Capítulo XXII
Vigésimo segunda sesión
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"¿Qué posibilidad existe de salir indemne de una historia de amor?"
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—¿Tienes un gato? —InuYasha hizo la pregunta mientras se ponía la camisa a toda prisa, ya llegaba tarde al turno de noche en el sitio de comidas en que trabajaba.
Era sábado por la tarde y llevaban varios días de la semana viéndose a ratos cortos en los que se sonreían, se daban dos besos y se quitaban la ropa, lo último no siempre sucedía.
—No —la respuesta fue concisa. InuYasha volvió a mirar el platillo que había en el suelo junto a la ventana.
—Pero tienes comida para gato —aclaró. Kagome lo miró desde la cocina, mientras se bebía parte de la única taza de café que había preparado y que estaban compartiendo.
—Sí.
—Y no tienes gato —InuYasha dijo aquello alzando una ceja en un claro de gesto de curiosidad.
Ella continuó mirándolo, le sonrió de ese modo en que apenas cambiaba la expresión y que a él le resultaba sensual y enigmático.
—Hay un gato que viene y va, no lo tengo, no es mío, se pertenece a sí mismo.
InuYasha estuvo a punto de respirar profundo y suspirar de emoción. La respuesta le pareció sutil y hermosamente elaborada; muy filosófica.
—No habrás estado ojeando mis libros de filosofía —quiso bromear, siempre era mejor que confesar que se sentía encantado con Kagome y su concepción de las cosas.
—¿Cuándo? No me dejas ni un minuto libre cuando estoy en tu apartamento —devolvió la broma, sonriendo con los labios puestos en el borde de la taza de café.
—Cuando quieras te dejo las llaves y te pasas —ofreció.
En ese momento se hizo un leve silencio que habló de lo comprometido de la oferta. Kagome fue la primera en reaccionar, aunque no lo mejoró.
—No, porque podría encontrarme con alguna de tus chicas de los demás días.
InuYasha simplemente sonrió, no iba a reconocer que aquello era improbable desde que se estaban viendo.
—Es una excelente razón.
Kagome disimuló su incomodidad, bebiendo un poco más de café.
—¿No llegabas tarde? —ella buscó ordenar las ideas que habían quedado flotando entre ambos.
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El trabajo esta noche había resultado exigente y el público abundante, con el recinto lleno de comensales y atendiendo pedidos que pasaban a retirar. InuYasha no había descansado en ningún momento durante las cuatro horas en la cocina y ahora que estaban cerrando se sentó por un instante delante de una de las mesas para tomar algo y recuperar energía.
—Ha sido una buena noche —mencionó Iku, el ayudante de cocina que lo acompañaba habitualmente.
—Sí, como nunca, se nota que se acercan fechas festivas —aceptó InuYasha.
—¿Te vas? Yo ya voy de salida —en más de una oportunidad caminaban juntos algunas calles y el hombre se desviaba en dirección a su hogar, mientras InuYasha continuaba.
—Sí, voy por mi chaqueta.
Al cabo de un momento habían salido y comenzaban a caminar en calma. La noche enfriaba, el invierno empezaba a acercarse.
—¿Desde cuándo llevas ese kotodama no nenju? —preguntó Iku, con clara curiosidad.
—Unos días, es un regalo —InuYasha acarició una de las cuentas entre el pulgar y el índice.
—Un regalo ¿Eh? —sonrió— ¿De tu amiga del otro día?
InuYasha sonrió en respuesta y se guardó el rosario bajo la camisa. Por alguna razón sintió que aquello era suyo y sólo suyo, no quería compartirlo con nadie más. Quizás fuese superstición, sin embargo tenía la sensación que cuando contabas a demasiadas personas algo de tu vida, esto parecía enturbiarse.
—¿Pudiste solucionar el problema que tenías con la fontanería de la cocina? —cambió de tema. Su compañero de trabajo sonrió un poco más, comprendiendo esa intención.
—Sí, aunque más bien es una reparación precaria. Narumi me lo cobrará si la gotera reaparece —aceptó—. Bueno, creo que aquí nos separamos.
Acababan de llegar a la calle que solía tomar Iku.
—Espero que no reaparezca hasta que consigas a alguien que sepa solucionarlo —InuYasha intentó bromear y darle ánimo a la vez—. Hasta mañana —se despidió.
