Capítulo XXI

Vigésimo primera sesión

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Aún quedaba algo de tiempo antes que amaneciera y Kagome acababa de preparar café, en tanto escuchaba el agua de la ducha en su baño. Cuando InuYasha entró en aquella habitación se sintió tentada a seguirlo, sin embargo se había resistido todo lo posible. Prácticamente tenía que comenzar a contar con los dedos de las manos la cantidad de veces que habían terminado enredados uno en el cuerpo del otro durante las últimas horas. Probablemente no habían probado todas las posturas existentes para el sexo, aunque estaba segura de que habían usado una buena parte de ellas. Ahora mismo se sentía satisfecha y tranquila, a pesar del cansancio que cargaría durante el día.

Cuando terminó con el café, se encaminó hasta el futón y pensó en esperar a que InuYasha saliera del baño y compartir una conversación trivial sobre el día que los esperaba a ambos, sin dar demasiados detalles. No obstante, sus planes cambiaron cuando vio que la puerta estaba entreabierta y por un momento se preguntó si aquello no sería una invitación velada. Caminó hasta ella y la empujó un poco para poder mirar el interior. InuYasha acababa de salir de la ducha, estaba completamente desnudo, llevando como única vestimenta el collar que ella le había regalado. Su pelo y su cuerpo estaban mojados y él comenzaba a secar con una toalla una de sus piernas, la que había alzado sustentando un pie en el asiento de madera que mantenía Kagome en el lugar. Ella no pudo evitar sentir que le faltaba el aire, su cuerpo había comenzado a reaccionar de inmediato ante la imagen que él le estaba regalando sin saberlo y a las extensas horas de sexo que llevaban, entonces se preguntó qué pasaba con aquella satisfacción que acababa de sentir. Comprendió que la había roto InuYasha con sólo una visión.

Era hermoso, se lo había parecido desde el primer momento, sintiéndose atraída justamente por esa belleza que en un inicio impactaba en presencia. Tenía un rostro y unas manos perfectamente perfiladas, de ese modo maestro en que tallaban los artistas sus más grandes obras, a posterior ella comprobó que esa misma belleza se extendía al resto del cuerpo.

En el momento en que vio que él comenzaba a secar desde el pie, por la pantorrilla, se decidió a hablar.

—No te seques —le dijo, antes que llegara a pasar la toalla por la rodilla.

InuYasha la miró, sorprendido. Había estado tan ensimismado en sus pensamientos, repasando los momentos que llevaban compartidos Kagome y él durante las últimas horas, que no fue consciente de que ella se encontraba en la puerta. Se quedó estupefacto, viéndola ahí de pie con una camiseta que le quedaba como un vestido extremadamente corto y que remarcaba perfectamente su pecho libre de sujeción y la curva de la cadera. Intentó recomponerse y expresar algo que aligerara la densidad con que comenzaba a correr su sangre.

—No puedo vestirme estando mojado —le sonrió, como una forma de acentuar una tranquilidad fingida. Sintió la forma en que la sangre comenzaba a buscar su sexo ¿Cómo era posible sentirse así una vez más?

—No, es cierto, no puedes —Kagome se acercó sin prisa hasta él. InuYasha hizo el intento de bajar el pie del taburete, sin embargo ella no se lo permitió y lo detuvo poniendo su mano sobre el lateral del muslo.

Debía reconocer que aún después de todos los encuentros y de la forma en que ya se conocían, Kagome seguía sintiéndose impresionada por los detalles que componían a InuYasha. Había un elemento claramente físico, sin embargo la mirada que ahora mismo le regalaba; mezcla de seducción y afecto era algo que le aceleraba el corazón tanto como una caricia íntima. Decidió que aún quedaba tiempo para un poco más de pasión, si él la acompañaba.

InuYasha sintió el roce de la boca de Kagome sobre la piel de su brazo. Aquello no era un beso, era un toque destinado a recoger el agua que había en la piel. Se quedó muy quieto por un momento, sintiendo el toque de los labios que ascendían por su piel. No dejó de mirarla en ningún momento, en tanto ella repetía el gesto en otra parte del brazo, mucho más cerca del pecho para pasar luego a éste, mientras la mano le recorría el muslo en dirección a su cadera. La comprensión en su mente de aquellos estímulos juntos puso en alerta su cuerpo. En ese momento sintió el paulatino y firme endurecimiento de su sexo. Cerró los ojos cuando Kagome pasó los labios sobre su pezón y soltó un suspiro cuando la lengua creo un pequeño círculo entorno a éste. Volvió a mirarla, mientras ella repetía el gesto con la lengua y sintió una de las manos tocar su estómago y recorrerle el vientre hasta tocar su erección, cerrando uno a uno los dedos hasta empuñarlo. En ese momento se le tensó la espalda por un escalofrío y la energía de su cuerpo se manifestó tomándola a ella por la cintura, sin mucho miramiento, para alzarla y sentarla sobre el mueble auxiliar que tenía a un lateral.

