SIN ESPERANZA

Harry Potter entró en la sala común de Gryffindor y subió las escaleras hasta su dormitorio, dando un ruidoso portazo al cerrar. Todo el mundo estaba muy contento, pensó con rabia. Las lágrimas acudieron a sus ojos, pero él apretó los dientes para impedir que salieran. Todo el mundo era feliz. Abajo esperaban su presencia, querían aclamarle. El Niño Que Vivió, el vencedor de Voldemort, aquel que había traído de nuevo la paz. Todo era maravilloso.

Sólo que ellos no estarían allí para verlo.

Desde el final de su quinto año en Hogwarts, no había dejado ni un sólo día de pensar en Sirius. Sirius, su padrino, la única persona, sin contar a sus padres, a la que le había importado de verdad, que le había querído y aceptado de verdad, que le conocía y en quien podía confiar. No pasaba un sólo segundo en el que no recordara su valentía, sus ganas de vivir y su profundo amor por todos los seres que le importaban.

Claro que era el único. En la Orden nadie había vuelto a hablar de él, ni siquiera Remus, pues pensaba que al mencionarlo transtornarían a Harry. No podían saber que lo que al chico más le enfurecía y le hacía entristecer es que su nombre y su recuerdo parecieran cubiertos por unas cortinas que nadie quería abrir. Para colmo, no sólo tenía que soportar la culpailidad, sino eld esprecio de otras personas que también le creían culpable. Nymphadora Tonks, a partir de aquel verano, había dejado de dirigirle la palabra excepto para lo estrictamente necesario. Harry sabía que la joven le culpaba silenciosamente de la desaparición del único miembro vivo de su familia materna que le quedaba. Pero al menos, su reacción había sido discreta. Cuando Hestia Jones se enteró de lo ocurrido, le invadió una oleada de furia y comenzó a gritarle que él era el culpable de lo sucedido, que era él quien debería haber muerto. No hizo más que ponerle voz a los pensamientos de Harry, pero su obcecación era tal, que tuvieron que llevársela de allí. Y luego estaba Ginny.

En aquellos dos años, su único consuelo había sido la dulce y valiente Ginevra Weasley. Habían comenzado una relación en sexto que al principio escondieron por temor a que Ron se lo tomara mal. No obstante, el pelirrojo había acabado por aceptar la situación, y Ginny y Harry ya estaban haciendo planes para irse a vivir juntos cuando acabaran la escuela... un plan maravilloso, de no ser porque en la batalla final, en medio de la lucha, la chica se interpuso entre él y Voldemort cuando este le lanzaba un hechizo mortal. Aquello permitió que Harry contraatacara y acabara con su enemigo, pero también le costó la vida a Ginny. Igual que Sirius, había muerto protegiéndole a él, el héroe, a quien todos aclamaban aunque por dentro se sintiera sólo, estúpido y miserable.

Para colmo, nadie le había podido explicar nunca qué era aquel extraño portal por donde Sirius desapareció. Estaba en el departamento de Misterios precisamente porque nadie sabía lo que era, le dijeron. Desde entonces, Harry se había pasado noches enteras en la biblioteca, colándose en la sección prohibida, leyendo, tratando de encontrar una explicación que le dijera dónde estaba Sirius. La biblioteca era tan inmensa y su vida había sido tan agitada, que aún no había leído ni la mitad de los volúmenes que podían darle alguna pista. A pesar de todas las advertencias de Hermione al encontrarle dormido en la mesa de la sala común con un libro de Pociones para sus exámenes EXTASIS en la mano derecha y un libro sobre posibles universos paralelos en la otra, a pesar de las miradas de preocupación de Ron cuando aparecía en la mesa del desayuno tarde y con enormes ojeras, entre lso entrenamientos, los exámenes, y su búsqueda privada (ya que todo el mundo creía a Sirius muerto y consideraban inútil y peligroso alentar a Harry en la búsqueda), él seguía constante, silencioso, huraño y tenaz, con su pesada responsabilidad sobre los hombros y aquel veneno amargo que le corroía por dentro y acababa con la alegría que alguna vez pudo haber tenido. Y abajo quería aclamarle... ¿aclamarle? ¿Acaso aquello le devolvería a Sirius, o a los innumerables amigos y magos que habían perdido la vida en aquellos años de lucha? ¿Acaso aquello le devolvería a Ginny? Su dulce Ginny... al recordar la última noche que pasaron juntos, sus besos y su temor por que le ocurriera algo, los ojos se le llenaron de lágrimas de nuevo, y esta vez no pudo contenerlas. Se mordió los labios hasta casi hacerse sangre e hizo lo único que se le ocurrió para calmar su dolor y huír de la multitud que le esperaba, lo que siempre hacía cuando necesitaba dejar de pensar y sentirse útil: salió del dormitorio y se encaminó hacia la biblioteca.