Capítulo X
.
Kagome no podía dejar de mirar las gotas de sudor que asomaban en la frente de InuYasha, mientras él se movía con determinación y conocimiento. Notaba como toda su atención estaba puesta en él y en la forma en que se estaba desempeñando en aquella cocina expuesta que había en un local de comida, cuya especialidad era el ramen. Cuando él le había preguntado si aquel plato le gustaba, pensó en que la estaba invitando a comer, y de cierta forma era así, aunque no le dijo que el cocinero era él.
Al llegar al lugar, de inmediato notó la familiaridad con que InuYasha se trataba con quienes estaban ahí.
Esta es mi amiga Kagome —la había presentado, al cabo de un instante, y ella se había sentido muy cómoda con ello.
El recinto mantenía la cocina en la parte central, rodeaba de un mesón en el cuál podía haber público, así como mesas alrededor. No era demasiado grande y aun así resultaba un sitio lo suficientemente amplio.
—Puedes sentarte dónde gustes, en cuanto esté todo puesto te serviré el ramen que te he ofrecido —InuYasha le sonrió y se dirigió hasta una puerta que estaba al fondo del lugar, en el camino se tomaba el pelo con ambas manos y comenzaba a hacerse una coleta alta que a Kagome se le antojó deshacer más tarde.
¡Kagome! —se reprendió a sí misma. Su idea original no pasaba por acostarse con él hoy, sin embargo debía reconocer que el anhelo por hacerlo crecía a cada momento y tenía claro que era mutuo.
Se acomodó a un lado del mesón que daba directamente a la cocina, en ella había un hombre que ponía ingredientes en cierto orden para ser utilizados. Se distrajo un momento leyendo sus mensajes de móvil y le envió uno a Sango, avisando que había llegado bien, aunque técnicamente no estuviese aún en su apartamento. Pensar en el lugar en que dormía la inquietó un poco, había aceptado que InuYasha la llevase a su calle y siempre lo podía invitar a subir, no obstante sabía que aquello rompería otra de sus normas. Quizás pudiese encontrar algún hotel en el camino, desde donde estaban, hasta el edificio en que vivía. Ante la idea se puso con la labor de encontrar un lugar con esas características. Sólo pudo hacerlo hasta que fue interrumpida por la figura de él, que acababa de entrar en la cocina. Se quedó un instante analizando todo. Su indumentaria había cambiado: la camiseta que ahora llevaba era negra, con un pequeño sello bordado sobre el lado izquierdo del pecho con el nombre del recinto. Llevaba una bandana negra de cocinero que mantenía ordenado el pelo, que ahora permanecía en una especie de recogido en la nuca, además llevaba puesto un mandil que le bordeaba la cintura y eso la llevó a detenerse en la forma en que aquella parte de su cuerpo se estrechaba. Recreó el tacto de la piel de esa cintura y la manera en que ella había acariciado esa zona cuando se desnudaron la última vez.
Resopló, lento, e intentó volver a centrarse en el móvil y en ese hotel.
Al cabo de un instante se descubrió mirando a InuYasha, sin pausa, mientras éste manipulaba objetos e ingredientes y los iba convirtiendo en el alimento que luego pondría en los platos. Algunas personas comenzaron a llegar al cabo de un momento y a pesar de lo mucho que se esforzaba por volver a poner su atención en el móvil, terminaba mirando como las manos de su acompañante se movían con destreza, maniobrando con afilados cuchillos o aplicando pequeños toques de condimentos a lo que ponía en los platillos. Lo cierto es que los movimientos precisos y controlados que hacía la relajaban.
Volvió la mirada al móvil y pudo ver que le saltaba un mensaje de Kōga: ¿Vendrás mañana por los bocetos?
Sabía lo que aquella pregunta encerraba. Quiso escribir una respuesta y cada vez que comenzaba con ella terminaba borrando lo escrito. Lo cierto es que por extraño que pareciese, no quería decidir eso en este momento.
