Disclaimer: nada de lo que podáis reconocer es mío.

Antes q nada, éste es un fic James-Lily fuera de Hogwarts. Está escrito des de la cabeza de Lily y posiblemente durará unos cinco chapis xo no lo sé seguro aún… depende, cmo siempre, de lo q pueda enrollarme.

¿Precisamente ahora?

Llevo más de diez años evitándole y parece que un entrenamiento tan exhaustivo no me ha servido de nada. Que lo viera en el colegio, estando en la misma casa y curso era inevitable pero… ¿ahora? ¿Tiene que venir a fastidiar el momento más importante de mi carrera profesional, en el instante que marcará mi currículum para siempre…? ¡¿Tiene que venir PRECISAMENTE ahora!

Uy, perdón, ni siquiera me he presentado… Me llamo Lilian Evans, Lily para los amigos, y trabajo des de hace un año más o menos, en la unidad de lesiones mágicas del Hospital de Enfermedades y Lesiones Mágicas de San Mungo. Hace cuatro años, pronto hará cinco, salí de Hogwarts y esperaba no volver a verle más. Y, en cierta manera, lo logré.

Menuda cabeza que tengo, tampoco os he dicho de quién os hablo con tanta repulsión. Aunque, supongo que ni siquiera hace falta… Se llama James Potter, un chico insufrible que tuve la desgracia de conocer en Hogwarts. Y es que, a parte de ser un egocéntrico, creído y sobre valorado (en mi opinión), se dedicó a aguarme todas las citas que yo tenía para después pedirme salir. Y lo hacía así, por las buenas, delante de toda la gente que se había congregado a causa de mis gritos, cuando yo ya estaba roja de rabia, con la vena de la frente a punto de estallar… El muy cabrón me soltaba un "¿Quieres salir conmigo, Evans?" haciendo que la comitiva estallara en carcajadas y dejándome con la palabra en la boca porque ya sabía que iba a decirle que no.

Sí, sí, ya lo sé. Pensaréis que soy una amargada que porque sufrió un poco en el colegio se ha quedado traumatizada de por vida. Además de que el odio me ciega y soy incapaz de ver que el chico en cuestión no era tan malo. Pero es que lo era, y no sólo conmigo. No conozco a ningún chico, a parte de su inseparable mejor amigo Sirius Black, que tuviera tantas novias en los siete años que duran los estudios en Hogwarts. Por no hablar de las continuas vejaciones a las que eran sometidos los Slytherins, sobretodo el pobre Snivellus… quiero decir, Snape, claro.

La cosa es que no ha cambiado. Tiene veintidós años, casi veintitrés, y ha sido incapaz de comportarse normalmente. Pero, bueno, dejemos de hablar de él y centrémonos en mí un momentito.

Empecé a estudiar para medimaga en la universidad mágica tras dejar Hogwarts. Fue un cambio importante: dejar los amigos, la protección a la que estamos acostumbrados en Hogwarts, la burbuja que esta significa… Para salir al mundo real. Durante los dos primeros años todo iba sobre ruedas: sacaba buenas notas, aprendía cada día más y, sobretodo, no tenía a ningún zángano molesto que estuviera fastidiándome día sí, día también, pidiéndome salir y arruinándome las citas. Que no es que no saliera con chicos, qué va… A pesar de estar sumamente concentrada en mis estudios, llegué a salir con un par de chicos pero la cosa no resultó ser nada serio. Lo cierto es que me daba un poco igual, es decir, soy muy joven aún y no creo que, por tener dos relaciones fallidas, se me condene a la soltería para siempre… ¿no?

Hasta aquí bien, muy bien. La verdad es que, como diría cualquier famosa en "Corazón de Bruja", mi vida profesional estaba atravesando un momento muy dulce. Pero hasta aquí hemos llegado. Dos años me duró la tranquilidad.

Al tercer año, el fatídico tercer año, empiezan las prácticas en hospitales. Por un lado estaba bien: significaba que estabas cualificada y que los profesores te consideraban apta. Lo cierto es que yo, preparada, preparada, no me sentía pero si los profesores lo decían… en fin, lo malo de todo el asunto era que las prácticas se hacen con pacientes… pero con pacientes de verdad.

