Capítulo VII
Séptima sesión
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"Ahora que ya hemos expuesto lo que cada uno considera que es su problema con la adicción, me gustaría dar alguna pautas y que ustedes mismos revisen en sus notas, si dichas pautas se ven reflejadas en lo que piensan de ustedes mismos"
El terapeuta hacia su trabajo y los presentes parecían prestar atención, cada uno con detalles que delataban en parte sus adicciones. InuYasha se mantenía atento a las notas que traía en respuesta a lo que planteaba Kibou. No eran más que tres palabras: cuando soy yo.
Kagome por su parte tenía un texto de página completa que analizar con la pauta que diera el terapeuta.
Ni InuYasha, ni ella se habían mirado en toda la sesión. Ambos mantenían un estricto control de las sus emociones, al menos era lo aparente desde el punto de vista de un observador.
Kibou comenzó a enumerar una serie de características que se asociaban con la adicción: Irritabilidad, falta de interés en ver a familiares y amigos, así como de ejecutar actividades significativas que sacaran al individuo de su ensimismamiento, entre otras.
"Es importante que se respondan a ustedes mismos con sinceridad en el caso de identificarse con alguna de estas características, o con todas. De ese modo podrán advertir el grado de adicción que poseen. También es importante preguntarse en qué momento comenzaron a ser estos rasgos parte de sus vidas. A partir de ello podrán recordar cómo eran ustedes antes y estableceremos un patrón"
Kagome intentaba prestar atención a las palabras del terapeuta, tomaba nota sobre ellas, pero desde luego su mente no podía dejar de recrear momentos de los vividos con InuYasha. Tenerlo tan cerca estaba estimulando de sobre manera sus recuerdos y comenzaba a sentirse obsesionada con ello. Incluso le parecía poder oler el dulzor de su piel, hasta ese punto estaba capturada su capacidad de atención. Respiró hondamente por la nariz, intentando conectar sus ideas como un método para aclarar sus pensamientos. No contaba con que InuYasha haría una pregunta y que su mente, al captar su voz, le mandaría el mensaje de él empujándose dentro de ella. No estaba preparada para el estímulo potente que acababa de recibir al recrear esa misma voz jadeando con suavidad contenida junto a su oído, mientras temblaba entre sus brazos producto del orgasmo.
Tuvo que bajar la mirada y se llevó la mano a la frente, temiendo que el calor que ahora sentía en las mejillas fuese a ser demasiado evidente para todos los demás.
¿Cómo era posible que InuYasha actuara con tal tranquilidad?
Probablemente él habría asistido a la terapia la semana anterior y por eso estaba así de involucrado. Ella no había sido capaz de venir. Quiso poner dos semanas de tiempo entre lo sucedido con ellos y hoy, pensando que eso aplacaría en algo la sensación de caos que tenía dentro. Se había acostado con Kouga cuatro veces durante la semana siguiente y para su desgracia se descubría buscando el tono de voz de InuYasha cuando su acompañante culminaba. De hecho, la última vez, Kōga había parado con lo que estaba haciendo cuando ella le insistió en que le presionara la cintura de una forma determinada. Luego de eso, dos días atrás, había intentado llevarse a un acompañante casual a la cama. Comenzó a acariciarse con él en una sala privada de karaoke y cuando el hombre le abrió la blusa y puso la boca en un pezón, Kagome sintió que no, que no quería ese toque. De ese modo el hombre, cuyo nombre no recordaba, se había quedado solo, alborotado y con una erección que aplacar.
Alzó la mano.
—¿Sí? Kagome —preguntó el terapeuta.
—Necesito ir al servicio —se excusó. No se sentía capaz de estar en la misma habitación que InuYasha e ignorar el desastre interno que significaba para ella.
