Capítulo XXIV

Vigésimo cuarta sesión

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Kagome escuchaba sus tacones chocando contra la acera a medida que caminaba en dirección al centro y a la sesión de hoy jueves. Se había decidido a venir en el último momento y con ello dejó sola a Ayame en la puerta del cine y con una disculpa solitaria como explicación. Llevaba toda la semana evadiendo a InuYasha, quizás con menos dificultad de la que esperaba, si tenía que ser sincera. El día domingo había amanecido en el apartamento de él y desde ese momento decidió que necesitaba algo de distancia, al menos unos días, porque sentía que estaba perdiendo control sobre sus decisiones y sobre lo que ella sabía de sí misma hasta ahora. Quedarse aquella noche con él había sido claramente un abismo para su necesidad de independencia y orden.

Sin embargo, y a pesar de ello, finalmente había decidido asistir a la sesión de hoy. Cuando quedó con Ayame su idea era claramente la de escaparse y la muchacha, siempre dispuesta a crear un lazo con ella, le servía como excusa. No obstante, su ansiedad y un deseo inconfesable de ver a InuYasha, el que había ido creciendo de la manos de las horas del día, la hicieron disculparse con su compañera de trabajo y darle una mala excusa para dejarla sola. Ahora mismo, que estaba a menos de una calle del sitio en que se encontraba el centro, quiso caminar con algo más de calma y ver si de ese modo se le ralentizaban los latidos del corazón que galopaba ansioso e incapaz de disimular su anhelo: InuYasha.

El último día que habló con él fue el lunes, le dijo que estaba muy complicada con el trabajo y que no podían quedar ningún día durante la semana. A las dos llamadas siguientes no respondió, tampoco a los mensajes, y desde entonces no habían vuelto a comunicarse. Kagome se había conformado con mirar el móvil de vez en cuando y ver que él estaba en línea como una ayuda para calmarse, saber que estaba ahí le hacía pensar que se encontraba bien.

Se detuvo justo antes del inicio de la calle en la que estaba el centro. Respiró hondo y se alisó la falda que llevaba hoy, esperando a que su apariencia fuese óptima. Se sentía absurda, como una adolescente que está a punto de ver al chico que le gusta y que va a un colegio cercano al suyo. Pudo notar la forma en que la ansiedad se tomó su estómago comprimiéndolo hasta que le causó dolor. Volvió a tomar aire y lo soltó, deseando calmar un poco el ansia, luego de eso dio el siguiente paso ya que tenía claro que nada conseguía con quedarse ahí de pie.

Tal y cómo lo previó InuYasha sí había venido y estaba frente a la puerta del centro con la espalda descansada sobre la pared del otro edificio, mirando su móvil. Tenía el pelo cayendo ligeramente hacia adelante, sin que llegase a caer el mechón por completo desde encima del hombro y la luz de la farola de enfrente le daba al tono blanco de las hebras un toque cálido, que trajo hasta la mente de Kagome el recuerdo de la luz de la última noche en su compañía. Deseó, íntimamente, que sus tacones no hicieran demasiado ruido y así poder admirarlo un poco más. Sin embargo InuYasha la escuchó y la miró durante un segundo para luego regresar la vista al móvil y terminar de escribir algo en él antes de meterlo al bolsillo de la chaqueta y entrar en el edificio. Ella dudó al dar el siguiente paso ya que claramente la estaba ignorando. El corazón seguía batiendo frenético en su pecho, aunque tuvo la sensación de que éste erró en un latido y eso le había causado dolor.

Kagome se debatía ante la duda de quedarse o ya ir directa a su apartamento, no obstante, el control de cada situación debía ser suyo y sólo suyo, no podía ceder a otro sus emociones.

