Capítulo XIII

Décimo tercera sesión

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La habitación se mantenía en penumbra, la luz que la ambientaba provenía de la calle y de una lamparilla que había junto al futón que permanecía caliente bajo sus cuerpos. Era la tercera vez que InuYasha entraba en ella desde que habían cruzado la puerta y Kagome se sostenía la cabeza, perdida en las sensaciones que experimentaba su cuerpo extremadamente sensible a cualquier estímulo.

Él la mantenía abrazada desde atrás y sentía como entraba con la cadencia de quien ha saciado la premura de la pasión. Sin embargo los embates eran firmes, cambiantes en su ritmo, destinados a que ella sintiera de todas las formas que le fuese posible. Una de las manos de InuYasha sostenía la suya, extendida por encima de sus cabezas, palma sobre dorso, con los dedos entrelazados; la otra le soportaba el pecho y le dedicaba caricias exquisitas sobre el pezón. Kagome respiraba, respiraba y se quejaba; sollozaba, gemía despacio y en algún momento de aquella sinfonía de sonidos su voz se abría paso mostrando el placer que sentía.

Lo escuchó murmurar su nombre y la sujeción del abrazo se hizo más fuerte. Estaba aprendiendo a conocer los signos de su propio deseo y eso la tranquilizaba, pues le daba una estabilidad que ahora mismo sentía perdida. Le oprimió un poco más los dedos de la mano que mantenían unida y se inclinó ligeramente para que él la penetrara mejor, con más precisión. Quería dar con el orgasmo que él buscaba para ambos. La presión que InuYasha ejerció con los dedos en su pezón fue como un aliciente que la hizo conjurar bendiciones con tono a maldición y comprendió que él también la conocía.

Sintió la presión en su sexo y la forma en que se comunicaba con su vientre. Supo que se iba a derramar sobre él y que la humedad que ya mojaba el futón se haría mayor. Todo su cuerpo se tensionó como un aviso que InuYasha enseguida reconoció y se empujó hacia ella con más fuerza y rapidez, asegurándole de ese modo la liberación que su cuerpo exigía. Tal como las veces anteriores, se sacudió entre sus brazos, completamente extraviada y envuelta en una nebulosa de placer que la llevaba a olvidarse de sí misma.

¡Qué extraordinario placer! —razonó su mente cuando le fue posible.

InuYasha le besó el cuello y la mejilla. La giró y la cercó con su cuerpo apoyado sobre las rodillas y las manos y en esa posición esperó. Ella comprendió la espera cuando lo vio humedecerse los labios y supo que estaba perdida en el momento en que le enlazó la nuca y lo atrajo para besarlo.

Sólo por hoy —se repitió en su mente. Tal y como llevaba haciendo con cada beso y con cada orgasmo.

La caricia fue exigente, como venían siendo desde hacía casi dos horas y también suave, un beso dedicado a retozar sobre el futón y deleitarse uno en el otro. InuYasha pedía y a la vez entregaba como parte de una sinergia en la que Kagome entraba sin objeción, de forma tan natural que le resultaba increíble.

Le recorrió los hombros y los brazos con lentitud mientras lo besaba y reparó en cada músculo que se tensionaba bajo las palmas. Sintió el sexo de él, presionando sobre su pierna flexionada y ella, como buena entendedora, removió la pierna acariciándole el trasero de paso. Notó que los labios que la besaban reían.

—Tú ¿No te cansas? —le preguntó, divertida.

—De tenerte ¿Así? Nunca —la declaración resultaba tan categórica como intimidante. Kagome decidió que en medio de un encuentro como éste se podía decir cualquier cosa y nada debía tomarse en serio. Lo más probable es que InuYasha también lo supiera.

—Quizás deba montarte hasta que te agotes —la respuesta fue acompañada de una mordida suave en el labio.

—Quizás deba montarte yo —le hundió la lengua en la boca y se bebió el siguiente beso, coartando la conversación.

Un momento después ella se giró quedando boca abajo en el futón e InuYasha se sentó sobre sus muslos unidos, le abrió las nalgas y se humedeció los pulgares en su entrada. Kagome sólo pudo pensar que aquella era una de las caricias más eróticas que había recibido hasta ahora. Un instante después lo tuvo dentro.

