Capítulo IX
Novena sesión
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Sabía que estar de pie aquí era una completa tontería. Parecía estar esperando a que sucediera algo y no sabía qué. Había vuelto de casa de Sango luego de la comida y de poder conversar con ella a la hora de la siesta de los niños, así que su día de visita se había completado cuando los pequeños despertaron todos a la vez. Miroku les dijo que él se encargaría, para que ellas pudiesen estar más tiempo juntas, no obstante su amiga Sango no era capaz de juntar dos palabras sin perder el hilo de la conversación por prestar atención a sus hijos. Kagome lo comprendía, a pesar de ello era una situación que le resultaba ajena y se sentía fuera de lugar.
Se despidió entre agradecimientos y promesas de volver pronto.
Recuerda que en un mes es el cumpleaños de las niñas —había repetido Sango, cuando Kagome ya estuvo en la puerta.
Luego de eso, se dirigió a la estación del tren por una de las tranquilas calles residenciales del barrio en que vivían sus amigos. Una vez en el tren comenzó a pensar en lo poco que parecían cinco años cuando enumerabas todas las cosas que Sango y Miroku habían hecho en ese tiempo, sus tres niños, por ejemplo. Sin embargo, que largos se le hacían a ella en comparación, como si a su vida le faltara ser vivida, como si se hubiese quedado en blanco durante ese tiempo. En medio de esos pensamientos, de las miradas ciegas que le echaba al libro que estaba leyendo y los recuerdos de momentos antiguos y otros tan recientes que aún le quemaban en la piel, tomó la decisión de bajarse una parada antes de la que le correspondía y retroceder las calles que la separaban del apartamento de InuYasha.
¿Qué estaría haciendo él un domingo?
¿Tendría compañía?
¿Estaría en casa?
¿Pensaría en ella?
No, probablemente ella no sería su prioridad un día domingo, menos si consideraba que él se había declarado como un adicto al sexo. En ese momento consideró la posibilidad de que ella sólo fuese la acompañante de los jueves.
Resopló, sabía que era una estupidez estar aquí esperando a que sucediera algo. Entonces vio a través de la ventana que la luz se encendía y eso llevó a su corazón a dar un vuelco, lo sintió tan claro en el pecho que éste le dolió y enseguida se le instaló alguna mariposa danzarina en el estómago, la que intentó acallar posicionando la mano en ese lugar. Kagome fue completamente consciente que aquellas no eran buenas señales. La luz se apagó y de inmediato se instaló en su mente la posibilidad de que InuYasha estuviese bajando la escalera. Podía irse, la parte más racional de sí misma le decía que era justamente lo que debía hacer; sin embargo el cúmulo de emociones que experimentaba la tenía estática en el lugar.
Lo vio aparecer al cabo de un minuto o dos y desde antes de cruzar la puerta de salida del edificio ya la estaba mirando.
Mierda. Mierda. Mierda —se repetía en su mente. Estaba deseando verlo y que la mirara de ese modo que alcanzaba a distinguir a pesar de la calle de distancia a la que estaban.
No dejó de observarlo desde que salió del edificio. Estaba vestido del modo habitual, un pantalón informal, normalmente un vaquero, y una camiseta cubierta en parte por una chaqueta de estilo deportivo que le daba la seriedad suficiente, sin dejar de mostrarlo joven cómo era ¿Qué edad tendría?
Esos eran los detalles que no preguntabas al acompañante de una noche, aunque en el caso de ellos ya eran tres los encuentros.
InuYasha se acercó al bordillo de la calle y a pesar de que aquel no era un sitio para el cruce de peatones, él había mirado a ambos lados y aprovechado el mejor momento para dar una carrerilla y llegar hasta ella. Kagome había retrocedido medio paso en el momento en que lo tuvo a menos de dos metros.
—Hola —fue el saludo que le dio, esperaba que no le preguntara qué hacía ahí— ¿Qué haces aquí?
Mierda.
—Iba hacia mi apartamento —indicó el camino casi por inercia. Enseguida comprendió que había hecho mal.
—Vives por la zona —no lo planteo como pregunta.