Se adentró en el edificio y se encontró con InuYasha en el momento en que él posicionaba sus zapatos en la estantería que había junto al genkan. Nuevamente se mantuvo en silencio y no le dio ni una mirada dedicada antes de adentrarse por el pasillo. Ella comenzó a descalzarse y reconoció que la actitud de InuYasha respondía al propio silencio que le había impuesto; sin embargo ellos no tenían ningún compromiso como tal. Su propia afirmación mental la hizo consciente de que llevaba varias semanas de exclusividad hacía él. Quizás ahí es donde debía dar un giro y volver a buscarse una pareja casual para acabar con toda esta tontería.

Al intentar dejar sus zapatos en la estantería del genkan se encontró con que hoy no había sitios suficientes y todo estaba ocupado. Barajó la posibilidad de dejar sus zapatos junto con los de InuYasha, sin embargo esa parte de ella poco dócil le indicó que no, ellos no venían juntos, así que los dejó directamente en el suelo.

Una vez dentro de la sala se acomodó en el lugar habitual e intentó centrar su atención en la terapia.

—Como todos saben, ya nos quedan pocas sesiones y me gustaría evaluar de forma grupal lo que cada uno ha conseguido hasta ahora —comenzó diciendo Kibou, el terapeuta.

Kagome se mantenía ensimismada, con su cuaderno de apuntes sobre el regazo y sin intención de apuntar nada en él. InuYasha se había sentado apartado de ella, como solían hacer en cada una de las sesiones, para que nadie los relacionara más allá de un saludo o una despedida cordial.

—Kagome, comienza tú por favor —Kibou la mencionó y ella se quedó completamente en blanco.

Pasaron unos cuántos segundos en los que miró al hombre directamente a los ojos, como quién mira al profesor de biología en mitad de una disertación. Al cabo de esos instantes eternos, consiguió ordenar las palabras dichas por el hombre y saber lo que le estaban preguntando.

¿Qué has hecho este último fin de semana? —esa había sido la pregunta.

Acostarse con InuYasha, fue la respuesta que se gestó en su mente, sin embargo consiguió ordenar los datos y tomó algo menos comprometido para mencionar.

—Salí a correr y di de comer al gato —esperaba que fuese suficiente.

—¿Tienes un gato? —el terapeuta hizo hincapié en lo que Kagome pensó sería el detalle menor.

—No exactamente —no quería dar mayores explicaciones. Kagome miró de reojo a InuYasha que se mantenía atentó a lo que decía Kibou, sin prestar mayor atención a lo que ella acababa de mencionar.

—Ya veo —Kibou sonrió, para dirigirse luego a los demás—. El deporte es un buen catalizador para la ansiedad y los estados de desequilibrio que llevan a las adicciones.

Al cabo de un rato, en que varios de los otros asistentes contaron sus andanzas de fin de semana, pasando por paseos a la costa, alguna serie vista de forma maratónica y un adicto al trabajo que había dejado medio sábado para verse con un amigo, le tocó el turno a InuYasha.

—Y tú, InuYasha ¿Qué hiciste el último fin de semana? —ahí estaba la pregunta. Kagome no pudo evitar sentir el apretón que se le produjo en el estómago a la espera de la respuesta que él pudiese dar. Estaba casi segura que no la mencionaría, sin embargo aquello le producía sentimientos encontrados, puesto que se descubrió queriendo ser reconocida.

—Yo, trabajar y salir de copas —respondió con total desparpajo. Kagome tuvo que forzarse a mantener la mirada en el terapeuta y no dirigirla a InuYasha.

¿De copas? ¿Con quién? ¿Por qué? ¿Para qué? —su mente se pobló de preguntas y la respuesta se ordenó en una sola idea: había sido el sábado por la noche, cuando no la había visto ni llamado.

Antes de terminada la sesión, Kibou les recordó que debían volver a responder las preguntas que entregó al inicio de las sesiones para hacer una autoevaluación de los avances. Una vez dio por terminado el encuentro, InuYasha se puso de pie y comenzó a mirar su móvil, ralentizando el paso durante un momento para leer algún mensaje, instante que aprovechó Kagome para mirarlo, tratando de reconocer su propio estado de ánimo y actuar en consecuencia.