Cuando se excusó, InuYasha la observó por primera vez de forma directa desde que había comenzado la sesión. Le estaba costando demasiado mantener una imagen de tranquilidad mientras ella estaba a pocos metros de él. Sólo le bastaba un poco de concentración para recrear en la yema de los dedos el tacto de su piel. Llevaba dos semanas sin venir, no había sido capaz de aparecer para la sesión anterior, después del ridículo papel que sentía había interpretado en la cama. En lugar de aparecer por aquí, había preferido ir a buscar a alguien a la zona de Kabukicho. No le fue difícil dar con una mujer de cabello oscuro y ojos castaños, pero mientras más la miraba, más pensaba en que no era ella. Finalmente había llamado a Kaguya y se habían encontrado en una zona de hoteles en la que alquilaron una habitación y se olvidaron de la mesura y de guardar silencio.
¿Por qué con ella no se sentía como un inexperto?
Al contrario, tenía la sensación de que Kaguya disfrutaba de cada toque que le daba y él también lo hacía. Aunque ese día algo fue muy diferente. Su mente estaba plagada de pensamientos y aunque podía centrarse en dar placer a su acompañante, no podía dejar de pensar y recordar.
¿Crees que podrías enamorarte de mí? —le hizo la pregunta justo después de que ella se deshiciera en gemidos bajo su cuerpo.
Kaguya intentó mirarlo, aún con los ojos brillantes y las mejillas enrojecidas por el orgasmo que acababa de sobrellevar. Se giró de medio lado cuando InuYasha salió de ella, en tanto él se incorporó y se sentó sobre sus talones, exhibiendo una profusa erección aún envuelta en el preservativo. Kaguya no lo pudo obviar, le quitó el condón con la maestría de quién conoce el terreno y se metió el sexo dentro de la boca, hasta que no pudo presionarlo más contra la garganta. Luego lo liberó, lo lamió y le respondió.
De esto me puedo enamorar.
En cualquier otro momento eso habría sonado a un halago, pero por alguna razón InuYasha sentía que algo no cuadraba para él.
Kibou, el terapeuta, continuó con su charla una vez que Kagome salió de la sala y entonces fue InuYasha el que se disculpó y se puso en pie, llevándose consigo sus notas. Cuando salió al pasillo y tuvo a la vista el genkan, supo que no se había equivocado en sus conclusiones: Kagome se iba.
Se tardó un segundo, quizás dos, en resolver que él también se iría de la sesión, debían hablar, aunque fuese para aclarar si el encuentro que tuvieron había sido un error.
Se acercó a la estantería de los zapatos y tomó los suyos en silencio. Kagome continuó con su labor de atar las pulseras de los suyos, aquellos de color palo rosa que llevaba el día que la había conocido. InuYasha tomó el lugar junto a ella en el genkan y procedió a la labor de atarse los cordones. Estaban separados por pocos centímetros y el calor que emanaban se hacía evidente para ambos. En el momento en que ella quiso atarse la pulsera del zapato izquierdo, los dorsos de sus manos se tocaron y los dos reaccionaron y se apartaron, alejándose de la posibilidad de contacto físico con el otro. Se miraron a los ojos; InuYasha podía ver la inquietud en Kagome y estaba seguro que él tenía la misma expresión.
—¿Vamos a tomar un café? —le ofreció y la vio asentir.
Salieron del edificio en silencio, caminando uno en paralelo al otro y conservando la misma discreta distancia de seguridad que habían utilizado las semanas anteriores y que correspondía a poco más de un metro.
—¿Quieres ir a algún sitio en particular? —preguntó InuYasha, dándole a ella la oportunidad de decidir lo que quería que hicieran. Le estaba costando mantenerse sereno.
—No, vamos dónde quieras —ofreció y de inmediato se corrigió—. A la cafetería que quieras.
Él la miró y expuso una sonrisa que se alejaba mucho a mostrar alegría— ¿Tan mal lo había hecho?
—Tranquila, no pienso secuestrarte, ni llevarte donde no estés bien —le aclaró, con un tono de voz que Kagome sólo pudo considerar como sincero.
