Capítulo VI

Receso

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InuYasha

Le costaba no correr a la zona de descanso cuando llegaba la hora de comer, pero dadas las estrictas normas de conducta del instituto se limitaba a avanzar a paso raudo. Cada día InuYasha se acercaba a la zona oeste del parque que había en el centro de los edificios, dejando atrás a sus amigos que lo alcanzaban minutos más tarde. Ocupaba siempre la misma mesa que se encontraba bajo uno de los árboles y esperaba a que ella apareciera junto con sus amigas. Kikyo era la chica más hermosa de la clase "C", o al menos se lo parecía, aunque a él simplemente le resultaba la más hermosa de todo el instituto. Le gustaba verla con el pelo suelto y ese aire de orgullosa altivez que solía tener, sin embargo sabía que no era más que una impostura, a su lado se mostraba tal como era: afectiva y dulce.

Llevaban viéndose tres meses. Se reprendía cada vez que pensaba en que esperó a pasar la mitad del curso para atreverse a decir algo. Lo había hecho un día de marzo a la salida de clases. Kikyo se había quedado en silencio, mirándolo cuando él pronuncio su nombre. Lo siguiente fue el ofrecimiento a llevar los libros que ella sostenía entre sus manos, siempre llevaba libros consigo. Aún recordaba con claro detalle el silencio inicial y la forma en que se habían tropezado las palabras en su boca cuando quiso pedirle que lo acompañase a tomar un helado el siguiente sábado por la tarde; Kikyo dijo que no.

El viernes, después de clase —había ofrecido ella, a modo de compensación, y él simplemente sonrió como si le estuviese ofreciendo el mayor regalo que había recibido nunca.

Ese día se le había declarado, aún notaba que se le subía la sangre a las mejillas cuando recordaba la mirada cargada de curiosidad de Kikyo y cómo la piel pálida de su cara se tiño ligeramente con un sonrojo; entonces la besó. InuYasha se reconocía impetuoso, tímido, pero decidido a la vez; nunca permitía que un reto lo amedrentara por muy asustado que estuviese. Ella le respondió a aquel beso y le enlazó el índice de la mano izquierda entre sus dedos, en una caricia que a él le resultó particular; única. Aún hoy lo hacía cuando se encontraban.

Este viernes se verían a la salida de clases las obligaciones de ella sólo permitía que se reuniesen los viernes y eso lo estaba cansando. Kikyo le había pedido que esperara en la intercepción de una calle a unos cuántos minutos caminando desde el instituto. InuYasha quiso replicar, él no quería perder ningún minuto de estar a su lado.

Al menos Kikyo le había prometido que irían a la misma universidad y entonces estarían más libres.

Cada día al llegar a la mesa abría su bentō y revisaba lo que su madre preparaba para él. Muchas veces le decía que no se ocupara de eso, él podía ponerse la comida. Sin embargo su madre insistía con un argumento que no podía debatir: de lo contario él no comería.

Izayoi cuidaba de su hijo lo mejor posible, lo había hecho desde que enviudó cuando él aún era muy pequeño como para recordar a su padre. Se había encontrado sola cuidando de un niño y con un trabajo a tiempo completo. Por entonces ella pudo contar con la ayuda de un anciano vecino, Myoga, que también se había hecho amigo de su padre cuando él aún vivía, razón por la que ayudaba a Izayoi con el cuidado de su hijo. Ahora que era un adolescente, casi un adulto, InuYasha pasaba cada día a saludar al anciano para conversar un poco y saber si estaba bien o necesitaba algo.

InuYasha sintió que el corazón le galopaba en el pecho en el momento en que Kikyo apareció. Muchas veces pensaba que se podía morir de amor por el dolor que causaba un corazón batiente. Ella se acercó hasta la mesa, venía acompañada de sus amigas Shoko y Asuka que eran dos gemelas que hablaban entre ellas con monosílabos. Kikyo y él empezaban a conversar del día y sus diálogos casi siempre pasaban por los estudios y alguna trivialidad sucedida en clase. Ella le preguntaba por sus calificaciones e InuYasha le comentaba con orgullo lo buenas que eran. No olvidaba en ningún momento que su permanencia en el instituto y su acceso a la universidad, pendían de la beca que tenía.

Cuando sus propios amigos se unían a la mesa, la conversación comenzaba a fluir entre todos, por lo que la exclusividad entre él y Kikyo se acababa, aunque ella tenía la costumbre de descalzarse y acariciarle el tobillo con el pie. Para InuYasha esa era una clara muestra de que estaban unidos.