—¿Te estoy aburriendo? —escuchó la voz de InuYasha que se había inclinado sobre el mesón y prácticamente estaba por encima de su móvil, quedando en una posición que le daba acceso a leer sus mensajes si así lo quería.
Sonrió, poniendo en ello una pizca de seducción y dejó el móvil hacia abajo sobre la superficie. InuYasha siguió el movimiento con la mirada y luego de un instante lo vio pestañear con cierta lentitud, para volver a mirarla. No pudo evitar pensar que en aquel gesto se había ocultado un pensamiento que probablemente nunca llegaría a conocer. Vio como arrastraba hacia ella un pequeño plato negro con forma de hoja, que contenía unos cuadraditos de pescado rebozado, además de una salsa.
—Es lo que prometiste —sonrió un poco más y pudo ver cómo él se sostenía el labio con los dientes, ahora sí recibía un claro mensaje sobre lo que estaba pensando.
Quería besarla —y para su desgracia ella también.
—Y siempre cumplo mis promesas —sintió que algo se estremecía en su interior. Aquellas palabras tenían verdad en ellas, podía sentirlo en la piel, en el músculo y en el hueso.
—¿No has faltado a ninguna? —tuvo que preguntar, no podía no hacerlo. Quería ver la forma en que sus ojos la miraban al emitir la respuesta.
InuYasha —escuchó que lo solicitaban.
—Al menos es lo que intento —ahí estaba otra vez esa honestidad que él utilizaba y que resultaba, incluso, salvaje para estos tiempos superficiales. No pudo responder—. Te traeré algo de beber.
Lo miró alejarse y lo deseo de muchas formas que no sólo abarcaban lo físico. Volvió a intentar centrar su atención en el móvil, como único refugio.
El lugar se fue llenando y la atención de InuYasha había pasado de estar parcialmente en el trabajo y en ella, a estar completamente puesta en su labor. Fue entonces que Kagome se permitió observarlo con total libertad y concluyó que era bello de un modo que tenía muchas capas. Buscó dentro de sí lo primero que llamó su atención de él y estuvo dispuesta a pensar que probablemente había sido su trasero, el que incluso ahora que estaba semi cubierto por el mandil, era un melocotón firme al que hincarle el diente. Bajó la mirada de inmediato cuando se descubrió imaginando aquello. Tenía que ser sincera consigo misma, hacía mucho que no se descubría ansiando a alguien. Habitualmente su deseo pasaba por la necesidad de control que ejercía durante un encuentro íntimo; pocas veces había sido por la persona que la acompañaba, por su cuerpo, sus sonrisas y sus pensamientos.
InuYasha se acercó a ella con un suculento y humeante recipiente. Se notaba en sus mejillas que estaba acalorado y agitado, no pudo evitar que aquello le pareciese lo más deseable que había visto en todo el día, incluido su desvarío sobre el melocotón.
—Ya ves lo que tiene —indicó el interior del recipiente, con una mano apoyada sobre el mesón e inclinado en su dirección—. La cebolleta, el huevo, setas, algas; en este caso la sopa está hecha de verduras, creo que te gustará —Kagome sólo podía pensar en lo mucho que le gustaba ver su mano sobre el mesón con esos dedos largos que le había atraído desde el primer momento, además de aquella vena que se marcaba en el antebrazo. Quizás, y después de todo, no sólo había mirado el melocotón—, también están los camarones, los fideos que preparamos aquí, además del toque especial de la casa.
Para cuando InuYasha terminó de explicar lo que contenía el recipiente, Kagome no podía apartar la mirada de su boca mientras hablaba.
—Se ve apetecible —murmuró ella. Él no le respondió de inmediato, sonrió e hizo con un pequeño gesto como si estuviese negándose a algún pensamiento.
—Espero que disfrutes —su voz sonó profunda, de ese modo ligeramente oscurecido que guarecía alguna intención que ahora mismo no podía explorar, aunque quisiese hacerlo.
—Creo que lo haré —le tocó el dorso de la mano que él aún mantenía sobre el mesón.