¿Qué? ¡No me pongáis esa cara! Si os lo llegan a decir a vosotros ya me gustaría saber cómo reaccionaríais. Porque una cosa es fantasear con curar a la gente pero otra muy distinta es hacerlo.

Me morí de miedo, lo acepto. Sí, y no me da vergüenza admitirlo, tenía un miedo atroz a apuntar a alguien con la varita y que, con sólo equivocarme en una sílaba, le desaparecieran las dos piernas y un brazo como me ocurrió con los muñecos esos de prueba. Ya, ya lo sé. Soy un desastre… Pero, al parecer, soy la única que lo piensa porque eso me pasó justo antes de que los examinadores pusieran un APTA en mis notas, así, en letras grandes y en negrita. Para que veáis lo bien que funciona la sanidad por aquí.

Pero va, va que ya me voy del tema y si empiezo a criticar a las instituciones médicas no paro. Bueno, sólo si amenazan con ponerme de patitas en la calle (como ya me ocurrió una vez).

Os estaba hablando de mi tercer año en la universidad, las prácticas. Tampoco fueron tan malos, lo cierto es que soy un poco exagerada. Tras pasar los nervios iniciales curando pequeños rasguños y golpes empecé a tener pacientes de más grado, es decir, cuanto más sabes, peor te los traen. Eso sí, bajo la supervisión de un medimago al que puedes preguntarle dudas y demás.

Mis primeros pacientes importantes fueron de lo más variopintos. Provenían, en su mayoría, del departamento de Aurores del ministerio. Si digo variopintos no es porque me extrañase que vinieran tan frecuentemente. Soy plenamente consciente de lo que significa estar en prácticas en ésa profesión. Y entiendo que para ser auror hay mucho que aprender y practicar, dominar los impulsos y hechizos. De hecho, fue por eso por lo que desistí en mi empeño de ser auror. Me debatía entre medimaga y auror pero, al final, me decidí por lo primero, más que nada porque puedo llegar al histerismo fácilmente y eso, en el campo de batalla no es algo que te ayude precisamente…

Volviendo al tema, lo que más me sorprendía eran sus "lesiones" por así llamarlas. Si no hubieran sido mis pacientes (a parte de que venían con autorización del ministerio, cosa que me garantizaba que no era una broma o alguna novatada) no que creería que eso eran ataques. Venga ya, ¿vosotros qué pensaríais si se os presenta un fornido muchacho, de unos 22 años, cubierto de arriba abajo con plumas de color amarillo chillón y con la única capacidad de decir "pío-pío"? ¡Si es que una se lo toma a risa!

Mejor dicho, me lo tomé a risa. Sólo un día, el primero. Luego, cuando vi el sello del ministerio ya sí que me lo creí. De todas formas, cuando venían diez o doce casos similares en una misma semana comencé a mosquearme. ¿Eso que era? ¿La academia de aurores o una escuela de payasos? Intenté averiguar a qué se debían esos ataques, bromas o lo que fuese pero ellos, demasiado avergonzados (supongo) no me decían nada.

Conocía a muchos de ellos ya que la mayoría de hospitalizados eran compañeros de mi promoción en Hogwarts y, al conocerlos de vista, me había familiarizado un poco más con ellos. Bueno, además de que ya pedían siempre asistir a mi consulta.

Pero no se me hinchó el ego por eso, más bien se me hincharon las narices porque mientras que a mí me mandaban este tipo de "curas", mis compañeros avanzaban con cosas más serias. Que no digo que tener un melón encastado por dónde yo me sé no sea grave pero no es algo de lo más habitual, ¿no?

Total, que al final, nunca me decían nada de quién les hacía todo eso. En cierto modo los comprendo, no es agradable tener que reconocer algo así pero por una razón médica… No lo sé, que al final me cansé de todo y tomé medidas. Un día me armé de valor y fui a ver a mi supervisor, que últimamente ya me dejaba un poco a mi bola, y le pedí que me dijera quiénes eran los que estaban entorpeciendo mi carrera.

