Capítulo II
Segunda sesión
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Eran contadas las veces en que se había dedicado a recrear la imagen de una persona mientras estaba dentro de otra. Recordaba que le había pasado en el último año de instituto y que aquello había sido el inicio de esta vorágine que llevaba sufriendo desde hace casi diez años, un hecho que él suponía asumido y del que le gustaba muy poco hablar; por eso, por asumido.
InuYasha escuchaba los jadeos de su acompañante y el modo en que se entremezclaban con los propios. Ambos se encontraban en ese punto perfecto de sexo en que se disfrutaban sin límite para las caricias, ni las expresiones verbales de placer. Sentía el calor dentro de Kaguya, que siempre resultaba una compañera dispuesta para el sexo cuando él la llamaba. No eran pareja, menos amigos, simplemente se buscaban cuando uno de los dos necesitaba descargar la energía o la frustración del momento. Él había llegado a pensar que ella tenía el mismo tipo de adicción, pero era algo de lo que jamás habían hablado; en realidad, jamás hablaban más de lo necesario.
—Mírame —la escuchó decir, mientras se empujaba dentro de ella en la posición más tradicional posible.
Abrió los ojos y se encontró con los esmeralda que permanecían entrecerrados por la excitación y el placer que estaba experimentando su cuerpo. InuYasha intentó mantener su interés en el rostro que lo miraba, sin embargo se distrajo en los pezones rosados e intentó imaginar que eran los de ella, los de Kagome. Respiró hondamente cuando consiguió un atisbo de aquella fantasía en su mente.
Había conseguido saber su nombre cuando Kibou, el terapeuta, había pedido a los asistentes que se presentaran y desde ese momento había comenzado a sonar en su mente. No había podido dejar de mirarla de reojo durante los cuarenta y cinco minutos que duró la charla, en la que tres de los presentes habían contado en parte su historia y el modo en que enfrentaban sus adicciones. Intentó demorar el momento de calzarse los zapatos, esperando a que ella viniese a hacer lo mismo, pero por alguna razón parecía dispuesta a quedarse a vivir en aquella sala. Así que al salir se limitó a recordar los detalles de ella que le habían parecido atractivos, sobre todo el modo en que lo había mirado directamente durante la terapia, como si lo retara a intentar algo.
—Mírame —volvió a insistir Kaguya y él sólo quería retener en su mente los ojos castaños de esa mujer, Kagome, y el recuerdo de aquellos zapatos y el modo en que seguramente harían bambolear su cadera.
Se inclinó hacia su acompañante a esta sesión de sexo y hundió la nariz en su cuello, dejando ahí un beso destinado a calmar en algo su exigencia, en tanto recorría una de sus piernas con la mano abierta, desde el muslo, hasta la pantorrilla, en busca del calzado que no encontraría.
Era absurdo, lo sabía, pero nada más entrar por la puerta del apartamento de Kaguya, le había preguntado a ésta si tenía zapatos de pulsera; ella había arqueado una ceja en busca de una información que no le daría. Así que se había resignado a tirar de imaginación, pero resultaba complejo cuando estás en un momento tan comprometido como éste, en que tu potencia y energía están puestas en conseguir un orgasmo que te permita borrar los pensamientos, las preocupaciones y ese vacío tan profundo al que no te gusta mirar.
Se escuchó jadear cada vez más rápido y a Kaguya se le escapaban gemidos sugerentes. La alzó con las manos bajo los glúteos, para hundirse mejor, mientras ella le enterraba las uñas en la espalda, dejándole rastros de dolor a los que ahora apenas hacía caso, pero más tarde le arderían como el amor propio.
Se empujaba con fuerza. En su mente se confundía el cuerpo de la mujer con la que estaba y la recreación de la mujer con la que deseaba estar. La vio por un instante con los ojos entrecerrados, la piel perlada de sudor, los pezones marcados por las succiones insistentes que le había dado y la humedad entre las piernas siendo invadida por él.
Sintió la descarga potente de su sexo y los temblores que acompañaban al orgasmo. Se empujó con fuerza dentro de Kaguya, para darle a ella también una oportunidad más de llegar a su propio clímax, pero a pesar del intento, no lo consiguió en esta primera pasada, así que se quedaría hasta la segunda; después de todo ella era una compañía segura a la que de momento no quería renunciar.
Salió de ella, nada más acabar, y se quitó el preservativo para anudarlo y dejarlo a un lado como era su costumbre. A continuación miró a su acompañante sólo para comprobar que aún estaba agitada y con las mejillas y el cuerpo encendido.
—Date la vuelta, te compensaré —le dijo, sin quitar de sus ojos la mirada amenazante que sabía que ella estaba esperando.
Kaguya tenía claro que viniendo de InuYasha esa era una amenaza que él siempre cumplía con creces. Le sonrió e inmediatamente le dio la espalda y alzó con suavidad la cadera, después de todo se conocían bien.
