Capítulo XXIII
Vigésimo tercera sesión
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—¿Ya te vas? —preguntó Iku a InuYasha, desde la puerta de la pequeña habitación en la que estaban los uniformes y en la que dejaban las pertenencias durante el tiempo de trabajo.
—Sí, ya estoy —se puso la chaqueta y tomó sus zapatos para cambiárselos a pasos de la puerta de salida.
Era domingo y la noche había sido algo menos movida que el día anterior, además el horario terminaba antes. Mientras se ponía los zapatos su compañero le hacía un resumen de lo que había sido su mañana debido a la gotera de la fontanería en casa. InuYasha sonreía, divertido con la historia y por la forma en el Iku la contaba.
—Creo que finalmente tendré que llamar a un fontanero o Narumi me colgará de la ventana de la habitación de los chicos.
El hombre relataba sus aventuras, sin embargo InuYasha había dejado de escucharlo hacía unos segundos, cuando se encontró a pocos pasos de la figura de Kagome que permanecía de pie junto a un edificio y parecía esperarlo. No había hablado con ella desde el día anterior, cuando dejó su apartamento para venir a trabajar y luego con lo del bar y Shiori ya no la buscó.
—… así que cuando el agua comenzó a salir…
Kagome lo miró desde la poca distancia que los separaba y notó la ansiedad volver a instalarse en su estómago. Llevaba cerca de media hora esperando hasta que él llegara. No podía negar que la noche anterior había querido que apareciera en su puerta, sin embargo no habían acordado nada y ella no quería demostrar más interés en él del necesario. No obstante, aquí estaba, esperando a que saliera de su horario laboral y jugando la carta de la chica de los domingos.
—Hola —le dijo InuYasha, en cuanto estuvo delante de ella, con un tono ligeramente cordial.
—Hola —fue la respuesta neutra de Kagome.
—Hola —agregó Iku, junto a ellos, poniendo un extraño contrapunto que los hizo recordar que no estaban solos.
—Hola —Kagome respondió con cierto tono dubitativo, no recordaba el nombre del compañero de InuYasha; en ese momento éste la sacó del paso.
—Iku me estaba contando sus problemas con Narumi —bromeó.
El hombre le dio un leve codazo. La situación se había vuelto muy extraña, se podría decir que tensa de alguna manera. Kagome no pensó que InuYasha viniese acompañado y estar ahí esperando por él le daba a la reunión un carácter que no quería asimilar.
—Eres Kagome ¿No? —preguntó, ella sonrió de forma cortés y asintió— ¿Qué le ves a este aprendiz de cocinero?
Kagome mantuvo un poco la sonrisa, la pregunta parecía inofensiva y sin embargo resultaba tremendamente comprometida. Se quedó mirando a InuYasha que adoptó una postura algo más rígida, como si realmente se estuviese haciendo un escrutinio sobre él y no se tratara de una broma.
—Estoy en proceso de saber si descubro algo —la sonrisa de ella pareció divertida, aunque inmediatamente se volvió íntima y claramente dirigida a InuYasha. Aquello le mandó una clara señal a Iku.
—Yo me voy —anunció el hombre—. Ya me contarás si descubres algo —Iku le tocó el brazo y Kagome se apartó de forma casi imperceptible, de hecho él no fue capaz de notarlo y para InuYasha fue un gesto tan suave que llegó a preguntarse si no lo habría imaginado.
De ese modo se adelantó a ellos y Kagome e InuYasha se quedaron de pie uno delante del otro, en una especie de silencio extraño, que no resultaba incómodo y sin embargo se parecía mucho a un momento en el que no sabes exactamente cómo proceder. Ella se había aventurado a venir en un claro deseo de su compañía y él claramente no la esperaba.
—¿Quieres que caminemos? —le preguntó y Kagome se sintió extraña y algo absurda. De todas las cosas que se pensaba haciendo con InuYasha esta noche, caminar era la última que anhelaba como una proposición. Probablemente lo que sentía era producto de la ansiedad que la había estado consumiendo durante todo el día.
—Claro —se giró para comenzar a andar.
