ERO

Tortura I

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El interior de la cabaña en la que compartimos nuestra vida permanece iluminada por la luz que nos da una lámpara de aceite y las brasas que aún están encendidas en el hogar. Permanezco sentado a un lado, con la espalda descansada hacia la pared de madera, en tanto observo tu figura moverse tras el byobu que agradezco que ya no uses con la misma regularidad del inicio.

Puedo distinguir que te has quitado el hakama, el hitoe y ahora comienzas a retirar los vendajes que han mantenido tu pecho prisionero durante el final del día. Nunca te he dicho que la luz dispuesta a un lateral del byobu me permite distinguir tu figura con especial claridad. De esa manera puedo ver el modo en que tu pecho se libera, dándome un espectáculo de su peso y forma gracias a la luz y sombra. Al paso de un momento parece que estás lista para salir. Te has ataviado del modo que te he pedido y sé que volverás a interrogar mis razones.

—Ya estoy —dices, cuando apareces por un lateral. Pareces tímida, mucho más que cuando te quitaste la yukata en el lago y exhibiste el mismo atuendo que ahora llevas.

Tela de color verde e índigo, convertida en un par de diminutas prendas que sólo cubren tres preciados puntos de ti.

Inhalo profundamente y suelto el aire con lentitud, sin animarme a emitir palabra; no tengo seguridad sobre mi propia voz.

Te acercas, estás descalza, y te quedas de pie delante de mí. Aún mantengo la espalda apoyada en la pared y desde este lugar te observo. La piel se te ha oscurecido de forma ligera bajo el sol y los lazos que sostienen la prenda en tu cadera han dejado una clara marca falsa en tu piel.

—¿Por qué querías que me pusiera esto? —preguntas y te miro a los ojos. Me niego a pensar que no sabes lo mucho que me has hecho sufrir en el lago.

Retiro la espalda de la pared y extiendo ambas manos para posicionarlas sobre tus muslos, con los pulgares oprimiendo la piel suave del interior de éstos, en un acto de pasión. Te escucho respirar con avidez y contener el aire. No he dejado de mirarte a los ojos y tú tampoco lo haces. Mis manos te atraen y das dos cortos pasos inestables para quedar de pie entre mis piernas mientras yo acercó la boca a tus muslos, unos centímetros por debajo de la diminuta tela que me ha hecho sufrir y descanso los labios en la piel de tus piernas. Siento que ésta se eriza bajo mi toque y tú, completamente entregada a la caricia, descansas las manos sobre mis hombros.

Kagome —murmuro con los labios aún sobre tus muslos. Mis manos van subiendo por ellos en busca de los lazos que sostienen esta primera prenda que has titulado bikini.

Yo la llamaría chīsana, diminuta. O quizás seme ku, tortura.

Buscó con los dedos el inicio de los lazos y mis garras te rozan la cadera en ese movimiento. Siento el modo en que tiemblas y escucho un suspiro ahogado cuando consigo tirar de las sujeciones y la diminuta tela cae, dejándote expuesta para mí.

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N/A

Este drabble se puede considerar como una continuación del relato "CHĪSANA", perteneciente a la colección "ETERU — Antología"

Muchas gracias por leer y comentar

Besos

Anyara