Capítulo XVIII

Décimo octava sesión

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No, no es fácil mantener las sensaciones del sexo en sólo sexo. Por más que Kagome lo ansiaba, cada movimiento de InuYasha dentro de ella le recordaba lo mucho que le gustaba, lo bien que se sentía y lo diferente que resultaba; y esa última apreciación la llevaba inevitablemente a la pregunta de: ¿Por qué?

La respuesta no era difícil de responder, no así de aceptar.

Se encontraba de medio lado en la cama, mientras él la sostenía por la cadera y el vientre. Escuchaba sus propios gemidos saliendo de ella y entremezclándose con los de InuYasha que ahora mismo la penetraba con ímpetu y sin descanso. Kagome sabía que estaba a puertas de un segundo orgasmo, en tanto el de su acompañante seguía en espera. No estaba segura de sí era por el ritmo que imponía a sus embestidas o porque simplemente ella no lo estimulaba lo suficiente.

—¿Estás bien? —preguntó, temblorosa, ante ese pensamiento que no abandonaba su mente.

Y si finalmente es la última vez — se preguntaba, dando por hecho que quizás ella ya no lo satisfacía.

—Sí… es sólo que… —se detuvo y se acercó al hombro de ella, dejando unos cuantos besos entrecortados en su brazo y espalda.

—¿Qué pasa? —la voz de Kagome sonaba agotada.

—No lo sé… dame un momento —salió de ella y Kagome no pudo evitar sentir un vacío mucho más que físico.

InuYasha se echó a un lado de la cama, respirando agitado, con una erección prominente y el preservativo aún puesto. No era la primera vez que Kagome se encontraba en una situación extraña en medio de un encuentro: había estado con parejas que acababan demasiado pronto, otras que no sabían llevar un ritmo que la complaciese, además de las que creían que con meter los dedos en cuánto agujero quedaba por llenar, bastaba. Sin embargo, y a pesar de que también tenía experiencia en situaciones como la de ahora, nunca se había sentido tan triste como en este momento.

¿He hecho algo mal? —quiso preguntar, no obstante se mantuvo en silencio.

InuYasha permanecía con el antebrazo sobre los ojos y Kagome no sabía si era para cubrirse de la escasa luz o para escapar de ella. Por un momento experimentó un fuerte deseo de huir.

—Creo que debo irme —musitó, sentándose en la cama con la clara intención de ponerse en pie. Sintió como él la sostenía por el antebrazo.

—Espera —le pidió.

Kagome se quedó quieta y en silencio, esperando por algo que no comprendía del todo. InuYasha mantuvo el total mutismo un poco más y ella llegó a pensar que no diría nada, que no había más. Intentó volver a ponerse de pie y la sujeción en su brazo no cedió. Entonces lo miró y él lo hizo también, se había descubierto los ojos.

—Espera —le volvió a pedir, esta vez con toda aquella emotividad que a ella la desintegraba por dentro.

InuYasha se sentía totalmente descompuesto, no podía decir que no disfrutaba de Kagome, incluso su problema estaba justamente en eso y en que quería más y no podía pedirlo porque sabía con certeza que ella saldría huyendo, del mismo modo que estaba a punto de hacerlo ahora. Se había mantenido un momento en silencio, maldiciendo su corazón rebelde, que no obedecía a los mandatos de su cabeza y a su deseo de hacer de esto un momento de disfrute físico y nada más.

Se incorporó y se sentó arrodillado sobre la cama en dirección a ella y se quitó el preservativo de una erección que comenzaba a remitir su rigidez. Kagome lo miró un segundo antes de responder al gesto, quedando arrodillada frente a él. InuYasha aceptó que si no podía contarle con palabras lo que estaba sintiendo, se lo contaría con caricias. Así que extendió la mano hasta la pared y al pulsar un interruptor la luz en la habitación cambió, saliendo una cálida iluminación desde la parte baja de un cuadro que había sobre el cabecero. Kagome fue consciente de la forma en que el pelo plateado de InuYasha se volvía ligeramente anaranjado, además del fulgor que aquella luz le daba a sus ojos.