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—¿Te notas con una mayor necesidad de sexo que cuando comenzaste con la adicción?

—En este momento no —respondió, Kagome. InuYasha rió.

—Me alegra oír eso —sonó realmente satisfecho, debido a la sonrisa que aún mantenía.

Se amparaban en la penumbra de la habitación, ambos recostados sobre la toalla que Kagome había puesto entre el futón y ellos. Se habían cubierto con una manta que hasta hace poco estaba en una silla junto a la puerta del baño. InuYasha había comenzado a juguetear con las respuestas que debían dar al cuestionario que les entregaron en terapia, después de la última sesión de sexo que habían tenido en que Kagome terminó suplicando porque la dejase descansar. Luego de eso se había generado un silencio extraño, el encuentro debía finalizar, sin embargo ninguno de los dos parecía querer dar por terminado el tiempo juntos. De ese modo comenzaron a conversar.

—¿Empleas mucho tiempo en el sexo? ¿Te quita tiempo de otras actividades? —continuó InuYasha. Una parte de él sentía verdadera curiosidad por las respuestas que Kagome podía dar.

—¿Te las sabes todas? —le preguntó incrédula, girándose de medio lado hacia él, con la cabeza aún sobre el brazo que InuYasha le había dejado por almohada.

—Algunas —aceptó, aunque en teoría se las sabía todas; no en vano esta no era su primera vez en terapia— Tú ¿No?

—Creo que soy mala alumna —jugueteó con un dedo sobre el pecho de su acompañante. InuYasha comenzó a hacer lo mismo con los dedos que le tocaban el hombro.

—Responde ¿Empleas mucho tiempo en el sexo? —la mirada intensa que le dedicó la hizo sentir temor a responder aquello.

—¿Sólo voy a responder yo? No es justo —se quejó, con cierto tono de socarronería.

—¿Estás segura que quieres que responda yo a esa pregunta? —sus ojos dorados se hacían más intensos. Kagome había descubierto que cuando InuYasha quería algo, sus ojos se entrecerraban ligeramente, sólo unos milímetros, lo suficiente como para que su mirada se volviese de temer.

—Creo que conozco tu respuesta —aceptó, con la voz suavizada por el calor que comenzaba a instalarse en su pecho cuando se trataba de él.

Se acercó a los labios de InuYasha y los besó despacio, saboreándolos en medio de este estado de sutil calma. El brazo que la rodeaba la atrajo con mayor intención y él le sostuvo la mano que descansaba sobre el pecho y que hasta hace un instante creaba dibujos en su piel. Se besaron con intensa quietud durante un momento, hasta que lo escuchó suspirar y notó que se giraba hacia ella para quedar frente a frente.

—Mañana tengo que trabajar —le advirtió, Kagome, completamente envuelta por InuYasha.

—Yo también —la respuesta fue un murmullo que no rompió el beso, en tanto los cuerpos comenzaron a acariciarse.

—Y tengo que dormir —insistió ella, acariciando con el dorso de una mano la erección que el comenzaba a mostrar.

—Eso no ayuda —la volvió a besar.

El beso abandonó el cariz calmo y paso a ser el transmisor de la energía que los estaba llenando. Kagome abandonó el beso, no así el abrazo, y refugió el rostro en el pecho de InuYasha.

—Debo dormir —quiso reír ante lo débil de su decisión.

—Duerme —le sugirió, sin moverse.

—No puedo, yo no… No —a su mente vino su tercera norma: No dormir con ninguna pareja casual.

—¿Qué no puedes? —él la presionaba a hablar, a ser, a manifestarse más allá de la cáscara que mostraba a todos y eso le resultaba tremendamente incómodo, sin embargo lo permitía.

Se quedó un momento en silencio y pensó que quizás sería mejor un poco más de sexo que sincerar su alma. Así que lo miró, le sonrió en mitad de la penumbra y lo empujó para poder subirse a horcajadas sobre los muslos. Le encantaban sus piernas, debía reconocerlo; eran fuertes y largas y suaves entre los muslos que era donde ella estaba tocando ahora.

—¿Evadirás la respuesta? —InuYasha, insistió.

Kagome lo miró anunciándole todas las sensaciones que le iba a provocar en cuestión de un instante y que él aún desconocía.

