Capítulo XI
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Era la tercera vez que se detenían en el camino y se entregaban a caricias en medio de la semioscuridad de algún portal. En este último caso lo habían hecho en el inicio de una calle estrecha, peatonal y que a esa hora se encontraba vacía. Kagome tenía la piel sensible ante los besos con que InuYasha le recorría el cuello y notaba cómo sus dedos forzaban ligeramente el vestido para tener acceso al hombro. Ella intentaba centrarse en buscar bajo la camiseta y tocaba con los dedos la cintura e intentaba limitarse a los abdominales y el pecho; sin embargo, irremediablemente, terminaba hundiéndolos en la cinturilla del pantalón. Las yemas rozaban con una caricia erótica el vientre, percibiendo el vello y la punta suave de la erección que InuYasha mantenía apenas prisionera. En algún momento consiguió sentir la humedad que comenzaba a brotar de él y su acompañante ahogó un gemido sobre su piel, antes de empujar con fuerza la cadera hacia ella.
Kagome —susurró su nombre y ella suspiró ante la entrega que presagiaba su voz. Esa voz que la estremecía de muchas formas.
Dedicó un pensamiento al hotel que estaba cerca. Sabía que ir ahí era lo más razonable, si es que era capaz de razonar algo más que mantener la ropa dignamente en su sitio. Contuvo un gemido, apretando los labios y aun así este resonó en su garganta. Las manos de InuYasha comenzaban a buscar el borde de su vestido, tocando el muslo de camino a su entrepierna.
—Aquí no —alcanzó a pedir, aún con el gemido reverberando en su garganta. Lo escuchó sisear y sacudirse en una especie de mezcla entre la excitación y la frustración.
—Voy a reventar —le advirtió, humedeciéndole el oído con su aliento. Kagome tuvo consciencia de la fuerza que podían adquirir las palabras, dependiendo de la emotividad desde la que eran emitidas e InuYasha era emoción pura. En ese momento fue ella la que tembló de pasión.
Estaban a menos de treinta metros de su edificio y sólo una vez había llevado a alguien al sitio en que vivía. Su mente cuestionaba, intentaban mantener el control, sin embargo las caricias que estaba recibiendo con boca, manos y cada parte de su acompañante que podía tocarla, no le permitían razonar con frialdad. Ahora mismo únicamente podía pensar en una forma de tenerlo dentro lo antes posible.
Sacó la mano del borde del pantalón y se apartó un momento. InuYasha tenía la mirada embebida de deseo.
—¿Qué pasa? —la pregunta llegó acompañada de las manos que buscaban atraerla por la cintura nuevamente y que no se alejara de él.
—Dame un momento —intentaba respirar. Intentaba recobrar la fuerza que sus piernas parecían haber perdido entre los besos y las caricias recibidas.
InuYasha resopló. Comenzaba a pensar que su noche terminaría en un apartamento solitario. La miró a los ojos y se maldijo por lo fácil que Kagome lo encendía y lo mucho que la deseaba. Presionó los dedos un poco más sobre la cintura y le acarició el estómago con los pulgares. Su mente de inmediato pensó en la piel suave bajo la tela, el ombligo y en vientre. Casi se le escapó un nuevo resoplido como única herramienta para estabilizar el calor de su cuerpo. Sintió el dolor y la tirantez de su sexo y se llevó una mano de forma irreflexiva para presionar e intentar apaciguar su malestar. Kagome fijó la mirada en aquel gesto y a pesar de la semioscuridad en que estaban, pudo notar que sus mejillas se encendían aún más.
Mierda —la escuchó musitar, casi sin aire. Entonces supo que tenía una opción.
Llevó una mano hasta el carril de la cremallera del pantalón y comenzó moverla un centímetro abajo y arriba. Kagome no dejaba de mirar el gesto. Decidió bajar el carril unos pocos centímetros más y se detuvo. La expresión que ella manifestaba se volvía cada vez más excitante.
—Para —le pidió, con voz exhausta, y aun así no apartaba la mirada—. Ven conmigo.
Hizo un gesto brusco, cargado de premura. Lo tomó por la misma mano que sostenía la cremallera e InuYasha tuvo que resistirse un momento para ponerla en su sitio. A continuación se dejó guiar. Kagome caminaba a paso ligero, unos centímetros por delante de él, como si no quisiera ser alcanzada.
—¿Te persiguen? —preguntó, intentando ablandar la tensión que había entre ambos.
