos. Sabía por experiencia propia lo peligroso que era refugiarse en su propia mente y perder el sentido del tiempo. Casi había extraviado a Quirrell por culpa de uno de esos lapsus.

Aunque quizá eso hubiera sido lo mejor. Su año en el cuerpo de un mago le había permitido recuperar algunas trazas de dignidad, pero ahora no hacía más que resaltar el patético estado en el que se encontraba.

Si tan solo uno de sus más fieles seguidores hubiera venido en su ayuda. El político Lucius, por ejemplo, el único entre todos sus mortífagos con la capacidad de restaurar el orden y acceder a sus fondos de guerra. El despiadado Karkaroff, a quien confió el resguardo de sus más grandes descubrimientos y terminó por traicionarlo, con su ayuda habría recuperado su cuerpo en cuestión de días. O su hermosa Bellatrix, quien hubiera ofrecido felizmente su vientre para permitirle renacer en un cuerpo nuevo, libre de las mutilaciones suscitadas por la magia oscura.

Pero lo cierto es que ninguno de sus mortífagos vino a buscarlo. En su lugar habían perdido la fe, traicionaron a sus compañeros y se regodearon en las pequeñas fortunas y el poder que ejercían sobre una debilitada población mágica. Ciegos ante la fragilidad de su mundo, ciegos que clamaban por los privilegios de la pureza de sangre sin comprender los deberes que esa superioridad implicaba.

Una ramita crujió frente a él. El parsel no había alcanzado los oídos de ninguna serpiente, pero un zorro debió captar el olor de una presa fácil.

Ni siquiera lo pensó. Hubo un borrón blancuzco, un horrible chillido y la bestia perdió su frágil identidad.

Minutos después, cuando abrió los ojos en su nuevo cuerpo, pudo sentir la gran diferencia entre un cerebro sano y uno incapaz de sostener su fuerza de voluntad.

El deseo de refugiarse en el pasado había desaparecido. Lo que necesitaba hacer ahora era analizar a fondo la información obtenida, y planear su próximo regreso.

Durante diez malditos años había creído que Gerald era su enemigo predestinado ("el único capaz de derrotarlo") y que algún poder desconocido había sido el culpable de destruir su cuerpo. Pero ahora sabía la verdad: Gerald nunca fue el elegido.

En retrospectiva era evidente. El niño galante, amante de la atención y la fama nunca podría convertirse en alguien capaz de hacerle frente; demasiados magos de ese tipo habían muerto por su mano. Era el otro Potter al que debería haber vigilado, alguien capaz de pasar desapercibido e inmiscuirse sin tabúes en magia oscura, esperando el momento adecuado para atacar.

Sin embargo, la breve lucha en la Cámara Secreta había expuesto algo mucho más importante: La existencia de una magia antiquísima, cuyo poder ardía como el magma y cuya estampa era tan inconfundible como el mismo Sol.

La evidencia era clara, solo podía ser magia de sangre… y al mismo tiempo, no podía serlo.

Aquella fatídica noche de octubre le había quitado la vida a una sola persona, al pequeño Charles Potter. Solo su sacrificio y de ningún otro pudo desencadenar tal magia, pero por más que se esforzaba no lograba concebir cómo podía ser posible. Aquella patética bola de mocos y lágrimas no debería haber sido capaz de entender el concepto de sacrificio, mucho menos poseer la voluntad de proteger a alguien.

Algo fallaba. Algo escapaba a su visión, ¿pero qué?

Cogió los restos de su anterior cuerpo entre sus colmillos y se adentró hacia las profundidades del bosque.

Tendría mucho tiempo para pensar.


P.D.: Se agradecen las reviews