El anime y los personajes de Naruto/Boruto pertenecen a Masashi Kishimoto a mi solo me gusta jugar con ellos xD

Es parte del intercambio del amigo invisible del grupo de facebook "Club de Lectura de Fanfiction".

Para: Liz Leyva Mariscal

Es mi primera (y espero que única), inclurcsión al fandom de Naruto, sinceramente disfruté mucho escribirlo, fue divertido y reconfortante. Ojalá te guste, Liz, lo hice con mucho amor y cariño

Advertencias: Situado entre el final de Naruto e inicio de Boruto. Posible OoC. Sarah is her own warning. La única advertencia es que no hay advertencias.

Summary: Una laguna en el tiempo que todos suponen que existe, pero nadie tiene la certeza de cómo sucedió. Breve exploración de Sasuke aprendiendo a ser padre.

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Primeras veces

Las segundas oportunidades son excepciones que transforman vidas.

Desde la primera vez que la vio en los brazos de Sakura, se cuestionó cómo es posible que algo tan pequeño podía generarle una opresión tan intensa en el pecho. ¿Cómo era posible que esa pequeña personita proviniera de ambos? Aunque han pasado meses desde ese importante momento, la incredulidad lo sigue embargando cada vez que la ve. Teme extender la mano, tocarla y que desaparezca ante sus ojos, así que prefiere retraer la mano con temor antes de terminar con esa luz que ilumina su camino.

—Vamos, no te va a morder —mencionó su esposa, con una sonrisa en los labios. Sasuke se dedicó a contemplarlas a ambas en silencio, meditando sus palabras. Temía lastimar a un ser tan vulnerable—. Ven —pidió la mujer, extendiendo su propia mano—. Aquí, ¿lo ves? Todo está bien —agregó, guiando la mano hasta el rostro de la bebé dormida, quien al sentir el toque, abrió los ojos con curiosidad.

Aunque ninguno lo mencionó, Sarada era físicamente igual a él. Y si le preguntaban a Sasuke, no sabía cómo sentirse con ese abrumante dato.

—Es… —Las palabras murieron en su boca, incapaz de pronunciarlas.

—Es hermosa —completó Sakura, suspirando. El azabache aún se removía incómodo e incrédulo por la situación—. La puedes cargar si lo deseas —propuso la mujer, ofreciendo el bulto entre sus brazos. Por inercia retrocedió—. O no —rio sin ofenderse, comprendiendo el origen de su indecisión.

Sarada sonrió, tomando el dedo de su padre entre su manita. Sasuke se removió incómodo por el repentino acto, más cuando segundos después, sintió su dedo húmedo y bañado en saliva. Su hija se lo había metido a la boca y ahora lo chupaba, sin despegar los ojos de él, como si lo estuviera provocando o burlándose de él.

Sakura río. No era la primera vez que lo hacía por mero reflejo, pero le generaba gracia que su esposo fuese víctima de este pequeño acto por primera vez.

—Oh. —La palabra fue emitida tan bajo, que la madre pensó haber escuchado mal. Levantó la mirada, encontrándose con una expresión de confusión y algo de dolor en su pareja—. Me mordió —explicó el azabache con incredulidad.

—Ella solo succiona —señaló ante la negación del otro—. Ella aún no tiene dientes.

—Ahora tiene —refutó, sacando su dedo con un hilo de sangre mezclado con saliva. La dentadura de su hija dejó ver un par de dientes perdidos en su encía, pequeños pero afilados. Sin embargo, el dolor no fue suficiente para alejarse de ella, se mantuvo a su lado, jugando con su diminuta mano y evitando sus nuevas armas letales.

Ambos compartieron un cómodo silencio, donde podían transmitir sus sentimientos sin necesidad de palabras innecesarias. Hasta que una burbujeante risa proveniente del bebé los atrajo a la realidad y Sarada se volvió el centro de su universo otra vez.


El tiempo que puede escaparse de las manos también puede ser un reconfortante recuerdo que se atesora en el corazón.

Y eso es algo que Sakura Haruno, ahora Uchiha, había aprendido desde que conoció a su, ahora, esposo. Robar momentos preciados, admirar a la distancia y disfrutar en silencio, son capacidades que desarrolló y pulió durante la infancia de su hija.

