Capítulo IV

Cuarta sesión

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"… Nacimos no para ser perfectos, si no perfectibles. En medio del bien y el mal estamos nosotros creándonos a cada momento."

Kagome dejó el libro en el suelo, junto a la lámpara que hasta ahora había iluminado la habitación mientras leía. Se quedó un momento echada sobre su costado en el futón y con los dedos acariciaba la portada del libro, aunque éste ya había perdido completamente su atención. Su mirada se encontraba en un punto de la pared del pequeño apartamento, sin embargo su mente se paseaba por el recuerdo de la mirada de su compañero de terapia y en el sorprendente tono dorado de sus ojos. Por un momento se quedó sumergida en la sensación extraña que se le había quedado cuando la miró justo antes de despedirse. Kagome estaba acostumbrada a los vistazos que le daban los hombres, era algo que había sufrido desde muy joven, podía reconocer fácilmente una mirada que ocultaba deseo, así como una llena de lascivia, esas eran de las más habituales. Sin embargo él, InuYasha, la había mirado con una mezcla entre la curiosidad y la ¿Esperanza?

Arrugó el ceño ante su propia extraña conclusión y decidió que ya era hora de apagar la luz, mañana debía ir al trabajo temprano. Se giró sobre el futón y se quedó observando el rayo de luz que se filtraba por la ventana y que se chocaba con el biombo que ella usaba como cortina, ya que nunca se había tomado la molestia de poner una. La línea de luz se marcaba sobre el techo blanco y Kagome se quedó pensando en el blanco del pelo de InuYasha. Se sorprendió al darse cuenta de la familiaridad con que ese nombre deambulaba por su mente.

Pero si sólo se había tratado de una conversación, y además a distancia.

¡Mierda!

Cerró los ojos, estaba molesta consigo misma y con la facilidad con que aceptaba una sonrisa amable, ella sabía muy bien que la amabilidad en los hombres no era más que una careta que escondía muchas intenciones.

Decidió comenzar a pensar en él como hacía con el resto de hombres, dejando de lado cualquier impresión emocional que pudiese haber dejado en ella. Intentó recordar la forma de su trasero y se fastidió más todavía cuando comprobó que no se lo había mirado directamente ni una sola vez. Comenzó a imaginar cómo sería quitarle la camiseta que llevaba bajo la chaqueta que vestía y su mente consiguió mostrarle la visión de unos pezones ligeramente más oscuros que su piel. Se pellizcó ella misma un pezón y suspiró cuando sus pensamientos, por fin, comenzaban a llevarla por un terreno mucho menos afectivo y meramente físico. Descendió una mano por su estómago, ombligo y vientre, para detenerse al inicio de su sexo. Suspiró cuando la primera dosis de placer llegó a su cuerpo. Lo mejor era llevarlo todo a un plano impersonal.

Así es mejor.

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Los días habían pasado más rápido de lo que Kagome esperaba. El trabajo la había tenido ocupada gran parte de la semana, aunque eso no impidió que se encontrara con Kōga en su estudio un par de tardes y otra noche se había escapado a Kabukicho, con la clara intención de conocer a alguien, lamentablemente para ella se obsesionó con encontrar a un chico con determinadas características y ninguno de los que veía las cumplía.

Finalmente, el día anterior había pasado fuera de una tienda de ropa y, tal cómo le llevaba pasando durante los últimos días, se descubrió buscando algo para comenzar el otoño. No era de comprarse demasiada ropa, no le gustaba acumular nada, de ese modo le era fácil cambiar de apartamento cuando el lugar comenzaba a hacérsele excesivamente cómodo.