—Más o menos —miró al suelo, los ojos de InuYasha eran impresionantes cuando los tenías así de cerca y cruzados por un rayo de luz del atardecer que los iluminaba como si fuesen lo único existente.
—Y, entonces ¿Pasabas por aquí? —Kagome notó que se le contraía el estómago ante la cercanía y levantó la mano unos pocos centímetros, ansiando tocarlo.
—Sí.
El monosílabo no ayudó a aligerar la energía que se había producido entre los dos nada más verse y que no había hecho otra cosa que acrecentarse a medida que la distancia se acortaba.
—Y te detuviste aquí ¿Por... —el tono que InuYasha estaba usando con ella era el de quien sabe totalmente que tiene las cartas ganadoras y no encontraba la forma de girar el juego a su favor.
Kagome desvió la mirada hacia su derecha, la dirección desde la que venía caminando. Se tomó un instante antes de responder porque sabía que estaba perdida. Se animó para mirar a InuYasha de reojo y hasta le habría parecido que tenía una expresión inocente, de no ser por la leve sonrisa que marcaba su boca y que elevaba la comisura del lado izquierdo con cierta sutileza.
—¿Ibas a alguna parte? —ese momento de calma le permitió salir de la pregunta con otra.
—Juegas sucio. Bien —le sonrió un poco más, inclinando ligeramente la cabeza hacia abajo. Aquel gesto le otorgaba aún más intimidad a la conversación entre ambos, cuya distancia física no superaba el medio metro—. Sí, voy a alguna parte.
Ahora fue Kagome la que no pudo evitar sonreír.
Por alguna razón se quedó embelesada por la forma en que él estaba manejando aquel momento. Tenía la sensación de que con InuYasha se podía dejar ir sin problema, sin miedo. Aquel pensamiento la llevó justo a las puertas de esa emoción. Lo miró directamente.
—Tienes que ir solo o ¿Puedes llevarme a esa alguna parte? —preguntó, destilando algo de ese tono provocativo que se le había dado tan bien usar los últimos años.
—Sólo si luego me dejas acompañarte a tu calle —InuYasha vio en aquel momento la oportunidad de saber un poco más de Kagome. Además, ella estaba usando esa sonrisa sutil que le había descubierto en sus últimos encuentros y que la volvía sensual y enigmática para él.
Sentía que este encuentro, por su parte fortuito, le estaba dando la oportunidad de hacer mejor las cosas. Quizás la clave estaba en comenzar por cuestiones pequeñas que no parecen importantes, para luego avanzar hasta las que sí lo eran. InuYasha tensó la espalda cuando tuvo un atisbo de cuales eran aquellas cosas importantes hacia las que quería avanzar. Dar un paso a una relación diferente a la que tenían hasta ahora era algo que lo volvía inseguro y él prefería los encuentros ocasionales y sin compromiso; sin dolor.
—Bien, me acompañarás —aceptó, Kagome.
Sintió como el corazón le daba un vuelco en el pecho, de ese modo particular que había conocido alguna vez y que mantenía oculto hasta de sí mismo. Sentir causaba mucho dolor, por eso era mejor desear, disfrutar y no alargar nada más allá del clímax del sexo. Sin embargo aquí estaba, anhelando besar a esta mujer que tenía frente a él hasta que le contase todas sus historias.
—Vamos, entonces —le sonrió y comenzó a caminar junto a Kagome, guiándola.
InuYasha de inmediato comprobó que la habitual distancia de un metro, que solían llevar al iniciar un camino, se había reducido cerca de la mitad.
—Me dirás ¿Dónde vamos? —la pregunta de Kagome resultaba sigilosa, mucho más de lo que ella solía ser. Su estado habitual era el de mostrar un aire permanente de seguridad y control.
—¿Intrigada? —quiso jugar un poco con la respuesta y eso comenzaba a crear un ambiente desenfadado entre ambos.
El atardecer comenzaba a marcarse en el horizonte y las luces de la calle no tardarían en ser encendidas.
—No, sólo quiero saber si me voy a aburrir —aquella sinceridad no era nueva, aunque InuYasha sabía que sólo la esgrimía en la superficie.
