Capítulo III
Tercera sesión
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La ducha siempre era un buen lugar para descargar la frustración del deseo no saciado, al menos InuYasha lo consideraba de ese modo. Llevaba dos días sin aligerar sus emociones con nadie y aunque reconocía que pensarlo así lo convertía en un egoísta, también reconocía que lo mejor era ser lo que se era, sin velos no mayores entresijos. Mientras se acariciaba en su mente se gestaba la imagen de ella, la mujer de las sesiones de terapia. Le costaba decir su nombre, eso también era algo a reconocer, aunque éste se paseaba por su mente durante muchas horas del día.
Podía recrear la forma de su cintura bajo la ropa que vestía el último día que se vieron y podía imaginar la curva de su cadera, además de prácticamente sentir el tacto de sus glúteos mientras los abría con las manos para hundir la lengua entre ellos.
Soltó todo el aire que estaba conteniendo en un solo resoplido que era una clara señal del calor que mantenía su cuerpo, a pesar del agua semi fría con que había regulado la ducha. Tenía una mano rodeando su sexo y por más que lo agitaba no conseguía sentir ni un mínimo de la satisfacción que buscaba. Sí, había sensaciones; sí, había estímulo, pero nada comparado con lo que ella, Kagome, le despertaba sólo con verla. Lo intentó, recreando en su mente su figura cuando la siguió por unos pocos minutos, después de esperarla en medio de las sombras de la calle a la salida del centro. Sólo quería mirarla un poco más y deleitarse con su andar calmo y definido.
Era extraña la forma en que la mente se grababa el movimiento del cuerpo de alguien que le atraía.
Se detuvo cuando ella pareció presentir que era seguida, no quería que pensara que la estaba acosando; al menos su adicción aún no llegaba a ese punto.
Soltó su sexo, se sentía abatido; comprendió que no le sería posible ni la miserable satisfacción que podría conseguir en una ducha. Dejó que el agua le mojara la cara y el pelo, recorriendo libremente su cuerpo desnudo al pasar por él la pastilla de jabón con aroma a lavanda. Al menos el aroma del jabón lo relajaría un poco.
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Kagome se notaba inquieta y cada pocos segundos volvía la mirada hacia la puerta que estaba cerrada desde no hacía más de cinco minutos, los mismos que llevaba hablando Kibou, el terapeuta, al dar inicio a la sesión de hoy.
Hoy nos daremos el tiempo de escuchar los dos testimonios que nos faltan, así que ya no hay escapatoria.
Se negaba a atribuir su ansiedad al hecho de que él, el paciente de ojos dorados, no había llegado. Si lo pensaba bien, lo más probable es que la ansiedad se la había generado las poco recatadas palabras que recibió de camino aquí a raíz de su atuendo, el que en realidad no difería mucho de lo que veía en otras mujeres por la calle: vestido corto y medias largas a medio muslo. Y era justamente por lo usual de su atuendo que le costaba entender que un extraño se tomase la libertad de tocarle un muslo de forma ascendente a manos llenas al cruzar la calle. El hombre, que venía en dirección contraria al cruzar una calle, había agregado a su acto un siseo que se mantenía en su memoria. Se había quedado perpleja, y esa perplejidad había hecho estallar su furia, sobre todo porque no fue capaz de responder al hombre y acordarse de todos sus parientes; los vivos y los muertos.
Miró una vez más hacia la puerta, luego respiró hondamente y decidió que dejaría de interesarse por ese extraño hombre que no había venido, después de todo se había declarado adicto al sexo y seguramente estaba en el rango de aquellos que se animaban a tocar a las mujeres por la calle a manos llenas. Cualquier día de estos ella iba a comenzar a hacer lo mismo ¿Qué se lo impedía?
Se pondría a tocar paquetes por mitad de Shibuya, para que en la aglomeración los hombres no pudiesen identificarla y de ese modo se sacaría de encima el enfado por lo que le había pasado hoy. Les pondría la mano bien abierta y los estrujaría para que les dolieran hasta las amígdalas, y estaba segura que eso le produciría placer.