Se acercó a ella y le besó un pómulo, con un toque suave y dilatado que la hizo contener el aliento y que luego pasó a la otra mejilla, para dejar en ella una caricia lenta y similar. A continuación sintió el toque de la mano de InuYasha, acunando uno de sus pechos, sin llegar a tocar el pezón. Su mano estaba caliente y ese calor le traspasaba la piel que acariciaba con el pulgar, era tal la delicadeza con que realizaba el toque que ella sólo podía asemejarlo con la adoración. Los besos habían pasado de la mejilla a la mandíbula y Kagome se sintió en la necesidad de alzar la cabeza para exponer el cuello que él comenzó a recorrer con besos sutiles que le erizaban la piel, además de dedicar a ellos un increíble sosiego. Por un instante ella se preguntó ¿Cómo podía InuYasha estar tan sereno?

Ante esa pregunta pudo notar que él estaba respirando de un modo particular; lo hacía profundamente, para luego liberar el aire con calma y ese mismo suspiro largo, cálido y contenido era el que le acariciaba y erizaba la piel.

—¿Qué haces? —la voz de Kagome era apenas un susurro.

—Besarte —murmuró en su seno, en medio de ambos pechos.

Kagome contuvo el aliento al sentir los dedos de él acariciando su sexo, más bien la piel que había antes de su humedad, la estimulaba sin llegar a tocar las zonas más sensibles, ninguna de ellas, y aun así la excitación iba en aumento y se arremolinaba en su vientre. Entonces fue que decidió que sus propias caricias serían iguales para con él y dada la posición de InuYasha ahora mismo Kagome prácticamente se doblegó hacia él, creando de esa manera una figura entre los dos cuerpos que hablaba de un abrazo, de cercanía, de intimidad. En ese momento él alzó la cabeza y se encontró con los ojos de ella y miró sus labios con anhelo, volviendo a los ojos castaños para a continuación acariciar la mejilla de Kagome con la propia.

Ella intentó seguir la forma en que InuYasha estaba respirando para apaciguar el alocado latir de su corazón. Llevó una mano hasta el sexo de él cuya erección se había aplacado y lo acarició con el dorso de los dedos, de la base a la punta. Notó como InuYasha se llenaba de aire con un poco más de premura, respondiendo a la forma en que su sexo se iba llenado de sangre, endureciéndose bajo los roces que Kagome le daba.

Lo que fue sucediendo a continuación era algo muy cercano a apartar el miedo, mantenerlo a raya, y comprobar lo que podía hacer el amor cuando se le permite ser.

Se mantuvieron durante un largo tiempo sólo acariciándose: con los besos, con los dedos, con las manos completas; con la piel. Hubo una especie de reconocimiento en ambos, uno en el otro, y éste se fue gestando en medio del silencio y los suaves gemidos que lo iban matizando.

Kagome sintió que era el momento, que necesitaba tenerlo dentro nuevamente, y se acomodó a horcajadas sobre los muslos firmes de InuYasha, acariciando y albergando la erección con su humedad, sin llegar al punto de la penetración. Podía notar el calor del sexo con la forma y los pliegues del suyo que se había abierto, abrazándolo y abrasándolo. Sintió entre los labios de su sexo su extensión, su grosor, su implacable dureza.

La cálida luz que InuYasha había encendido un rato antes los iluminaba y los representaba, parecían dos llamas danzando y entremezclándose con movimientos lentos e intensos.

Oh, Kagome —finalmente lo escuchó musitar su nombre en un estado que iba más allá de la excitación pura y fulminante de otros encuentros. Esta vez parecía brotar desde otro punto de InuYasha, desde una emoción que era mucho más amplia que sólo el sexo.

—La protección —le pidió él. Kagome tenía la caja de preservativos de su lado.

—No —negó ella, con suavidad, besándole en el proceso la mandíbula y el cuello, mientras enredaba los dedos en el pelo platinado, se sostenía con sus brazos y luego de los hombros de InuYasha para darse apoyo y continuar con la caricia de sus sexos—… quiero hacerlo así.

Había algo en el modo en que estaba sucediendo todo que a Kagome le pedía no interponer nada.