—Oh, seguro que lo harás y me lo reprocharás —continúo.
—Vaya expectativa. Quizás debería desviarme e ir a mi apartamento a ver una mala película de domingo —Kagome quiso continuar con la conversación ligera. Se sentía bien sólo hablar, le resultaba cómodo.
—¿Eso quieres? —el tono en la voz de InuYasha resultaba sugerente, a la vez que sincero, con una dosis de ingenua esperanza. Kagome necesitaba esforzarse mucho para definir esa mezcla, estaba acostumbrada a lidiar con hombres que o buscaban ser seductores o no, no había más. La pregunta parecía inofensiva y sin embargo no la pudo responder.
—¿Has respondido el cuestionario que nos dieron? —quiso salir con algo que rompiera el hilo del diálogo.
InuYasha se detuvo durante un segundo y luego continuó el paso, sintiéndose extraño ante ese cambio drástico en la conversación.
—¿En serio? ¿Quieres hablar de eso? —no tenía pensado simular que aceptaba el giro.
—Un tema como cualquier otro —Kagome no estaba dispuesta a soltar el control y menos a confesarle que quería estar en su compañía y que esa era la única razón de haberla encontrado frente a su edificio.
—Oh, claro —ironizó— ¿Sabías que Mercurio gira alrededor del Sol cuatro veces en lo que la Tierra lo hace una?
Ahora fue Kagome quien se detuvo y lo miró. InuYasha hizo lo propio.
—¿Por qué hablas de eso? —la pregunta bailó en su voz, balanceándose entre el enfado y la diversión.
—¿De verdad quieres hablar de la terapia? —como siempre, InuYasha resultaba mucho más honesto de lo que ella estaba acostumbrada a manejar.
—¿Por qué no? —comprendió que Kagome no cedería terreno y a pesar de buscar mantenerse concentrado en la conversación, se distrajo por un instante mirando la boca que ansiaba besar. Oprimió los labios durante un segundo, lo suficiente como para respirar un poco más hondo.
—Bien, así sea —prefirió continuar con el tipo de conversación que ella estaba buscando— ¿Tienes deseos sobre algo y has hecho esfuerzos por interrumpir ese deseo sin conseguirlo? —le recitó de memoria una de las preguntas del cuestionario.
Kagome se quedó en silencio un momento, no recordaba las preguntas y esa la había sorprendido.
—No has respondido ni la primera —sentenció InuYasha, mientras continuaban el camino.
—No, esa no —no iba a dar su brazo a torcer.
—Pues entonces, responde —se puso delante de ella y la miró directamente a los ojos mientras seguía caminando de espalda— ¿Tienes deseos sobre algo y has hecho esfuerzos por interrumpir ese deseo sin conseguirlo?
Kagome separó los labios cuando se descubrió pensando en él, pero no exactamente de la forma en que su adicción le pediría, sino deseando seguir con InuYasha como ahora: paseando, hablando y quizás besándose en algún portal. Sobre todo después de tono confidencial que le había dado a su voz al ejecutar la pregunta.
—Y ¿Bien? —insistió, cuando notó como ella le miraba la boca y se quedaba en silencio.
—Claro, el sexo —Kagome intentaba a toda costa ir por terreno seguro para ella.
—¿Conmigo? —esa sola palabra, intencionada por la voz de su acompañante, la obligó a contener el aire para no dejar que se le escapara un temblor. No podía dejar de mirarlo y temía que ese pequeño resquicio de vulnerabilidad que estaba sintiendo se le escapara en medio de las palabras o algún gesto que no llegase a controlar.
—¿Un domingo? —soltó en cuánto pudo. Quiso parecer valiente y desenfadada, que InuYasha no notara lo mucho que la perturbaba.
—¡Ya veo! —exclamó con un poco más de ímpetu— Soy tu chico de los jueves.
Se detuvo y esperó a que ella lo hiciese también, quedando a corta distancia de él.