Horas más tarde, ese mismo día, la esperó en la intersección que le había indicado. Miró la hora en el móvil y comprobó que llevaba cinco minutos de retraso en relación a la hora acordada. Cuando la vio aparecer Kikyo venía acalorada, sus mejillas estaban sonrosadas y de no ser por su permanente calma él habría pensado que estaba inquieta.

—Vamos —le había dicho al pasar a su lado y le enganchó el dedo índice para tirar ligeramente de él.

Lo que habían compartido esa tarde se quedó en la memoria de InuYasha por horas, días y semanas. Cada vez que la encontraba en algún espacio en que pudiese robarle un beso; lo hacía. Quería demostrarle lo mucho que significaba para él haber tenido su primera vez con ella. Kikyo le sonreía y le devolvía los besos que podía y luego se alejaba para que nadie consiguiese reprocharle el estar incumpliendo alguna norma. Su responsabilidad como delegada de su clase la obligaba a ser un ejemplo.

Cada noche InuYasha le deseaba un buen descanso a través de un mensaje de móvil y ella le devolvía el mensaje con el emoji de un corazón.

Irían a la universidad juntos, los habían aceptado a los dos y ya no tendrían que ocultarse del modo que lo hacían. Este mismo día le diría a ella que estaba dispuesto a hablar con sus padres en cuánto terminara el instituto. Sólo les quedaban unos días y no estaba dispuesto a pasar un verano sin ella. El trabajaría a medio tiempo en las vacaciones, no obstante, el resto de su día se lo dedicaría completamente.

La esperó como era habitual a unas cuántas calles más allá del instituto y junto a un gran árbol sagrado. Kikyo se acercó a él con una mirada que no le conocía: fría. InuYasha sintió como se le tensaba la espalda en una especie de presentimiento que en ese momento no supo comprender. Ella se detuvo varios pasos antes de llegar a su lado, como si mantuviese una de distancia de seguridad.

—¿Kikyo? —su nombre fue una pregunta que escondía dudas y miedos. Lo supo en el estómago y en la forma en que se le habían ablandado las piernas. Mucho más adelante en el tiempo se preguntaría si el cuerpo, algunas veces, era capaz de entender las cosas antes que la mente.

—No iré a la misma universidad que tú —le anunció. Él quiso preguntar por qué, pero no hubo tiempo, Kikyo continuó como si no pudiese dejar espacio a la pausa—. A partir de ahora ya no somos novios. Seguirás tu camino y yo el mío. Eso he venido a decir.

En todo momento lo miró a los ojos, por lo que InuYasha no podía pensar que había duda en sus palabras.

¿Por qué hacía esto? ¿Por qué le hacía esto? ¿Por qué?

—¿Por qué? —no había más en su mente y su corazón parecía rompérsele en el pecho en medio de un choque entre el miedo y el amor.

—Nada en particular, simplemente no seguimos.

Frialdad. Perfección. Belleza y desapego; eso era todo lo que conseguía ver y sentir en sus palabras y su expresión.

¿Dónde estaba la Kikyo que se había entregado a él semanas antes?

—Pero —InuYasha avanzó medio paso hacia ella, intentando encontrar la fuerza para oponerse a una decisión tan abrupta y férrea—… Tú y yo nos acostamos. En tu casa… en tu cama —se le rompió la voz en aquella última palabra, fruto del estremecimiento por los recuerdos que aún estaban vivos en él y que casi lo asfixiaron.

—Sí.

Frialdad.

—¿Sí? ¿Sólo eso?

—Sí.

Él no sabía cómo responder. Su corazón parecía estar latiendo y expuesto fuera del pecho ¿No lo veía?

Kikyo tomó aire.

—Mira, InuYasha. Me gustas, hemos pasado meses interesantes juntos. Nos acostamos, no ha sido el mejor encuentro que he tenido, pero estuvo bien.

InuYasha se quedó sin palabras.

La flecha cruzó el corazón expuesto.

Se echó para atrás ese medio paso que había avanzado. Una parte de él quería tomar a Kikyo por los hombros y sacudirla hasta que le confesara que sus palabras eran mentira, pero otra parte comenzaba a hundir en lo profundo de su ser toda su emotividad.

Luego de eso, ella se fue.

Las clases terminaron tres días después.

Él no asistió.

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Kagome

Ese día había esperado a su amiga Sango más tiempo del necesario en la cafetería y acababa de anochecer, claro que aquello no era difícil en pleno invierno. Tomó el último sorbo de su café y miró la hora en su móvil, además del último mensaje que le había dejado y que junto con los dos anteriores no había sido leído. Eran amigas desde el instituto, se conocían desde hacía poco más de cuatro años, así que ya sabía que si se retrasaba, o no aparecía, era a causa de su novio Miroku. Lo mejor sería volver al apartamento y esperar a que ella llamase pidiendo mil disculpas y las acompañara de un pastelillo de aquellos que a Kagome tanto le gustaban.

