Capítulo XIV

Décimo cuarta sesión

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Las luces rodeaban la calle por la que transitaba, el silencio y la soledad lo acompañaban, no era de extrañar, la madrugada había comenzado hacía un rato ya. Había dejado el apartamento de Kagome en medio de una confusión interna que no quería ni comenzar a explicarse. En cualquier otro momento se habría buscado alguna compañía femenina con la que desfogar la rabia, la soledad o incluso la congoja. Sin embargo hoy no podía, toda su ansia y deseo se lo había quedado ella entre las piernas y los brazos y los besos.

Mierda —masculló en la soledad de la calle y aunque apenas había dejado salir la voz, ésta pareció crear un eco en el silencio de una noche que amenazaba con ser demasiado larga.

Apenas sentía el frío al entrar el otoño y aquello era una de las malditas peculiaridades del buen sexo. Una de aquellas cosas que no permitían dejar atrás el momento.

Echó a andar más rápido, quería llegar a su apartamento pronto y tomarse un vaso de ese licor que guardaba para cuando los fantasmas lo perseguían y la vida se le hacía demasiado complicada.

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Kagome se había quedado mirando la puerta un par de largos minutos luego de que InuYasha saliera de su apartamento. Quería pensar que no le importaba y que el frío que ahora sentía nada tenía que ver con la soledad en que se había quedado. Nadie, antes que él, había estado en este lugar en que ella vivía y aunque sólo había estado unas cuantas horas, Kagome tenía la sensación de que había llenado cada rincón con su presencia. No podía dejar de mirar la puerta, como si aún persistiera su figura junto a ella y se sentía estúpidamente temerosa de darse la vuelta y que su mente le mostrara cada movimiento que habían compartido en el tiempo que estuvo aquí.

Finalmente se decidió a ir a la ducha en un acto de extraña valentía, puesto que debía atravesar todo el espacio que hasta hace un instante era refugio para las sensaciones que ambos compartieran. Su apartamento era pequeño, ella lo había escogido así, pues sentía que reflejaba el espacio que tenía en el corazón para cualquier emoción cercana al amor. Por la misma comparativa, estaba casi vacío.

El agua, apenas caliente, le ayudó a recobrar un poco de la templanza que le estaba haciendo falta. Sabía que había hecho lo correcto al poner un límite. Su vida era relativamente normal y no debía poner inconvenientes en ella. Suspiró, aún bajo el agua y dejó que ésta le cayera en el cuello un poco más de tiempo que el habitual. Luego cerró el grifo, porque aunque no creía en que tomarse una ducha de dos minutos menos hiciera mucho por el cambio climático, no quería que eso también estuviese en su consciencia. Se secó un poco el pelo con la toalla, mientras se miraba al espejo que comenzaba a desempañarse y pudo ver lo enrojecida que tenía la piel en la zona de los pezones. Una cálida oleada de excitación la recorrió y se sintió incómoda por la forma en que su mente aún estaba conectada a todas las sensaciones que habían compartido InuYasha y ella. Por la misma razón no se atrevió a secar aún su cuerpo entre los muslos. Así que se envolvió con una toalla y decidió que se tomaría un té, algo que la ayudara a calmar la cabeza y poder dormir las horas que le quedaban hasta tener que levantarse.

Se quedó mirando por la ventana mientras esperaba a que el agua se calentara. No se veía nadie por la calle y el silencio sólo era interrumpido de vez en cuando por algún coche o moto. Probablemente InuYasha ya estaría en su apartamento.

Escuchó la vibración de un móvil e intentó recordar dónde estaba el suyo. Su primer pensamiento seguía en dirección a InuYasha y el segundo le recordó que no se habían dado los números. Sólo en ese momento se molestó en buscar y tomar el bolso del suelo en el rincón en que había quedado, a pocos pasos de la entrada. La vibración sonó una segunda vez, parecían mensajes, sin embargo no venían de su bolso, ni de su móvil. Miró en la dirección del sonido y se encontró un teléfono medio oculto entre la penumbra y la pared de la entrada.

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InuYasha abrió la puerta de su apartamento y dejó caer las llaves en el cuenco de cerámica que tenía en la entrada mientras se descalzaba. No se molestó en encender la luz de la entrada, la iluminación de la calle que se filtraba por la persiana era suficiente como para recorrer el espacio que lo separaba de la pequeña cocina y sacar la caja que contenía el whisky que le habían regalado en el trabajo por su cumpleaños, unos meses atrás. La botella estaba sin estrenar, él no era de los que bebía demasiado, quizás una cerveza de vez en cuando o un sake. Sin embargo hoy necesitaba que algo le quemara la garganta y quizás con eso se le pasara el amargor que tenía en la boca y la sensación de fracaso.

