Capítulo XII
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No podía dejar de mirarla y admirarla. No era sólo por tener ese aspecto arrebolado por la excitación y la ropa a medio poner. Era hermosa y también delicada y cálida. Cuando la tocaba ella parecía querer desmadejarse en sus manos y él ansiaba eso. Sin embargo, luego alzaba nuevamente las barreras. Algo en su mirada le hablaba de miedo y sintió que ese temor era un reflejo de lo que él mismo experimentaba, quizás por eso vio un asomo especial en ella. Deseo besarla, abrazarla desde lo que estaba sintiendo y perderse en ella, en su piel y sus anhelos.
No dejaba de mirarlo, no sabía qué esperaba de él. Quería echarse a sus brazos, cerrar los ojos y que el tiempo pasara y a la vez no quería moverse ni un poco. InuYasha parecía superado por la situación al igual que ella.
¿Qué está pasando?
Antes que su mente ideara una respuesta preestablecida, pudo ver como se impulsaba hacia ella, en un movimiento tan rápido que por un instante se sintió sobresaltada e incluso asustada. Enseguida fue consciente de la boca que invadía su boca y los dedos enredados en su pelo, cuya mano recibía su cabeza para sostenerla en un acto que podía catalogar de salvaje pasión. Tomó aire por la nariz, dando un momento a su mente para comprender que nuevamente aquella norma estaba rota y que quién la había roto era InuYasha. Su cuerpo se relajó cuando sintió la cálida exigencia de él y a continuación se entregó al beso con todo el cuerpo, permitiendo que InuYasha la recostara sobre el tatami de la entrada.
Una parte de su razón consiguió definir que él había distribuido el peso, con una parte hacia el suelo y otra sobre su cuerpo. En cuestión de un instante notó la forma en que buscaba abrir los botones del vestido, hasta dar con el sujetador que removió hacia abajo, desnudando el pecho. Las caricias y los pensamientos siguientes se sucedieron en un orden que le costaba manejar: sintió dedos que le oprimían un pezón, un beso que ahondaba en su boca, la calidez de ese beso, la forma en que se humedecía su sexo, la pierna desnuda de él frotándose entre las suyas como si buscase abrirse paso y la ferviente necesidad que tenía por sentirlo dentro.
Más besos. Besos en el cuello, en la mejilla, en la boca. Lo tenía abrazado y Kagome misma intentó abarcar el cuerpo de InuYasha con la mano que tenía libre. Descendió la caricia hasta su sexo para atraparlo en un agarre que lo hizo gemir. Ahora mismo sólo tenía dos opciones y lo veía con total claridad: entregarse a todo lo que estaba experimentando o huir.
La pregunta se quedó vagando en su mente, perdida en medio de las sensaciones de su cuerpo. InuYasha le acarició un pezón con la boca, lo lamía y lo succionaba, mientras sus dedos le acariciaban el clítoris con tal delicadeza que la hacía sollozar.
En algún momento en que pudiese pensar, se detendría a comprender lo que ahora le estaba pasando. Todo su cuerpo clamaba por InuYasha: su sexo lo hacía, su mente también; e incluso aquella parte suya que se había negado a sentir aprecio. Se escuchó soltar el aire de forma liberadora. Sus caricias se sentían bien y dulces, cargadas de una elegancia que no era capaz de ignorar.
—Por favor. Por favor —le pidió, tirando de las bragas hacia los tobillos para que él entrara.
InuYasha sonrió sobre su pecho y lo liberó con un sonido húmedo que la hizo gemir nuevamente.
—Pronto, Kagome. Déjame saborearte un poco más —le pidió, antes de lamer otra vez el pezón, arrastrando la lengua por él.
El cuerpo de Kagome se sacudió en un temblor al comprender exactamente lo que quería decir. La besó otra vez con un toque corto e intenso. Besó, también, su pecho al lado del corazón y desde ahí bajó a la cadera y al muslo. Se tensó cuando creyó adivinar la ruta que harían los besos, sin embargo InuYasha creaba su propia forma de tocarla, completamente libre de supuestos. Notó como deslizaba las bragas hasta quitarlas y posó un beso en el lateral interno de una rodilla. El calor de su boca era perceptible, incluso, a través de la media que aún llevaba puesta. Le acarició las piernas por la zona de la pantorrilla y se las puso sobre los hombros besando el hueso del tobillo.
Sus manos parecían querer crear sobre ella caminos que no se pudiesen leer sin él.