—No es eso, sólo… no quería —prefirió callar cuando comprendió que la explicación únicamente entorpecería el diálogo— ¿Estuvo bien la sesión anterior?
Era un tema bastante neutral y a Kagome le pareció apropiado.
—Te iba a hacer la misma pregunta —InuYasha la miró de medio lado, buscando su expresión.
¿Él tampoco había venido?
—Vaya, está claro que a los dos se nos ha dado fatal esto —no pudo morderse la lengua y tampoco lo intentó demasiado, se sentía inquieta.
La carcajada que él soltó le pareció clara y hasta podría decir que refrescante, aquello la llevó a estar a punto de detenerse para mirarlo.
—Me alegra hacerte feliz —le soltó la ironía, ya no había mucho que perder ¿No?
InuYasha se detuvo, la miró con la sonrisa aún marcada en el rostro, la que comenzó a cambiar a una expresión más seria que terminó en una respiración profunda y casi en un suspiro. Kagome pudo observar cada fase de la mutación que acababa de presenciar en él, pasando de la alegría efervescente hasta el deseo; ella había visto esa mirada en él antes. Notó como todo su cuerpo respondía ante el descubrimiento. Quería sentirse tocada por él, sin embargo cuando aquello sucedía ella dejaba de tener el control de la situación y se sentía tremendamente abrumada.
—¿Café? —recordó ella, con un hilo voz.
—Café —aceptó él. Aunque se habría bebido algo más fuerte ahora mismo.
InuYasha tuvo la intención de llevar a Kagome a una cafetería que había visto no muy lejos del lugar en que estaban. Comenzaron a caminar y a hablar de cosas triviales como la lluvia de dos días atrás o alguna festividad local en una fecha cercana. A medida que caminaban, ambos comprendieron que estaban tomando la misma ruta que hicieran para llegar al apartamento de InuYasha la última vez que se vieron; ninguno objetó nada. Poco a poco la distancia entre ambos se fue haciendo cada vez menor, hasta que se volvieron a tocar sus manos. Ese primer roce fue evadido por los dos, aunque no con el mismo afán que antes de salir del centro. Kagome contuvo el aliento e InuYasha lo hizo también. Un instante más tarde surgió un siguiente roce, no obstante esta vez pareció completamente buscado. Los dos se mantuvieron en silencio y los dedos de InuYasha tocaron suavemente el dorso de la mano de Kagome, hasta que los dedos de ella se unieron a la caricia y comenzaron a enredarse. Se miraron, las manos se enlazaron completamente en un acto de voluntad claro por parte de los dos. Siguieron caminando con cierta calma, a pesar de la sensación de anticipación que se había instalado en ambos. Giraron en una calle estrecha que sólo permitía una dirección a los vehículos. Las manos permanecían unidas. En cuánto encontraron un lugar apropiado se guarecieron. De ese modo se hallaron a la sombra que creaba el portal de un edificio.
InuYasha reposó la espalda en la pared y atrajo a Kagome hacia sí con ambas manos encerrando su cintura, para luego rodearla con un brazo y pegársela al cuerpo. Quiso besarla, lo ansió con fuerza, pero ella evadió el beso que fue a dar a su mejilla. Se quedaron así un instante, sólo un momento. Kagome, contraria a sus propias normas, comenzó a mover la cabeza muy despacio mientras sentía la respiración alterada debido a los latidos presurosos de su corazón. La comisura de su boca se encontró con la de él. InuYasha respiró tanto o más agitado que ella y percibió la presión que ejercían los dedos posicionados en su cintura y espalda, sin moverse del sitio del que la sostenía. Kagome movió un poco más la cabeza y comenzó a rozar el inicio de los labios de él con los suyos, avanzando con esa caricia en una contenida desesperación. Se detuvo cuando la mitad de su boca llegaba a la comisura de la boca de InuYasha. Se quedaron así un instante, respirando y esperando. Él sintió la presión de las manos de ella, que se sostenían de sus brazos y tomó aquello como una invitación a continuar con la caricia que Kagome había comenzado. Con esa convicción giró muy levemente la cabeza para ir rozando sus labios casi con la misma lentitud que había hecho ella. Tocó la separación de la boca de la mujer con la punta de la lengua y la humedad que aquella caricia le proporcionó, ayudó a que el beso que comenzaba se hiciese suave y tan natural que se sintió abrumado.
