Capítulo XVI
Décimo sexta sesión
.
Kagome se giró sorprendida al escuchar ese tono de voz que ya no sólo le era familiar, también su mente le asignaba de inmediato un nombre. Lo miró directo a los ojos y estos produjeron dentro de ella todas esas cosas que solían crear: sorpresa, gozo, ansiedad y un profundo calor por todo el cuerpo, que se le metía hasta la médula del hueso.
—InuYasha —alcanzó a modular su nombre, con más delicadeza de la que habría querido permitirse.
—Ese soy —la sonrisa que apareció en la boca de él fue suave y cercana.
Kagome puso toda su atención en recomponerse de la sorpresa, ante la atenta mirada dorada.
—Y bien ¿Te ha fallado? —insistió con la pregunta.
—Al parecer, sí —intentó sonar desenfadada y no le pasó desapercibido el fogonazo que pareció dar la mirada dorada de él antes de desviarla de ella y dirigirla a la chica que atendía el bar.
—Qué pena por ti —quiso parecer despreocupado y quizás sólo un poco irónico.
Hola, soy Hanako ¿Qué les puedo ofrecer? —fueron interrumpidos por la chica tras el mesón.
—Quiero una ginebra con tónica —le pidió y ella le sonrió con lo que Kagome consideró: demasiada intención de inocencia.
Típico de las mujeres que quieren una relación larga —pensó.
—¿Te pido algo? —Kagome tuvo que volver a enfocar los ojos de InuYasha cuando éste le formuló la pregunta y centrarse en ésta.
—Lo mismo —le dirigió una mirada a la chica del bar, antes que se alejara.
Ambos se mantuvieron en silencio un instante, quizás, esperando a que el otro diera paso a la conversación o a unas cuantas palabras que los conectaran de ese modo que ahora mismo conectaba su piel. Ni siquiera se estaban tocando y parecía como si ambos sintieran el roce del cuerpo del otro.
—Y ¿Tu cita de los martes? —de pronto, Kagome soltó aquello, quizás como un modo de seguir la conversación o tal vez como un descargo velado.
InuYasha se puso de medio lado hacia ella, que permanecía de frente al mesón. Su mente comenzó a recuperar una serie de imágenes de Kagome, sin detenerse en una en particular. Supo que las imágenes se estaban convirtiendo en emociones y de ahí al alma había sólo un paso y tenía que escapar de ello, por seguridad; por pura sobrevivencia.
—Creo que me ha fallado —le soltó, con todo el desparpajo del que fue capaz. Kagome lo miró de forma fugaz, parecía querer reprimir la sonrisa que jugaba en la comisura de su labio, para que él no la viera.
InuYasha observó cómo metía la mano en el bolso que llevaba, para poner sobre el mesón el móvil que él había perdido hacía dos días. Kagome hizo un movimiento suave con la mano, deslizando el aparato hasta ponerlo junto a InuYasha.
—Quizás sea que no ha conseguido contactarte —la voz de Kagome resultó sinuosa, como si las palabras retozaran en sus labios antes de ser dichas. InuYasha tenía claro que estaban jugando a la seducción y por un momento sopesó la idea de dejarlo pasar, tomar el móvil y cortar esta malsana sensación, sin embargo él era un adicto ¿No?
—Quizás —respondió, con el mismo talante que ella y le rozó el lateral de la mano al atraer el teléfono.
Para Kagome fue inevitable sentir como cada poro de su cuerpo se expandía cuando InuYasha la tocó. Tuvo ganas de maldecir por la fuerza de la sensación, sin embargo sólo respiró lo más hondo y disimuladamente posible.
Sus ginebras con tónica —ambos escucharon y pusieron su atención en Hanako.
Aquello dio paso al ritual de agradecer y de probar la bebida. Kagome sintió que se refrescaba, al menos momentáneamente, de las sensaciones que estaba teniendo. InuYasha lo tomó como una pausa necesaria para enfriar el ansia que tenía por tomar a Kagome de la mano y salir de ahí y perderse bajo el manto que creaban las gotas de lluvia
—¿Vienes a menudo a este lugar? —preguntó ella, ahora intentando tener una conversación de lo más trivial.
