Capítulo XV
Décimo quinta sesión
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Tantas ideas inconexas tienen cabida en una mente plagada de posibilidades. Por alguna razón los humanos tienden al caos y a la destrucción y entienden al caos como un absoluto que no les genera nada, sólo abstracción y dolor. Sin embargo, qué hermosa resulta la mente que se ilumina y que se expande y que deja el miedo para volver a nacer, una y otra vez, tantas como ideas despliega.
InuYasha dejó el libro que estaba leyendo, comenzaba a causarle dolor de cabeza. Tenía cierta tendencia al masoquismo, lo había comprobado cuando decidió tomar algunas asignaturas de filosofía en la universidad. No pretendía conseguir la carrera, aunque quién sabe y hacerlo fuese una posibilidad. Alguna vez se había acostado con una estudiante de filosofía y recordaba que además de haber pasado unas horas bastante decentes en su compañía, tenía un par de libros interesantes en su habitación. No quiso volver a verla porque tenía la mirada que suelen tener las chicas cuando se hacen ilusiones con un encuentro. Eso aprendió a distinguirlo muy pronto, al comenzar a animarse a los encuentros casuales, sobre todo porque se reconocía en esa mirada, era tal y como se había sentido él mismo, muchos años antes.
Cerró los ojos un momento y pensó en que después de todo no había sido un día malo, consiguió llevarlo bien y pudo soportar el ansia de ir con Kagome, a pesar de ser un martes y de no tener turno de trabajo por la tarde. Sólo le quedaban dos días para la siguiente sesión de terapia y ahora mismo se cuestionaba en si era buena idea seguir asistiendo a ellas, esta situación con Kagome ponía en perspectiva muchas cosas para él. Tal vez fuese buena idea intentar seguir con su vida como antes de conocerla a ella, qué más daba tener una adicción como el sexo, no era la peor de todas.
A su mente le bastó sólo un instante de calma para llenarse de las imágenes de Kagome, de su cuerpo, de su ansia, de sus suspiros. Una parte de él se resistía a elucubrar aquellas memorias, sin embargo otra se deleitaba haciendo un repaso de los eventos; la forma en que la había saboreado, el modo en que ella se contenía hasta fracasar y dejar en el aire un gemido cargado de sensualidad. Respiró de forma profunda en el momento en que sintió como su sexo se endurecía ante los recuerdos y se llevó una mano hasta la entrepierna para calmar esa parte de su cuerpo. Sin pensarlo demasiado comenzó a acariciarse, mientras recordaba el modo lento en que había entrado en ella y cómo Kagome lo miró de una forma tan profunda que sintió que podía leer dentro de él.
Soltó el aire con fuerza y dejó la caricia, abriendo los brazos sobre la cama y sintiendo hasta el aire sobre la piel por la sensibilidad que un simple recuerdo le había ocasionado.
¿Por qué? —el cuestionamiento era válido, Kagome era hermosa, agradable y poseía una viva inteligencia que lo hacía sentir cómodo; sin embargo, no era la única persona que había conocido con esas características.
Sí, quizás debía dejar las sesiones o quizás le hacía falta tomar algo de aire fresco. El frío del atardecer le vendría bien.
Se sentó en la cama, como si hubiese tenido una especie de revelación. Sí, quizás lo que debía hacer era salir por ahí y buscarse una cita casual, pegarse un buen revolcón, volver al apartamento y ver cómo se sentía mañana. Sí, eso haría y dejaría de pensar en Kagome y si ella decidía no aparecer en la sesión del jueves, pasaría por su apartamento, le pediría el móvil y esta corta historia habría acabado. Se puso en pie con convicción y comenzó a vestirse.
No obstante, InuYasha tenía la sensación de estar saltándose alguna norma en el proceso, como si algo estuviese completamente desencajado en esta idea. Aun así siguió adelante, sin querer cuestionar demasiado su actuar, pasando por alto la consciencia, para que no interfiriera en esta idea febril de salvación. Tomó las llaves que habitualmente dejaba en la mesilla junto a la puerta, se calzó y salió, decidido a romper este ciclo de pensamientos inútiles que llevaba desde hace dos días.
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Kagome salió del trabajo ese día y, por primera vez en mucho tiempo, lo hizo sin tener claro un destino. Había sido un día de trabajo arduo y eso le había servido para tener los pensamientos y recuerdos a raya. Ahora mismo podía volver a su apartamento, leer un poco del libro que tenía junto al futón o dormir. También podía dar algún paseo por un barrio de jóvenes, como solía hacer hace un mes atrás, y animarse para ir por ahí con algún chico que le pareciese interesante. Sin embargo el plan no la seducía nada, no quería pensar mucho en la razón de ello, quizás estaba en un momento de su ciclo en que los hombres le eran mayormente indiferentes. Había otra posibilidad y no quería pensar en ella.
Se iría a por un café, probablemente eso la despejaría y relativizaría sus ideas y su forma de ver la vida. Quien sabe, quizás encontrase a alguien interesante.
Eso haré —se dijo, dando el siguiente paso con esa disposición.