—Hasta mañana.
Las calles estaban prácticamente vacías y el frío se iba notando en el cuerpo al cabo de un rato. InuYasha miró su móvil por si tenía algún mensaje y no encontró nada; pasaban de las once de la noche. Era sábado, aún no era tarde y podía encontrar a Kagome despierta si la llamaba, sin embargo sentía que era preciso que aplacara en algo su necesidad de ella. Soltó el aire casi en un suspiro y pensó en cómo eran sus sábados por la noche hasta hace unas cuantas semanas atrás, cuando aún no la conocía. Lo cierto es que se iba a una zona de diversión nocturna en la que oteaba el horizonte y observaba si había alguien que llamara lo suficiente su atención como para ser una cita casual. Si no sucedía aquello le dejaba un mensaje a Kaguya y resolvía la noche. En ese momento recordó que ella no había vuelto a dejar mensaje desde su última negativa de hace dos semanas atrás.
Quizás no le vendría mal ir a tomarse algo en un bar para despejar un poco la mente.
Con esa idea continuó caminando y pasó por alto el desvío que lo dirigiría a su apartamento. Las calles poco a poco se fueron poblando, dando paso al ambiente festivo de fin de semana. Podía distinguir parejas y grupos de amigos que reían mientras miraban dentro de los sitios de ocio llenos de luces. Se decidió por un lugar algo menos llamativo, que estaba a pocos metros, y en el que había visto por primera vez a Kaguya. Debía reconocer que de todas las personas con las que había estado de forma casual era con la que mejor se llevaba, a pesar de su carácter irascible; quizás fuese justo por ese aire indómito que se sentía cómodo con ella, finalmente ellos sólo tenían sexo y eso lo simplificaba todo.
Se acercó al mesón del bar y se pidió algo de beber, no tenía intención de emborracharse, así que optó por una cerveza. Como estaba solo siguió lo rutinario y se quedó en la misma barra una vez le sirvieron. Observó el lugar y pudo ver las parejas que había ya formadas y los grupos de amigas y amigos que venían a pasar un buen rato, como aquellos que se acompañaban de amigos hasta que surgiese algo mejor. Conocía los procedimientos, muchas veces él había sido ese algo, sin embargo hoy sólo quería despejarse de las horas de trabajo.
Bebió de su vaso y comenzó a mirar el móvil, comprobando que no tenía ningún mensaje que le interesara. Prácticamente se rio de sí mismo de forma irónica al comprobar que no podía sacarse a Kagome de la cabeza y al parecer ella ni siquiera lo extrañaba un poco. Si tuviese que mencionar algo salido de sus libros de filosofía, Ovidio diría que él estaba en el papel del sediento al que ofrecen pan; o como diría Myoga: déjalo.
—¿Qué bebes? —escuchó una voz a su lado. Al mirar pudo ver que se trataba de una chica bastante joven, si tuviese que calcular su edad probablemente no superaría los veinte años.
—Cerveza —respondió y le sonrió incluso con cierta ternura ante su tentativa de seducción, lo que resultaba inquietante al mirar los dos lazos que llevaba en lo alto de la cabeza— Y ¿Tú?
—Creo que pediré lo mismo —a pesar de lo joven que parecía y que se le notaba un leve temblor en la voz al hablar, la muchacha se desenvolvía.
InuYasha se giró de medio lado hacia ella y decidió que se distraería un poco con los intentos de persuasión de la muchacha que ahora mismo buscaba su mirada con unos cálidos ojos violeta.
—Me llamo Shiori —se animó a decir, cuando vio que había captado su atención.
—Y ¿Estás sola, Shiori? —le estaba coqueteando descaradamente en esta suerte de experimento y pudo ver cómo a la joven se le subía el color a las mejillas.
—No exactamente. Estoy con unas amigas, ahí —indicó una mesa a unos metros de ellos. Las amigas intentaban simular que estaban distraídas con su conversación, sin embargo InuYasha tenía claro que esa misma conversación iba de Shiori y su intento de conquista.
—Ya veo. Parecen animadas —el grupo reía, dando miradas mal disimuladas hacia ellos.
—Sí, son muy alegres —la chica parecía ir sintiéndose algo más calmada— ¿Vienes mucho por aquí?