Sacó la botella de la caja y puso la mano en la tapa para desenroscarla. Detuvo la acción y se quedó un momento manteniendo el gesto, mientras cavilaba sobre lo que vendría después: una copa, quizás dos y si su ánimo no mejoraba, seguro se tomaría una tercera y aunque por unas horas todo pareciese no importar, mañana importaría nuevamente. Resopló y en parte maldijo a su mesura y al modo en que su mente viaja al futuro. Volvió a meter la botella en la caja y ésta en el mueble del que había salido.

Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el baño, mientras se quitaba la camiseta y comenzaba con los pantalones. Lo mejor sería darse una buena ducha y dormir, mañana tocaba trabajar y el día y la semana seguiría su curso. Ya era un adulto y eso debía significar algo a la hora de acomodar las emociones. Quiso maldecir cuando comprendió que la molestia seguiría ahí, en el pecho, por muy racional que quisiese parecer. Kagome había removido en él cosas que no quería sentir.

Echó a correr el agua de la ducha y esperó lo justo para que estuviese tibia. Se metió dentro y notó que le escocía el cuerpo en varias partes, se llevó las manos a la parte alta de la espalda y a los glúteos, suponiendo la causa de la irritación. Suspiró y su mente se relajó el tiempo justo como para que un recuerdo se filtrara por la barrera que había levantado de camino aquí. Rememoró claramente el pecho de Kagome alzándose hacia él y rozando la piel de su pecho en una caricia caliente y excitante, mientras la voz se le deshacía en suplicas. Notó como su cuerpo se sacudía en respuesta a ese recuerdo y decidió que era momento de meter la cabeza bajo el agua y ponerla fría.

Se tardó poco menos de diez minutos en estar listo y comenzó a secarse el cuerpo de camino a la cama. Tenía un espejo estrecho, de cuerpo entero, en una pared de la entrada, en él se acababa de mirar los arañazos que tenía en la espalda y en la cadera y algo más hacia los glúteos, confirmando que el escozor procedía de aquellas marcas que le había dejado Kagome; además de un claro mordisco en el hombro que de seguro se le amorataría un poco. Era increíble recordar cada momento en que ella había actuado y el modo en que él no reaccionó con dolor a nada de ello; ahora mismo sólo recordaba el placer. Se había rendido a intentar olvidarlo, cuando los recuerdos lo atacaron por tercera vez estando bajo el agua de la ducha. Lo cierto es que Kagome no sólo le había marcado la piel, tenía la sensación de que se había metido en él. Se sentó en el borde de la cama y comenzó a dar apretones al pelo con la toalla para secarlo. Se echó boca arriba entre las mantas de una cama que no había extendido hoy y se quedó pensando en el último beso que se habían dado.

El sabor de los labios de Kagome no podía describirlo, era extraño para él pensar en el sabor de algo conocido y atribuírselo a la forma de un beso. Los besos sabían a sensaciones a recuerdos a cosas que amabas; así eran los besos y así era la boca de Kagome. Cuando la besaba rememoraba la sensación de estar en paz y a la vez el pecho le dolía por el miedo profundo que tenía a sentir cualquier cosa que no fuese física; y lo que había pasado rato atrás con ella no hacía más que confirmarle que no debía dejar que entrara más profundamente en él.

Suspiró por enésima vez esta noche. No sabía qué hora sería ya, probablemente muy tarde, debía buscar su móvil y poner la alarma para despertar mañana.

Revolvió todo el pequeño espacio, la ropa que permanecía en un rincón, los muebles y no encontró nada. Sólo tenía dos posibilidades: o había perdido el móvil en la calle o se lo había dejado en el apartamento de Kagome. Estuvo por apostar a que era lo segundo.

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Llevaba dos horas en el trabajo y tres cafés desde que había llegado. Hoy, la pequeña oficina de la editorial para la que trabajaba, estaba al completo y se escuchaban los murmullos del personal, cada uno en su cubículo. Hacer las correcciones desde su apartamento era una alternativa, aunque sólo le permitían tomarse un número de días al mes para realizar ese tipo de trabajo y ella ya los había acabado. Independiente de ello, Kagome sentía que hacerlo en la oficina la centraba en su labor, por alguna razón el cambiar de espacio físico la enfocaba. Sin embargo, este lunes encontraba de todo menos enfoque. Se había dormido muy tarde, apenas había podido descansar unas cinco horas y su cabeza la estaba machacando como si se hubiese ido de juerga y ni hablar del cuerpo que le recordaba, con cada movimiento, que había estado en acción la noche anterior. Además estaba el asunto del teléfono.

Los mensajes que habían llegado por la noche, cuando lo había descubierto, eran de una mujer y Kagome sólo había podido acceder a verlos en las notificaciones: Kaguya. Hasta el nombre la molestaba ¿Quién era? ¿Por qué le hablaba a InuYasha con esa familiaridad?