Dieron unos cuántos pasos en silencio y Kagome reprimió el arrebato de soltar el pensamiento que tenía: quizás debió dejarle un mensaje con anterioridad o simplemente no venir. Llevaban una semana en la que se habían visto en varias oportunidades, pero siempre sus encuentros habían sido ya en el apartamento de uno u otro, lo que había dejado poco espacio a la conversación o a dudar el para qué se veían. Quizás por eso le resultaba tan extraño estar con él así por la calle.
—¿Qué tal tu día? —la frase resultó amistosa, todo lo amistosa que podía ser cualquier frase dicha por cualquier persona relevante o irrelevante en su vida y Kagome no quería contarle nada, no quería hablar con él de su madre y de las emociones encontradas que experimentaba por ella o de las cosas que nunca pudo decirle y que tampoco hablaba con nadie.
—¿Ahora nos preguntamos esas cosas? —le soltó, como un acto de total defensa de sus emociones, aunque no esperaba sonar tan drástica como lo había hecho. Se arrepintió casi de inmediato.
InuYasha recibió aquella respuesta como lo que era, un golpe. Bien podría responder de vuelta con la propia energía que ese golpe le mandaba y convertir el momento en algo irreparable. Incluso pensó en la posibilidad de tomarse esto como una advertencia y dejar todo intento con Kagome, para seguir con sus conquistas casuales y estaba seguro que podría hacerlo, sin embargo aceptó que sería mucho más fácil si ella le gustase un poco menos. Se tomó el tiempo necesario para transformar la emoción.
—¿Qué quieres que te pregunte? —su voz sonó calma, tanto como había podido conseguir.
Kagome lo miró de reojo, definitivamente ella se sentía más desequilibrada de lo habitual. Respiró hondo y así como tantas otras veces decidió que necesitaba ir al terreno que conocía, en el que se sentía segura y podía controlar la situación. Se detuvo frente a InuYasha, obligando a éste a detener el paso en el momento justo en que chocar con ella no pasaba de ser un roce. La miró hacia abajo, Kagome era menuda en comparación con él y si la hubiese chocado con algo más de fuerza, probablemente la habría tirado.
Sintió como ella se alzaba en punta de pies, sosteniéndose de su pecho con una mano, para acercarse a su oído. A InuYasha se le erizó ligeramente el vello de la nuca y la pelusilla que recubría la oreja cuando Kagome le susurró una respuesta.
—Pregúntame cómo quiero que me lo hagas hoy.
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En la habitación predominaba una suave luz ambiental de color anaranjado y por la ventana entreabierta se colaba el aire frío de una noche a puertas del invierno. El aroma era a lavanda y provenía de una vela que había encendido InuYasha nada más llegar al apartamento. El sonido envolvía el lugar con suspiros, jadeos y gemidos contenidos que mantenían una especie de ritmo delicado y apasionado que en ocasiones se desbarataba y en ese momento éstos llenaban la estancia por completo y escapaban ligeramente por la misma ventana entreabierta para ser compartidos con la noche.
InuYasha uso toda su voluntad para mantener los brazos extendidos sobre la cama del modo en que Kagome lo había dispuesto. Ella le sostenía las muñecas con sus manos y él no se privaba de atrapar el pezón del pecho que jugueteaba delante de su cara mientras lo montaba como si fuese un caballo salvaje, intentando domar la cadera que él alzaba cada vez con más rapidez e inclemencia. Sentía que estaba al límite, aunque esa era una sensación que lo venía acompañando de forma continua durante los últimos minutos y Kagome se estaba encargando muy bien de mantener esa sensación, coordinando la intensidad de su movimiento para que la culminación no llegara. Aun así, InuYasha sentía que no le quedaba mucho para que el orgasmo le inundara el cuerpo y la mente, obnubilándolo durante aquellos deliciosos segundos de placer. Le soltó el pecho con un sonido húmedo y confesó su derrota.
