Capítulo VIII
Octava sesión
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—Así ¿Te gusta? —la voz de InuYasha se entrecortaba por lo agitada que estaba su respiración. Mantenía a Kagome sobre la cama, mientras acariciaba entre los pliegues de su sexo y se humedecía los dedos con el fluido suave que emanaba de ella.
—Sí, sí… sigue —la respuesta parecía la adecuada y dado el contexto, incluso la expresión contraída en el rostro de ella daba a entender que todo iba bien. Sin embargo él no se sentía conforme, parecía empecinado a hacerlo aún mejor, al punto que su propio placer quedaba relegado y la erección que había partido siendo fuerte y apremiante ahora permanecía olvidada.
—¿Así? — la respuesta no llegó.
Kagome se mantuvo con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior, mientras luchaba con los talones sobre el colchón de la cama de InuYasha. Él insistía en sus toques, dando caricias bastante asertivas, sin embargo algo en el tono de su voz no estaba bien y eso no le permitía sentir lo que ella esperaba.
—¿Kagome? —él insistió, mientras le dejaba un beso en el cuello, apresurando el ritmo de su mano entre las piernas y notando como la musculatura del brazo se le comenzaba a tensar dolorosamente.
—Para… para —le pidió ella, sosteniéndolo por la muñeca. InuYasha abandonó el beso y la caricia.
—¿Qué pasa? —preguntó, notando esa sensación desagradable de indefensión que lo llevaba acompañando desde que habían estado juntos por primera vez.
Desde entonces la experiencia se había repetido una vez más, en un hotel cercano al centro en que asistían a terapia. Se habían besado a poca distancia de él y aunque el beso le había resultado sublime, una vez que estuvieron dentro de la habitación todo parecía haberse enfriado y Kagome evadió, sin distinción, todos los besos que intentó darle, por lo que finalmente el encuentro a InuYasha le había resultado mediocre. Sí, hubo orgasmos y sí, hubo gemidos que no se podían simular, además de un par de condones usados, no obstante, él seguía sintiendo que Kagome se le escapaba de las manos.
Hoy se habían reunido temprano. Ella llegó al edificio en que InuYasha vivía y tocó el timbre dos horas antes de la sesión de terapia. Lo habían pensado así en el último encuentro. InuYasha se mantuvo atento en su apartamento una hora antes de la llegada de Kagome. Se había paseado por el lugar, había puesto en su sitio las almohadas de la cama, así como hecho hervir dos veces el agua para el té. También puso unos cuántos daifuru en un platillo para que ella se sirviera si así lo quería.
Se sintió idiota cuando fue consciente de todo el esfuerzo que se estaba tomando y se sentó en el borde de la cama a mirar los mensajes de su móvil. Tenía un par del trabajo y otro que había enviado Kaguya.
Esta noche estoy libre —el mensaje de Kaguya no necesitaba más explicaciones.
Se echó atrás en la cama y se quedó mirando el techo que aún reflejaba la luz natural que entraba por la ventana. Quizás no fuese mala idea pensar en pasarse a ver a Kaguya, después de todo él era un adicto al sexo ¿No?
Soltó una carcajada dirigida a reírse de sí mismo. Estaba claro que ahora mismo era adicto a Kagome y cuando ella cruzó la puerta de su apartamento se lo hizo notar de inmediato.
Intentó besarla y del mismo modo que en el hotel, una semana atrás, no permitió la caricia. La tomó casi en andas y se encaminó con ella a la cama. Sin embargo, Kagome parecía resuelta a no dejarle tomar las decisiones este día y lo había detenido con un sonido negativo que lo hizo parar y abrazarla con menos intensidad. La miró a los ojos y ella mostraba ese sutil encanto que él ya le había descubierto de todas las miradas anteriores, sin embargo esta vez estaba entremezclado con otra emoción que le costaba dilucidar.
Ella retrocedió hasta la cama, mientras le iba bajando la cremallera del pantalón. No tenía que pensar demasiado para saber lo que Kagome pretendía y por un momento decidió que simplemente dejaría que todo avanzara.
Y lo había hecho.
Habían llegado hasta este punto en que ella, después de tocarlo con la boca hasta que reventó, se desnudó con cautela. Luego de eso él había comenzado a acariciarla con los dedos, porque Kagome se había negado a que lo hiciera con la boca y aunque no lo entendía, lo respetaba.