La actitud mansa de Kagome hizo pensar a InuYasha que la barrera caía. Su sexo se sacudió, ante la expectativa de entrar en ella con tal grado de aceptación. No obstante, quería hacer más. Quería transmitirle esta entrega que él sentía, aunque no llegase a ser correspondida del todo.
Descendió hasta que tuvo delante la entrada húmeda que se le ofrecía. La tocó con un dedo, apenas rozándola y Kagome contuvo el deseo de escapar de todo lo que sentía. Lo siguiente que hizo fue reconocer con la punta de la lengua cada tramo que componía la entrada. Recorrió la forma desde sus pliegues exteriores, hasta los interiores, mientras la escuchaba inhalar y exhalar con fuerza y entre aquellos sonidos se filtraba el ansia y el deseo. Se deleitó con la suave textura de los pliegues y con su sabor acre que le impregnó la boca. Se sentía bien estar con Kagome, demasiado bien. Esa sensación se alojó en su pecho como un augurio. Comenzaba a sentirse ávido, avaro y le rodeó las piernas con los brazos y comenzó a beber de su sexo, succionando con sed y codicia. La lucha en ella se hacía más intensa y notó que enredaba los dedos en su pelo para sostenerse.
La escuchó elevar suplicas que no alcanzó a comprender, sin embargo sabía que todas estaban dedicadas a las deidades. Se sentía tan bien tenerla así, perdida en sus sensaciones, que él mismo comenzó a extraviarse en las caricias que le daba. Se entregó de tal manera a ellas que sólo se detuvo cuando Kagome comenzó a gemir y casi ahogarse, entre respiraciones entrecortadas, retorciéndose en medio de la sujeción que él ejercía. La sostuvo con firmeza y no paró de lamer y saborear hasta que ella cayó derrotada, temblando. Se echó atrás unos centímetros y comprobó que su respiración la hacía temblar aún más.
Se alzó sostenido sobre sus brazos y la contempló. Tenía el pelo desordenado sobre el tatami, los ojos adormilados por el orgasmo y las mejillas encendidas. Le tocó un pezón expuesto y ella se sacudió como si cualquier contacto le resultase imposible. Se acarició así mismo, como un acto de sosiego y comprobó que la tensión en su pene volvía con más fuerza. Supo que la ansiaba con locura.
—Necesito estar dentro de ti —le confesó y un estremecimiento lo sacudió al comprender la intención de sus propias palabras.
Al parecer se equivocó cuando creyó que lo que compartirían no sería más que la liviandad de entregar el cuerpo sin tocar el alma.
Kagome se incorporó, débilmente y lo miró, sentado sobre sus propios talones. Se descubrió pensando que InuYasha poseía el aspecto de un magnífico demonio del sexo. Tenía el pelo escarmenado por los toques que ella misma le había dado hasta el desfallecimiento, las mejillas enrojecidas, los labios hinchados y húmedos de alimentarse de ella. Se le tensó la piel de todo el cuerpo cuando se detuvo en su mano que empuñaba el sexo erecto de modo que las venas en éste se marcaban profusamente. Soltó el aire en un resoplido que él comprendió de inmediato; sus ojos dorados reafirmaban lo que acababa de decirle.
Extendió la mano hasta su bolso, para sacar la caja de preservativos que había comprado, sin embargo él se le adelantó y sacó de su cartera un par y separó uno. Kagome sintió que presenciaba un acto artístico al ver la maestría con que cubría su erección. La tirantez del látex transparente resultaba en una visión brutal, tanto que la sola idea de recibirlo entre los pliegues sensibles de su intimidad la estremeció de excitación. Se echó atrás nuevamente y separó las piernas un poco, a modo de invitación.
Los ojos dorados de InuYasha se llenaron de lascivia al observar la posición, el sexo dispuesto y los dos pezones plenos. Se inclinó sobre Kagome, lamió un pecho y luego otro con la misma delicada intensidad con que la había tocado en todo momento. Su forma de acariciar no era dócil, mucho menos sumisa; era firme, intencionada y profundamente apasionada.
Se posicionó en la abertura entre las piernas. La expectativa resultó extrañamente adictiva para los dos, mucho más que cualquier otro momento del sexo que hubiesen tenido juntos o separados. Kagome comenzó a desesperarse al sentir como InuYasha removía su erección, creando círculos en su entrada antes de empujar.
—Hazlo ya —le exigió con un tono en la voz que reafirmaba en una súplica.
Lo sintió deslizarse muy despacio, como si estuviese saboreando el instante, sin dejar de mirarla a los ojos en el proceso.
De pronto, en ese momento, InuYasha comenzó a descubrirse a través de ella.