Kagome soltó el aire de un resoplido ante el movimiento fuerte y exacto que llevó a cabo InuYasha. Le sorprendió la capacidad de la maniobra y cuanto conocía las proporciones de su cuerpo para hacerlo; aquello subió los niveles de su excitación unos cuántos grados. No se resistió al beso que él le puso en los labios, ni a su exigencia, y menos a la forma del cuerpo de su acompañante que se hacía un espacio entre sus piernas. Suspiró en medio del beso en el momento en que sintió como el pelo mojado de él le humedecía la camiseta a la altura de un pecho, consiguiendo que su pezón se contrajese y su ardor subiese un tanto más.

—La protección está en la habitación —Kagome prácticamente jadeó las palabras, en medio de un beso que no quería liberar.

—Aún no —suspiró InuYasha sobre los labios de ella, antes de darle un largo beso que la dejó sin aliento.

Antes, incluso, de reponerse al beso y a todo lo anterior, lo vio agacharse delante de ella y Kagome creyó que desfallecería de placer al sentir la lengua caliente entre los pliegues de su sexo. Por un instante en su mente apareció una pregunta: ¿Por qué esta sensación de estar con él no dejaba de parecerle increíble?

Era difícil dilucidar una respuesta, así que Kagome decidió que ahora mismo no le importaba y enredó los dedos en el blanquecino pelo mojado, en tanto miraba el espectáculo de la escena que ambos estaban representando, a través del espejo que había en la pared contraria. La imagen le resultaba vergonzosa y excitante a partes iguales. Su rostro estaba enrojecido y su boca hinchada. Se le transparentaba la camiseta en la zona del pecho debido al contacto reciente con el pelo mojado de InuYasha y él la sostenía con ambas manos por la cadera, mientras la lengua hurgaba en su sexo. Podía ver cómo a su acompañante se le tensaban los músculos de la espalda cuando intentaba aprisionarla más, en tanto ella le sostenía la cabeza con una mano para que no dejara la caricia que llevaba a cabo con la boca. Cerró los ojos y exclamó de placer, sin reservarse nada.

Era difícil para InuYasha explicar qué parte de todo le complacía más: escuchar las expresiones de placer de Kagome, que hacían que su sexo se endureciese o sentirla tan entregada que no le importaba mostrar lo que experimentaba. De alguna forma, ambas cosas se entrelazaban acentuando en él un instinto primitivo de posesión. Aferró las manos, aún más a la cadera de ella, hundiendo los dedos sobre la piel. A Kagome ya no le bastó con sostenerse de su cabeza, lo hizo también del hombro y curvó el cuerpo hacia él. InuYasha sentía que nada era suficiente, así que lamió, besó y hundió la lengua en el cálido interior de esta mujer a la que quería probar tantas veces como ella se lo permitiese. Resopló sobre el sexo de Kagome y la escuchó gemir de angustia, desesperación y deseo.

InuYasha —la súplica usaba su nombre y se incorporó para besarla con la boca húmeda de ella y su sabor.

La abrazó de tal forma que sus sexos se tocaron y ambos temblaron de ansia, conteniéndose uno al otro en ese abrazo. InuYasha siseo sobre la boca de Kagome y tembló a la vez, notando el calor y la humedad de ella en la base de su erección. Se frotó de forma ligera en contacto con esa zona, descendiendo su sexo de tal forma que la punta de éste se encontró con la entrada que anhelaba. Se detuvo y contuvo el aliento, usando toda su voluntad para no irrumpir en aquellos pliegues que lo esperaban y que hacían aquello evidente ante el gesto que llevaba a cabo Kagome con la cadera en busca de la unión, para luego detenerse y dominarse al igual que él.

—Te quiero dentro —confesó ella, con el deseo marcado en cada palabra.

—Y yo quiero estarlo —declaró él, empujándose con levedad hacia ella, humedeciendo la punta de su sexo en el interior.

Ambos soltaron el aire con fuerza, intentando liberar en algo la intensidad que aquel mínimo gesto estaba generando.

Sintió como Kagome le abrazaba la cintura con las piernas y buscaba el roce entre ambos y deseo hundirse en ella en ese mismo lugar; entrar y salir hasta colapsar y que su piel sintiese la humedad y el calor, sin la barrera de un preservativo que por muy fino que fuese seguía siendo un obstáculo. InuYasha fue consciente, en un resquicio de su mente, de todas las implicancias de dar el paso del sexo sin protección y a punto estuvo de saltárselas todas. Bufó molesto, porque la consciencia en ocasiones era irritante.