—¿Qué pasa? —volvió a formular la pregunta cuando ella le pidió que parara.
—No sé… Nada. Es sólo que —la vio incorporarse e ir hasta un costado de la cama—… Voy al servicio un momento.
Le costó un instante reaccionar, la conducta de Kagome era extraña.
—Claro —aceptó.
Tomó el vestido abotonado que estaba en el suelo y se lo puso por encima mientras se dirigía al baño. Necesitaba un instante de soledad, no es que quisiera dejar el apartamento, pero requería un momento para recuperar la compostura y el control de su mente y sus sensaciones.
InuYasha fue consciente del pudor que ella aún sentía al exhibirse desnuda y como tantas otras cosas, las respetaba aunque no estuviese de acuerdo.
Al entrar en el baño dejó correr el agua del grifo y se mojó las manos para luego llevárselas a la cara. Su imagen en el espejo era una que muchas veces había visto en un hotel o en el apartamento del acompañante que tenía en aquel momento. No obstante, había algo diferente en sus ojos: miedo. No es que le temiese a InuYasha, al contrario, era justamente la comodidad que se sentía con él lo que la atemorizaba y sabía que para encontrar una respuesta a ese miedo debía hurgar demasiado profundo en sí misma y llegar hasta emociones que había enterrado por inútiles y dolorosas.
Escucho los pasos de InuYasha fuera del baño, probablemente el pobre hombre no entendía nada. Se enfrentó a su imagen en el espejo y decidió que saldría de aquí dispuesta a darle una experiencia inolvidable y luego de eso no volvería a verlo. Se acomodó un poco el pelo, dejando parte de los mechones desordenados por encima de los hombros y el pecho, para que aquello le diese un aspecto más sensual; llevaba años jugando a esto y sabía lo que le gustaba a los hombres. En su mente retozó la cantinela que llevaba días oyendo: Él no es como todos. Sacudió ligeramente la cabeza, no podía permitirse abrir sus emociones o no lograría zafarse de ellas.
—Ya estoy —sonrió en cuanto estuvo nuevamente en la habitación.
InuYasha estaba de pie junto a la ventana, completamente desnudo y con una copa en la mano. Desde ahí la miró y Kagome sólo pudo admirar el espectáculo visual que le estaba dando. Tomó uno de los daifuru que él había dejado en un platillo sobre la mesa y se acercó con el pastelillo sostenido con los dedos para ofrecerle un bocado. InuYasha negó con un único gesto.
—Desde la boca —pidió.
Mierda.
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Tres días después de aquel último encuentro, Kagome tomó el tren e hizo el camino de más de una hora hasta la zona en la que vivía su amiga Sango, junto a Miroku que ya era su compañero legal desde hacía unos tres años. Ambos habían formado una familia compuesta por dos gemelas y un bebé que tenía meses de nacido. Kagome sabía que no haberla visitado aún, para conocer a su hijo, la convertía en una pésima amiga. Sin embargo no había tenido ni tiempo ni ganas de verse entre pañales, gritos y desesperación materna. Continuó leyendo el libro que había traído desde casa y que de momento era el único que mantenía consigo. Tenía por costumbre pedirlos en la biblioteca, leerlos, llevarlos y pedir el siguiente; de ese modo no necesitaba cajas para libros cuando se cambiaba de apartamento y ahora mismo cavilaba en que quizás era momento de buscar otro sitio para vivir.
Soltó el aire en un suspiro contenido, no quería hacer partícipe a los demás viajeros de sus conflictos internos. Cerró el libro y también cerró los ojos, simulando que descansaba de la lectura, no obstante lo que quería era ver si era capaz de calmar su mente y dejar de recrear imágenes del último encuentro con InuYasha. Por alguna razón, mientras él la tocaba, comenzaron a aflorar recuerdos que llevaba mucho tiempo cubriendo bajo capas de encuentros casuales de los que ella tenía el control.
No, InuYasha no era bueno para ella y, desde luego, ella no era buena para él.
No lo conocía mucho, no había querido hacerlo. Sin embargo no podía pasar por alto los detalles que veía y que la llevaba a suponer que era un buen hombre.
¿Realmente sufría una adicción?