—¡Sasuke, estaré fuera! ¡Volveré pronto! —avisó desde la puerta, evitando cualquier tipo de objeción. Quitarle la alternativa resultaba la forma más efectiva de que ambos compartieran tiempo padre/hija. Quizá Sarada sea demasiado joven para siquiera recordarlo en el futuro, pero conocía el impacto que tendría en el azabache a largo plazo.

Sonrió para sí misma, mientras se desplazaba por la maleza del bosque. Ser un testigo silencioso de las interacciones de los Uchiha era su pasatiempo favorito, desde Sasuke alimentando torpemente a la bebé, pasando por sus expresiones de incómoda felicidad cuando la sostenía hasta la tenue sonrisa que mantenía cuando la veía dormir. Quizá él no se daba cuenta de la tranquilidad que desprendía al gravitar alrededor de la menor.

Deambuló por los alrededores, recogiendo plantas que podrían servirle para la elaboración de algún medicamento. Sin importar el tiempo que pasara con su familia, su profesión seguía haciéndose un espacio en su corazón. Ni siquiera tardó el tiempo habitual cuando regresó sobre sus pasos.

—Ya casi es la hora de su comida —murmuró con una sonrisa, balanceando sus pasos con emoción ante la expectativa de ver a su hija, seguía sintiendo que era la primera vez que la sostenía en brazos. Se detuvo en seco al ver la puerta de su hogar abierta, frunció el ceño. Estaba segura de haberla cerrado al irse. Apresuró su paso, ansiosa. Estuvo a punto de llamar a su esposo cuando un sonido proveniente de la cocina llamó su atención—. Sasu —se congeló antes la adorable visión—. ¿Qué está sucediendo? —cuestionó ocultando la sonrisa que intentaba escaparse de sus labios. El aludido seguía inmerso que ni siquiera respondió—. ¿Sasuke?

—Ella habló —respondió sin quitar sus ojos de los ónix de la menor.

—¿Qué? —replicó Sakura acercándose rápidamente—. ¿De verdad? ¿Qué dijo?

—Da-da —contestó con monotonía, sosteniendo el duelo de miradas con la infante—. Cuando la vi siguió jugando, desde entonces ha estado callada —explicó quedadamente.

—¿Estás seguro? —Sakura conocía a su hija como la palma de su mano. Pese a estar en la edad adecuada para dar sus primeras palabras, no la había escuchado hacer un intento de repetir las palabras de sus padres—. No pasa nada si crees que dijo…

—Ella lo hizo —cortó tajante, frunciendo el ceño—. Lo ha estado haciendo por un tiempo. Si la estoy viendo, solo sonríe, pero si me giro… —murmuró con un creciente resentimiento que generó ternura en la mujer—. Lo hace a propósito —aseguró.

—Es una bebé, Sasuke —explicó lenta y pausadamente—. Ni siquiera entiende que sucede la mitad del tiempo. —La aludida se rio, reconociendo la voz de su madre—. Ven, cariño. Es hora de comer.

—No —Sasuke extendió su brazo para detenerla—. Espera. —La mujer comenzaba a impacientarse cuando notó como contra su voluntad, el azabache desvió la mirada, derrotado.

—¡Dada! —parpadeó atónita. Él tenía razón. Sarada sonreía abiertamente, estirando los brazos en dirección de su padre. Quizá no solo compartían el parecido físico…

Sakura sonrió, recordando las veces en que Sasuke solía decirle que era insoportable durante su infancia.

Tal vez ella podría ser su karma.


Las primeras veces pueden ser abrumantes… los primeros pasos pueden ser aún más aterradores.

La primera vez que la sostuvo con su brazo fue lo más complejo que había hecho durante su existencia, ni siquiera su viaje de redención y expiación de pecados resultaba tan problemático. Sakura lo ayudó, sí, pero el temor de dejarla caer en algún descuido perduraba durante todo el acto.

La primera vez que la alimentó resultó caótico. Sarada tendía a jugar demasiado con sus manos y la comida, eventualmente terminaba salpicado con migajas… o con la mitad del plato sobre la ropa.

Sin embargo, si le preguntaban a Sasuke diría que su primera vez más significativa con su hija, fue cuando soltó su mano por primera vez.

—Oh —escuchó la expresión asombrada de su esposa detrás de él—. Sarada… —La niña reconoció a su madre, buscándola con la mirada. Caminó en su dirección, dando tropezones, siempre aferrada a la mano de su padre.