—Está en la habitación —dijo ella, justo antes de succionar sobre su cuello y obligarlo a usar toda su concentración para comprender que se refería a la protección. Por un momento pensó en ir por aquello y volver para cumplir su deseo de hacerlo sobre este mismo mueble; sin embargo optó por alzar a Kagome y salir con ella del baño, aunque no contaba con que el gesto haría la caricia de sus sexos aún más intensa.

—Esto es tortuoso —InuYasha suspiró las palabras sobre el pecho de Kagome, cuando la dejó en el futón. A continuación la miró y se encontró con unos ojos castaños cristalizados por el deseo, adormecidos, a pesar del apabullante despertar de su instinto que era visible en la humedad de su sexo, en lo agitada de la respiración y la tensión de los pezones. InuYasha se inclinó, sin dejar de mirarla y tomó uno entre los dientes, ejerciendo la presión justa para conseguir un estertor agónico por parte de ella. Notó la forma en que elevaba la cadera en busca de un roce o una caricia que aliviara el ansia, ante eso InuYasha succionó el pezón con insistencia, cerrando los ojos y deleitándose con las suplicas de Kagome.

Cuando estuvieron juntos aquella primera vez él se llenó de temores, y las siguientes veces también, a pesar de lo evidente del disfrute de ambos. Sin embargo, hoy todo le parecía diferente, extrañamente distinto, había una barrera más que estaba cayendo y aunque InuYasha no sabía qué escondía, ni cuántas quedaban para que Kagome se liberara del todo, pensó que si conseguía esa liberación en ella quizás sus propias dudas también desaparecerían.

InuYasha —la voz femenina volvió a exigir, a través de nombrarlo, y esta vez llevó la mano por entre ambos cuerpos para tocarse a sí misma y demostrarle el ansia que experimentaba. Él sintió un escalofrío recorrerle la espalda ante la sugerencia que todo aquello albergaba: voz, gesto y necesidad.

Hacía mucho que Kagome no se sentía así de sobrepasada. Estaba tan invadida por las emociones que le provocaba InuYasha con su cercanía y su forma de tocar en ella una sensibilidad que llevaba años resguardando del dolor, que prefería infinitamente tenerlo dentro de su sexo, poseyéndola como un demente, antes que paseando por sus sentimientos.

—Por favor —Kagome volvió a suplicar, simulando con su expresión un carácter totalmente físico.

InuYasha se arrodilló entre las piernas que lo reclamaban, abriéndose para él, y tomó uno de los preservativos que se encontraban un lateral junto al futón y la lamparilla que había en el suelo. No podía negar que ver aquello ahí, como quién tiene un dispensador de pañuelos de papel, lo hizo volver a pensar en que tan exclusiva estaba siendo para Kagome esta especie de relación.

Decidió ocuparse de sus preguntas más tarde.

Comenzó a abrir el sobre que contenía el condón y ella se lo quitó de las manos para ser quien lo pusiera. Él mostró su ansiedad empujando la cadera hacia adelante. Kagome se alegró de volver a sentirse, por un momento, en un terreno que le era conocido y seguro. Posicionó el círculo de látex sobre la punta del sexo rígido y éste dio una ligera sacudida en respuesta. Escuchó a InuYasha respirar de forma profunda, como si buscara encontrar calma en aquello, en tanto ella comenzaba a desenrollar el preservativo por los laterales con dos dedos, los índices de ambas manos, lo que creaba una presión singular. A continuación se ayudó de los pulgares, los que presionaron por los costados del canal que se marcaba por la presión en la parte baja del sexo. Lo escuchó liberar el aire casi temblando y entonces lo miró a los ojos, encontrándose con la emotividad que contenía aquella mirada dorada y que se le metía a ella en el pecho como un tifón que lo revuelve todo. Llegó a la base del pene que se mantenía en el estado óptimo para abrirse paso por su interior y que ahora palpitaba codicioso. Acarició los muslos de su acompañante a manos llenas, sintiendo la fuerza de los músculos tensionados y recorriendo con los pulgares la piel suave de la cara interior, deseó esa misma fuerza fuese empleada en las embestidas que le daría y cerró los ojos ante su propia creación visual, InuYasha tomó aquello como un camino para continuar.

La vio cerrar los ojos en una actitud completamente entregada y llevó su mano hasta la nuca, enredando los dedos en el pelo oscuro para sostenerla y besarla sin cautela, apropiándose del espacio entre ambos y del deseo que había expuesto, y exponía Kagome, entre suplicas y suspiros. Cuando la tuvo del todo sobre el futón, comenzó a hacer movimientos con su cadera para que sus sexos se rozaran. La sintió escapar del beso en un acto de ansiedad y pudo ver como alzaba la cabeza y exponía el cuello para su deleite, enterrándole las uñas en la cadera. Le besó la clavícula y luego bajó para morderle un pezón por encima de aquella camiseta que aún seguía cubriendo su piel. Por un momento sintió que podía quedarse en ese instante y en esa única caricia durante días.