InuYasha bajo la mirada y aplacó una sonrisa ante la pregunta de manual que le acababa de hacer. Lo podía comprender y la muchacha le producía simpatía, así que decidió seguirle el juego.
—De vez en cuando —respondió, fijando su mirada en la de ella, contando para saber por cuántos segundos se la sostenía. Para su sorpresa Shiori resistió sin huir y aquello de alguna manera le hizo reconsiderar su opinión inicial: joven, sí, y también valiente.
—No te había visto —en ese momento ella se interrumpió y dejó de mirarlo—… Aún no sé tu nombre.
A InuYasha le resultó curioso el tono contrariado de aquella afirmación que distaba mucho de la coquetería, al parecer la muchacha se dio cuenta que había un paso en el manual que no había dado.
—¿Quieres saberlo? —le preguntó, acentuando la seducción. Shiori asintió varias veces y él bebió de su vaso con calma esperando a que la ansiedad en ella creciese un poco más.
—Sí —insistió con la aceptación. Entonces él la miró con intensidad, para que se sintiera particular y única.
—Me llamo InuYasha.
La chica pareció respirar un poco más hondo después de escuchar.
—InuYasha. No había escuchado ese nombre antes —la muchacha continuó la conversación. Él pensó que se le estaba dando bien.
—Y tú ¿Vienes mucho por aquí? —InuYasha siguió con la conversación de manual.
—Esta es la segunda vez —la respuesta de Shiori sonó incluso alegre, como si hubiese conseguido algo importante.
—Entonces es normal que no me hayas visto antes —aclaró, sonriendo con cierta diversión al poner en evidencia a la muchacha. Ésta se puso tensa durante un momento, para finalmente relajar los hombros.
—Claro, lo siento, sólo quería comprobar una teoría —confesó, con honestidad.
—Y ¿Cuál es?
Ella lo miró y evaluó por un instante. A InuYasha aquella reacción le resultó curiosa y a Shiori la hacía parecer más sabía de lo podía sospechar.
—Qué podía interesarle a otro hombre atractivo —la voz le tembló ligeramente.
InuYasha sopesó las palabras de la muchacha y decidió que había una historia detrás de ellas, además de la clara necesidad de la chica por reafirmarse y con lo segundo podía ayudarla.
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Kagome regresaba de correr los pocos kilómetros que había conseguido hacer esta mañana. Ese tipo de ejercicio había sido parte de una de sus formas de liberar energía, algo que había dejado hace varios años. Aquello fue durante ese tiempo en el que salir de casa era algo que evitaba a toda costa y más si tenía que hacerlo sola, así el sol iluminara plenamente el día. Se quitó la camiseta de camino a la ducha y el resto de ropa le acompañó en el suelo del baño. Se miró al espejo desnuda como estaba, mientras destrababa el pelo de la sujeción en que lo había atado, no pudo evitar pensar en que ese cuerpo era el que usaba para comunicarse, que ella lo había convertido en una herramienta para ello porque no conseguía hacerlo de otra forma. Sintió como se le formaba un nudo en la garganta ante sus propias conclusiones y el juicio que estaba haciendo de sí misma. Sacudió la cabeza y prefirió dejar de pensar en aquello.
En ocasiones era mejor abandonar lo que no se era capaz de manejar.
Se metió al agua y su mente comenzó a divagar entre su conclusión anterior y el abdomen de InuYasha. Se preguntó si él haría algún deporte, lo cierto es que su cuerpo estaba muy bien tratado y con la musculatura precisa para ser atractivo. Se reafirmó en la idea de centrarse sólo en lo que le atraía físicamente de él, de ese modo evitaría dar más espacio a las complicaciones emocionales que estaba segura que no podría manejar. Sin ir más lejos, la noche anterior se había quedado viendo una película, habló un poco con su amiga Sango y se durmió, esperando a que InuYasha la llamara o le dejara algún mensaje. Aquello no podía pasarle porque entonces la ansiedad la consumiría y el miedo, además de una total inseguridad sobre sí misma y los pasos que daba.
Se dejó caer el agua casi fría en la cabeza, sabía que no era lo más prudente, sin embargo el dolor físico le ayudaba a volverse más dura.