En ese momento comenzó a sonar un móvil en su bolso y contrario a cómo debería funcionar su mente, en el primer teléfono que pensó fue en el InuYasha. Oprimió los labios, molesta por el modo en que estaba funcionando su cabeza, centrada en lo sucedido la noche del domingo y en el dichoso móvil que no la dejaba olvidarlo. En algún momento tendría que agotársele la batería ¿No?
Buscó en su bolso y se encontró con una llamada de Kōga, era la tercera de este día y comprendía el porqué de la insistencia. El día anterior él esperaba verla y fue la primera vez que Kagome enviaba a alguien más a su estudio, desde que se veían para encuentros que iban más allá de lo laboral. Ella suspiró, sabía que Kōga no era de los que dejaba las cosas pasar, de esa manera había conseguido los buenos orgasmos que tenía con él.
Ante ese pensamiento se detuvo un instante. Si con Kōga se lo pasaba bien ¿Por qué InuYasha le resultaba diferente al grado de considerarlo increíble?
—Sí, hola Kōga —intentó parecer lo más relajada posible, a pesar de sus pensamiento, después de todo ambos sólo tenían sexo de vez en cuando, no es como si se debieran algo.
¿Qué ha pasado? —desde luego él no se iba a ir por las ramas.
—¿Por qué? ¿Has tenido algún problema con Ayame? Ella te llevó lo necesario ¿No es así? —casi rió al imaginar la cara que tendría Kōga.
Vamos, Kagome, sabes a lo que me refiero. Si no quieres venir más sólo dilo —le estaba pidiendo una aclaración que ella no podía hacer. Se tomó un instante para encontrar palabras que no lo hirieran, por muy superficial que fuese su relación eso no le parecía correcto.
—Estoy liada con algo por estos días, te llamo la semana que viene —si para entonces consigo sacarme a InuYasha de la cabeza.
Lo último, lo pensó sin llegar a decirlo. Esperó un momento por la respuesta, parecía como si Kōga estuviese considerando sus palabras. Kagome sopesó el hecho de dejar de verlo, no podía negar que le tenía cierto afecto, aunque nada de lo que no pudiese prescindir.
Bien. Pero no estaré esperándote —le advirtió. Ella sabía que se refería al hecho de que no había exclusividad en su relación.
—Entiendo que es como lo hemos hecho siempre —sonrió al final de la respuesta de forma que Kōga lo notara. Lo escuchó sonreír de vuelta.
Eres una seductora. Lo sabes —sentenció del otro lado de la línea. Kagome no estaba muy segura de eso, sin embargo sabía jugar sus cartas con su amigo.
¿Por qué con InuYasha no puedo ser igual? —pensó, se sentía frustrada.
—Te llamaré en unos días —quiso terminar la conversación y Kōga lo entendió.
Nos hablamos —su voz sonaba más tranquila del otro lado. A veces Kagome se preguntaba si estos accesos de posesividad no eran más que la genuina preocupación de una persona por otra.
Cortó la llamada y se quedó analizando un momento la relación que tenía con este amigo con derechos. Probablemente ella también lo llamaría si él se escabullese por días.
Metió el móvil al bolso y volvió a mirar el de InuYasha. Después de los mensajes que dejase esa mujer llamada Kaguya, no había vuelto a mandar ninguno más, todo lo que recibía eran los avisos de algunas aplicaciones. Nuevamente se detuvo en la idea de que quizás ellos dos se habían encontrado y por eso la mujer no intentaba comunicarse otra vez. No iba a negar que aquello le instalaba una fuerte sensación de desazón en el estómago. Quizás, y después de todo, era cierto que ella era la chica de los jueves.
Respiró hondo y soltó el aire con fuerza para intentar destrabar el enfado que comenzaba a sentir. Siempre se podía encaminar hacia el apartamento de InuYasha y salir de dudas ¿Estaría solo un martes por la noche?
Entonces recordó el sitio al que la había llevado la noche del domingo, el lugar en que trabajaba. Tal vez también trabajara los martes por la noche.
Resopló y decidió ir a algún lugar a pasar el rato e intentar sacarse a InuYasha de la cabeza. Recordó un sitio al que hacía mucho que no iba, quizás estuviese abierto un martes sobre las seis; ella sólo había estado ahí algún fin de semana. Lo recordaba bien, había conocido a dos chicos al ir a ese sitio, la tercera vez que estuvo ya no le pareció tan cómodo al encontrarse con uno de ellos con quién no pensaba volver a irse y al que sólo le faltó tratarla de puta por no hacerlo.