De pronto, en ese momento, Kagome comenzó a descubrirse a través de él.
Lo atrajo, abrazándolo para que estuviese más cerca y escuchó como el aire lo abandonaba de golpe cuando se percibió completamente dentro.
¿Por qué parecía que era la primera vez que lo sentía en su interior?
InuYasha comenzó a hacer círculos con su cadera, alzándose un poco para volver a mirarla. Kagome sentía el roce de la camiseta sobre el pecho y la prenda comenzó a molestarle.
—Quítatela —le exigió, entrecerrando los ojos ante el placer que le daban sus movimiento.
En ese instante comprendió que no se había quitado nada, incluso tenía los pantalones arremolinados en los tobillos. Sin embargo, le costaba tener pensamientos claros; estar dentro de Kagome se sentía tan bien que lo demás perdía su lugar. La besó, con un beso entrecortado, húmedo, carente de facultades y sin embargo, perfecto.
InuYasha —escuchó su nombre sobre la boca y la exigencia de ella a través de los tirones que le daba a la ropa. La miró, luego cerró los ojos, respiró y se enfocó. Se sentía como un borracho torpe al quitarse la chaqueta. Comenzó con la camiseta y sintió las manos sobre el pecho cuando se la estaba pasando por la cabeza y luego le siguió el tacto de la lengua. La caricia lo llevó a experimentar un temblor severo que lo sacó de dentro de ella y la escucho gemir un lamento. En cuanto tuvo el torso desnudo volvió a entrar y a llenarla con su sexo que parecía hervir. El contacto de la piel del pecho de Kagome con su propia piel era cálido de muchas formas. Por alguna razón todo se sentía psicodélico, como estar dentro de un caleidoscopio de colores; etéreo, sensible, exquisitamente placentero.
Los golpes que comenzó a dar InuYasha hacia ella le arrebataron sofocos, gemidos y exclamaciones que intentaba acallar con el dorso de la mano. Le dolía y la llenaba de placer. Sentía deseos de arrastrarse por el tatami para huir, mientras él la perseguía. Había una total y feroz incoherencia entre las emociones, los pensamientos y los deseos; y a la vez se trataba de las sensaciones más liberadoras que recordaba. Su mente había cedido el control y la libertad era como una nebulosa que la rodeaba y la apartaba de todo lo que no fuese InuYasha. Era consciente de su cuerpo, su voz, sus resuellos; su piel húmeda por el esfuerzo, sus manos tocándola, su boca intentando besos que no conseguía mantener. Se sentía completamente abierta a él.
—¡Por, Kami, Kagome! ¡Me encantas! —declaró, presa del placer.
Sintió como ella buscaba su boca en respuesta. Se besaron, ahogándose en el proceso. El sudor le cubría la frente y podía ver que ella también estaba sufriendo el calor. Aun así no podía parar. Sentir el roce de sus sexos mientras entraba y salía era una ostentosa locura, una de aquellas cosas que rememorabas con el paso de los años. Quizás su mente exageraba, quizás, simplemente estaba en el comienzo del estado de enamoramiento que acompaña al clímax. Cerró los ojos e intento encontrar un halito de claridad y escuchó a Kagome gemir sobre sus labios. No se sentía capaz de retener todos los estímulos que estaba recibiendo. Metió su mano entre la espalda de ella y el tatami, para poder alzarla ligeramente y Kagome derivó el beso de su boca a su cuello y hombro, mordiendo aquel lugar con cautelosa fuerza.
InuYasha sentía que la ropa le molestaba. La quería desnuda y sin embargo no quería detener el movimiento de su cadera que ondeaba hacia ella como única diana posible. Se escuchó sisear con fuerza cuando notó que su culminación se acercaba. Entonces se detuvo un momento. Todo aquello, todas aquellas magníficas emociones, no podían terminar tan rápido. Kagome se quejó y alzó la cadera en su busca. InuYasha respiró hondo y deseo ser capaz de soportar un poco más, no obstante, Kagome volvía en su busca y decidió abandonar su interior.
—No —la escuchó lamentarse y vio en sus ojos la pregunta. Él se inclinó y le lamió un pezón, jugueteando con el otro entre sus dedos. Su siguiente sonido fue una suave exclamación de placer.
Exquisita —fue la definición que llenó su mente.