.- Pero eso es información confidencial, señorita Evans.-me dijo mi supervisor, con esa mirada de "me gusta seguir las normas así que no me pidas nada ilegal, bonita"

.- Pero señor Sullivan, ¡necesito saber quiénes son!- me quejé, con mi mejor cara de niña buena. Siempre me funciona con el señor Sullivan; dice que le recuerdo a su nieta mayor.

.- Si me pillan…-me avisó con un dedo pero con esa mirada medio traviesa que ya me avanzaba que pronto iba a lograr lo que me había propuesto.

.- Le juro que nadie se va a enterar, se lo juro señor Sullivan.-le dije, para convencerlo, juntando las manos en posición de plegaria y con cara de súplica.

.- Está bien.-murmuró el vejete, rebuscando en los ficheros de los archivos.- Me parece que no le costará mucho saber quienes son.-me avanzó, sin que yo pudiera siquiera imaginarme lo que me venía encima.- Fueron de su promoción en Hogwarts…-siguió él, con la cabeza casi metida en el enorme fichero.- Aquí están, tenga.-dijo, sacando la cabeza del archivo y tendiéndome los historiales de los futuros aurores.

.- Pero estos son las carpetas de mis pacientes, no de los que se lo hicieron.-me quejé yo, al ver que Sullivan quería jugármela.

.- Sí, están ahí los nombres, ¿lo ve?-me preguntó, indicándome con su mullido dedo el lugar donde estaban los nombres de los "atacantes".

"¡Mierda!", pensé enseguida. Tan sólo había dos nombres pero se repetían en todos los historiales que mi supervisor había dejado en mis manos. J. Potter y S. Black.

Evidentemente, tras ver esos dos nombres se me pasaron todas las ganas de ir a cantarles las cuarenta a ese par de sinvergüenzas. Ni por todo el oro de Gringott's volvería a acercarme a James Potter ahora que había conseguido librarme de él. Es que ni loca, vamos.

Pero claro, como castigo a mi dichosa curiosidad (o como se empeñan en llamarlo mis compañeros, mi extremadamente exagerada pesadez) hizo que mis peticiones fueran escuchadas (las de antes de saber quienes eran los culpables de mis males, se entiende) y me los mandaron un lunes a primerísimo hora con la intención de pasar una semana enterita "ayudándome".

Supongo que esta magnífica idea fue de algún lumbreras del departamento de aurores del ministerio y, en cierto modo, era una buena idea porque así en la academia se libraban durante una semana de ellos. A mi costa, claro.

Fue mi supervisor quién me lo comunicó. Acudí a su despacho, pensando inocentemente que quería que le devolviese los informes, y entré con una sonrisa enorme y los historiales de mis pacientes en una mano.

.- Buenos días, señor Sullivan.-le saludé, nada más entrar por la puerta.- Tenga, le traigo los archivos que me dejó…-le dije, sin percatarme que él y yo no éramos los únicos ocupantes del despacho.

.- Buenos días señorita Evans.-me saludó él.- Le presento a James Potter y Sirius Black, estudiantes de la academia de aurores.-dijo, señalando a alguien con la cabeza a alguien que estaba detrás de mí.

Giré la cabeza muy lentamente, cómo si fuese una muñeca diabólica. No sé ni siquiera porqué lo hice, supongo que pensé que si iba más lenta igual desaparecían o algo… ¡No tengo ni idea! Si es que me da igual, de todas formas… me los encontré a ambos, con una sonrisa plantificada en la cara y examinándome a conciencia.

Bueno, no. En realidad, el único que me estaba mirando a conciencia era Black, supongo que porque le sonaba mi nombre y trataba de ubicarme. Potter, en cambio, se quedó medio pasmado, sin decir nada de nada. Me miraba con ojos extraños, creo que él me reconoció enseguida. Bueno, no lo sé… pero yo sí que lo reconocí enseguida.

Por mucho que me cueste decirlo, Potter está de buen ver y un cuerpo así no se olvida fácilmente. ¡Venga, no me miréis así! Estoy segura que en vuestra escuela, instituto, universidad, lo que sea… seguro que hay (o había) alguien con ese carisma, ese aura especial que no se olvida fácilmente… sobretodo si el chico en cuestión ha estado molestándote toda la vida.