Hoy había estrenado la compra del día anterior y se pasó al menos diez minutos confirmando que el atuendo le sentaba bien. La nueva estación había comenzado y el vestido contenía cuadros de colores grises medios y oscuros, unidos con un tono anaranjado que se asemejaba mucho a las hojas caídas de los arces. Los botones delanteros le daban el aspecto de una camisa larga, sin embargo la forma que se ampliaba desde abajo del pecho hacia su largo a medio muslo, lo hacía muy femenino. Kagome no pudo evitar sentir ese ligero temor, que surgía de lo profundo, a que su vestimenta suscitara la atención excesiva de algún desconocido, no obstante, del mismo modo que hacía cada vez que ese temor aparecía, lo enterraba bajo capas de reafirmación y de fuerza de voluntad.

Ya estás —se había dicho, justo antes de tomar la decisión de salir del apartamento.

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A InuYasha se le había hecho eterna la reunión de trabajo de media tarde, del mismo modo que se le hacía eterna la reunión con el grupo de terapia. Había visto llegar a Kagome cuando él acababa de tomar su lugar en la sala y aunque, con sinceridad, intentó prestar atención a Kibou mientras hablaba de las principales causas de una adicción de conducta, no podía dejar de pensar en que ella estaba sentada a pocos metros de él y en el modo de entablar una conversación al salir.

Durante los días previos a esta cuarta sesión, su mente había divagado entre la sonrisa que Kagome le había dado y el ansia de hurgar y saber si también sonreiría en medio del placer. Asimismo se había descubierto creando conversaciones con ella sobre cosas triviales, como su helado o lugar favorito, o por el tipo de películas que le gustaba ver. Se sentía absurdo la mayoría de las veces en que su mente viajaba a esos momento ilusorios, sobre todo porque lo suyo era los buenos calentones, no las palabras.

¿Verdad? —la pregunta se quedó deambulando en su mente y aparecía de vez en cuando, sobre todo en los últimos días, cuando se había encontrado dentro de alguien que aullaba de placer bajo sus atenciones.

"… una de las principales causas de cualquier adicción radica en la falta de seguridad en lo esencial para nuestra vida que es el amor, y en particular hablamos del amor propio. Esta clase de sentimiento nos ayuda a posicionarnos en la vida, a sentir fortaleza y a creer en nosotros mismo y en nuestras capacidades. Si carecemos de amor propio, es entonces cuando comienzan las inseguridades y de ellas proviene la búsqueda de falsas sensaciones de seguridad; en ese espacio encuentran cabida las adicciones."

InuYasha escuchaba con parcial atención. Lo que el terapeuta decía era una verdad que él ya conocía, la había escuchado con otras palabras y otro enfoque por parte de terapeutas anteriores, también lo había encontrado en libros de autoayuda. Sin embargo, más allá de eso, hoy parecía hacerse el mensaje más cercano para él.

"Es habitual que el inicio de una adicción esté en un hecho puntual que ocasionó profunda inseguridad en lo que la persona concibe como parte base de lo que es y de cómo se presenta ante los demás. Cuando ese hecho sucede se busca algo que lo reafirme y es en ese punto en el que algunos caen en una adicción."

Un hecho puntual —repitió InuYasha en su cabeza. Y cómo si ansiara escapar del recuerdo que aparecía, llevó la mirada a Kagome que permanecía sentada y perfectamente atenta a las palabras del terapeuta.

¿Estaría ella cuestionándose lo mismo que él?

La vio acercarse el lápiz de madera a los labios y dar un par de golpecitos con éste sobre ellos, para repetir el movimiento después de una pausa pequeña. Él separó los labios y buscó aire, notando como ese simple gesto se había llevado su atención por un instante.

"Dicho esto, me gustaría que comenzaran a preguntarse en qué puntos o aspectos de ustedes mismos encuentran inseguridades. Esto no trata de buscar una causa para la flagelación, muy por el contrario, las y los estoy invitando a hacer un ejercicio de reconocimiento"

Lo dicho, la reunión se le había hecho eterna.