InuYasha —volvió a escuchar la súplica de Kagome, aliada a su nombre y la sola sensación de ser él quien la tenía al borde de la total desesperación, lo hizo temblar y sin siquiera reponerse de ello guio con una mano su sexo firme y se abrió paso por entre la humedad que lo esperaba. Se enfocó en Kagome, mientras se hundía en ella, sin llegar a apartar la mirada aunque sus ojos amenazaban con cerrarse por la intensidad de las sensaciones.

Kagome se quedó rendida a los ojos que la miraban con anhelo. La expresión de InuYasha al entrar en ella echó abajo otra capa más en su ya perjudicado aislamiento de las emociones y entonces se descubrió deseando hacerlo feliz. Soltó el aire y cerró los ojos, disfrutando de la sensación de aprisionarlo entre las paredes de su interior. Esto no estaba bien, ella lo sabía, sin embargo no tenía voluntad para frenarlo más y se abrazó a él.

La conmoción avanzó en medio de un desenfreno de besos, caricias, sujeciones y resoplidos que conectaban a uno con el otro. La única prenda que ella vestía fue a dar a un rincón en el suelo, prácticamente arrancada por InuYasha. En algún momento Kagome estaba sobre él, al siguiente era InuYasha quién estaba sobre ella, haciendo del espacio en el futón un lugar insuficiente para albergar el deseo de uno por el otro. Las miradas se prendaban entre sí y volvían los besos y las sujeciones.

InuYasha sostenía a Kagome que estaba inclinada hacia el futón, la rodeaba por el pecho y le susurraba con palabras entrecortadas y febriles, lo mucho que le gustaba sentir su interior. Ella, en tanto, alzaba la cadera para sentirlo mejor. Él se levantó para embestirla con más ímpetu, aferró la cadera con ambas manos y comenzó a atraerla a la vez que se empujaba hacia ella. La forma en que Kagome lo recibía en medio de su sexo excesivamente mojado lo obnubiló y deseó más y más intensidad. Ella comenzó a quejarse de un modo diferente, con gemidos que se habían vuelto más profundos, oscureciendo el tono de su voz. InuYasha comenzó a dar golpes cada vez más fuertes mientras le recorría la columna con una mano abierta, desde el coxis hasta la nuca, lugar en que la caricia recorrió el cuello, el hombro y el pecho, para pasar a convertirse en un abrazo.

—Me encantas… —le murmuró al oído, presionando su pelvis en la entrada que acababa de colmar. Kagome se estremeció y buscó la cabeza de InuYasha con la mano, girando la propia.

—Bésame… —le pidió en un suspiro que apenas le permitía emitir la voz e InuYasha respondió a la petición sin importar lo agitada de su respiración, ni el tiempo que podía mantener ese beso.

Gimió sobre la boca de ella, la lamió, la humedeció con su saliva y sostuvo el labio entre los dientes, mientras temblaba de pura avidez. Sintió como aquella petición exigente de Kagome se había convertido en un detonante para que su libido subiera de golpe, acentuándose en su vientre para anunciarle el orgasmo que se acercaba.

—Ya no puedo… —InuYasha resopló sobre la boca de ella que tomó aire con errática fuerza ante aquella declaración que le erizaba la piel por completo, cada una de las veces que la había usado.

—Dámelo… —Kagome clamó una invitación, aún con sus labios tocándose. Luego lo soltó y se inclinó aún más, dándole a él un ángulo que lo presionaba exquisitamente. InuYasha pegó el pecho a la espalda de ella y puso ambas manos sobre las de Kagome que se apoyaban en el futón. Los dedos se enlazaron y oprimieron cuando él sintió el orgasmo emerger desde su vientre, pasando por su sexo y estallando en la punta de éste. Notó la forma en que ella se comenzó a sacudir bajo su cuerpo, aprisionándolo con su intimidad que se volvió mucho más estrecha debido a su propio clímax. En ese momento InuYasha se abandonó a las sensaciones, conservando un único pensamiento al experimentar este placer al unísono:

Quiero más.

Ambos cayeron derrotados, exhaustos, y abrazados

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Continuará.

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N/A

Vaya capítulo!

Me ha hecho sudar lo no dicho y eso que estamos en invierno.

Reto cumplido, amiga: tú pones el dibujo que yo pongo el lemon.

Me gustaría decir muchas cosas de lo que pienso de estos dos, sin embargo me las reservo para que sean ustedes quienes me cuenten lo que piensan.

Muchas gracias por leer y acompañarme.

Besos

Anyara

P.D.: Gracias Len por tu maravilloso arte.