En ese momento vino a su mente el pantalón azul oscuro que vestía él durante la última sesión. No podía sacarse de la cabeza la forma en que la había mirado después de aquella confesión que hizo al grupo entero. Kagome sabía que resultaba egocéntrico que ella lo pensara, pero casi pudo sentir que la intimidad en las palabras de él fluía como si le estuviese contando aquella situación sólo a ella en la soledad de una habitación.
Volvió a mirar a la puerta y volvió a suspirar. Tenía que quitarse esta obsesión, cuyo nombre se negaba a invocar. Probablemente él ya no vendría más, luego de dar testimonio siempre había alguno que desertaba y al parecer en este grupo ya había uno.
Lo siento —escuchó a su espalda y se sacudió con un escalofrío que le recorrió la columna por completo. Se sintió profundamente perturbada y no supo si fue el constatar que se trataba de él o por el hecho de hacerlo a través de reconocer el tono de su voz.
Mierda.
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La ducha lo había retrasado e InuYasha no tenía nada más qué decir al respecto.
De camino a su tercera terapia con este nuevo grupo, había considerado la posibilidad de ahorrarse el bochorno de la disculpa por el retraso y esperar a verla al salir; sin embargo su obsesión lo empujaba a pasar todos los minutos posibles observándola. Mientras caminaba a toda prisa pensó en la posibilidad de acercarse a ella hoy y pedirle tomar algo, pero claro, cómo le pides a una mujer hacer algo juntos cuando casi le has confesado directamente que eres un adicto al sexo.
Tenía claro que sus dotes seductoras estaban bastante desarrolladas, pocas veces se había ido a casa con un no, cuando había decidido acercarse a alguien. Quizás, y después de todo, llegar tarde le sirviese para no pasar desapercibido.
Se descalzó en la entrada e intentó identificar los zapatos femeninos de su interés, suponiendo que serían unos negros con un tacón medio y un ribete de color gris por todo el contorno; nuevamente dejó los propios lo más cerca posible. Tenía claro que aquello era un absurdo acto de pertenencia, pero se sentía tranquilo luego de hacerlo, como si aquello los acercara.
Se disculpó al entrar en la sala y la buscó con la mirada, incluso antes de buscar una silla. Recibió la cortesía habitual de una sociedad que estaba demasiado atada a las formas como para romperlas, a pesar de estar en un lugar como este, tratando las disfunciones que la propia sociedad ayudaba a germinar en todos ellos. Bajó la mirada ante ese arrebato de crítica que estaba haciendo su mente, como si fuese un ente que se movía por rutas diferentes a las que seguía su cuerpo o sus emociones. A veces conseguía cierta coherencia entre ellas y podía decir que se sentía feliz.
Quizás eso es lo que sintió cuando la vio por primera vez: Coherencia.
Dirigió una mirada disimulada hacia el lugar que ocupaba ella, Kagome, y de un solo vistazo captó todos los detalles posibles de su actitud e indumentaria: El pelo que llevaba recogido en una media coleta que remarcaba aún más los rizos que se formaban en las puntas y el vestido corto, delicadamente aderezado por unas medias largas que le cubrían una buena parte del muslo. No era la primera vez que veía a una mujer con ese tipo de vestimenta, pero definitivamente había algo en ella que lo obsesionaba y no era su ropa o su apariencia en sí misma; era algo que aún no dilucidaba.
—Bien ¿Quién, de los que falta, será en primero en compartir su situación? —el terapeuta hizo la pregunta.
InuYasha la vio alzar la mano.
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Se ofreció como la siguiente, casi en una reacción refleja que la ayudaría a romper la inquietud que estaba sintiendo desde que él, InuYasha, había entrado en la sala. A pesar de no haberlo mirado directamente sabía que él lo estaba haciendo y notaba como su corazón latía con más fuerza, aunque probablemente se debiese al escrutinio que le estaría haciendo; después de todo se había declarado como adicto al sexo.