—Sí, mi autocontrol —sentenció y lo miró de reojo.
InuYasha tuvo que reprimir el deseo que volver a detenerse y abrazarla y apretarse hacia ella hasta la locura.
Espera un poco más —fue la perorata que su propio autocontrol le recitaba. Kagome tenía una lucha interna que para él comenzaba a ser evidente y aquello hacía que la deseara más.
Lo dicho, una locura.
Se dejó llevar por la calle y agradeció que entre la hora de la noche y la chaqueta que llevaba, la excitación que tenía encima no resultase evidente a simple vista. Kagome giró en una calle secundaria y se detuvo ante un edificio de unas veinte plantas. Buscó en el bolso y mientras lo hacía la puerta se abrió desde dentro, dando paso a un señor de mediana edad que saludo y preguntó a dónde se dirigían.
—Vivo aquí, en el séptimo D —la vio sonreír con amabilidad. Le pareció extraño que diese esa clase de explicaciones. Quizás se había trasladado hace poco. También estaba la posibilidad que en un edificio con tantos apartamentos no todo los vecinos se conocieran.
El hombre ejecutó un gesto entre el asentimiento y la cortesía, sosteniendo la puerta para que entraran. Al llegar al ascensor, ambos volvían a tener la distancia de seguridad de poco más de medio metro. No lo habían pensado, probablemente ninguno de los dos lo llegó a notar al principio, sin embargo cuando Kagome le dio al botón de llamada y se sucedieron unos largos segundos de espera, se miraron. Ella se humedeció los labios de esa forma discreta que solía usar e InuYasha cerró la mano en un puño ante el anhelo de asirla por la cintura y besar esos mismos labios.
El ascensor abrió sus puertas, mostrándoles un interior libre de otras personas. Siete pisos no eran muchos en realidad, no obstante, cuando el ansia está consumiendo cada uno de tus pensamientos, parece un tiempo insalvable.
El ascensor era amplio, con facilidad daría cabida a unas ocho personas. InuYasha prácticamente se arrinconó en un lado y se sostuvo del pasamano que había junto a él. Kagome, por su parte hizo exactamente lo mismo, desde el otro lado. Uno frente al otro, separados por poco más de un metro.
No dejaba de mirarla, ni siquiera pestañeaba y Kagome sentía la intensidad de todas esas emociones que InuYasha enarbolaba casi sin proponérselo, como si se tratase de su estado natural, y también podía ver la fortaleza que tenía para mantenerlas a raya.
—Sabes que no voy a esperar —le advirtió él, sin poder evitar que se escaparan sus pensamientos.
—Sinceramente, espero que no lo hagas —aceptó y notó como todo su cuerpo respondía con un calor que parecía querer ablandarle los huesos.
Acababan de pasar por el piso tres.
—Creo que no llegaré ni a quitarte la ropa —decidió que no le importaba guardarse sus ideas ¡Quería tomarla ya!
—Nos hemos visto en eso —intentó una sonrisa, recordando que en su primer encuentro ni siquiera llegó a quitarle las bragas al principio.
Kagome se tocó una pierna y arrastró la tela de su vestido hacia arriba muy lentamente. InuYasha no se perdió movimiento de aquel gesto. Dejaban atrás el piso cinco.
—Eres una bruja —le espetó con cierto tono de diversión.
—Y ¿No te gusta? —ella también se estaba divirtiendo y de algún modo estaba recuperando parte del control perdido, aunque reconocía que era diferente al modo de control de sus demás encuentros ocasionales. Su mano ascendía cada vez más, dejando al descubierto un lateral casi completo del muslo.
—¿No lo notas? —tenía una erección visible debido a la tirantez de la ropa. Kagome vio como deslizaba su mano dentro de la cintura del pantalón y se tocaba en un gesto lascivo.
El ascensor dio el aviso. Estaban en el piso siete.
Kagome soltó el aire cuando las puertas se abrieron y tomó a InuYasha por la muñeca de la misma mano que él acababa de sacar del pantalón y caminó con rapidez por un pasillo de unos diez metros. Entrelazaron los dedos y enseguida estuvieron junto a una puerta. Cuando ella comenzó a buscar las llaves dentro del bolso, él miró hacia atrás y verificó que estaban solos. La enlazó por la cintura y posicionó la mano abierta algo más abajo del ombligo y desde ahí presionó su cuerpo. Kagome sintió la dureza del sexo frotarse con su trasero y soltó el aire, sofocada por el calor y las sensaciones de su cuerpo. InuYasha le acarició el oído con la lengua antes de susurrarle algo.