Ese mismo pensamiento generó una pregunta— ¿Se estaría acostando con alguien más?
No pudo evitar sentir en el estómago el mordisco del desencanto. Inmediatamente le dijo a su mente que lo que InuYasha hiciera con otras mujeres no era algo que le importara. Acto seguido su propia mente le respondió con una imagen de InuYasha temblando en medio del éxtasis sobre otro cuerpo que no era el suyo.
—Mierda —dijo, abriendo los ojos y poniéndose en pie, dejando libre el asiento que había ocupado.
Fue consciente de las miradas que se posaron en ella por su lenguaje y su premura, pero no quiso darles importancia, ninguna de estas personas la conocía. Comenzó a caminar por medio del vagón hasta que pudo pasar el siguiente, aún le quedaban dos estaciones antes de bajar.
Cuando llegó a casa de Sango tocó el timbre que había fuera de la puerta que separa el pequeño antejardín de la calle. Esperó el tiempo necesario hasta que asomó su amiga con dos niñas que pasaron por los lados de ella y se acercaron a la puerta de metal.
—Niñas, permitan que Kagome entre a casa—pidió, con una paciencia que a Kagome le pareció increíble. Bien sabía que su amiga podía ser muy dulce y tranquila, de vez en cuando, no obstante esta actitud parecía algo constante, casi podría decir que parte de una persona diferente—. Adelante.
Kagome asintió y cruzó la puerta. La recepción estaba sujeta a las formalidades habituales, pero en cuanto estuvo dentro de la casa su amiga la apretó en un abrazo al que le costó dos segundos responder. El afecto era algo que cada vez se le daba peor.
—Me alegra que pudieses venir —mencionó, Sango, cuando la liberó de aquel gesto lleno de empatía. Kagome la miró un instante y se sintió transportada a sus años de estudiante.
—Y a mí, ya era hora de que viniese a conocer al pequeño Hisui —le extendió una bolsa con un presente que traía para el niño.
—Ahora está dormido sobre el pecho de su padre, tengo que aprovechar los domingos —su amiga sonrió y Kagome se sintió feliz por ella y muy extraña por lo poco que le atraía esta vida familiar.
—No hay prisa —mencionó, se descalzó en el genkan y siguió a Sango hacia el interior de la casa.
Dos horas más tarde se encontraban las dos amigas en la habitación de los niños. Las gemelas habían caído rendidas luego de jugar y comer, el pequeño Hisui había seguido sus pasos y ahora descansaba boca abajo en su cuna, en tanto Sango le daba suaves golpecitos sobre el pañal.
—Ya me has contado sobre el trabajo, tu madre y tu intención de cambiar de barrio, otra vez —comenzó a enumerar Sango—, pero no me has dicho nada sobre una pareja ¿Has conocido a alguien últimamente?
—Y ¿Por qué necesitaría hacerlo? —Kagome se encogió de hombros. Como si no fuese suficiente el no poder sacar de su cabeza a InuYasha, venía su amiga y se lo recordaba de forma indirecta.
—¿Sobrevivencia de la especie? Por ejemplo —ironizó.
Kagome sonrió de forma ligera. Sango siempre conseguía alegrarla con su perspicacia.
—Creo que tú ya lo haces bastante bien por ambas —le devolvió la jugada a su amiga y vio como contenía la carcajada que tenía deseos de expresar.
—Ahí has estado bien —aceptó—. Ahora, en serio ¿Nadie?
Kagome se quedó un instante en silencio, dando con ello a su amiga razones para especular.
—¿Kagome? —llamó su atención, la miró con aquella expresión que le conocía de cuando la descubría en algo— Has conocido a alguien —aseguró, en un tono que de no ser por los niños dormidos habría sido un grito.
—No, no, no —negó con un gesto insistente.
—Son demasiados no, ya sabes que se anulan entre sí ¿Verdad? —Sango no dejaba de mirarla con esa expresión que usaba y que estaba destinada a dejarle claro que no saldría de su casa sin confesar.
No quería contar nada, es más, no había nada que contar. InuYasha sólo era uno más de sus encuentros casuales; no tenían una relación, no salían juntos, sólo se habían acostado. Y no pensaba volver a verlo.
—En realidad no se anulan —intentó escapar por la vía del humor.