Las respuestas las conocía, aunque no fuesen del todo acertadas sabía que sólo podía equivocarse en los detalles; probablemente sería su chica de los demás días, los días en los que ella no existía. Había intentado desbloquear el móvil y luego del segundo intento lo había dejado, probablemente la figura que InuYasha creaba en la pantalla, Kagome no podía ni imaginarla. Sí podía imaginar el tenor de los mensajes que Kaguya le dejaba. Lo poco que había podido leer era un: "tengo lencería nueva", "te llamo… "

Debía reconocer que eso la tenía con la ansiedad a tope; eso o lo falta de sueño.

—Kagome —escuchó su nombre y apartó la vista de la pantalla de un móvil que lo único que le mostraba como imagen de bloqueo era una constelación; y ni siquiera sabía cuál. Miró a su compañera de trabajo.

—Dime —la mujer le sonrió con cierto aire de circunstancia.

—Me ha llamado Kōga, para que te comuniques con él. Dice que te ha dejado varios mensajes —lo que era cierto, tenía algunos en el móvil, los primeros bastante calientes, para pasar a otros en los que más bien parecía ofendido. Eso, sin contar los que le había dejado por la plataforma de trabajo, y aunque su relación era en parte laboral, él nunca usaba ese medio para hablar con ella.

—Gracias, Ayame, lo haré ahora —le sonrió, más que nada para disimular el poco interés que tenía en este momento sobre todo ello. Sabía que estaba rayando en la obsesión y eso no podía ser bueno.

Decidió que lo mejor sería ir un instante al servicio y refrescarse un poco la cara para que las ideas fluyeran con un poco más de claridad. Se puso en pie y tuvo el impulso de tomar el móvil de InuYasha para llevarlo consigo, por alguna razón el aparato se había convertido en un vínculo y si ella fuese de las que creía en la brujería estaría por apostar que tenía algún amarre de esos que aparecían en algunas publicidades de internet. Alzó la mano, unos centímetros por encima del teléfono y cerró los dedos en un puño, como un gesto físico de su reticencia; después de todo debía conservar cierto aire de dignidad en todo esto.

Caminó un par de pasos en la dirección que se había propuesto hasta que el sonido de una nueva notificación la detuvo y advirtió el modo en que se le tensó la espalda. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no volver los pasos andados y tomar el aparato.

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Todo había ido tarde para él este día. Había partido despertando cuando el sol le daba en la cara, lo que de por sí ya era un problema, pues el sol del otoño no entraba por su ventana antes de las nueve de la mañana. Lo cierto es que eso le había regalado al menos unas siete horas de sueño y como decía su madre de lo malo siempre se saca algo bueno.

Llegar tarde a su trabajo de la mañana no había sido precisamente de las mejores cosas del día. Pedir disculpas no se le daba mal en la forma, pero en el fondo era una putada. No le gustaba fallar y hacerlo le sentaba muy mal, una cosa como esa era capaz de arruinarle el día completamente; sin embargo, no tenía tiempo para eso.

Se resignó a la idea de no tener móvil al menos hasta el jueves, siempre y cuando Kagome tuviese a bien aparecer por la terapia ese día. Se negaba a la posibilidad de buscarla antes, suficiente humillación era el haber sido despachado de su casa como si apestara y ese pensamiento consiguió tenerlo, y obsesionarlo, en uno de los descansos de la mañana en un callejón trasero a la cafetería en la que trabajaba a esa hora.

Este día, en particular, se había dedicado a sacar una nueva receta de un postre de tres leches con cobertura de caramelo y canela. En lo personal consideraba que había quedado bien, y aunque no fuese su mejor prueba, le había servido para estar un par de horas enfocado en algo que no fuese Kagome y en los arañazos que le había dejado en la piel.

Por la tarde de ese día, sobre las siete se había apostado frente a su edificio en un sitio lo bastante apartado como para que ella no lo viese si llegaba o salía del lugar, y dada la altura y orientación de su apartamento, dudaba que consiguiese verlo.

¿Se podía ser más patético? —ese sólo pensamiento consiguió sacarlo del lugar en el que llevaba cerca de una hora y dirigirlo de vuelta a su apartamento; de camino de compró un reloj despertador.

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N/A

Se podría decir que no es el capítulo con más emoción, sin embargo el tiempo me ha enseñado que no existen los capítulos de transición (como solemos llamarlos), existen los puentes, los decantamientos, los momentos en que todo se asienta y toma fuerza.

Espero que este capítulo les mantenga esa sensación de estar ante la vida de dos personas que sólo buscan sentirse plenas y que en ocasiones necesitan de la reafirmación de otro que les ame.

Un beso!

Anyara