—Vamos, abre o empezaré aquí mismo.
En ocasiones las palabras se alojan directamente en la parte más primaria de nosotros y el cuerpo responde en consonancia. Así lo sintió Kagome y decidió no inhibirlo. Echó atrás su mano y sostuvo la cadera de su acompañante para atraerlo y que se acariciase con más fuerza hacia ella. Obtuvo como recompensa el siseo roto de su voz oscurecida por el deseo y aquello le erizó la piel. Buscaba sentirse fuerte en medio de la vorágine de emociones que experimentaba.
Cerró los ojos un instante y se deleitó con la sensación de comodidad que percibía con él. Recobró cierto halo de lucidez y abrió la puerta. No había dado ni dos pasos hacia el interior, cuando escuchó como se cerraba tras de sí. Al no tener cortinas, la luz de la calle entraba sin barrera, convirtiéndose en lo único que iluminaba la habitación.
InuYasha cumplió su amenaza, nada más tenerla dentro del apartamento la atrajo con ambas manos por la cadera y se la pegó nuevamente al cuerpo en la misma exacta posición anterior. Desde ese punto de sujeción la manipulo a un lado y otro, sin reparo y sin que Kagome se opusiese. Notó como su sexo se sentía aliviado y ansioso a la vez. Sabía que la única forma de aplacar aquella sensación sería estando dentro de ella y de su calor. Descansó un momento la frente sobre la cabeza de su acompañante y la escuchó liberar una contenida exclamación. Cerró los ojos y se llenó con el aroma de su pelo. Cada gesto de ella, cada exhalación lo hacía necesitarla más. Ansiaba hundirse en su interior, explorar cada tramo de piel y hurgar un poco, sólo un poco, en lo más íntimo de sus emociones.
Buscó el borde del vestido y deslizó la mano por entre las piernas. Agradeció recibir la ayuda de ella que sostuvo la prenda en la cintura para que la explorara con mayor libertad. No sólo estaba colaborando, también le estaba pidiendo aquella caricia. En ese momento se permitió pensar que todo esto era perfecto y acto seguido sintió temor a estar equivocado en su percepción.
Quizás no era perfecto. Quizás se estaba engañando con ella. Movió la cabeza a un lado y a otro e intentó deshacerse de esos pensamientos nocivos.
—¿Qué pasa? —la escucho perder el aire y casi gemir la pregunta.
—Nada —quiso simular e insistió con la caricia que comenzaba a ejecutar.
Notó el calor que traspasaba la tela y frotó con el dedo corazón, hacia adelante y hacia atrás. Le pareció exquisito sentir que permanecía blanda en sus brazos e hizo el movimiento varias veces, hasta que la escuchó soltar el aire en un suspiro ansioso. Esa era la señal para abrirse paso bajo la ropa y humedecer los dedos en aquella entrada cálida. Había hecho esto muchas veces, no tenía por qué salir mal.
—Me gusta —murmuró, buscando ese punto de sí mismo que bloqueaba las emociones y sólo buscaba placer.
Recibió un suspiro como respuesta y notó que ella se sostenía del brazo que la rodeaba y de la mano que se perdía entre sus piernas.
Se detuvo en aquel toque y en el calor que emanaba de Kagome. Se sintió avasallado por las mismas emociones que buscaba acallar. Por un momento importó más el calor de la mano que lo tocaba que del sexo que acariciaba. No, no quería el tipo de pensamientos que jugaban con su mente, no quería pensar en la posibilidad de que esto se convirtiese en algo permanente, porque luego se equivocaría y vendría todo lo demás: inseguridad, dolor, falta de amor. Quiso acallar todo eso y hundió un dedo dentro de su acompañante, para no dejar lugar a otra cosa que no fuesen los suspiros que esperaba que ella comenzara a emitir.
