Capítulo V

Quinta sesión

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InuYasha permanecía sentado en la cama, con una pierna flexionada en ésta y el pie de la otra apoyado sobre la alfombra. La luz de la habitación era tenue, una lamparilla estaba encendida en una mesa alta y estrecha que tenía junto a la puerta, lugar en que también solía dejar las llaves al llegar, además de la luz que entraba por la ventana cuyas cortinas no había cerrado. El apartamento permanecía en silencio, el único sonido que había era el de su respiración y el de Kagome al vestirse. No podía quitarle la mirada de encima, no podía dejar de observar la forma de su cuerpo, sus movimientos y el desorden que ahora llevaba en el pelo.

—Te acompaño cerca de tu casa —le ofreció. Pronto sería media noche y sentía la necesidad de asegurarse que ella estaría bien, a pesar de saber que debía limitarse a lo habitual: polvo de una noche.

—No, no te preocupes —dijo, mientras se calzaba uno de esos fatídicos zapatos que le aceleraban el pulso nuevamente—. Además, ni siquiera estás vestido.

InuYasha no pasó inadvertida la mirada que ella le dio en la única zona que cubría la sábana.

—Ese no es problema, lo hago en un momento —insistió un poco más, tomando una parte de la sábana para descubrirse.

—¡Oh, no! ¡Por favor! —el tono de voz que ella acababa de usar le hacía imposible disimular la inquietud que parecía querer mantener a raya, en un fracaso claro y estrepitoso— Quiero decir que prefiero que no te molestes. Tomaré un taxi.

A InuYasha se le acababan las razones para pasar más tiempo con ella.

—Cómo quieras —aceptó aquello como una derrota.

Kagome terminó de calzarse el otro zapato y se sentó a los pies de la cama para ajustar las pulseras de los tobillos. InuYasha se moría de ganas de acercarse a ella, tomarla por la cintura, arrastrarla hacia él y volver a quitarle la ropa sin miramientos. Tomó aire, llenándose los pulmones y lo soltó por la boca, en una especie de intento por liberar el ansia que tenía por ella, que lejos de saciarse se había acrecentado.

—Bueno —Kagome se puso en pie y se giró hacia InuYasha que aún mantenía la misma postura en la cama—. Me ha gustado tu apartamento —parecía intentar mirarlo a los ojos, pero no lo hacía.

—Me alegro —InuYasha se esforzó por no deslizar por medio de sus palabras la dosis de ironía que se le atoraba en la garganta.

Me ha gustado tu apartamento —¿Era todo lo que iba a decir?

—Me voy —anunció, sin dejar mucho margen a más despedida, ni a más palabras; InuYasha no estaba seguro de necesitarlas.

Asintió en silencio y Kagome se dio la vuelta para dirigirse a la puerta del apartamento de un solo ambiente.

—Kagome —la llamó, se le estaba quedando el bolso sobre la cama, así que se puso en pie, sosteniendo la sábana sobre el vientre para cubrirse y que ella no saliera corriendo dos segundos antes de lo que parecía haber planeado.

—Oh —fue una simple expresión de sorpresa, sin embargo la forma en que tomó aire aceleradamente delataba inquietud bajo la capa de seguridad que intentaba mostrar.

Una sonrisa forzada por parte de él respondió a la de ella. La vio cruzar la puerta y luego todo se quedó en silencio.

InuYasha se dejó caer en la misma cama que acababan de compartir. Más bien aquel lugar se había convertido en el campo de batalla que ambos habían decidido para intentar saciar el deseo evidente que uno sentía por el otro.

Cómo era posible que resultase todo tan… ¿Complicado?

Sí, lo llamaría complicado a falta de un adjetivo mejor. No, no había sido desastroso, porque habían disfrutado, pero había sido extraño y él se sentía como una especie de inexperto en brazos de ella. Tenía la sensación de haber estado actuando en todo momento, como si de la nada le hubiese brotado una necesidad avara de quedar bien, y eso mismo había hecho que quedara de pena. Seguramente por esa misma razón ella había decidido salir casi corriendo.

InuYasha alzó un brazo y lo pasó por encima de su cabeza. Respiró profundamente, aún parecía sentir el aroma del pelo de Kagome en el ambiente y eso, acompañado al hecho de estar desnudo y estirado sobre la cama, trajo consigo los recuerdos que de tan recientes parecía como si aún estuviesen pasando por la piel.

Se habían mirado al final de aquella calle en la que estaba el centro de terapia. Él había dejado una invitación abierta y evidente que ella podía comprobar en la erección que se formaba bajo su pantalón, ante la confesión dominadora que Kagome acababa de hacer sobre sus hábitos en la cama. Ella lo había mirado y luego de los tres segundos que se tardó en debatir lo que quería hacer, le ofreció con total seguridad.

—Un hotel o tu apartamento.

InuYasha había pensado de inmediato en su apartamento que estaba a unas pocas calles de aquí.