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Kagome miraba los zapatos de color palo rosa que tenía frente a la cama, como únicos compañeros capaces de darle alguna explicación, sobre lo sucedido la tarde anterior en la terapia a la que había asistido. Desde que salió de ese lugar había notado la forma en que la ansiedad se había instalado en su estómago como una fiera que amenazaba con comérsela desde dentro. No podía quitar de su mente la intensidad de la mirada que le había dedicado aquel hombre y no es que fuese esa la primera vez que alguien la miraba con tal fuerza, pero hasta aquí ella había sabido manejarlo; era el color de esos ojos el que la había descolocado, no eran un color habitual y el tono platinado de su pelo le daba aún más potencia a la expresión en su rostro.
InuYasha, así era como se llamaba, al menos era el nombre que había dado al terapeuta cuando éste preguntó. Ese nombre había estado jugando en su mente durante las dos horas siguientes. Se lo repetía mientras recorría la calle de vuelta por la misma ruta, en busca del muchacho con el que había cruzado miradas a la ida; la suerte no la acompañó en ese aspecto, el chico ya no estaba. Sin embargo no le fue difícil contactar a alguien a través de una aplicación y citarse en un hotel. El nombre de InuYasha también la siguió mientras cabalgaba sobre el cuerpo del acompañante que había tenido y le había servido de escape. Se esforzó, se esforzó mucho por sentir algo más que un placer inacabado, pero no lo consiguió. No siempre había suerte y no siempre el acompañante de turno daba la talla a sus exigencias.
No quiso llamar a Kōga, necesitaba algo más impersonal aún.
Respiró hondamente, intentando centrar su mente para no sucumbir a la obsesión, bien sabía ella que era una pésima compañera en un día de arduo trabajo como hoy. Se puso en pie y se fue a la ducha. Intentó centrarse en el agua y en el modo en que la espuma del jabón que solía usar le acariciaba la piel a su paso; pocas cosas le gustaban tanto como el olor del jabón y su espuma. Era probable que un psiquiatra le diese un nombre a la desviación mental que había tras el gusto por la espuma del jabón.
Salió del baño cuando se sintió lo suficientemente limpia y caminó hasta el perchero de madera que contenía unas cuántas piezas de ropa que eran todo lo que necesitaba para desenvolverse en el mundo: dos vaqueros desgastados, un pantalón de vestir de color negro, dos faldas, tres blusas, más un par de camisetas en uno de los cajones de la única cajonera que había en la habitación. Kagome sabía que vivía con poco, no necesitaba demasiado, además de esa forma podía mantenerlo todo en orden y limpio, sin grandes complicaciones. Cuando terminó de vestirse, y antes de ponerse la chaqueta, se ajustó el lazo que la blusa escogida para este día llevaba sobre la clavícula izquierda.
El lazo le duró en su sitio las mismas horas que tardó en programar un encuentro de medio día con Kōga en su estudio y permitir que él le diese unos cuántos besos, semi románticos, antes de comenzar con el calor del sexo. El estudio resultaba un lugar cómodo, puesto que Kōga extendía un futón en el piso y el espacio para maniobrar ya estaba disponible. Lo conocía desde hacía un par de años y sus encuentros siempre habían sido un poco de amigos, un poco de sexomaníacos. Se sentía cómoda con la forma en que él encajaba el silencio en que lo sumergía, en ocasiones por semanas completas, estando siempre disponible cuando lo llamaba. Sólo habían parado durante dos meses en los que él intentó algo más serio con una chica, pero finalmente no resultó: Kagome no hizo preguntas y él no dio explicaciones.
Tenía los ojos cerrados mientras sentía la boca de su acompañante pasearse de uno de sus pezones al otro, dejando rastros húmedos en el camino que creaba sobre su piel, en tanto sus dedos le masajeaban entre las piernas, preparándola para recibirlo. Ciertamente Kōga era una de sus visitas recurrentes por lo bien que se le daba ir al punto exacto para hacerla gemir en poco minutos, más aún cuando a ella le costaba tanto despegar la mente racional y dejarse llevar.
—Sí, así —se escuchó a sí misma, presa de las sensaciones.
—¿Te gusta? —el deserte sardónico de su acompañante le valió una mirada fulminante por parte de ella, mientras contenía a duras penas un nuevo gemido— Te gusta —le aseguró y el azul de sus ojos se volvió más intenso.
Kagome no quiso detenerse en la réplica que aún tenía que pensar, prefirió dedicarse a sentir y aprovechar este momento de excitación aguda que estaba experimentando. Cerró los ojos y echó la cabeza atrás, consciente en todo momento del lugar en que estaban las manos de su acompañante, así como su boca, el roce de su cuerpo y el modo en que su coleta oscura le acariciaba las costillas.
Se escuchó gemir y jadear y maldecir, en el momento en que las caricias conseguían estimular su cuerpo lo suficiente como para tenerla a puertas de un orgasmo; fue en ese instante en que los ojos dorados que no habían dejado de obsesionarla se instalaron en su mente, con una mirada cargada de deseo.