En algún momento habían dejado de hablar de la comida.
—Aun me queda algo más de una hora —comenzó a decir, girando la mano para encontrarse con la de ella y acariciar la palma con los dedos en un roce que consiguió elevar su ansiedad con eficiencia—. Entenderé si no puedes esperar.
.
Terminó el turno de trabajo cuando faltaba muy poco para las nueve de la noche. Se había quitado el mandil y vuelto a su propia camiseta, dejando la ropa de trabajo recogida para llevársela el siguiente día y lavarla. Se soltó el pelo y se lo peinó un poco con los dedos, sintiendo la comodidad de llevarlo suelto después de horas atado. Cuando se puso nuevamente la chaqueta y creyó que estaba listo, se quedó mirando la puerta que lo conectaba al restaurante y al sitio en que se había quedado Kagome esperando por él. Por alguna razón la sola idea de cruzar esa puerta le estaba acelerando el corazón. No tenía que pensarlo demasiado para darse cuenta de todas las señales que se habían estado enviando durante las horas que llevaban aquí. Era evidente que este encuentro terminaría con ellos vociferando el nombre del otro, desnudos y en una cama. No era la primera vez que compartía señales con alguien y el resultado, habitualmente, era el que presumía con Kagome; sin embargo era tal la química y la cercanía que ambos compartían que se sentía abrumado.
Se abrió la puerta, la misma que llevaba un par de minutos observando, y por ella cruzó su compañero de trabajo, Hisao.
—Tu amiga ha salido, dijo que te esperaría fuera —le avisó, mientras comenzaba a cambiar su propia ropa de trabajo.
—Gracias —respondió, a la vez que intentaba obviar sus temores y salía por la puerta.
Cruzó el recinto, cuyas mesas ya habían sido recogidas, para comenzar con la limpieza. Saludó a uno de los encargados de ésta y salió al exterior. Ya se había hecho de noche, por lo que tuvo que buscar con la mirada, a su alrededor, para intentar ver a Kagome. En un primer momento no la encontró y aquello le dejó una extraña sensación de desencanto. Más allá de sus temores quería estar con ella y era justamente ese descubrimiento el que lo tenía inquieto.
En ese instante la vio, salía de una tienda de veinticuatro horas que había en la acera de enfrente. Cruzó hacía él, mientras echaba algo en el bolso que llevaba.
—¿Qué comprabas? ¿Te has quedado con hambre? —preguntó, con una sonrisa, en cuánto la tuvo delante de él. Por un momento le pareció que Kagome se quedaba muda, luego sonrió y negó con un gesto. En ese momento se abrió la sospecha.
—Nada, sólo algo que me hacía falta —una respuesta evasiva habitualmente gatillaba más preguntas.
—Ya veo —no quiso ocultar su nula intención de dejar el tema— Y eso que te hacía falta ¿Es para tu uso personal?
—Por qué no dejas de preguntar y mejor vamos a alguna parte —InuYasha sabía reconocer una invitación y no es que ésta en particular estuviese demasiado velada.
—¿No quedamos en que te llevaría a tu calle? —se acercó medio paso a ella, casi sin pensarlo. Kagome tenía la capacidad de atraerlo, aunque no se lo propusiera. La vio sostener el labio inferior con los dientes, acallando por un momento la respuesta. No pudo evitar quedarse prendado de su boca.
—Mejor a alguna parte —un dedo de ella le tocó el estómago y descendió con suavidad hasta encontrarse con la cintura de su pantalón y juguetear ahí con el botón. Le sostuvo la mano y la alejó de su cuerpo, sin llegar a soltarla.
—No quieres que conozca dónde vives —aseguró, una parte de él la comprendía, había quienes preferían conservar ese espacio de intimidad. Entonces en su mente se abrió la puerta a otra posibilidad; y si vivía con alguien. Sus dedos aflojaron el agarre en la mano de ella ¿Cómo era que no lo había pensado?
—No es eso, exactamente —parecía querer defender su posición y en el camino sostener la mano que comenzaba a soltarla.