Recordaba que le había tomado la mano para caminar con ella y se sorprendió con el estremecimiento que había experimentado su cuerpo, era algo muy parecido a recibir una ráfaga de aire fresco cuando tu cuerpo ardía en fiebre. También recordaba el primer beso que había dejado en su cuello y el ansia que sentía por besar su boca nada más cruzar el umbral del edificio en que estaba su apartamento. Kagome había evadido el beso en los labios. Podía entenderlo, no era el primer encuentro casual que tenía en que su acompañante prefería reservar ese contacto y ceder todo lo restante.

Lo demás aparecía en su mente de forma inconexa, sin embargo en algunos puntos con un detalle que le impresionaba. Tenía la sensación de haber fallado en la mitad de las cosas que había intentado. Al entrar en el apartamento las llaves habían caído al suelo, producto de la ansiedad con que buscó sacarse la chaqueta cuando notó las manos de ella que buscaban el bordillo de la camiseta que vestía. Cuando pudo oler su pelo, le mordió el hombro muy cerca del cuello y Kagome se había quejado de un modo que no podía asegurar que fuese de placer.

La había aplastado cuando se la llevó a la cama, casi en andas, justo antes de sacarle el vestido por la cabeza cuando los botones le parecieron demasiados. Ahora que recordaba cada acción se sentía estúpido, un completo inepto. Tal parecía que nunca hubiese estado con una mujer antes.

Resopló y miró el techo que se veía anaranjado por el efecto de las lámparas que había encendidas en la estancia.

¡Kuso! InuYasha. Te traicionó la voracidad.

Se reprendió en voz alta y a su mente vino un recuerdo que quiso borrar en cuánto apareció. Se puso en pie con rapidez y decidió que lo mejor sería una ducha y a dormir. Kagome tampoco había querido ducharse.

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Kagome bajó la escalera todo lo rápido que los tacones le permitían, sin que le significase un tropezón y un accidente. Notaba el corazón y la respiración acelerados y sabía que no era únicamente por la prisa con la que buscaba salir del lugar. Cuando llegó al último peldaño de la escalera miró hacia la puerta de salida, como su estuviese escapando de las llamas de mismo infierno. En el momento en que sintió el aire frío, fuera del edificio de cuatro plantas en que vivía InuYasha, descansó la espalda contra la pared y se quedó ahí un instante para recuperar el aliento y la compostura. Se sentía extraña, descolocada, como si algo se hubiese movido en su forma de ordenar el mundo y no pudiese saber aún de qué se trataba.

Aceptar aquella invitación tan evidente de InuYasha había sido un puro acto de irreflexión. Debía reconocer que se había dejado arrastrar por una inquietud que llevaba días sintiendo y con la que necesitaba acabar. Cuando la propuesta estuvo ahí, entre los dos, Kagome pensó que lo mejor sería concluirlo de una vez, probarse a sí misma que él no sería diferente a otros con los que había estado y que esa especie de idealismo que llevaba semanas alimentando no era más que el desconocimiento de lo existente. Siempre resultaba así, después de todo, las personas parecen más interesantes cuando no las conoces.

Sin embargo, ahora mismo se cuestionaba y se torturaba por lo absurda que resultaba su conclusión anterior. Había salido casi huyendo del apartamento de aquel hombre con el que habría pasado la noche entera, sin importarle el quedarse a dormir junto a él y eso no podía permitírselo. Tenía unas cuántas reglas que seguía a cabalidad, siempre: no besos en la boca, no acostarse nunca con nadie sin usar preservativo y no dormir con ninguna de esas parejas pasajeras. Suspiró y alzó la mirada hasta encontrarse con el techo del portal, siendo consciente que InuYasha estaba unos cuántos metros por sobre su cabeza. Decidió que lo mejor sería ir a su apartamento y empezar a dejar atrás este momento lo antes posible.

Comenzó a caminar, le había dicho a InuYasha que tomaría un taxi, sin embargo no era necesario ya que el edificio en que vivía estaba a unas pocas calles de aquí, pero eso no se lo iba a contar a él.

El repiqueteo de los tacones se hizo más evidente bajo el silencio de la calle un día entre semana y a esa hora de la noche. La soledad y el silencio le despejaron la mente lo suficiente para un par de recuerdos fugaces. A su memoria vino el momento y la sensación de tener una de las manos de InuYasha sobre su cintura, era una mano grande y de toque suave, que la sostenía con seguridad para guiarla en un movimiento de arriba a abajo, permitiéndole sentir su sexo endurecido bajo el pantalón. También recordó la ansiedad con que ella había comenzado a buscar bajo la camiseta que el vestía hasta tocar su piel y le hormiguearon los dedos ante la remembranza de esa sensación.

Se abrazó a sí misma, en parte para contener el descontento que sentía con su desempeño. Ella que se había presentado como una dominadora había sido penosamente dominada por los besos y las caricias recibidas. Se mordió el labio como muestra de la inquietud que le producía el recordar lo cerca que InuYasha había estado de tomar con un beso su boca y a ese hecho debía sumarle lo mucho que ella misma había deseado besarlo durante todo el tiempo que lo tuvo dentro.

