Capítulo XXV
Vigésimo quinta sesión
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El sonido ambiente del lugar en que estaban era un piano que entonaba notas cálidas y suaves, invitando con ella a una conversación relajada. Las personas que había en el recinto se comunicaban en un tono de voz bajo, respetando el espacio de los demás, del modo en que habitualmente sucedía en los bares de este tipo. Kagome se mantenía sentada frente a InuYasha en una mesa pequeña que había escogido junto a la ventana. La luz de neón de color rosa intenso que iluminaba una tienda en la acera de enfrente reflejaba en el oscuro tono de su pelo, delineando también la mejilla izquierda y jugando con la forma de sus labios. InuYasha no podía dejar de pensar en ello mientras Kagome hablaba y aunque le prestaba atención a lo que le estaba contando, su interés estaba puesto en esa boca que deseaba besar hasta caer rendido.
—… Sin más, el método de trabajo es sencillo y una vez que se hacen las correcciones iniciales y se consigue captar el alma de la historia, se pide al ilustrador o ilustradora que prepare algo representativo —Kagome había accedido a hablarle de su trabajo. Le pareció un tema lo suficientemente neutro como para entablar una conversación trivial.
—Y ¿Te gusta? —intento demostrar que le importaba lo que Kagome le estaba contando.
Ella se encogió de hombros. Intentaba no mirarlo más de dos segundos seguidos a los ojos porque se desconcentraba y terminaba pensando en lo maravilloso que era el tono de éstos y la forma en que se almendraban ligeramente, hacia esas gruesas cejas que le daban intensidad a la mirada; tanta, que le parecía capaz de leer sus pensamientos.
—Sí —aceptó—. Supongo que como todos los trabajos, finalmente la rutina consume, sin embargo me gusta lo que hago —lo vio asentir y mirar el fondo casi vacío de la copa en que le habían servido la cerveza—. Y a ti ¿Te gusta lo que haces?
InuYasha alzó la mirada y la fijó en los ojos castaños que hoy parecían particularmente transparentes. Aún conservaban ese velo de secretismo que les había descubierto; sin embargo hoy ese velo resultaba ligeramente traslúcido.
—¿Cocinar? —mencionó lo obvio— Creo que me gusta la sensación de saber para qué sirve cada ingrediente y lo que aporta a la comida. Me siento tranquilo en medio de las preparaciones.
—¿A pesar de lo mucho que corres? Cuando estuve contigo, ese día, era una locura de trabajo —Kagome no quiso ocultar su sorpresa.
InuYasha sonrió abiertamente y ella sintió como el corazón se le descompaginaba un latido. Separó los labios y tomó una bocanada de aire un poco más profunda que la ayudara a atrapar ese latido prófugo.
—Entiendo que puede parecer estresante, y de cierta forma lo es, sin embargo a mí me ayuda a gastar energía y tener la mente enfocada —explicó, volviendo a repasar la copa vacía—. Por cierto ¿Quieres otra? —preguntó, moviendo el vaso para referirse a otra cerveza.
—Eso me recuerda que aún no me dices con quién te tomaste esas copas —Kagome aprovechó el momento.
InuYasha volvió a sonreír con diversión y ella suplicó porque parara de hacer eso, porque le gustaba tanto que su corazón se escapaba latiendo en carrera.
—No lo evadas más —ahora fue ella quién le sonrió, indicándolo con un dedo como una acusación.
—Estás intrigada —se animó a declarar.
—Qué va, es sólo una leve curiosidad —respondió, intentando parecer altiva, mientras elevaba su copa y bebía el último sorbo del líquido ambarino que contenía.
—Mantendré tu intriga un poco más —mencionó, tomando el vaso de ella y el propio, para llevarlos al mesón del bar con la idea de pedir un par más— ¿Lo mismo? —le preguntó.
—Sí, y no estoy intrigada —sonrió.
—Entonces no tengo necesidad de contarte nada —sentenció, dándole la espalda en dirección al bar.