Kagome notó de inmediato que algo se había enrarecido entre los dos.
¿Qué era lo que estaba viendo? —la pregunta se instaló en su mente al notar el modo en que la mirada de InuYasha comenzaba a velarse. Era como si algo se escondiera en lo profundo.
—Bueno, da igual, vamos a lo que vamos ¿No? —fue la diatriba que le soltó de pronto, con un desparpajo y desapego que quizás encontró en él al principio y ni siquiera entonces pareció tan frío como ahora.
—¿Pasa algo? —no pudo evitar hacer la pregunta. De alguna forma ambos eran bastante sinceros, a pesar de lo limitado que era el conocimiento de uno sobre el otro.
—Nada —se encogió de hombros y sonrió, sin embargo no era la sonrisa que a ella le gustaba, no le llegaba a los ojos.
Mierda —se descubrió aceptando que le gustaba.
—Como mujer te digo que nada, nunca es nada —lo increpó, molesta también consigo misma por estar dando importancia a un poco menos de luz en su mirada. Qué más daba ¿No?
—¡Vaya cliché que has traído a colación! —casi se rio en su cara. Lo vio acercarse un poco más a ella, intercalando la mirada entre sus ojos y sus labios, mientras su influencia la impulsaba a echar el cuerpo atrás por la fuerza de la energía que emanaba— ¿Quieres algo que no es un cliché? —no esperó a que le respondiera— Las mujeres prefieren al chico malo: siempre.
Tuvo que esperar un momento antes de ser capaz de pensar en cómo responder. La respiración de InuYasha le estaba dando justo en los labios y se mentiría a sí misma, y a todos los kamis, si no aceptara que deseaba besarlo.
—¿Siempre? ¿Eso no será demasiado suponer? —él no dejaba de sonreír y de intensificar su mirada en ella— ¿Las mujeres? ¿Todas las mujeres? ¿Las conoces a todas?
Lo siguiente que vio fue como su sonrisa se transformaba en una carcajada.
—Y otra vez soy graciosa —intentó que captara el tono irónico de su frase.
El bajó el tenor de su risa, sin dejar de sonreír.
—No, no eres graciosa, eres inteligente y eso me gusta —otra vez pudo ver la honestidad en su mirada y también el deseo.
Encontró una vaga sensación de pánico bajo sus pensamientos. No quería gustarle de ninguna otra forma más que sudada y en una cama. No estaba preparada para nada más.
—Llévame a mi calle, mejor —se giró e hizo el amago de comenzar a andar, esperando a que él la siguiera.
—A ¿Tu calle? ¿Toda la calle es tuya? ¿La has comprado? —utilizó el mismo tipo de enumeración de hechos que ella un momento antes.
Se giró de medio lado y lo miró directamente a los ojos, sin sonrisas y sin palabras. A ella también le gustaba por inteligente y también por hermoso y por sutil en algunas oportunidades. Por muchas cosas que no sabía manejar, porque hacía demasiado tiempo que no se permitía el abandonarse entre los brazos y los besos de alguien.
Extendió la mano hacia él e InuYasha se quedó mirando aquel gesto. Resultó extraño ver en su expresión la desenvoltura que daba paso a la sorpresa, para regresar a cierta indiferencia, no sin antes pasearse por una emotividad que Kagome alcanzó a captar durante un segundo.
Por un momento se permitió pensar que quizás él también tenía sus propios fantasmas.
—Vamos, llévame —le ofreció ella, siendo la que iba por delante.
El toque de los dedos fue delicado durante un instante, hasta que se volvió seguro y los pasos de InuYasha la alcanzaron.
.
N/A
Bueno ¿Qué puedo decir?
Este capítulo pasó por diferentes estados, mi mente creadora lo llevaba por una ruta y los personajes de pronto me decían: "No, queremos esto", y yo, como los amo los he dejado darse un paseo antes de volver al camino xD
Gracias por leer y acompañarme en la aventura de crear.
Anyara