Kibou, el terapeuta, la animó a comenzar y ella acomodó ligeramente la postura, sentándose con la espalda aún más recta de lo que ya estaba.
—Soy Kagome y supongo que me declararé adicta al sexo —comenzó. El inicio de su relato fue interrumpido de inmediato por Kibou.
—¿Lo supones o lo eres? —preguntó. Ella se sintió ligeramente incómoda por su propia indecisión inicial.
—Lo soy, aunque no del modo que lo podría ser un hombre —declaró, y por la mirada del terapeuta supo que él no estaba del todo de acuerdo con sus palabras, pero no volvió a intervenir—. Necesito compañía la mayor parte del tiempo y siempre es de índole sexual —comenzó a encenderse la luz roja que solía activarse en su mente cuando sus confesiones iban más allá de lo conveniente—. No voy por la calle mirando traseros, como harían otras personas…
Estuvo a punto de hacer un gesto con la mano que indicara a InuYasha y se sintió descubierta, teniendo que recordarse que nadie de los presentes podía saber lo que ella pensaba. Se cuestionó el porqué de juzgar a otro que supuestamente sufría su misma adicción, además no era propio de ella el juzgar libremente a nadie. El problema era él, que no dejaba de mirarla. Todo eso deambulaba en su mente en un solo instante y no podía prestar atención a ello en este momento, así que decidió centrarse en lo que tenía delante ahora mismo y continuó con su alocución.
—… Sin embargo no puedo estar más de una hora sola en casa sin pensar en cómo querría montarme sobre alguien hasta el agotamiento; me da igual si es en su apartamento, o en un hotel, o en el baño de un karaoke.
A su mente vinieron todo tipo de encuentros pasados, se ahorró el contar las veces que se había beneficiado a algún incauto en un callejón para luego dejarlo con los pantalones abajo y el condón aun puesto. Sí, era adicta al sexo, no podía dar otro nombre a aquello.
InuYasha la observaba, le resultaba sorpresiva la forma visceral, y casi cruel, con que ella contaba su forma de sufrir la adicción. La mirada se le había agudizado hasta resultar ligeramente peligrosa y toda la suavidad de sus rasgos se perdía por la fuerza de esa mirada. Incluso le parecía que ella misma estaba sentada de forma más rígida en la silla. Si le hubiesen preguntado, él más bien habría apuntado a una adicción al control más que al sexo.
—Estoy aquí para intentar encontrar un camino que no me deje la sensación miserable que acompaña a la soledad de después de un polvo —terminó con esas palabras, sin dejar de mirar al terapeuta.
A InuYasha le extrañaba que el terapeuta pudiese mantenerse sereno después de la carga erótica que tenían las palabras de ella, acompañadas por la entonación de su voz, resultaban estimulante imaginar todas aquellas situaciones que había descrito; o quizás lo eran sólo para él. Estuvo a punto de removerse en la silla debido a la erección que comenzaba a tener al pensar en disfrutar de ella en el mismo pasillo que tenían en la entrada del edificio. Pestañeó con un poco más de pausa, para centrarse.
—¿Quieres contar algo más? —preguntó Kibou. Kagome negó con un gesto lento de su cabeza y luego cambio la pierna que mantenía cruzada— Bien, gracias por compartir, Kagome.
No fue hasta varios minutos después, cuando otro de los pacientes estaba contando su testimonio, que Kagome se animó a mirar a InuYasha
¿Qué estará pensando? —parecía ensimismado en sus ideas, quizás sus pensamientos estaban muy lejos de la sesión.
En ese momento él la observó, como si la presintiera, y ella desvió su propia mirada, volviendo a él de inmediato en un acto confuso que rallaba en la inexperiencia.
¡Mierda! —otra vez.
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InuYasha salió de la sesión, se calzó sus zapatos y dejó el edificio en completa calma, aunque con un objetivo claro: Kagome.
Se quedó esperando fuera del centro de dos pisos, que probablemente también sería la vivienda de Kibou, ya que en la placa de la entrada aparecía su nombre y su profesión: Psiquiatra.