Kagome sabía que estaba rompiendo una de sus reglas y una parte de ella le recordó que nada bueno resultaba de saltarse la norma habitual, sin embargo la caricia atrapaba su atención y su mente se aligeraba cuando estaba con él.
Se besaron y no hubo palabras durante un largo rato. Las manos se mantenían en zonas seguras, mientras que las bocas se expresaban con cierto grado de delirio. Kagome no tenía claro el poder interpretar lo que ahora estaba pasando, hacía mucho que no besaba a alguien y por un momento se sintió en medio de una cita furtiva con un novio adolescente. Por su parte, InuYasha esperaba a que ella le diera alguna señal de lo que quería de él, sumergido en una falta de certeza que no le resultaba cómoda; no obstante, el beso contenía una simpleza y suavidad que invocaba a aquellas fracciones emotivas que solía esconder del mundo.
Los trozos perdidos del alma.
La sintió buscar por la cintura del pantalón y eso lo animó a subir una mano hasta la parte baja del pecho. De pronto lo sublime comenzaba a hacerse materia. Ella continuó con el movimiento y bajó la mano un poco más, hasta llenarse la palma con la erección que había encerrada bajo la tela; él hizo lo propio y acunó un pecho en la suya y lo oprimió de forma suave. La escuchó respirar algo más agitada y soltar el beso, sin llegar a separarse de él. InuYasha se sintió profundamente excitado ante el roce y la presión que Kagome ejercía con su mano que era pequeña y, a pesar de ello, intentaba abarcarlo.
En cualquier otra oportunidad él ya habría sugerido ir a algún sitio para consumir y calmar su adicción.
En cualquier otra oportunidad ella ya habría sugerido ir a algún sitio para consumir y calmar su adicción.
¿Qué era diferente?
Se miraron a los ojos, en medio de una penumbra que iluminaba lo justo como para definir la intención en la mirada del otro. Kagome continuaba acariciando y conteniendo su sexo que comenzaba a doler y él buscaba la protuberancia de un pezón bajo la tela de la blusa y el sujetador. Aquella era una situación atípica para ambos.
InuYasha pensó en ofrecer la alternativa de un hotel cercano que acababan de pasar, sin embargo la oferta no llegó a ser expresada aun y se limitó a sostener con un poco más de intensidad a la mujer que tenía abrazada para buscar nuevamente su boca. Se sentía arrebatado por la pasión de un modo muy diferente al furor que traía consigo la lujuria. Mientras recorría con la lengua el interior de la boca de ella, se descubrió deseando hacer lo mismo con los pliegues de su sexo y el interior de éste.
Kagome, por su parte, recibió la invasión delicada del beso que InuYasha le ofrecía y expresó su deseo rozando con su cuerpo cada parte que podía hacer contacto con él. En ese momento lo escuchó soltar el aire en un suspiro que a ella le atacó directamente la piel, arrancándole un temblor que no pudo disimular. El sonido de la voz de InuYasha, roto por el placer, era algo que permanecía en su memoria y la había llevado al orgasmo, sola y acompañada, más de una vez en las últimas dos semanas.
Se apretaron en un abrazo. InuYasha se llenó con el aroma del pelo de ella. Kagome se inundó con la sensación perfecta de la calidez de InuYasha.
—Kagome… —alcanzó a murmurar.
—Sí…
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Continuará
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N/A
Llegar a la parte de la historia en que ambos comienzan a explorarse emocionalmente es algo intenso e interesante. Espero que disfrutaran leyendo, tanto como yo al escribir.
Besos y gracias por la compañía.
Anyara