Él se sintió confuso por un instante, pensó en que ella quería que entrara sin usar el preservativo, sin embargo de inmediato comprendió que no, se lo indicó el ritmo constante de su cadera y el modo en que conseguía que se frotaran íntimamente. Kagome quería que acabara de este modo e InuYasha sentía que era perfecto: ella, él, sus cuerpos acariciándose, sus sensaciones creando una composición y sus sexos que se tocaban piel sobre piel.

InuYasha la ayudó, abrazándola por la espalda y la cadera. Sus respiraciones se fueron acelerando y armonizando en la misma premura. Kagome podía sentir la forma en que él alzaba la cadera, creando con ello un movimiento que la tocaba en las partes precisas para hacerla desear más y más, cada vez. Lo escuchó murmurar alegorías con su nombre entre ellas y a cada una le quiso dar una respuesta que sólo podía emitir en base a suspiros. En este momento sentía que todo lo que era se expandía, podía notar la forma en que su piel se sensibilizaba ante el aire que los rodeaba, su mente divagaba sin una idea concreta y sus emociones purgaban por dejar un espacio para sentirlo a él, dentro de ella, de todas las formas. Fue consciente del momento en que InuYasha comenzaba a tensarse más y más, y lo abrazó.

Sí, así, dámelo —lo instó, quería que él se liberara entre sus brazos, ansiaba ese temblor final en que la voz se le oscurecía y hasta sus suspiros le erizaban la piel. Por fin sentía que estaban nuevamente sintonizados.

InuYasha la escuchó decir aquello y algo dentro de él se rompió, quizás fue uno de los tantos sellos que había puesto con el tiempo. Alzó una mano para sostener la cabeza de Kagome, enredando los dedos en las hebras suaves de su pelo y se movió con premura, con ansia, con los sentidos confusos entre sí y el placer acumulado como una energía volcánica burbujeando en su vientre.

Dámelo —la escuchó insistir en medio de los resuellos de la respiración y los besos que le dejaba en la sien. InuYasha contuvo el aliento, para luego comenzar a temblar y a soltar el aire de forma entrecortada, aferrándose a Kagome, a la vez que su sexo esparcía su semilla sobre el vientre de ella y entre ambos.

Le tomó un largo momento el comenzar a pensar, sin embargo, el primer pensamiento coherente que consiguió venía a traducir lo que le inflamaba el pecho.

Te quiero —dos palabras que atrapó en su garganta, porque no eran oportunas y lo devolvían al miedo intrínseco que tenía al rechazo.

—Te compensaré —fue lo que dijo en reemplazo. Eso sabía hacerlo, llevaba mucho tiempo siendo el amante perfecto, aunque sólo fuese para un encuentro.

Kagome buscó su mirada y le sonrió con una especie de anhelada cercanía que a InuYasha le calentó aún más el pecho.

—Digamos que yo acabo de compensarte a ti por lo anterior —dicho aquello se miró el vientre y el semen que se les había pegado a los dos en la piel.

InuYasha quería decir algo, buscaba las palabras con ahínco en su cabeza, sin embargo era incapaz de reaccionar al momento. Se sentía descolocado, totalmente fuera de su zona de comodidad, y aun así estaba ebrio de placer.

La imagen que ambos apreciaban era el resultado de una total intimidad, aunque ninguno de los dos fuese capaz de expresarlo a viva voz. InuYasha podía ver el brillo de la humedad de Kagome sobre su sexo y la película blanquecina de su simiente, matizado por la luz cálida de aquel neón que los acompañaba, además del calor que emanaba de ese punto de unión en la superficie.

—InuYasha —lo nombró, quizás como un modo de llamar su atención. Él, simplemente la miró— ¿Me prestas tu ducha?

—Claro —asintió, moviendo la cabeza con cortos y rápidos asentimientos.

Ambos suspiraron cuando sus cuerpos se separaron. El calor que consiguieron, uno en brazos del otro, era algo que inevitablemente extrañaban. Kagome se sentó en el borde de la cama y pensó en cubrirse el cuerpo, como habitualmente hacia después del sexo. Sin embargo, en este momento deseaba ser un poco más valiente.

—¿Compartimos la ducha? —preguntó él. Kagome lo miró un largo momento, sopesando sus temores y muchas de las barreras que debía bajar para ello. Asintió, él le estaba dando la oportunidad de encontrar algo más de fortaleza.