—Algunas veces, hace un tiempo. Me gusta el lugar, aunque es más animado en fines de semana —InuYasha comprendió la intención de Kagome e intentó seguir el hilo de una conversación ligera. Ella continuaba atrayéndolo como un imán y su mente y su mirada se dirigía inevitablemente a sus labios—. Y ¿Tú?
Kagome se giró un poco más hacia él, algo casi imperceptible, sin embargo InuYasha, que bebía de su copa, lo notó de inmediato.
—Sí, también he venido alguna vez en fines de semana. Es extraño no haberte visto; no me habrías pasado inadvertido —con esas palabras, Kagome sugirió todas las cosas en las que InuYasha intentaba no pensar.
—A mí también me resulta extraño no haberte visto —su voz sonó suave y casi susurrada, a pesar del sonido de la música. Kagome descubrió que la miraba con tal intensidad que ella sólo fue capaz de soportar esa intensidad durante un segundo, quizás dos— ¿Tienes alguna razón por la que dejaste de venir? —quiso saber él y ella sonrió. Sí, claro que había una razón.
¿Qué tal sus gin con tónica? ¿Desean algo más? —la voz dulce, casi acaramelada de la chica que atendía el bar los interrumpió por un instante. Kagome la escuchó hablar y contuvo una risa irónica que amenazaba con convertirse en una carcajada.
—¿Deseas algo más? —le preguntó InuYasha, con un claro sentido oculto que ella respondió alzando un poco la barbilla, sin apartar la mirada de sus ojos.
—De momento, no —él separó los labios y suspiró muy despacio.
InuYasha desvío la mirada de ella, para luego agradecerle a la chica del bar, con una sonrisa generosa, que buscaba comunicarle que estaban bien, de momento. Cuando la chica se alejó, Kagome volvió a hablar.
—Por no ser cómo ella es que dejé de venir —punzó. InuYasha hizo un leve gesto con su entrecejo: éste se arrugó y alivió en un segundo.
—No te entiendo —le prestó toda su atención. Kagome lo observaba con vistazos fugaces, sin sostenerle la mirada.
—Nada, una tontería —no tenía intención de comenzar a confesarse con él. Bebió un poco más de su copa.
—Vamos, cuéntame, quiero saber —en ese momento lo miró a los ojos y vio lo que tantas veces encontraba en InuYasha: honestidad.
Aquello la descolocaba, la sacaba completamente de su área habitual de juego. Desvió la mirada al resto del lugar, como si buscara algo; quizás ánimo para contar sus pensamientos o quizás una excusa para no hacerlo.
—Kagome —él llamó su atención. Ella lo miró.
—Nada —quiso callarse como tantas veces. Si no daba explicaciones no se exponía al juicio de otros. Sólo ella sabía por qué tomaba las decisiones que tomaba y cómo manejaba su vida. InuYasha no dejó de mirarla, esperando, y Kagome sintió como se bajaba la primera barrera de su fortaleza. Chasqueó la lengua en un total acto de agotamiento emocional—. Simplemente, nunca seré una mujer dulce que se comporta perfectamente en busca de que alguien la quiera por todo lo que finge ser.
InuYasha mantuvo un gesto sereno, sin decir nada, como si supiera que había más, y a pesar de que ella esperó él no dijo nada.
—¿Qué? —Kagome quiso alzar la barrera nuevamente. Él siguió sin pronunciar palabra, prestándole su total atención, y eso la alentó a llenar el silencio entre ambos— Los hombres piensan que debemos ser así —alzó la mano, queriendo hacer un gesto que indicara a la chica tras el bar, sin embargo lo reprimió—, ellos pueden tirarse todo lo que se mueve, pero una mujer debe esperar que se la ame por virgen y luego por devota.
InuYasha abrió un poco más los ojos, en un gesto de sorpresa que Kagome no quería interpretar.
—Vaya ¿Todos los hombres? ¿Los conoces a todos? —él bromeo, con aquello que ambos usaban como baza ante los absolutismos.
—Vamos, sabes a lo que me refiero —sin darse apenas cuenta, Kagome había girado el cuerpo casi por completo hacia su acompañante.