Se tomó un segundo para centrar las ideas y a continuación comenzó a desabotonar el vestido que Kagome mantenía arremolinado en la cintura. Ella se dejó acariciar en el proceso y aquello lo llenó de algo parecido a la esperanza. Sus ojos castaños eran diferentes hoy, estaban libres de cadenas y de los resquicios que parecían atarla. Pensó en decirle lo mucho que le gustaba y en que no saldría de la cama en una semana si la tenía junto a él. Quiso hablarle del ansia que lo carcomía cada hora que no sabía nada de ella y de cuánto se emocionaba cuando la veía.
Sin embargo, tuvo miedo. Sintió temor a abrir demasiado su corazón y que Kagome volviese a alzar la barrera.
—Quítatelo —le indicó el vestido.
Kagome lo miró un instante, sólo un segundo, como si buscara comprender sus palabras. Notó como su sexo se endurecía aún más ante la visión entregada que tenía delante. El vestido dio paso al sujetador y al fin la tenía suya, sólo con las medias y los zapatos puestos. Él también se había quitado lo suyo.
Ambos estaban finalmente desnudos.
La abrazó y la volvió a besar. Kagome le respondía con tal ansia que parecía imposible que alguna vez le hubiese negado esa caricia. La guio a horcajadas sobre él y ella misma tomó su pene y lo posicionó para que volviese a entrar. Era apasionante la visión de sus ojos enfebrecidos, sus labios hinchados y rojos, el pecho marcado por las caricias y percibir la intensidad de su mirada castaña mientras descendía sobre él y lo cubría con el calor de su interior.
La luz que entraba por la ventana los iluminaba de costado y él podía ver con claridad el contorno de su cuerpo. Su pecho se agitaba con suavidad y se rozaba con el suyo cada vez que Kagome ondeaba sobre su cadera. La humedad hacía que el contacto fuese placentero, llegando al delirio cuando ella contraía el interior de su sexo y parecía atrapar y atraer el suyo. InuYasha sentía que la presión que Kagome ejercía lo dejaba, cada vez, un poco más cerca del orgasmo. Era tan potente el goce que por momentos no estaba seguro de si no lo había tenido ya.
¿Qué pasaba? ¿Por qué se sentía así de extraviado?
Era como si no conociera todo este proceso, como si el sexo y sus placeres fuese diferente al ansiarla a ella, besarla a ella; estar dentro de ella. Se sentía extasiado sólo por escuchar a Kagome extenuada entre sus brazos, respirando cerca de su oído. En este momento confiaba en él y eso duplicaba su sensibilidad. Lo abrazó con fuerza y supo, por el modo en que comenzó a tensarse, que estaba a puertas de un nuevo orgasmo y esa sola sensación atrajo el suyo.
Se sostuvo de él con fuerza, hincando las uñas en su espalda como una forma de mostrarle lo desesperada que se sentía. Era consciente del modo en que su cuerpo se tensaba y de cómo se ceñía su sexo en torno al de InuYasha. Escuchaba la forma en que él intentaba contener los gemidos, mientras sus manos la sostenían por el trasero y la acercaban con más ímpetu y más fuerza a cada momento. La rigidez en su sexo se hizo insoportable y toda ella se mantuvo tiesa durante un instante, preparando la descarga, hasta que todo dentro estalló. Quiso escapar en un acto de extraño pudor o desesperación, o ambas cosas.
—Tranquila, hermosa —le murmuró con aquella voz roída y extasiada que le recordaba y que la consumía. La mantuvo abrazada mientras su cuerpo se sacudía y se derramaba sobre él, mojando la unión entre ambos.
Lo sintió embestirla un poco más, con tanta energía que la sensibilidad del orgasmo que aún sucedía en ella, parecía querer llevarla a uno nuevo y casi se recogió sobre sí misma por las sensaciones que estaba experimentando. Lo escuchó bufar, sisear y murmurar alguna palabrota destinada a reconocer la derrota anhelada de la culminación. La abrazó con tanta fuerza que casi le faltaba el aire y se empujó hacía ella en un acto primitivo de posesión. Kagome volvió a cerrar los ojos y se sacudió, presa de un nuevo orgasmo hilado del anterior. InuYasha empezó a temblar con su sexo hundido en ella hasta sentir dolor en la ingle. Las sacudidas de ambos se confundieron y Kagome tuvo un resquicio de razón y percibió como él le acariciaba la cabeza, a pesar de estar perdido en sus sensaciones. Aquello la conmovió de un modo que no supo gestionar: Comenzó a llorar. Sentía que InuYasha le estaba traspasando su emotividad.
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Continuará.
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N/A
Espero, sinceramente, haber conseguido el equilibrio entre el sexo, el erotismo y el amor.
Estoy agotada.
AnyaraXXX