Notó como ella le acariciaba los muslos y los testículos. Respiró con ansia cuando acarició su sexo que permanecía endurecido y la vio inclinarse para dirigirlo hasta su boca. Cerró los ojos en el momento en que sintió que lo engullía de un solo bocado, hasta que no tuvo más sitio en la boca.

—La evadirás —concluyó en un murmullo, que casi fue un suspiro.

La lengua de Kagome comenzó a ejecutar maravillas en torno a su sexo. No era la primera vez que lo hacía, sin embargo hoy parecía especialmente dedicada. Le acariciaba los testículos con la fuerza justa para que la sintiera sin causarle dolor. Descendía la lengua hasta la base misma de su sexo y desde ahí ascendía con el toque firme, caliente y húmedo de ésta; y cuando llegaba a la punta, InuYasha sentía que estaba listo para reventar. Sin embargo, no pasaba, Kagome conocía el tiempo que debía darle a cada caricia y las pausas entre ellas, para de ese modo mantenerlo al vilo sin que su placer terminara. Durante unos cuantos minutos se dedicó simplemente a observarla hacer, a deleitarse con la forma en que el pecho se acariciaba sobre sus muslos y el pelo se le abría por la espalda, luego cerraba los ojos cuando Kagome lo miraba en el momento justo de engullirlo; no se sentía capaz de mostrarle, a través de una mirada, las emociones que ella estaba creando dentro de él.

—¿Te gusta? —la escuchó preguntar, divertida, con el tono habitual de un encuentro casual. No sólo le gustaba, ahora mismo quería esto de ella siempre.

—Mucho —fue lo único que se animó a confesar.

Quizás, si mantenía la sátira por más tiempo, ésta se convirtiese en otra obra, de otro género, y pudiese contarle algo más.

Kagome se sentía fascinada con la expresión de entrega que tenía InuYasha y el modo con que se dejaba guiar por ella, sin perder en ningún momento la voluntad que simplemente aplacaba para permitir que le hiciera lo que quisiera. Le gustaba ver, y tocar, la forma en que se le tensaban los músculos de las piernas y el abdomen en el momento en que ella le abarcaba el sexo totalmente con su boca. También se sentía encantada de escuchar como siseaba la intención de su nombre. Quería tenerlo dentro nuevamente y quizás no sólo como un deseo físico, quería apoderarse de sus expresiones y ocasionarlas ella todas, hasta ver el modo en que le revoloteaban las pestañas un segundo o dos antes del orgasmo.

Se sentía abrumada por el placer que le producía el abarcar cada vez más detalles de él.

Sí, lo quería dentro otra vez.

Se tocó a sí misma, mientras manejaba el ritmo con que lamia y succionaba la erección de InuYasha. Fue consciente de la sensibilidad de su sexo nada más poner los dedos entre sus pliegues. Una extraña sensación la abordó, mezcla de lamento y satisfacción. Se quejó.

—¿Pasa algo? —lo escuchó preguntar, con la voz oscurecida.

—Nada —quiso seguir con su labor, pero él se curvó hacia un lado, para mirarla aún mejor y le tocó la mejilla con los dedos.

—¿Qué pasa? —insistió— ¿Esto también será un: no, no… No?

Kagome detuvo la caricia de su boca y continuó con la mano, efectuando un toque lento y suave. InuYasha dio un pestañeo largo como muestra de su goce.

—Pasa —comenzó a confesarse— que te quiero dentro y no puedo.

Él la miró un instante, buscando centrar su atención que estaba medio perdida en sus sensaciones.

—¿Te he hecho daño? —sonó preocupado.

—No, en realidad. Es sólo que… —de pronto la abordó una timidez que no recordaba haber tenido en años.

—¿Qué? —insistió, su preocupación iba en aumento. Kagome sintió la caricia ya con la palma abierta sobre su mejilla.

Cerró los ojos y supo que podía llegar a enamorarse de él— Mierda.

—Nada, sólo que estoy muy sensible —respondió y dejó de acariciarlo. Se sentó a un lado en el futón, todo en un gesto rápido que dejó perplejo a InuYasha.

Por un momento no supo qué decir. Se quedó mirándola, sentada junto a él con un gesto de sus brazos que parecía buscar cubrir su desnudez.

—Pero ¿Qué… —diablos ha pasado, terminó la frase en su cabeza.

Se sentó frente a ella.