—¡Kagome! —llamó su atención en un grito contenido y casi susurrado.
—¿Qué quieres que te diga? No hay nadie a quien se pueda mencionar —Sango se mantuvo un instante en silencio.
—No has vuelto a tener novio desde… bueno, ya sabes —para su amiga no era un secreto lo que había sucedido con Kagome años atrás; por estos días se cumplían cinco. Sin embargo, no fue hasta hace poco más de dos años que se lo contó.
Era una salida de amigas y aunque Kagome no tenía intención de hablar las copas y la presión que ponía Sango en que se buscara un novio, la hicieron soltar lo que nunca había querido contar a nadie.
—No.
Notó como su amiga se esforzaba por no continuar con el tema. Luego la miró, le oprimió una mano y sonrió.
—El mes que viene es el cumpleaños de las niñas. Vendrás ¿No es así? —preguntó, en parte por cambiar de tema y en parte para comprometer a Kagome y poder verla un poco más.
—Claro —aceptó, recibiendo de paso el afecto de su amiga.
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Un domingo sin obligaciones mayores podía ser un día de mierda cuando estabas obsesionado con algo, InuYasha lo sabía muy bien. Por esa razón se había tomado turno doble en el trabajo para hoy. Se levantó muy temprano, sobre las cinco de la madrugada, para ir a uno de sus trabajos en que el horario partía pronto. Luego había vuelto a casa sobre la hora de comer, se dio una ducha y se echó sobre la cama para dormir un par de horas antes de preparase para el trabajo de la tarde. Probablemente no terminaría la jornada hasta que se hiciera de noche y estaba conforme con eso. En este momento nada era suficiente para dejar de pensar en Kagome, incluso había recibido un par de mensajes molestos de Kaguya por dejarla esperando y sin respuesta a su última invitación tres días atrás.
Cada vez que se encontraba libre de ocupaciones, comenzaba a pensar en Kagome y en la mejor manera de hacerla chillar de placer. En parte aquello tenía su lógica si él se consideraba un adicto al sexo. No obstante, algo no cuadraba, una adicción como la que esgrimía debía poder saciarse en cualquier espacio, pero él sólo pensaba en ella y eso lo hacía vulnerable y poco asertivo.
Se miró al espejo antes de salir, para asegurarse de tener el pelo decentemente peinado, lo suficiente como para no dar mal aspecto al salir ya que aún lo tenía algo húmedo de la ducha. Debía recordarse que no era buena idea dormir con el pelo mojado, por mucho que pusiese una toalla la cama terminaba húmeda.
Bajó la escalera que daba al portal corriendo con el ritmo habitual que solía usar y que le servía a su vez para ejercitar un poco las piernas, aunque el caminar hasta su lugar de trabajo también era un buen ejercicio diario. Cuando llegó al rellano del segundo piso, pensó en que era mala idea detenerse con una cita para acariciarse en la escalera, porque luego no podías pasar por ciertos lugares sin recordar aquello y con Kagome las caricias le resultaban fuego puro. Se sintió fastidiado por el pensamiento y el recuerdo, se llevó la mano a la entrepierna y aprovechó la soledad de la escalera para acomodar su sexo que le había dado un suave bandazo que prefería ignorar.
La última escalera la descendió con un ritmo calmo, ya que se encontró con una vecina mayor que vivía en el primer piso. Le dio las buenas tardes y continuó con el camino y los pensamientos que se le colaban cada vez que le daba un espacio a su mente. Le resultaba demasiado difícil saber por qué Kagome parecía apasionada a momentos y luego era como si no quisiera que la tocara sin ella dar la aprobación previa.
¡No podía darle un itinerario!
Resopló antes de poner las manos sobre la manija de la puerta que daba a la calle y salir del edificio. Miró a través del cristal, del mismo modo que hacía siempre y el corazón le dio un vuelco que no esperaba cuando pudo verla a ella de pie al otro lado de la calle. Por un momento se preguntó cómo era posible que la viese nada más alzar la mirada; otro fuerte latido en el pecho intentó darle una respuesta.
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Continuará.
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N/A
No soy de dar demasiadas explicaciones sobre lo que va contando una historia, ya que soy de la idea de que éstas deben "contarse". Por esto, sólo les daré las gracias por la compañía.
Muchos besos!
Anyara