Al salir de la ducha y volver a la habitación general, pudo ver al gato que la esperaba del otro lado de la ventana del séptimo piso en el que vivía. Al principio entraba en pánico cuando veía al gatito en la saliente, creía que él subía por la escalera externa y que al llegar al piso siete caminaba por la saliente que conectaba las ventanas del apartamento colindante y el suyo, era la única explicación que conseguía. Al cabo de un tiempo se acostumbró a verlo fuera de su ventana, incluso para tomar el sol y llegó a aceptar que la vida del gato sólo le pertenecía al gato, así que ella únicamente podía poner agua y comida para cuando quisiese pasarse, asumiendo él mismo los riesgos. De alguna manera eso le había servido a Kagome como base en sus relaciones casuales: cada uno sabía cuánto quería arriesgarse.
Sonó su móvil que estaba sobre el sillón y cuando lo miró supo que era una llamada de su madre. Caviló sobre responder o no, no obstante sabía que era inútil evadirla por más tiempo, llevaba tres semanas haciéndolo y era más de lo habitual.
—Hola, mamá —respondió, intentando aquella voz neutral con la que comenzaba las conversaciones con su madre.
—Pensé que de nuevo no te encontraría —respondió la mujer al saludo. Kagome tomó aire e intentó seguir manteniendo el tono neutro.
—Hoy sí ¿Qué tal estás? —dirigió la pregunta hacía ella, sabía que de ese modo se encargaba de tener unos minutos de conversación en los podía simplemente escuchar.
Entre las tantas cosas que su madre comenzó a relatar estaban sus malestares estomacales y de rodilla, así como las andanzas de su abuelo que no paraba quieto a pesar de la edad que tenía.
—Souta ha traído una chica a casa, parece agradable, aunque ríe mucho sin razón —continuó contando la mujer sobre su hermano.
—¿Es primera vez que está contigo? —quizás eso aclarara en algo el comportamiento de la chica.
—Sí, es primera vez que viene. Y tú ¿Cuándo traerás a un chico a casa? Hace mucho que deberías tener un novio —Kagome sabía que ese tema era ineludible cada vez que hablaban.
—Cuando suceda te lo contaré —era su madre, no quería ponerse dramática con ella desde el principio.
—Vivir sola tampoco le hace un favor a tu reputación, así no te tomarán nunca enserio, te lo vengo diciendo desde que entraste a la universidad y te fuiste a vivir a esa caja de cerillas que llamabas apartamento —Kagome sintió como le subía la bilis hasta la garganta y eso que aún no comía nada.
—Mamá, tengo que dejarte, he quedado con una amiga —mentía. Escuchó a su madre suspirar al otro lado de la llamada.
—¿Vendrás este fin de semana? Recuerda que tu abuelo hará una ceremonia de purificación en el templo —esas cosas eran importantes para el abuelo y ella no dejaba de asistir.
—Sí, ya sabes que ahí estaré —su voz había dejado de ser neutra y poco a poco había tomado un caris tan agrio como el sabor que tenía en la boca.
Al cabo de un instante habían cortado la llamada después que su madre, con toda la voluntad de una, le había dicho que sólo quería el bien para ella.
Kagome descansó el peso de su cuerpo sobre el marco de la ventana, mientras el gato mordía el pienso que le había puesto en el plato. Recordó la última vez que había intentado hablar con su madre de algo importante para ella y el abandono enorme que sintió. Fue a los pocos días de sucedido aquello en el callejón que quedaba cerca del mismo apartamento del que le acababa de hablar. Quiso contarle que le había pasado algo.
Mamá, el otro día me paró un grupo de hombres —había comenzado.
No me digas que llevabas puesto uno de esos pantalones tan ajustados que te ha dado por usar. Te he dicho muchas veces que como te ven es como te tratan, seguro que te han seguido porque te habrán visto aspecto de experimentada —experimentada, se había repetido en su mente.
Luego de aquello no fue capaz de hablar. Le aseguró que simplemente los hombres le habían dicho dos cosas y que eso era todo.
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Continuará.
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N/A
Les comparto un poco más de esta historia que en lo personal me va gustando mucho. Tengo la sensación de estar tomando la vida de dos personas cualquiera, en mitad del mundo, y abriendo la cortina para mirar aquello que las compone.
Muchas gracias por leer y acompañarme. También agradezco los comentarios que algunos me han dejado.
Besos
Anyara