—Puede… —le miró el cuello, el pecho y uno de los mechones de pelo plateado que caía sobre éste, la boca; no quería enfocarle la mirada. Volvió al pecho y pensó en lo bien que le habría venido que tuviese ahí un collar del que asirse, ahora que se perdía a sí misma.
—O sea que tienes un chico de los lunes y los martes —con cada día que enumeraba se acercaba un poco más a ella y el tono de su voz se hacía más profundo— y los miércoles —fue consciente de como InuYasha alzaba las manos unos pocos centímetros, como si quisiera abrazarla. Casi podía sentir el calor de su piel. Finalmente buscó enfocar su mirada.
—Puede… —le susurró y se humedeció el labio inferior, sin que llegase a asomar la lengua.
InuYasha soltó el aire que estaba conteniendo, en un esfuerzo por no tocarla y sucumbir a ella. Necesitaba más de la mujer que tenía en frente, necesitaba ser su chico de todos los días. La sensación de intranquilidad que se le instaló en el estómago se lo estaba anunciando y, sí, quería besarla y, sí, quería abrazarla hasta que perdiera el aliento entre sus brazos. Sin embargo el desasosiego que sentía también era una advertencia categórica: No.
—Y tu chico del domingo ¿Te falló? —la pregunta fue formulada casi como un murmullo.
Intentó en todo momento mantener la compostura, no moverse ni un ápice más hacia ella. Si tuviese que cuestionar sus propias emociones, desearía que Kagome le mostrase que coincidían al menos un poco. Era difícil lanzarse al vacío sin una mínima precaución.
—No, este día suelo reservarlo —fue consciente de cuánto deseaba abrazarlo y besarlo y aquello la excitaba, a la vez que la llenaba de miedo. Sentía cómo el control que habitualmente blandía se le escapaba cuando estaba junto a InuYasha y su potente emotividad.
¿Sería consciente él de aquella fuerza que poseía?
—¿Para qué? —lo escuchó contener el aire.
Por un momento sintió que experimentaba una epifanía: él no era consciente de la sensualidad que destilaba y ésta no tenía nada que ver con su belleza física, que era mucha. Kagome se sintió tentada de aprovechar aquella ventaja que creía tener, no obstante, en seguida supo que no podía. Una parte muy profunda en ella reconocía la belleza y él era bello de muchas formas.
—Para pasear con mi chico de los jueves —le tocó el pecho con el hombro, en un gesto que quiso que fuese dulce y que sirviese a la vez para centrar la energía que se arremolinaba entre los dos.
InuYasha la observó un instante, no estaba seguro de poder leer lo que ocultaba la mirada castaña de Kagome, pero sí supo definir que había un algo y estaba dispuesto a explorarlo.
—Bien, entonces paseemos —aceptó y la enlazó por sobre los hombros, descansando la mano en uno de ellos. De ese modo creó un gesto desenfadado que bien podía considerarse el de una pareja o de dos amigos.
Intentó convencerse de que aquella cercanía no era un problema, después de todo él ya había andado abrazado por la calle con alguna pareja casual; aunque a ninguna de ellas la había visto más de una vez.
Se dejó llevar, pegada a un costado del hombre que parecía manejarla sin reticencia por su parte. Kagome miró los pies de ambos que avanzaban compaginados sin necesidad siquiera de haberlo pensado. Se sentía envuelta en una cómoda tensión. Por un momento barajó la idea de tomarle la mano que colgaba de su hombro, sin embargo limitó el contacto a sostenerse por el bajo de su chaqueta.
—Y ¿Me llevas a… —preguntó, notando la comodidad de aquella caminata.
—¿Te gusta el ramen? —él la miró y le sonrió.
Kagome se quedó, una vez más, prendada de la honestidad que le parecía ver tras el dorado magnífico de su mirada.
—Sí.
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Continuará.
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N/A
Cada capítulo comienza con una idea de base y una meta a conseguir. Curiosamente, en el camino, InuYasha y Kagome juegan con mi pluma y dan los rodeos que ellos quieren.
Y yo estoy encantada!
Amo el que los personajes vivan.
Muchas gracias por leer y acompañarme en la aventura de crear
Besos
Anyara