InuYasha sonrió y bebió, sin responder, observando a la chica del bar que le daba miradas cautelosas, revestidas de una timidez que Kagome catalogaba de fingida.
—Ya ves, tú mismo eres la muestra —sentía como se le retorcía el estómago.
—¿Cómo? —preguntó, completamente sorprendido.
—Sí, una bambi te mira y ya está, tu atención cambia de foco y piensas en ella para el resto de tu vida —la retahíla de palabras había salido de su boca sin que pudiese pararla.
—¿El resto de mi vida? —volvió a sonreír con cierta ironía. Lo vio morderse el labio con lentitud en un gesto que buscaba contener una sonrisa más amplia.
InuYasha comprendió que estaban entrando en un terreno que no estaba seguro de poder manejar.
—Sí —Kagome se encogió de hombros, como si buscara restarle importancia a lo que acababa de decir.
—Crees que una bambi, cómo tú dices ¿Encaja con mi personalidad? —la miró directamente y hasta se inclinó un poco hacia ella, aprovechando su altura para remarcar sus palabras.
Kagome sintió que le faltaba el aire. Por alguna razón el calor que provenía de InuYasha la tocaba aunque no lo hiciese él físicamente.
—No te conozco demasiado —intentó defenderse de aquella pregunta que le resultó cargada del vigor que él emanaba como si no se diese cuenta.
—Creo que me conoces lo suficiente —cada palabra fue dicha con la cadencia y la intención suficiente como para que Kagome sintiese como se le licuaban los huesos.
¿Se ha acercado más? —no pudo evitar la pregunta. Su mente no dejaba de procesar el modo en que sentía sobre la piel de los brazos el calor que brotaba de él, y podría decir que hasta en el cuerpo, a pesar de los centímetros que los separaban.
InuYasha fue testigo de su silencio y su cavilación, del modo en que Kagome humedecía sus labios con ese gesto cuidadoso y tan suyo que le hacía desear beberse su boca a besos.
—Voy al servicio —soltó, de pronto, como si una idea que revoloteaba en su mente se hubiese convertido en apremiante.
—Bien —InuYasha intentó que su respuesta no mostrase la total sorpresa que sentía. Entonces Kagome se le acercó mucho, muchísimo, y le susurró.
—Dentro de un minuto, vienes.
Y se alejó.
Probablemente Kagome no sería consciente del subidón que aquella propuesta le había ocasionado a él, que se giró para quedar de frente al mesón, esperando a que un minuto fuese suficiente como para disimular la erección que ahora tenía.
El tiempo comenzó a pasar y consultó su móvil tres veces para mirar la hora; nunca un minuto se le había hecho tan largo. Cuando vio que cambiaba el dígito, sintió las temidas mariposas en el estómago, sabiendo que aquello le pasaba sólo porque se trataba de Kagome. Bebió un sorbo largo de su copa y dejó el dinero sobre el mesón, indicándole el pago a la chica que le sonrió con mucha más alegría, ahora que estaba solo. Comenzó a caminar en dirección al servicio, se cuestionó por la inquietud insistente que notaba y que no le permitía sentir que tenía control sobre nada cuando se trataba de Kagome.
Se quedó de pie un momento ante los dos kanji que diferenciaban el servicio de hombres y de mujeres. Agradecía que al parecer pocas personas quisiesen acercarse hasta aquí. Descorrió la puerta con el kanji mujer, y entró.
Kagome lo miró, a través del espejo que ocupaba parte de la pared, parecía inquieta al igual que él, sin embargo eso no la amedrentaba. InuYasha la vio tomar camino hacia una de las cabinas del servicio y debía de reconocer que era una mujer con determinación, aunque luego resguardara su corazón bajo siete llaves.
La siguió.
Entró en el pequeño receptáculo y ambos se miraron. Kagome estaba de pie junto a una de las finas paredes laterales e InuYasha con la espalda apoyada en la puerta cerrada. Por un instante sólo se miraron, como si ambos sopesaran el lugar y la situación. Él analizó el espacio y lo que podía hacer con ello y con ella; no era la primera vez que estaba en circunstancias similares en un servicio, aunque siempre había en fin de semana y al cabo de unas cuantas horas de fiesta.