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InuYasha y Kagome descubrieron en la ducha un nuevo espacio para las caricias, y quizás una nueva forma de reconocerse, ocupando en ello más tiempo del necesario para asearse. La noche había comenzado hacía unas cuantas horas y la actividad física, junto con el grato momento que estaban pasando, dio paso a que InuYasha se pusiese a la labor de preparar algo para cenar

—Tengo algunas cosas que nos podrían servir —dijo, inclinado y con la puerta abierta del frigorífico—. Toma.

Kagome, que estaba junto a él, recibió una caja con huevos y un recipiente tapado que contenía lo que a ella le pareció caldo. También sacó unas pocas setas y una cebolleta.

—¿Ramen? —preguntó, bromeando debido a la especialidad del sitio en que InuYasha trabajaba.

—Con lo que tengo por casa sólo puedo darte algo parecido —aceptó, tomando un mandil de cocina de un colgador que tenía en un lateral de la cocina.

—Pues ya tienes más que yo en mi cocina —aceptó ella.

Ya sabemos quién cocinará en esta relación —pensó InuYasha y se limitó a sonreír con un gesto algo más adusto de lo que Kagome habría esperado. No era conveniente para él ceder a esas ideas.

Ambos escucharon el sonido de un móvil e InuYasha lo reconoció como el suyo. Por un momento pensó en no responder, quién fuese ya dejaría el mensaje.

—Contesta, puede ser bambi —soltó Kagome, con cierto sarcasmo, mientras tomaba el cuchillo que InuYasha tenía en la mano para seguir ella con la tarea de cortar la cebolleta.

—¿Bambi? —le preguntó, con la sonrisa jugando en los labios.

—¿Crees que no vi que te dio su número? —y era cierto, se lo entregó apuntado en la nota de venta de lo que se habían servido.

El móvil dejó de sonar e InuYasha se posicionó a su espalda y la rodeó por la cintura. Al principio lo hizo con cierta reserva, a la espera de la reacción de ella, y luego con total seguridad al notar la aceptación de Kagome, que además inclinó un poco la cabeza para dejar expuesto su cuello a un beso. La sintió respirar hondo en el momento en que puso sus labios sobre la piel del hombro, deslizando levemente la camiseta que él le había dejado y que le cubría lo justo para no ser indecente.

—Según tu observación, yo sería quien debería llamar —acarició con suavidad su pecho sobre la espalda de ella.

Kagome sabía que él tenía razón, del mismo modo que sabía que su incitación había aparecido directamente de la mano de los celos.

—¿Lo harás? —preguntó, aceptando la caricia de InuYasha, con un movimiento de su cadera, buscando disimular la inquietud en su voz.

—¿Quieres que lo haga? —susurró sobre el oído de ella, notando el estremecimiento que eso producía en Kagome.

—No respondas con una pregunta —instó, intentando centrarse en cortar la cebolleta.

—Tienes razón —aceptó y la liberó del abrazo, encaminándose a buscar el móvil que estaba sobre la mesilla de noche.

Kagome lo miró, mientras caminaba los pocos pasos de distancia e InuYasha se giró nada más tomar el teléfono, inclinó la cabeza hacia adelante unos pocos centímetros y entrecerró los ojos con ese gesto que ella había aprendido a reconocer en él: quería algo.

—¿Quieres ser mi chica de los martes? —preguntó, y por alguna razón aquello había sonado casi como una proposición de matrimonio.

—Además ¿De los jueves? —quiso sonar divertida y ocultar el nerviosismo que ahora mismo estaba sintiendo.

—Y los domingos… —InuYasha sabía que se estaba arriesgando, no obstante, no fue capaz de detenerse.

El móvil volvió a sonar, esta vez en su mano e InuYasha le mantuvo la mirada un instante antes de dirigirla al teléfono, pensando en que quizás la llamada pudiese esperar. Kagome sintió el corazón latir muy fuerte ante la idea de probar algo con InuYasha.

—Tengo que responder —dijo él, sin más, dando a la llamada la categoría de algo inaplazable, y contestó.

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Continuará

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N/A

Bueno, un nuevo capítulo que espero hayan disfrutado.

Creo que InuYasha ya está perdido en esto xD

Gracias por leer y acompañarme

Besos

Anyara