¡Mierda!
No supo si lo dijo o sólo lo pensó, pero lo cierto es que Kōga rio cuando sintió que ella se derramaba en su mano.
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… desde entonces creo que no pude parar de trabajar.
La voz del hombre se fue apagando, terminó la frase mientras su pierna derecha no dejaba de moverse creando pequeños saltos permanentes que se asemejaban a temblores, siendo las oscuras manchas bajo sus ojos la evidencia más clara de sus palabras.
—Gracias por compartir, Taro —habló el terapeuta—. Has encontrado un punto de partida para intentar gestionar tu problema.
Taro asintió, aunque sin poder detener el movimiento constante de su pierna.
—¿Quieres contarnos algo más? —la pregunta era la misma para todo aquel que contaba su historia.
El hombre negó con un gesto y la mirada baja, una reacción habitual en quien confiesa sus secretos más oscuros.
—Bien. Tenemos tiempo para que alguien más no cuente sobre su condición —alentó el hombre.
La sala se mantuvo en silencio. InuYasha no paraba de pensar en que la chica de los tacones, que al parecer hoy no los había traído porque no los vio en la entrada, ella, Kagome, no le había dedicado ni una sola mirada en todo el tiempo que llevaban ahí y él tenía una extraña sensación de insatisfacción, algo que no estaba habituado a permitirse desde hacía mucho. Quizás si se animaba a hablar, ella se animase a prestarle algo de atención, al menos una parte de la que él le había mostrado durante la última media hora, mirándola cada dos minutos.
—Yo —alzó la mano. Kagome se giró para mirarlo e inmediatamente volvió la cabeza hacia adelante, casi como reprendiéndose por reaccionar. InuYasha no pudo evitar sentir que había ganado algo.
—InuYasha, gracias. Cuéntanos.
Él tenía claro que una de las razones por las que sus terapias no habían dado resultado era porque el compromiso con su rehabilitación aún no estaba hecho del todo y, desde luego, no tenía pensado ahondar en eso ahora. Notaba en su estómago la misma depredadora ansiedad que lo acompañaba cuando ponía su deseo en alguien, era como tener una criatura viva que le consumía la voluntad y aunque una parte racional de él le recordaba su intención de mejorar; la criatura aún era más fuerte.
Se inclinó hacia adelante, reposando los codos en los muslos, para entrelazar los dedos. Se aseguró que el ángulo en que miraba al suelo, como si estuviese buscando dentro de sí mismo, le permitiese observarla a ella de reojo, a su punto de obsesión: a Kagome.
—Soy InuYasha, y soy adicto al sexo —comenzó. Se sintió satisfecho cuando sus palabras capturaron la atención de ella—. Adelante, pueden reír si quieren —él mostró una sonrisa cargada de cierta ironía—, yo lo hago a menudo, de mí mismo, cuando voy por la calle y no puedo dejar de pensar en cuál será la posición que más le gustará a la mujer que va delante de mí, o cuando estoy en mitad de… ya saben, y quiero gritar un nombre, pero no recuerdo como se llama mi acompañante.
Kagome no podía dejar de mirarlo. Lo cierto es que cuando él había soltado la primera frase de su declaración, pensó que escucharía un detallado prontuario sobre cómo le gustaba el sexo o a qué tipo de personas se tiraba; sin embargo, él estaba hablando de lo difícil que le resultaba aquello, a pesar de la gruesa capa de sarcasmo con que intentaba ocultar su incomodidad.
—¿Cuándo comenzó? Ciertamente no lo sé —lo sabía. Él lo tenía completamente claro, y si se dedicaba el tiempo suficiente a ello, sabía que iba a encontrar la razón precisa de la adicción, con nombre y apellido, pero conocerla no implicaba que pudiese dejarla—. Estoy aquí para intentar encontrar esa respuesta.
Cuando terminó de hablar levantó la mirada y la llevó directamente a los ojos de Kagome, que al parecer se había sentido protegida durante su interlocución, razón por la que no había dejado de mirarlo.
Se sintió sorprendida por el dorado de esos ojos que resultaba incluso más intenso que en su recuerdo. No fue capaz de evadirlo de inmediato, lo hizo un instante después y justo antes de que la enganchara y no pudiese dejar de admirarlo.
—Gracias por compartir, InuYasha —dijo el terapeuta—. Estás aquí para encontrar tus respuestas.
InuYasha asintió, con toda la cordialidad que se esperaba.
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N/A
Hola a todos, muchas gracias por los maravillosos comentarios que me han dejado, ya he respondido a todos los que están registrados, ya que eso me permite enviarles un mensaje de agradecimiento y alguna palabrita más.
Este capítulo va mostrando un poco más de lo InuYasha y Kagome tienen ahora mismo en sus vidas y la razón por la que están asistiendo a estas sesiones. Espero que les haya gustado y que me lo cuenten.
Muchas gracias
Anyara XXX