—Creo que ya es muy tarde y esto... Bueno, ya me entiendes —Kagome comenzó a recitar, sin llegar a mirarlo directamente a los ojos.

Me gustas, hemos pasado meses interesantes juntos. Nos acostamos, no ha sido el mejor encuentro que he tenido, pero estuvo bien —las palabras se repitieron en la mente de InuYasha con la misma fulminante capacidad de destruirlo que tuvieron hace tantos años atrás. Querría decir que había superado aquel suceso, pero no era así.

—Claro, claro que lo entiendo —empezó a mirar alrededor para así poder recolectar las piezas de su ropa.

Kagome se sintió profundamente herida y era estúpido, ella misma estaba pidiéndole que se fuera, sin embargo la rapidez con que había aceptado le hacía daño.

Lo vio ponerse en pie y comenzar a vestirse, a pesar de que su cuerpo estaría impregnado de todos los fluidos que habían compartido durante las horas de sexo que llevaban. Una parte de ella deseo pedirle que se quedara, no obstante sabía que era una malísima idea, ella no podía tener una relación con nadie: estaba rota.

Cada uno de los gestos de InuYasha parecían estar reforzados con una intensa calma. Tal y cómo ella lo veía, no parecía perturbado por cómo estaba terminando todo. Se puso en pie y se cubrió con una bata fina que tenía colgada del perchero en que estaba el resto de su ropa, en este apartamento de decoración precaria, igual que su capacidad de afecto. InuYasha la miró de reojo cuando se cubrió y ella ciñó un poco más la tela en el pecho.

Lo escuchó suspirar.

Una vez estuvo vestido se encaminó a la puerta y se puso los zapatos. Kagome no tenía dónde descalzarse, simplemente se sacaba los zapatos junto a la puerta, eso siempre que no llegaras a quitártelo todo con la premura que lo habían hecho ellos. Puso la mano en la manija de la puerta e hizo el movimiento de forma muy lenta. A pesar de sentirse enrabietado, no quería terminar así con ella. Sin embargo, para su sorpresa, fue Kagome quien le habló.

—No quiero que pienses que no ha estado bien o algo… —quiso explicarse, al ver como InuYasha le daba la espalda para marcharse. Se giró hacia ella.

—¿O algo? —le preguntó, encarándola de modo que el corazón le dio una sacudida en el pecho. Estaba muy cerca— Ha estado jodidamente bien, Kagome, y esto que haces no lo entiendo y no me quedaré para hacerlo.

Se gestó un silencio entre ellos que parecía engullir todo alrededor, excepto el sonido de sus respiraciones, una chochando con la otra; una clamando por la otra. InuYasha le miró la boca y ella separó los labios en respuesta. Cerró los ojos cuando notó los dedos de él enredándose en su pelo y sosteniéndole la cabeza por la nuca. El desfallecimiento que experimento su cuerpo la llevó a sostenerse del brazo y el hombro de él. Sintió como le invadía la boca con la lengua y le quitaba el aire en el proceso. La estaba besando con el acumulado de toda la pasión que habían compartido en esas últimas horas y le estaba dejando el recuerdo de lo que podía dejar de tener. Aferró las manos en los puntos de sujeción y aguantó las ganas de llorar como pudo.

Cuando dejó de besarla soltó el aire resoplando, para él también había sido vertiginoso, no iba a ocultarlo.

—Te veré el jueves —aseguró con poca amabilidad. Kagome aún se sostenía de él.

Lo miró con ímpetu.

—Claro, eres mi chico de los jueves ¿Recuerdas? —no le iba a regalar toda su voluntad a cambio del beso que acababan de compartir.

Lo vio oprimir los labios y acentuar ese leve gesto que hacía con los ojos cuando intensificaba la mirada. Se inclinó, ligeramente hacía ella y pensó que la volvería a besar. Sin embargo retrocedió un paso y ella tuvo que soltarlo.

No hubo más palabras de despedida.

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Continuará.

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N/A

Este capítulo ha estado intensísimo!

Creo que ya podemos hablar a las claras de las problemáticas de ambos.

Menos mal que este fic iba a tener 10 capítulos… xD

¿Cuál creen ustedes que es la principal emoción que los frena?

Muchas gracias por leer y acompañarme.

Besos

Anyara