—Sí —respondió a la pregunta silenciosa, caminando pausadamente, siguiendo el ritmo de la menor—. No me ha soltado desde que empezó —explicó, centrado en los pasos de su hija. Aunque sintió la mirada curiosa de Sakura, prefirió no decir nada.

—¿Seguro de que es ella quién no te suelta a ti? —refutó con tono de burla. El aludido frunció los labios, afianzando el agarre cuando sintió el leve cambio de peso—. Es agradable verlos así —agregó, recargándose en la pared—. Sarada tiende a sentir más seguridad cuando está contigo, ¿te has dado cuenta? —Ante el mutismo, empezó a enumerar—. Duerme con mayor facilidad cuando estás en la habitación, la comida entra a su boca en lugar de esparcirse al alimentarla, incluso goteó hacia ti cuando inició. Definitivamente, tiene un favorito —se quejó.

—Ella solo se molesta conmigo —refunfuño, recordando los incidentes cuando empezó a hablar.

—Es tu karma —murmuró Sakura, ignorando la mirada acusadora de su marido. Le regaló una sonrisa antes de avisarle que la cena estaba lista. Los tres caminaron en dirección del comedor a pasos lentos, pero seguros hasta que sintió una pequeña mano deslizándose de la propia.

—Sarada —llamó con inquietud, buscando desesperadamente el agarre antes de que algo malo le sucediera a su pequeña… cuando un suave quejido llegó a sus oídos. Sarada había caído sobre su trasero, parpadeó perpleja un par de segundos, asimilando lo sucedido. Extendió sus manos y aplaudió emitiendo una burbujeante risa. Sasuke la observó con incredulidad.

—¡Dada! —habló emocionada, extendiendo los brazos en dirección de su padre, esperando ser levantada. Cualquier expresión de preocupación en su rostro fue reemplazada por una calma abrumante. Se inclinó, ofreciendo su mano cómo soporte para que su hija pudiera levantarse. Los ojos de la menor brillaron con determinación cuando estuvo de pie. Dio el primer paso con indicios de duda que desaparecieron ante el confort de no estar sola.

—Un paso a la vez —murmuró Sasuke, caminando a su lado. Pese al temor, esta vez fue él quién soltó su mano con suavidad—. Estaré detrás de ti para sostenerte si vuelves a caer. —Fiel a su palabra, así lo hizo. Con pasos tambaleantes y miedo a la caída, Sarada emprendió sus primeros pasos en compañía de su padre, que sin importar el tiempo que pasé, estará ahí para sostenerla.


El primer adiós es el único que no se borra.

Sarada no recuerda mucho de su infancia. Sabe que su padre estuvo ahí aunque ahora ya no esté. Lo sabe; recuerda sus ojos oscuros como la noche, la voz ronca y la calidez de su toque. Sin embargo, aunque su madre diga y todos aseguren que era demasiado joven, ella también recuerda la última vez que él soltó su mano.

Quizá era demasiado pequeña para comprender que sucedía, pero tenía una certeza, una que oprimía su corazón y sofocaba sus pulmones: él se iría.

Su último recuerdo es caminar en el bosque sosteniendo las manos de sus padres, usando de apoyo para columpiarse y saltar los obstáculos que se presentaban a su paso. Un tronco por aquí, una rama por allá, un pozo camuflado por la maleza.

Aprendió el significado de la seguridad siendo sujetada por sus padres. También descubrió el sentimiento de perdida cuando escuchó los suaves sollozos de su madre cuando su padre soltó su mano. Una desconocida desesperación invadió su cuerpo.

Él no podía irse.

No podía abandonarlas.

Debía ser un error.

Y aunque trató.

Una y otra vez, no fue capaz de alcanzarlo.

—Sarada, no —fueron las palabras de su madre mientras se aferraba a su cuerpo para evitar que siguiera a su padre. La niña se removió inquieta, esforzándose por ser libre antes de que la silueta de la persona que más amaba desapareciera por el bosque. Se quedó sollozando, ahogando en lágrimas el dolor de su corazón.

Así que aprendió a vivir esforzándose por recordar. A tocar cualquier resquicio que su memoria osaba otorgarle, a disfrutar las migajas de sensaciones y los sonidos asociados. Aún mira por su ventana en las noches, con la vaga esperanza de que una silueta aparezca.

Aunque aún falta tiempo para que eso suceda y lo sabe. Su madre se lo ha explicado cientos de veces y ella se aferra a creerlo: que él lo hace por ellas, que él volverá y que otra vez, podrá sostener su mano como la primera vez.