InuYasha la vio extender la mano hacia él y tomarlo, directamente, por la cintura del pantalón para guiarlo ante ella. Se acercó sin cautela y la tocó con todo el cuerpo. Cerró los ojos cuando su sexo, aprisionado por la ropa, se frotó sobre el vientre de Kagome y se deleitó con el suspiro que ella le regaló. A continuación escuchó un sonido cristalino entre ambos y se quedó mirando las manos de Kagome para descubrir que sostenían un collar oscuro, con algunos detalles claros.
—¿Qué es eso? —la pregunta era totalmente pertinente y la respuesta fue igual de clara.
Kagome alzó las manos hacia su cabeza y con un gesto que mezcló la inclinación de su cabeza, con su mirada, le pedía que se dejara hacer e InuYasha aceptó que le pasara aquellas cuentas hiladas por la cabeza.
—¿Un rosario? —preguntó, mirando la parte del collar que descansaba sobre su pecho. Ella simplemente confirmó con un gesto.
Lo siguiente que InuYasha sintió fueron las manos de Kagome que le deslizaban la chaqueta por los hombros y la espalda, dejándolo en camisa. Podía notar la respiración de ella sobre su pecho, a través de la tela y eso encendía aún más su ansia.
—Eres perversa —murmuró.
Kagome sonrió con ese aire travieso que él le conocía. Por mucho que el momento le estuviese resultando grato, no pudo evitar pensar que el sexo era la forma en que ella estaba saliendo de una conversación compleja y que la obligaba a desnudarse de un modo mucho más profundo que el físico. Notó el modo en que buscaba abrirle la camisa, tirando de ella por el borde del pantalón y dejando sólo unos cuantos botones para sostenerla y que no cayera totalmente por sus brazos.
Se inclinó y quiso besarla. Kagome giró la cabeza de forma leve, como si buscara rehuir a la caricia; sin embargo detuvo el gesto y volvió en busca de sus labios. InuYasha prácticamente gimió cuando notó el calor y la humedad de sus bocas unirse. Ella había cedido y no pudo evitar sentir que la caricia le sabía a triunfo. Había anhelo en ese beso, así como una esperanza trémula que los tocaba sin que ninguno se atreviese a decir palabra.
El calor y la tensión en sus cuerpos comenzó a ascender de forma vertiginosa, tal y cómo solía sucederles de habitual. InuYasha busco el borde del vestido que Kagome llevaba y metiendo las manos bajo él recorrió sus muslos y la sostuvo con las dos manos por el trasero, para pegársela al cuerpo y arrastrarla por encima de su erección. La sintió alzar una pierna y sin saber cómo, le enganchó el tacón en la presilla del pantalón. InuYasha tuvo que sostenerse con ambas manos de la pared, por miedo a perder el equilibrio y hacerle daño bajo aquel acto de posesión que Kagome esgrimía a punta de tacón.
—¿Qué haces? —le preguntó, mirándola directamente a los ojos.
—Te siento —soltó el aire en medio de las palabras.
Acto seguido sostuvo el collar entre sus dientes y se alzó en la punta del pie que tenía en el suelo para frotar su sexo sobre el de InuYasha.
—Kagome —murmuró el nombre sobre los labios de ella, para luego sisear al sentir la forma del sexo de su acompañante, invitándolo a entrar—. Mierda —dijo, muy despacio.
—¿Qué pasa? —preguntó casi sin aliento. Sentía la pesadez de la sangre cuando corre densa por las venas.
InuYasha la besó nuevamente, quitándole el aliento. Ondeó la cadera hacia ella con un movimiento lento e intenso. Cuando finalmente la dejó pensar, le hizo una pregunta.
—¿Tienes un preservativo?
Kagome se tardó un segundo en reaccionar a aquello, haciendo un repaso sobre lo que llevaba en su bolso. Luego de eso se echó a reír.
.
Continuará.
.
N/A
Aquí les dejo un nuevo capítulo que espero les haya gustado. Me encantaría que me comentaran sus impresiones y sensaciones.
Un beso y gracias por acompañarme.
Anyara