Al salir del recinto se ajustó la bufanda y agradeció el haber decidido llevar pantalones para combatir el frío invierno de Tokyo. Comenzó a caminar con cierta tranquilidad, no tenía prisa ya que al día siguiente las clases empezaban más tarde y podría dormir un poco más. Pensó en la historia que estaba corrigiendo en su tiempo libre, para ganar algo de experiencia, después de todo quería dedicarse a ello en el futuro y aunque no siempre le gustaba lo que se contaba en ellas, muchas veces terminaba enganchándose y tenía que leer primero los capítulos antes de comenzar con las correcciones.

Aún le quedaban un par de calles con poco tránsito y pocas personas, así era enero, más aún en las zonas que no estaban dedicadas al ocio como era ésta en la que vivía ella. Se había trasladado hacia poco más de tres meses hasta el edificio de dos plantas en que estaba su apartamento, el barrio era agradable y el alquiler estaba dentro del presupuesto que su familia consideraba razonable. Después de todo era un privilegio poder estar cerca de la universidad y no tener que movilizarse casi cuatro horas diarias desde el hogar familiar. Si tuviese que mencionar algún inconveniente, probablemente sería el de aquel edificio interminable que cubría dos manzanas y que según desde donde viniese sólo le dejaba dos caminos alternativos. Uno de ellos era una calle estrecha que hacía de parte trasera al enorme edificio y a una zona comercial del otro lado. La otra alternativa era rodear por cualquiera de los dos lados y hacer unos trescientos metros más de camino. La calle estrecha era la más directa y por ella sólo debía caminar poco más de cien metros, sin embargo tenía por inconveniente que habitualmente se encontraba en ella a un grupo de chicos que no le daban confianza, razón por la que terminaba rodeando todo.

De camino paso a una tienda de veinticuatro horas, para comprar algo de cenar y una tarrina de helado grande. El helado en invierno era una de sus rarezas, no le importó ya que ahora tenía un pequeño frigorífico en el apartamento, además de cortinas que había puesto hacía poco y un escritorio cómodo.

Cuando dejó la tienda y llegó a la encrucijada que le tocaba definir, miró dentro y a pesar de la luz escasa la calle estrecha parecía vacía, se sintió animada a cruzar por ahí. Por el callejón se escuchaba el sonido de sus zapatos, que a pesar de ser de tacón bajo resonaban con cada paso, creando una especie de eco en aquel espacio estrecho, largo y de altas paredes laterales. Por lo que había alcanzado a ver durante los tres meses que llevaba viviendo aquí, esta calle estaba pensada para que los camiones entraran a cargar y descargar mercancías. Mientras iba caminando notó como la luz de una farola y la siguiente no llegaban a tocarse, creando cortos vacíos de luz y si fuese de las que creía en las historias de terror, se esperaría que algo ocurriese en medio de aquellas sombras.

Cuando había avanzado al menos unos veinte o veinticinco metros, se abrió una puerta de metal que daba a alguna fábrica, dejando escapar el sonido de las máquinas que funcionaban dentro. Un hombre salió y echó una bolsa en un contenedor de basura; el ruido que escapaba del edificio se acalló completamente cuando la puerta se cerró. Otra vez fueron sus pasos lo único que se oía. Llevaba transitada poco más de la mitad de la calle y escuchó unas risas que provenían justo del final de ésta. Pudo ver como un grupo de hombres comenzó a avanzar y Kagome sintió que se le instalaba un vacío en el estómago. Esto era justo lo que solía evitar. Por un momento esperó que sólo se tratara de dos o tres, que ya serían muchos, sin embargo vio aparecer a cinco de ellos que en cuánto empezaron a caminar por la estrecha calle dejaron las risas y comenzaron a hablar en voz baja.

Kagome caminó más despacio, miró hacia atrás, pensando en volver. Sin embargo algo en ella reaccionó y se sintió molesta por tener que retroceder, la calle era libre y pensó que ya era tiempo de dejar de andar siempre con cautela, los hombres debían entender que no podía ir por ahí como si fuesen los únicos en el mundo. Continuó el camino, metida dentro de su burbuja de valor, encontrándose con el grupo y cruzando a través de ellos por el escaso espacio que le habían dejado. Escuchó siseos y sonrisitas junto a ella y pensó que aquello era desagradable, pero tolerable, hasta que uno de ellos le tocó el trasero.