Tomó aire con premura al notar la forma en que su cuerpo recordaba todo.

Primero él estuvo encima de su cuerpo con el torso desnudo rozándole los pezones. Recordaba la forma en que había entrado en ella y lo bien que se había sentido, tanto que tuvo que sostenerse de algo porque su cuerpo amenazaba con sacudirse de satisfacción. Luego se había posicionado ella por encima, observando su expresión, buscando en el rostro enrojecido y sudoroso las muestras de cómo él se estaba sintiendo. Kagome acostumbraba a buscar su placer en esta posición, casi siempre a causa de la premura de los acompañantes casuales con los que se encontraba. Pocos, pocas veces, se esforzaban en satisfacerla antes que a ellos mismos, por eso ella dominaba, para que el esfuerzo le valiese algo. No obstante, con InuYasha le había parecido que todo llevaba el ritmo exacto, la forma en que habían encajado, la manera en que la tocaba más allá de buscar un lugar del que sostenerse; él la acariciaba. Quizás por eso, cuando la giró para quedar nuevamente sobre ella, se sorprendió por el modo en que le sostuvo una pierna alzada con la mano abierta tras el muslo, mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar. Ella se había quejado profusamente, aún ahora se le erizaba la piel al rememorar el toque y él se había quejado como si se reprendiera a sí mismo, recién ahora Kagome lo analizaba, ya que en ese instante se perdió sumergida en un orgasmo que la martirizó durante unos cuantos segundos largos.

Luego de eso lo había mirado y sintió deseos de sonreír, pero la consciencia de sí misma estaba regresando y no le daría ese momento de triunfo al acompañante de una noche. Ella no hacía esas cosas.

Soltó el aire que había contenido ante el recuerdo.

A su mente también llegó el primer orgasmo de él, su voz aún se le metía bajo la piel y sentía en los dedos la presión que ejerció entre las hebras de su pelo plateado, mientras lo sostenía por la cabeza y con la otra mano le apretaba la parte baja de la espalda para poder aferrarlo a su cuerpo. La forma en que InuYasha se había sacudido sobre ella le había resultado casi cándida, como quien experimenta aquello por primera vez y ese pensamiento había removido algo en su emotividad y aunque no quería darle importancia, le estaba costando ignorarlo.

¡Mierda!

El recuerdo le producía la misma sensación de pánico que había experimentado cuando se descubrió dormitando en la cama luego de la intensa sesión de sexo. Habían hecho lo tradicional, no habían roto normas ni moldes, sin embargo todo le había parecido cargado de una intensidad arrebatadora, al punto de dejarla exhausta.

Apresuró el paso, estaba sintiendo frío y, quizás, si caminaba más rápido su mente se pondría en alerta y dejaría de pensar en lo que acababa de pasar y experimentar a raíz de ello.

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InuYasha se mantenía despierto y recostado en su cama. Lo habitual para él, después de un encuentro casual era cambiar las sábanas y dejarlas en el cesto de la ropa, para descansar en unas limpias luego que la mujer en cuestión se iba. Sin embargo, esta vez no quiso hacerlo, sentía aún el aroma del sexo en la habitación y el de Kagome en la almohada sobre la que había descansado por cerca de una hora, en una especie de sopor que él no quiso interrumpir. En cualquier otro encuentro no habría tenido reparo en insistir en una segunda ronda, si le apetecía o en ponerse en pie e ir a la ducha, a pesar del ruido que podía hacer, con Kaguya era lo habitual.

Respiró de forma profunda para captar nuevamente el aroma de la habitación que se iba sutilizando cada vez más con el paso de las horas. Se tocó el estómago con la yema de los dedos y se acarició, recreando sensaciones sobre su piel, en busca del recuerdo que tenía de las que Kagome había puesto con sus propios dedos cuando comenzó a buscar el desnudarlo. Separó los labios y comenzó a respirar agitado en el instante en que sus emociones lo situaron nuevamente en el momento en que entró en ella y la vio estirarse sobre la cama para sostener la almohada con una mano, como si necesitara aferrarse de algo.

Se sintió confuso, su mente y sus sensaciones le estaban mandando mensajes contradictorios; por una parte creía que lo había hecho todo mal, sin embargo, luego encontraba pasajes en su memoria que lo llevaban a sensaciones que no se cansaría de repetir.

Suspiró, esto no le gustaba. Era consciente del modo en que la inseguridad buscaba tomar el control.

Extendió la mano a la mesilla que tenía junto a la cabecera y miró la hora, pasaban de las tres de la mañana. Su adicción estaba tomando el mando, necesitaba tenerla otra vez y ni siquiera contaba con un número de móvil para llamarla. Eso lo llevaba a concluir que tendría que esperar una semana completa para verla, si es que Kagome decidía volver a aparecer en la terapia grupal.

Había dejado de fumar, aun así pensó en el cigarrillo de emergencia que tenía en el cajón de la mesilla.

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Continuará

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N/A

Besos!

Anyara