Cuando la terapia finalizó, Kagome hizo lo de siempre y esto consistía en tomarse un momento para ordenar sus notas y que todo quedase en el lugar que correspondía en su bolso. Le sonreía a una de las mujeres que asistía al grupo y que por lo que había contado tenía problemas de desorden alimentario. Luego de eso salía al genkan para tomar sus zapatos y calzarse. Hoy había intentado hacer todo eso con el mismo tiempo que usaba habitualmente, no obstante sentía la necesidad de apresurarse para saber si él, InuYasha, la estaría esperando como al final de la sesión anterior. No podía negar el ligero aceleramiento que tenía su corazón ante la idea y la forma en que se le comprimía el estómago, aunque eso no lo reconocería nunca ante nadie.

Tomó los zapatos que hoy llevaba, eran aquello grises con pulsera en el tobillo que la hacía sentir confiada, aunque hoy no los llevaba sobre la piel desnuda si no sobre medias negras semitransparentes. Se los calzó y se cruzó el bolso, cuidando de mantener el pelo bien acomodado. Tomó aire, llenándose de ánimo para salir.

Cuando puso un pie fuera del edificio tuvo que darse un instante, no era capaz de alzar la mirada de inmediato, quizás por el temor a encontrar a InuYasha ahí enfrente o quizás por el temor a que no estuviera. En el momento en que observó el lugar vacío en que él había estado de pie la vez anterior, sintió como cambiaba la sensación en su estómago de la inquietud a la pesadez, como cuando algo te sienta mal.

—¿Kagome? —escuchó a su derecha y reconoció la voz de inmediato.

Se giró y su mirada conectó enseguida con la de InuYasha.

—¿Te gusta el daifuru? —preguntó, extendiéndole una bolsa de papel blanco que contenía varias de las pequeña bolitas de colores. Ella asintió.

—Gracias —dijo, metiendo dos dedos en la bolsa, con cuidado de no romperla. Por alguna razón sintió aquella acción como un primer contacto físico con él.

—Me alegra, no sabía si te gustarían —se había animado a traer unos cuántos, pensando en ofrecerle a ella y quizás de ese modo tener algo cercano a una conversación.

Kagome se echó el dulce a la boca como si fuese un bocado y comenzó a probar la textura que se deshacía nada más que con los movimientos de la lengua. El dulce, compuesto por una masa de arroz, finamente elaborada, y rellena con crema de té verde y el anko tradicional preparado con alubia roja, le pareció lo más rico que había probado, o quizás fuese el hambre que acumulaba después de saltarse la comida.

—¿Te gusta? —la pregunta estaba cargada de cierta extraña ansiedad. Ella asintió, no podía responder con palabras— Me alegro.

La sonrisa serena que mostró InuYasha consiguió que la exquisita textura del dulce pasase a segundo plano en su atención. Él se quedó mirando sus ojos y luego su boca por lago rato, tanto que Kagome se sintió obligada a tragar el dulce antes de lo previsto. De forma inmediata se repasó los labios entre sí con la lengua, sin que ésta llegase a asomar fuera de su boca, en un gesto que había aprendido hace muchos años para no atraer la atención cuando no lo buscaba expresamente.

InuYasha retrocedió medio paso cuando se descubrió deseando probar el sabor del dulce en la boca de Kagome. Lo mejor sería mantener cierta distancia. No estaba muy seguro de porqué de pronto lo invadía esta sutil dosis de timidez al estar con ella. No le agradaba sentirse así, lo llevaba a recordar otro tiempo de su vida.

—Muchas gracias por el daifuru —se sentía extraña agradeciendo al mismo hombre al que una semana atrás enfrentaba desde el desparpajo total, hablando de los terapeutas a los que se había tirado. Bajó la mirada, molesta consigo misma. Cuando la volvió a alzar, ambos hablaron a la vez.

—Lo siento, di tú —le pidió él.

—Nada, sólo que ya me voy —quiso recuperar a la Kagome que debía ser.

—Claro —InuYasha aceptó, moviéndose a un lado para que ella pasara. Había tenido la idea de llevar aquellos dulces, casi de forma impulsiva y ahora cuestionaba sus propios motivos. Si lo que quería era llevársela a la cama no era necesario este tipo de cortejo casi adolescente.