Al cabo de ese instante InuYasha abandono la sala y sólo en ese instante lo hizo ella también. Se lo encontró aun mirando el móvil, mientras se calzaba los zapatos con gestos lentos. Caminó un poco más despacio y esperó sin saber muy bien a qué. Pudo ver cómo él, que le daba la espalda, metió el teléfono en el bolsillo de la chaqueta para atarse los cordones y ponerse en pie. Kagome sintió una fuerte presión en el pecho cuando comprobó que InuYasha estaba dispuesto a irse sin dirigirle ni una sola palabra.

¿No soy tu chica de los jueves? —se preguntó. La idea se quedó dando vueltas en su mente, desvalida, abandonada como ella misma se sentía ahora.

En el mismo momento en que se hizo la pregunta, él la miró durante dos segundos, quizás tres, y Kagome fue consciente de la forma en que el aire se quedó atrapado en su pecho y sólo pudo liberarlo cuando InuYasha se marchó.

Comenzó a calzarse con un profundo sentimiento de derrota; quizás había sucedido ya ese último día que tanto había clamado en su mente. Fue consciente de la forma en que las emociones se le habían arremolinado en el estómago y de ahí pasaron directas a su garganta, creando un nudo que amenazaba con no dejarla volver a hablar. Una de las asistentes a la terapia, la chica que siempre se dirigía a ella, se despidió con palabras amables a las que Kagome sólo pudo responder con una sonrisa forzada.

Se puso en pie y antes de enfrentar la calle decidió combatir su abatimiento tomando el control, si InuYasha se iba de copas por ahí, como había dicho, ella también lo haría. De hecho, se preguntó cuál era la razón de haber comenzado una especie de exclusividad con él que ni siquiera había sido pactada. Cuando se encontró a tres metros del edificio y pudo comprobar que él no estaba en el lugar, sintió como un fuerte calor le quemaba el estómago; si tuviese que definir la sensación esta era como fuego que ardía y la encolerizaba. Tomó el teléfono y comenzó a caminar a paso firme mientras buscaba el número de Kōga, lo llamaría y quedaría con él para tomar algo y se dejaría llevar por lo que fuese que pasara después, estaba cansada de esta sensación de no encontrarse en sí misma.

Excepto cuando él me acaricia —tuvo un instante de una extraña lucidez, mientras el tono de llamada hacia lo suyo. Sintió a InuYasha empujándose dentro de su cuerpo y su espalda se sacudió con un temblor ante el recuerdo.

Si ¿Kagome? —escuchó la voz de Kōga, respondiendo a su llamada en el momento en que giró la esquina de la calle y se encontró con InuYasha de pie junto a la pared.

—¿A quién llamas? —él mantenía el móvil en la mano, así que sabía que la llamada no era para él. Kagome escuchaba a Kōga en su teléfono.

—Te llamo luego —respondió y cortó. Estaba segura que el hombre al otro lado estaría intrigado—. Vaya, ya me hablas —se dirigió ahora a InuYasha.

—¿A quién llamas? —insistió él, como si no quisiera soltar aquella idea.

—A un amigo —decidió que lo mejor era la sinceridad sin sutilezas—, quiero ir de copas.

Quiso pasar junto a él con altives, a paso seguro e ignorándolo, del mismo modo que InuYasha lo había hecho con ella durante la última hora. Sin embargo el destino no estaba alineado con su plan y, de ese modo soterrado en que funcionan estas cosas en ocasiones, ella perdió ligeramente el equilibrio sobre unos tacones que conocía muy bien. Sintió la mano de él cerrarse en torno a su brazo para sostenerla y se preguntó si la energía que InuYasha emanaba había sido capaz de moverla de su centro y desequilibrarla. Fue consciente del deseo que sentía de que él convirtiese esa sujeción en una caricia que se trasladara a su cintura y desde ahí se la acercase al cuerpo. Durante todo el tiempo que InuYasha mantuvo el toque las miradas se mantuvieron conectadas y las bocas en silencio, hasta que finalmente él se decidió a hablar.