—Ahora sí… ya no puedo más…
Kagome resopló sobre su cabeza y le removió el flequillo. Se sintió motivada por las palabras que él prácticamente le había suspirado en medio de los movimientos ansiosos de su cuerpo bajo ella. Se alzó todo lo que le fue posible, sin soltarle las muñecas y lo miró a unos enfebrecidos ojos dorados. Sintió un temblor que la recorrió desde el coxis hasta la nuca, debido al fuego que parecía emanar de InuYasha. Se echó sobre él, notado el calor del pecho en su pecho y le soltó las muñecas, para reemplazar la sujeción por el enlace de sus manos. Aquel gesto fue tomado como la sumisión que era y comenzó a sentir los golpes despiadados de la ingle de su acompañante contra su entrada. Kagome le lamió en cuello, en medio de los gemidos que le iba provocando la fricción, el calor y el estímulo de los fuertes toques de InuYasha sobre su sexo. Finalmente comenzó a temblar mientras el cuerpo se le tensaba como la cuerda de un monocordio cuando está a punto de romperse. Notó el modo en que él le oprimía los dedos y escuchó el gutural gemido que se le escapó cuando el orgasmo lo sacudió, tirando del suyo como si se sincronizaran para existir. En medio de las sensaciones nebulosas del placer, Kagome se preguntó cómo sería sentir a InuYasha acabar dentro de ella sin que mediara la protección. Luego de eso sus pensamientos se volvieron vagos y las sensaciones lo colmaron todo por aquellos fascinantes segundos en los que nada importa.
Se quedó muy quieta sobre el cuerpo de él, notando el ligero vaivén que producía la respiración de InuYasha.
—Enseguida… —Kagome quiso decir que ya saldría, sin embargo no era capaz ni siquiera de emitir la voz.
—Shhh… —él tampoco podía hablar y la mejor forma de comunicarle que no se moviera fue sosteniendo una de sus manos enlazadas, mientras que con la otra tiraba de la manta para cubrir a Kagome.
Eran tantos los gestos emotivos que InuYasha tenía con ella que era incapaz de abarcarlos o darles un lugar en su universo; se limitaba a aceptarlos, cuando podía, y a callar. Lo sentía aún dentro de ella, aunque probablemente saldría en cuestión de un instante, dado que el preservativo se podía aflojar al perder la erección. Se supo invadida por una necesidad apabullante de abrazarlo y permanecer, sólo estar, por el tiempo que durase este instante.
Y lo hizo.
Liberó la sujeción de la mano y se acomodó en él como si se tratase de dos piezas que encajaban. Descansó la cabeza en su hombro y respiró el aroma almizclado de la piel de InuYasha que aún olía al jabón de romero que tenía en su baño. Él puso una mano entre ambos, salió de ella y Kagome reprimió un gemido de inconformidad; aún no quería sentirse vacía.
Por la ventana entraba el rumor de la noche; ese que consigue que cualquier sonido adquiera relevancia y se amplifique sin encontrar la barrera de otro que lo quiera limitar. En la habitación la luz lograba extenderse por la forma de dos cuerpos que continuaban estando juntos y más unidos de lo que ninguno se sentía capaz de confesar.
Al cabo de un largo momento Kagome respiró profundamente y soltó el aire para desperezarse y comenzar a mover el cuerpo que comenzaba a notar aletargado.
¡Qué exquisita sensación deja el placer! —pensó.
Se sentó a un lado de la cama y escuchó a InuYasha hacer un sonido adormilado, lo miró y él le devolvió la mirada con los ojos entrecerrados. Kagome fue consciente de la mano que había posado en su cintura y de la fuerza con que ese gesto, que era apenas un toque, la retenía.
—Tengo que irme —le dijo e InuYasha abrió un poco más los ojos.
—Quédate —murmuró.
—Mañana trabajo —continuó ella.
—Y yo —Kagome negó con un gesto lento y suave—. Quédate —insistió—, yo dormiré de un lado de la cama y tú puedes dormir del otro, nos damos la espalda y será como si no durmiésemos juntos.
Toda la retahíla de palabras le salió con una voz profunda y oscurecida por el sexo satisfactorio y el adormecimiento posterior.
—No seas idiota —ella sonrió sin poder evitarlo.
—¡Oye! Sin ofender —InuYasha sonrió ligeramente y se acomodó de medio lado hacia ella—. Si quieres te puedes ir, la puerta está ahí —indicó la salida—, pero eso no impedirá que te siga.