Habréis notado que soy algo exagerada. Vale, tenéis razón, no es para tanto, Potter no estuvo molestándome toda la vida pero… casi! Si es que me amargó la adolescencia! Poneos en mi lugar, por favor. Una chica como yo, es decir, de procedencia muggle, que no conocía bien el mundo mágico, se encuentra con que es bruja y a los once años se va a Escocia para estudiar magia y hechicería. Total, que llego, con el imponente castillo justo delante. Y yo tan pequeñita, dentro de las barcas que nos llevaban cruzando el lago y, cuando creía que no habría momento más solemne en mi vida… El imbécil de Potter va y me tira al agua.

A punto estuve de ser devorada por el calamar gigante que tenía como hogar el lago de la escuela. En realidad no fue así porque el animal me cogió con un tentáculo y me devolvió a la barca porque, tal y como me enteré después, el calamar era vegetariano. Pero bueno, entrar en el gran comedor por primera vez con un persistente olor a algas y chorreando por todos lados no es algo, lo que se dice, especialmente agradable. Por suerte, McGonnagall me secó la ropa al instante pero el daño ya estaba hecho.

Des de ése día odié a Potter con todas mis fuerzas a pesar de que él pronto olvidó el "incidente". Y, por desgracia, fue el único que lo olvidó pues, en mi curso era conocida como "la que se cayó al lago" cosa no demasiado agradable para mí, qué queréis que os diga…Los cinco primeros años en Hogwarts pasé bastante desapercibida excepto por mis notas en pociones ya que, gracias a las continuas exclamaciones de Slughorn, me convertí en una especie de eminencia en el colegio por lo que la mayoría de gente acudía en mi ayuda. En ésa época yo era feliz. Con mis amigas, mi familia (a la que veía en Navidades y en verano) y con mis notas que, excepto en Pociones, no es que fueran grandes calificaciones pero bueno, no bajaban del siete.

A partir del quinto año, algo cambió. Bueno, yo cambié pero eso fue un poco antes, cuando tenía catorce años. En fin, son cosas de la naturaleza y yo, por aquel entonces ya había entrado en plena adolescencia. Mi cambio se apreció notablemente porque pasé de ser una pelirroja más bien menudita a ser una pelirroja que ya tenía sus curvas. Al principio me sentía tan rara que obligué a mi madre a que me comprase las túnicas una talla mayor. Pero en quinto año pasé de de esas chorradas y decidí ponerme túnicas de mi talla. Y, a partir de ahí empezó el cambio en Potter.

No os creáis que soy una creída por eso que estoy dejando entrever. En aquel momento era demasiado inocente como para creer que Potter iba detrás de mí por mi cambio físico. Lo que pasa es que ahora lo veo todo mucho más fríamente y no me cuesta mucho darme cuenta de cosas que son mucho más claras una vez has madurado.

La cuestión es que, a partir de quinto año él empezó a perseguirme. A mí, ¿os lo podéis creer? Yo que, con lo rencorosa que soy, no había olvidado en ningún momento lo que me había hecho en mi primer día a Hogwarts. Pero yo le rehuía, le contestaba y le hechizaba cosa que no le pasaba con las otras chicas a las que alguna vez había perseguido. Por lo que, supongo que al verme tan difícil, le resulté aún más atractiva. Lo sé, lo sé, estoy sonando como una creída que es justo lo que no quería pero es que es la verdad. Pues bueno, Potter siguió persiguiéndome, llamando mi atención incansablemente. Yo, como siempre había hecho, salía a la palestra a defender a todo aquél que estuviera siendo molestado por los merodeadores y exhibía orgullosa mi chapita de delegada para que ellos pararan con su acoso y derribo a cualquiera que se atreviese a contradecirlos. ¿Lo podéis creer? Nos querían hacer creer a todos que lo mejor era no desobedecerlos porque ellos mandaban. Lo peor es que ellos mismos también se lo creyeron. Muy triste, lo sé. Por eso mi misión era bajarles los humos como fuese y si había encontrado la manera de bajárselos a Potter diciéndole que no a cada una de sus peticiones de cita, lo haría gustosamente. Y así lo hice. Des del primer momento en que me pidió salir, mi respuesta fue un alto y claro no. Ni siquiera me paré a pensarlo ni una sola vez.