—¡Déjame! —gritó, manoteando hacia atrás.

Luego de eso escuchó como se reprendían entre ellos, con risas de por medio, y comprendió que lo mejor sería seguir a paso raudo y olvidarse de mirar atrás, no obstante no lo consiguió.

Lo demás sucesos fueron ocurriendo de forma lenta y rápida a la vez. Notó que la sostenían de la muñeca, también de la cintura, fue consciente que alguien le pasó la mano por entre las piernas y el grito que quiso dar fue acallado por una mano grande que le tapó la boca. Kagome soltó la bolsa que llevaba en la mano y comenzó a estirar brazos y piernas en un intento por dar golpes. La sombra que se creaba entre farola y farola sirvió de refugio al grupo que comenzó a desnudarla y ella no supo si habían comenzado por la blusa o por el pantalón. Sintió que una mano tiraba del sujetador y una boca le mordía un pezón, chilló fuerte, a pesar que su voz se ahogaba en la mano que la atrapaba. Luego sintió cómo su interior era invadido por dedos ásperos y el dolor se intensificó. Se retorció, sintiendo el frío de la noche sobre la piel y las lágrimas mojándole la cara. No paró de chillar.

Escuchó la voz ronca de uno de ellos que le susurró algo con total lascivia.

Puedo hacer lo que quiera con una chica tan bonita.

¿Era así? ¿Podía hacer lo que quisiera con ella?

La sensación de pánico que la invadió le era totalmente desconocida, no había sentido un terror como ese en su vida.

Podía notar cómo las manos seguían tocándola, le oprimían el pecho, alguien le chupó el cuello y Kagome sintió que aquello era lo más repulsivo que le habían hecho, pero su mente de inmediato le dijo que se equivocaba ya que uno de sus atacantes comenzaba a inclinarse delante de ella, mientras le rozaba el sexo con su erección.

No, así no podía ser su primera vez.

Oprimió las piernas con toda la fuerza que le fue posible, en tanto escuchaba las risas de los hombres.

Escuchó nombres, escuchó al que tenía enfrente exigirle su voluntad con un: ábrete. Notó como le forzaban las piernas entre los hombres que tenía alrededor, en tanto ella no paraba de gritar con la garganta adolorida y sin que su voz pudiese escapar del cerco de la mano que se oprimía en su cara hasta el dolor. Fue consciente de las lágrimas que no dejaba de derramar y de cómo se asfixiaba con la mucosidad que comenzaba a brotar por su nariz.

Finalmente sintió un golpe que le cruzó la cara, acompañado de un: ¡cállate, puta!, vociferado con una sentimiento de rabia que le resultó difícil de comprender.

¿Realmente esto le estaba pasando?

En ese momento no supo muy bien cómo fue que aquello se detuvo, luego recordó escuchar voces desde el inicio de aquella calle, desde el lugar por el que ella había entrado. La soltaron y ella sintió cómo sus rodillas se azotaban contra el suelo. Se quedó ahí unos segundos, observando la bolsa en la que llevaba su compra que ahora estaba desperdigada por el suelo y alcanzó a distinguir el helado derramándose.

Escuchó las voces al inicio de la calle que parecían acercarse y sintió total repulsa a que alguien la viese semidesnuda como estaba. Se puso en pie, ayudándose de la pared para no caer al tener los pantalones enredados en los tobillos. Se acomodó penosamente la ropa y comenzó a caminar alejándose de aquel lugar.

Cuando llegó a su apartamento se metió a la ducha vestida. Le dolía el cuerpo en muchas partes y no sabía muy bien cómo sentirse. Probablemente estuvo más tiempo del habitual bajo el agua, se quitó la ropa estando ahí. Notó dolor en el cuello, se tocó, y luego pudo verse las marcas enrojecidas que le habían dejado en los pezones y supo que probablemente se amoratarían. Ella era una mujer fuerte, habitualmente lo era, pero esa noche sólo dejó de llorar cuando sintió que su cuerpo no podía liberar más agua. Se quedó echada de medio lado en la cama, con el pelo mojado, mientras observaba las cortinas que había puesto dos días atrás, con flores bordadas en el bajo; aquella delicadeza ahora le pareció absurda.

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N/A

Sé que este capítulo es difícil de digerir, sin embargo es necesario para que sepamos la raíz de las emociones de estos personajes. Ahora tenemos que ver cuánto de esto han asumido y cómo avanzan.

Un beso y muchas gracias por acompañarme en la aventura de crear.

Anyara