Kagome le sonrió antes de buscar la salida de esta calle, intentando ser cortés sin llegar a parecer demasiado amable. Ella no era apta para las relaciones románticas, hace tiempo lo había entendido.

InuYasha pensó en dejarlo, no necesitaba esforzarse con esta mujer si sabía que no le costaría nada conseguir alguna otra por una noche, incluso podía recurrir a la aplicación aquella que había usado un par de veces. Sin embargo, la vio sonreír y consiguió ver algo más allá de esa sonrisa que se difuminaba ante sus ojos como un disfraz, del mismo modo que se caía el propio cuando volvía a su apartamento y se preparaba para otra noche más en soledad.

La vio alejarse unos pasos de él y observó la silueta moverse sobre los tacones de aquellos zapatos grises, con pulsera en el tobillo, del estilo que tanto le gustaba. Sintió la necesidad de intentar un poco más, podía dejarlo cuando quisiera.

¿No era eso lo que se decían todos los adictos en algún punto?

—Así que dos internamientos y tres terapeutas —mencionó InuYasha una vez la alcanzó y comenzó a caminar paralelo a ella. Hablar de esto era un modo de volver la conversación a un terreno que parecía que a ambos les era extrañamente cómodo.

Kagome lo miró y tardó un segundo en razonar si le era favorable seguir con este intento de algo. Era muy consciente de lo mucho que le atraía el hombre, más aún cuando la camiseta se le marcaba ligeramente sobre el pecho y le permitía adivinar la densidad de su musculatura y la llevaba a recordar sus propias fantasías con él.

—Así es —a su mente llegó la cantinela que ella misma le había soltado la última vez que hablaron: y al último me lo tiré— ¿Cómo es eso que tú no buscaste añadir a tu prontuario a alguno de tus terapeutas?

—¿Prontuario? —él sonrió, y Kagome se sintió feliz y molesta a la vez, sin saber a cuál de las dos emociones prestar más atención. Miró el suelo y se detuvo en las marcas de la acera para no tener que decidir ahora mismo— Digamos que no eran mi tipo de tipo —ella comprendió a qué se refería — Y tú, Kagome ¿Tienes un prontuario?

La voz sonó tan malditamente sensual, a pesar de la distancia, que Kagome tuvo que separar los labios y tomar aire con disimulo. El hombre le gustaba, eso se hacía evidente en todo su cuerpo y en la forma en que le hormigueaban las palmas de las manos: quería tocarlo. Quizás, simplemente, debía llevárselo a la cama y acabar con el ansia de una vez, en más de una ocasión esa había sido la mejor solución. Sin embargo, si hacía algo así debía plantearse el dejar la terapia de grupo, eso estaba claro.

—No, yo soy más bien de la que atrapa a los malos —ella comenzó el juego, necesitaba tomar el mando de lo que sea que estaba experimentando en relación a él.

—Oh, vaya —InuYasha fingió sorpresa, aunque lo que sentía era curiosidad. La chica que se había comido un dulce un instante atrás y que le pareció incluso cándida al hacerlo, estaba mutando a una mujer decidida y que parecía comenzar un juego. Pues bien, jugaría— ¿Esposas?

Dejó la pregunta en el aire, esperando a ser recogida como el guante en un reto. Ella sonrió.

—A veces, también cuerdas y algo más —continuó Kagome.

Para ese momento InuYasha notaba cómo la sangre comenzaba a calentarle el cuerpo y a arremolinarse en zonas que hacían evidente su deseo. Se detuvo y se giró, esperando a que ella hiciese lo mismo. Volvió a hablar sólo cuando captó la atención de Kagome.

—Estoy dispuesto a ser un vil villano.

Ella le miró la entrepierna y supo que no mentía.

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N/A

Como siempre les cuento, los personajes se mandan solos. Este capítulo no estaba destinado a terminar así, pero bueno, quién soy yo para negarles algo a InuYasha y Kagome.

Espero que les haya gustado el capítulo y que me cuenten.

Besos

Anyara