Kagome notó el calor que se desperdigaba por todo su cuerpo y se sostuvo aún más de los dos puntos de apoyo que tenía. Sentir los dedos de InuYasha en su interior le gustaba tanto como la asustaba. Era irremediable para ella que ese contacto la sobrepasara, más aún ahora que se sentía vulnerable entre sus brazos. El placer se mezclaba con el mal recuerdo que tenía escondido en lo profundo de su memoria. Respiró hondamente, varias veces. La caricia proseguía. Había algo en la forma en que él la tocaba que la hacía reconciliarse consigo misma. El sexo con InuYasha no sólo era bueno, era atemorizante. Cada vez que la tocaba y que intentaba besarla, sentía que estaba un poco más cerca de ceder esa parte de sí misma que no había mostrado a nadie desde hacía años. No era sólo el que la tocara, era como le besaba la piel o la miraba mientras lo hacía. Había anhelo en sus ojos dorados y también ternura y esa ternura le resultaba ansiada y de eso tenía miedo; porque entonces se volvería frágil y le dejaría entrar.
¡Qué puerta tan impredecible era la del amor! Nunca sabías cuándo se podía abrir. Para ella esa puerta llevaba mucho tiempo cerrada y desde dentro.
Escuchó la cremallera del pantalón abrirse y suspiró ante la expectativa de sentir su carne firme sobre la piel. Debía centrarse en eso, sólo en eso, no dejar que las emociones se transformaran en sentimientos. Comenzó a bajar la braga para darle acceso y que sólo el sexo fuese protagonista. En cuestión de un momento lo notó rozando su nalga desnuda. Su primer pensamiento estuvo en el placer y el calor que le recorrió todo el cuerpo hasta hacerla temblar; enfebrecida. Lo siguiente fue la protección y recordó lo que llevaba en el bolso.
—Espera —le pidió, con la voz contraída. El bolso estaba en el suelo.
—No, espera tú —lo escuchó decir y sintió sus manos abriéndole las nalgas.
Estaba actuando rápido, como si él tampoco quisiera pensar. No tuvo tiempo de analizar demasiado esa idea, InuYasha se había arrodillado tras ella y desde esa posición le lamió el sexo de delante a atrás. Notó la fuerza y la calma con que la lengua se paseó por entre sus pliegues y tuvo un pensamiento coherente: Qué bien lo hacía. Se escuchó jadear y casi gemir, sintiendo que mientras más insistía él con la caricia, más débiles tenía las piernas y las barreras que solía poner para que nadie la viese realmente. Parecía querer satisfacerla, y no lo dudaba, era lo que hacía desde que se acostaron por primera vez. Incluso respetando su norma de no besos, aunque ella misma la había roto en una oportunidad.
Esta debe ser la última vez —pensó y la idea no alcanzó a convertirse en emoción, pasó directa al sentimiento y entonces le dolió el pecho y sintió el corazón latir con más fuerza. Soltó el aire en un gemido que mostraba no sólo su goce, también su consternación.
¿Dónde estaba esa parte de ella que desconectaba con facilidad y sólo se dedicaba al placer?
Le costaba demasiado asir a la mujer que llevaba años siendo. La que no se comprometía, la que usaba lo que quería, la fuerte. Sentía que la careta se estaba cayendo porque quizás, simplemente, ya estaba cansada de llevarla.
InuYasha lo intentó un poco más. La humedad en ella era profusa y aunque ansiaba con todas sus fuerzas poseerla, sabía que esa posesión no estaba enfocada sólo al sexo. Nada era como siempre y eso le hacía sentir que algo iba profundamente mal. Sabía cómo hacer todo, llevaba mucho tiempo compartiendo sólo sexo casual y el punto desde el que nacía ahora su afán no le cuadraba. Esto se sentía denso y difícil, demasiado forzado, porque no estaba fluyendo de la mano con la naturaleza de su emoción: Quería quererla.
Se separó de Kagome, en realidad ambos lo hicieron. Se quedaron sentados en el suelo y se miraron. Ella tenía las bragas en las rodillas y él los pantalones en los tobillos. Estaban agitados, ansiosos y esa ansia se sentía distinta. Para InuYasha estaba llena de las preguntas que evitó hacerse en cada encuentro de los últimos años. Para Kagome estaba plagada de la incapacidad que experimentaba para manejar lo que estaba sintiendo, porque prácticamente no reconocía estas sensaciones.
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Continuará
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N/A
Este capítulo me ha resultado muy complejo de escribir, debía tener deseo, se apasionado y caliente, además de emocionalmente intenso. Creo que se puede leer en él la lucha interna de cada uno, al menos yo lo siento como si estuviese acercándose desde puntos diferentes y están a punto de colisionar.
Muchas gracias por leer, por comentar y por acompañarme en la aventura de crear.
Besos.
Anyara