Mientras iba de camino se detuvo a mirar algo en un escaparate, no había visto aquella tienda antes, probablemente sería nueva. Tenía una serie de minerales en exposición y algunos artículos de artesanía hechos con cuentas de los mismos minerales. Se quedó mirando unos pendientes que tenían una piedra azul, con vetas verdosas, algunas de un azul más intenso y hasta podría decir que alguna veta de color ocre; le gustaba mucho. Ella no era de llevar pendientes, aunque quizás hubiese un colgante con esa misma piedra. Se puso a otear un poco más entre las piezas expuestas y se quedó prendada de un collar que le pareció tribal; estaba compuesto por cuentas moradas muy oscuras, además de unas tallas blancas que asemejaban a colmillos. Su mente de inmediato lo relacionó con InuYasha, es más, tuvo la clara imagen de él con su pelo largo y esa especie de rosario rodeándole el cuello. La visión resultaba inquietante y salvaje y aquello la hizo desear tener ese collar para él, así nunca se lo entregara.
—Vaya tontería —expresó en voz alta y esperó un instante, por si el ansia se disipaba, sin embargo no tuvo éxito. Decidió entrar a la tienda
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InuYasha llevaba un rato en aquel café y como no disponía del móvil, se había echado el libro que estaba leyendo al bolsillo de la chaqueta y ahora le estaba dedicando algo de tiempo. El lugar era un café bar en el que tocaban música jazz y los fines de semana se presentaban bandas desconocidas que tocaban muy bien y él había tenido la oportunidad de venir alguna vez antes de trabajar los fines de semana. El día de hoy la música de fondo era grabada, aun así era agradable, además la lluvia que había comenzado a caer ayudaba a ambientar la noche. Estaba por terminarse el café que había pedido y se debatía entre si pedir otro o alguna cosa diferente, aún no quería volver a casa. Alzó la mirada desde las páginas del libro cuando la puerta se abrió y pudo ver entrar a dos chicos. Era una manía que tenía, le costaba mucho no mirar hacia la entrada cuando venía alguien; a veces se preguntaba cuántas serían las manías que tenía.
Observó la calle a través de la ventana, la lluvia conseguía crear hermosos reflejos en el asfalto gracias a los letreros que iluminaban las tiendas y los sitios de ocio, mostrando una nostálgica estampa de otoño. Era probable que le tocara mojarse de regreso a casa, sin embargo aquello no le importaba demasiado.
Volvió la mirada hasta el libro y apuró el último sorbo de café. Alcanzó a leer un par de líneas cuando la puerta se abrió nuevamente y él otra vez miró. La forma en que el corazón le rebotó en el pecho fue tan evidente que tuvo que comenzar a respirar por la boca para conseguir un poco más de aire. Kagome estaba ahí, cruzando la puerta y sacudiéndose un poco la ropa que se le había mojado. Respiró hondo, mientras la veía caminar hasta el mesón principal, completamente ajena a su presencia. Llevaba ese vestido de pequeñas florecillas negras que le había quitado a tirones en uno de sus encuentros y el sólo recuerdo le arrebataba la poca calma que intentaba sostener. Volvió a mirar el libro, aunque no era para leer, aspiraba a buscar un poco de sosiego entre las líneas de éste.
¿Podía ser esta una coincidencia? ¿Quizás Kagome esperaba a alguien? ¿Quizás se reuniría aquí con su chico de los martes?
¿Por qué se sentía así de inquieto?
Se rió de sí mismo ante la vorágine de pensamientos que había en su cabeza.
Alzó la mirada, apenas un poco, sin llegar a cambiar la posición del cuerpo para no llamar la atención. El lugar no era demasiado grande, sin embargo, él se encontraba en un buen sitio para ocultarse, con poca luz, aparte de la bombilla que descendía hacia el centro de la pequeña mesa y en un rincón tras una amplia columna de ladrillo descubierto. Kagome aún estaba prácticamente de espaldas a él, con su pelo suelto y algo mojado, observando un poco el entorno. InuYasha comenzó a barajar la idea de ir hasta ella y simplemente hablarle. No alcanzó a razonar el si aquella era una buena idea o no, cuando ya se encontraba de camino, siendo presa de su propia incoherencia.
Se acercó sigiloso, moviéndose en todo momento fuera del alcance visual de Kagome. Estaba seguro de querer acercarse, sin embargo, no conseguía deshacerse de la sensación de indefensión que lo abordaba cuando se trataba de ella. Era absurdo, lo sabía, se sentía como un adolescente inquieto… no quiso terminar con ese razonamiento.
Respiró de forma profunda cuando estuvo a dos metros de Kagome y apresuró el paso cuando notó que ella parecía girarse en la dirección por la que él venía.
—¿Te ha fallado tu cita de los martes? —le preguntó, cuando ya estuvo junto a la barra y a su espalda.
Kagome se giró sorprendida al escuchar ese tono de voz que ya no sólo le era familiar, también su mente le asignaba de inmediato un nombre. Lo miró directo a los ojos y estos produjeron dentro de ella todas esas cosas que solían crear: sorpresa, gozo, ansiedad y un profundo calor por todo el cuerpo, que se le metía hasta la médula del hueso.
—InuYasha —alcanzó a modular su nombre, con más delicadeza de la que podía permitirse.
—Ese soy —la sonrisa que apareció en la boca de él fue suave y cercana.
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Continuará
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N/A
Aquí les dejo un capítulo más, espero que les guste.
Gracias por leer y acompañarme.
Besos
Anyara