—Podría ir de copas contigo, pero quizás prefieras a tu amigo —dicho aquello, la soltó sin prisa, sabiendo que ella había recuperado el equilibrio físico.

Kagome quiso responder aquello con alguna inteligente frase cargada de ironía, sin embargo InuYasha tenía la facultad de arrebatarle el corazón con su honestidad.

—Podría —titubeó—. Aunque prefiero que me cuentes con quién fuiste de copas el fin de semana.

Claramente aquello no era una pregunta inocente, estaba cargada de aquella extraña sensación de inseguridad que acompañaba a las relaciones cuando comenzaban. Así lo entendió InuYasha y al ser la inseguridad su talón de Aquiles, decidió que no podía confesar todo.

—¿Tienes curiosidad? —comenzó a jugar con la carta que Kagome acababa de darle.

—Un poco —ella se sintió algo más cómoda. Cuando sus diálogos se disfrazaban de irrelevancia todo parecía fluir con más facilidad.

—Entonces, vamos a tomar algo y te cuento sobre mi fin de semana —InuYasha se giró de medio lado, tomando posición para comenzar a andar e invitándola con aquel gesto.

Los primero pasos fueron lentos y silenciosos. Por la calle aún circulaban bastantes personas lo que hacía que el camino no resultara solitario. El móvil de Kagome comenzó a sonar dentro de su bolso y no tenía que ser adivina para saber que sería Kōga, después de la forma en que ella le había colgado. Al mirar la pantalla pudo confirmarlo.

—Será tu amigo —mencionó InuYasha, ocultando a la perfección la sensación de malestar que se le había instalado en el estómago. Agradecía el no haber comido nada en horas, le habría costado mucho más el simular normalidad.

Kagome respondió con un sonido afirmativo.

—Responde y le dices que estás con tu chico de los jueves —intentó mofarse y parecer desenfadado.

Kagome sonrió, mientras cortaba la llamada

—Aún no le he dicho que ha sido desplazado —pensó en mencionar sólo el día, sin embargo quiso jugar con el mensaje que le mandaba a InuYasha con esas palabras.

Comenzó a poner un mensaje rápido que venía a decir que estaba bien y que ya le llamaría. InuYasha intentaba mantener a raya la enorme sensación de posesividad que le estaba cargando las venas y respiró profundamente e intentó enmascarar la necesidad que comenzaba a sentir sobre la exclusividad de Kagome para con él.

—Ya está —volvió a meter el móvil al bolso y observó a InuYasha que se había detenido a un paso de ella y no dejaba de mirarla. En ese momento pensó en que era muy extraña la forma en que el poder cambiaba de una mano a otra entre dos que compartían emociones. Quizás no necesariamente grandes sentimientos, sólo un par de recuerdos que los vincularan— ¿Pasa algo? —le preguntó, sintiendo que ahora el poder estaba de su lado.

InuYasha negó con un gesto silencioso, mientras metía las manos en los bolsillos del pantalón y volvió a retomar el camino. De ese modo el andar se hizo delicado como el vínculo que comenzaba a formarse entre ellos.

Kagome extendió la mano, tuvo el impulso de sostenerse del brazo de InuYasha; sin embargo se detuvo antes de tocarlo y regresó la mano a la correa del bolso que llevaba cruzado. Un instante después él la miró hacia atrás, donde ella se había quedado manteniendo la distancia inicial que InuYasha había puesto casi como un modo de protegerse.

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Continuará

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N/A

IZON, a su manera, se ha convertido en una historia que disfruto mucho contar. Tiene una sutileza profunda que está bajo las capas vastas de los sucesos.

Dentro de poco comenzaré una nueva historia que tengo en mente y es probable que matice las entregas con los capítulos de IZON, de todas maneras les contaré con anticipación.

Un beso y gracias por leer y acompañarme.

Anyara