Se mantuvo de pie a unos pocos metros, intentado parecer indiferente al resto mientras revisaba su móvil. Pensó en un cigarrillo, ahora mismo le hacía falta, pero era una adicción que había conseguido dejar hace un par de años y esperaba que se mantuviese en el baúl de lo inservible durante un tiempo más. Era extraño pensar que ahora mismo su vida estaba dentro de cierto equilibrio, a pesar de saber que en otras cosas no era más que una mierda que daban ganas de meter en una bolsa, cerrarla y dejarla en el lugar más apartado posible. Esa era una sensación a la que tenía que enfrentarse cada fin de semana, por eso solía pedir los turnos de los sábados y casi siempre en días festivos. El trabajo le resultaba útil y grato, la mayor parte del tiempo estaba centrado y eso le daba un respiro.
Vio salir, una por una, a las personas de las que componían el grupo al que había asistido y respondió a las palabras de despedida de alguno de ellos. Cuando ella salió finalmente, se había quedado con el móvil colgando en la mano y una extraña sensación en el estómago a la que no iba a darle nombre ni ahora, ni hoy.
Quiso dar el primer paso, pero no fue capaz de inmediato. Ella, Kagome, se quedó mirándolo fijamente y por la escasa luz que había en la farola de esta calle secundaria, pudo definir completamente lo que antes había adivinado cuando estaba sentada en medio de la sesión de terapia. InuYasha tuvo que decidir cuál de las dos ansias que ahora luchaban dentro de él debía primar: la de huir o la de poseer.
Soltó el aire en una especie de liberación de energía que esperaba que ella no hubiese notado.
Dio un paso adelante, sólo para comprobar que la mujer frente a él también lo daba. Fue consciente de inmediato de la tensión que se formaba en el espacio que había entre ambos y el corazón se le aceleró, buscando bombear la sangre necesaria a la mayor velocidad posible. Se giró de medio lado, como si indicara la dirección de aquella calle que buscaba seguir, ella lo miró con intensidad e intención hasta que decidió que daría el mismo giro y en la misma dirección. Dos metros los separaban.
Ambos comenzaron a caminar en paralelo, a paso calmo, buscando sincronizar cada uno con el ritmo del otro en una experiencia totalmente nueva de cara a los encuentros que solían tener. Se miraron; InuYasha sonrió y Kagome estuvo a punto de hacerlo.
Él se metió las manos en los bolsillos del pantalón e inclinó los hombros un poco hacia adelante, con la cabeza girada ligeramente hacia ella, atento a sus movimientos, a sus gestos y quizás a sus palabras. Notaba los latidos del corazón en la base del cuello, justo en la unión de la clavícula.
—Tres terapeutas y dos internamientos —InuYasha comenzó a hablar en un intento por romper el silencio que se había formado entre los dos, dejando como único sonido sus propios pasos al andar.
Kagome tardó un segundo en comprender el comentario y lo miró durante un instante.
—Dos internamientos, tres terapeutas. Al último me lo tiré —respondió, necesitaba dominar la conversación.
—Vaya, te iba a decir que estábamos empatados, pero veo que no —sonrió con cierta ironía.
—¿No te has tirado a ningún terapeuta? —intentó que la pregunta sonara desenfadada, como quien habla de comer caramelos.
Ambos mantenían estrictamente la distancia. InuYasha sonrió más ampliamente.
—No exactamente —la respuesta se quedó pululando como una nueva incógnita en la mente de Kagome.
Llegaron al final de la calle y se detuvieron uno frente al otro, aún mantenían la misma distancia de dos metros como si se tratara de una barrera de seguridad. Se miraron, InuYasha pensó en la avidez arrebatadora con que quería tomar su boca. Kagome estuvo a punto de humedecerse los labios deseando un beso. Ninguno de los dos se atrevía a dar un paso más allá de la barrera que habían creado.
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Continuará.
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N/A
Esto se pone candente!
Espero que disfrutaran leyendo y que me cuenten en los comentarios.
Anyara