Pues bien, pasaron los días, semanas y meses y Potter seguía incordiando con el mismo tema, pidiéndome salir a cada vuelta de la esquina, sin dejarme siquiera respirar. Al principio me sentía ofuscada y me alteraba un montón. Pero después empecé a verle la parte buena al asunto. Y sí, tenía parte buena.

Por un lado, podía humillar tanto a Potter como él lo había hecho conmigo al tirarme al lago. Por el otro, tenía a muchos de los competidores de Potter en Quidditch pendientes de mí ya que pensaban que si no podían ganarle en juego, le ganarían en amores. En serio lo repito, no creáis que soy una creída por todo esto… yo me enteraba por mis dos mejores amigas, unas chismosas redomadas capaces de enterarse de cualquier rumor que corría por Hogwarts las primeras si hacía falta.

Yo no llegué a salir con ninguno de ellos alertada por mis amigas ya que sabía qué métodos (por así decirlo) usaban y, sinceramente, si lo que se contaba no era cierto, tampoco me apetecía descubrirlo con ellos.

En fin, que la cosa siguió así hasta que salimos de Hogwarts. Bueno, siguió mandándome cartas durante dos meses más pero luego la cosa paró. Supongo que pilló la indirecta al ver que todas sus misivas eran devueltas sin siquiera abrirlas…

Pues, volviendo al presente, ya me veis a mí con la sonrisa congelada en los labios y mirando a ese par de "señores" que me habían amargado mis primeras prácticas de medimagia. Y es que encima me lo ponían difícil, no creáis… A ver, que una vez les pillabas el tranquillo no era tan difícil de arreglar sus estropicios pero… ¿Os creéis que nos enseñan a volver al color normal a la gente? ¿O a quitarles las plumas? Pues la respuesta es no, por muy raros que os parezcamos los magos. La gente normal no va por ahí hechizándose los unos a los otros… eso lo hacen los críos de diez o doce años. O niños de diez años atrapados en el cuerpo de chicos de veintitrés como los que tenía delante.

El señor Sullivan, cansado del juego de miradas asesinas que nos traíamos (bueno, más que nada que yo me traía) atrajo nuestra atención con una tos mal disimulada.

.- Veo que se conocen.- murmuró innecesariamente. Pues sí, nos conocemos… ¿Cómo lo has notado? Por la cara de póker de Potter o por mi cara de mala ostia? Vale, ya lo sé, no hay necesidad de ser tan borde pero… es que es verle y me saca de quicio, lo digo en serio.

.- Disculpe señor Sullivan pero tengo a un paciente esperando.-mentira pero quería irme de allí rapidísimamente.

.- Señorita Evans su "paciente"-dijo, el tío, marcando especialmente la palabra paciente, dándome a entender que sabía perfectamente que no había ninguno.- puede esperar a lo que le tengo que decir.- soltó y, antes de que yo pudiera reponerme ante su comentario dijo lo que acabaría con mis nervios de una vez por todas.- Los señores Black y Potter van a hacerle de auxiliares médicos durante esta semana.- (¡!) ¿Qué? ¿Cómo? ¡Ni hablar!

Por supuesto no fue eso lo que dije. Mi respuesta fue mucho más diplomática aunque no mi lenguaje corporal.

.- Como usted mande, señor Sullivan.-dije para salir del despacho pegando un portazo, evitando así que los dos "aurores" siguieran mis pasos.

Nada más llegar al refugio que es mi consulta saqué la varita y la insonoricé. Furiosa, empecé a patear mi mesa que, dicho sea de paso, no creo que dure demasiado después de esto, y a gritar de pura desesperación.

Mi infierno había empezado de nuevo.

OoOoOoOoOoOoOoOoOoO

Hasta aquí el primer capítulo. Por lo que habéis visto, se trata de una Lily algo neurótica y bastante exagerada que ve en James una catástrofe segura… En fin, espero reviews si queréis q esto continúe!

Bye!

AnnaTB