—¿Por qué vas a seguirme? —se mostró algo sorprendida. InuYasha tomó aire, suspiró y no dejó de mirarla.
—Es tarde y es domingo, te encontrarás calles vacías —la respuesta llegó llana, sin dobles lecturas y sobretodo sin conocimiento de lo que implicaban para Kagome.
—No necesito que me cuides —se giró y dejó de mirarlo, se sentía invadida en lo más íntimo, en esa parte que simplemente no compartía. InuYasha acababa de dar en un punto tremendamente doloroso para ella y lo mantenía aislado justamente para evitar ese dolor.
—Ya lo sé.
Soy yo el que necesita protegerte —aquello no llegó a decirlo.
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Kagome se encontraba inmersa en un profundo y descansado sueño cuando escuchó la alarma de su móvil y alcanzó a pensar en el disgusto de aquello, justo antes de removerse sobre el futón para buscar el aparato en el suelo, donde solía dejarlo siempre. Sin embargo, no encontró el móvil al primer intento y el suelo parecía estar mucho más abajo de lo habitual. Siguió instintivamente el sonido y abrió los ojos para acertar en la búsqueda, encontrando el aparato sobre la mesa de noche de InuYasha. En ese momento su mente consiguió organizar casi a tropezones los elementos: había dormido en el apartamento de InuYasha.
Se giró con rapidez para verificar que él estaba acostado en el otro lado de la cama, sin embargo no lo encontró. Se incorporó ligeramente para mirarlo en el resto de la habitación que incluía la cocina a pocos pasos y tampoco tuvo indicios de él. Se frotó los ojos para aclarar mejor la mirada y echó un vistazo a la hora en el móvil: eran las ocho y media de la mañana. Respiró hondo y se estiró para desperezarse; era buena hora para prepararse e ir a la oficina ya contaba con la facilidad de llegar hasta una hora más tarde, siempre que se compensara a lo largo de la semana.
Se puso en pie y tomó la manta que había por encima de la cama, para cubrirse en tanto buscaba por si InuYasha estaba en el baño, para ese momento estaba casi segura de que él no se encontraba en el apartamento y aquello le resultó extraño y particular. En su interior se mezclaban las sensaciones: complacencia y deseos de huir de cualquier cosa que la atara.
¿Cómo iba a seguir manteniendo el control de sí misma si tenía que compartirlo?
Efectivamente InuYasha no estaba en el baño, aunque sí encontró alguna toalla húmeda colgada de la barra de la ducha. Se sorprendió al comprender que él se había dado hasta un baño y ella no lo había escuchado de lo profundo que estaba durmiendo. Miró la ducha con cierta ansia, le vendría bien meterse al agua antes de salir al trabajo. Se recogió el pelo con las manos y descubrió que no tenía nada propio con lo que sostenerlo, así que miró en un par de cajones que había en lavamanos, encontrando una maquinilla de afeitar, un peine y algunas ligas blancas para el pelo que seguramente InuYasha también usaría en algún momento. Le resultaba extraño usar sus cosas con liviandad, tanto que incluso el corazón le comenzó a latir con más fuerza. El sonido de un coche dando un bocinazo por la calle la sacó de su cavilación y tomó la liga para sostenerse el pelo y darse esa ducha.
Al salir del baño el vapor comenzó a escapar y Kagome abrió un poco más la ventana de la sala para que éste escapara del todo y no se quedase dentro. Al darse la vuelta pudo ver que sobre las almohadas desordenadas del lado de la cama que había ocupado InuYasha había una nota. Se acercó para leerla y se encontró con palabras bastante escuetas que a pesar de ello resultaban cálidas, quizás fuese porque en su mente traicionera las estaba escuchando de boca de InuYasha.
Mi turno en la cafetería comienza a las siete, así que no puedo quedarme a hacerte el café. Puedes usar lo que quieras. Cierra bien al salir.
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Continuará.
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N/A
Me gusta ver cómo avanza esta historia, que ya digo, comenzó con la idea de ser corta y miren dónde estamos. Sin embargo me siento muy cómoda escribiéndola. Espero que la disfruten tanto como yo y que me cuenten en sus comentarios.
Besos y gracias por leer y acompañarme.
Anyara