InuYasha escuchó un monosílabo cantarín por parte de ella, que no era más que una exclamación débil de atención salida de una voz risueña. No podía negar que aquello le puso una cálida sensación en el pecho, que se unía a las demás que había ido acumulando al cabo del tiempo que llevaban juntos en este lugar. Al encontrarla hoy en la terapia ya había tomado la decisión de ser distante durante todo el tiempo, incluso había considerado la idea de simplemente volver a su apartamento sin dirigirle la palabra, para que Kagome fuese consciente de la fuerza que tenía el que parecieses no existir para otro, del mismo modo que había hecho con él durante los días anteriores. Sin embargo, tenerla así de cerca y descubriendo en ella esas miradas inquisitivas lo había ablandado. Aun así se dio el gusto, ante la pregunta de Kibou, de mencionar la salida a tomar algo durante el fin de semana como un modo de provocarla, aunque no estuviese dispuesto a contar nada sobre el asunto.
Dejó las copas en el mesón y se dirigió a la chica que atendía con la amabilidad que lo caracterizaba, él más que muchos sabía lo que era trabajar en relación con el público. Mientras esperaba a que le sirvieran observó a Kagome que permanecía sentada junto a la mesa con el móvil entre las manos. Tenía una pierna cruzada sobre la otra y la luz que entraba por la ventana le iluminaba el pelo que le caía por el costado del hombro. El vestido de cuadros que llevaba, sus piernas y los botines oscuros, también eran tocados por la luz rosa del neón, creando una estampa hermosamente estética. InuYasha no pudo evitar el deseo de cautivar esa imagen para él y sacó su móvil del bolsillo, abrió la lente para captar la fotografía con una calidad adecuada y en el momento en que iba a darle a la pantalla Kagome alzó ligeramente la mirada, como si lo presintiera, dejando reflejada en la imagen una expresión que se acercaba mucho a la inocencia.
Cuando volvió con las dos copas llenas, ella continuaba con el móvil en la mano y lo dejó boca abajo sobre la mesa.
—¿Qué? ¿Tu amigo se quiere incorporar al momento? —no pudo evitar la mofa irónica. Aún no limpiaba del todo la desagradable sensación que tuvo cuando relacionó la llamada que estaba haciendo Kagome con la idea de imaginarla con otro hombre.
—En realidad no, diría que no es de tríos —le sonrió con todo el descaro del que era capaz, o al menos así le pareció a InuYasha.
—Yo podría llamar a alguien, quizás le van los cuartetos —no quiso quedarse atrás en esto de las pullas y el descaro.
Kagome sonrió de forma enigmática, tanto que InuYasha no fue capaz de dilucidar si estaba molesta o conforme con la proposición. La vio llevar la copa que le pertenecía un poco más cerca de ella y beber un trago largo como si necesitara enfriar su cuerpo.
¿Le gustaría el sexo en grupo? —la pregunta se quedó dando vueltas en su cabeza, no es como si él lo hubiese practicado aunque tampoco hacía un juicio sobre ello. De hecho, alguna vez estuvo en la puerta de un sitio en el que se llevaban a cabo prácticas de ese tipo y al que lo había invitado una conquista casual, dejándole una tarjeta a modo de pase con la dirección al reverso. Una vez en el lugar decidió que de momento no necesitaba de esa clase de experiencias.
—A propósito de llamar a alguien —dijo Kagome, entonces— ¿Me contarás con quién te tomaste esas copas el fin de semana?
Contrario a lo que llevaba haciendo hasta el momento, desde que se habían encontrado, Kagome lo miró directamente a los ojos y sin evadir su mirada. InuYasha tuvo la sensación de que estaba escrutando que tan sincera podía llegar a ser su respuesta. Él sonrió y miró a través de la ventana.
—No creí que te importase tanto —le regresó el gesto de enfocarse en los ojos de ella, retándola a descubrir sus emociones—, después de todo llevas días sin responder mis mensajes.
No había ninguna pregunta en aquellas palabras, tampoco una respuesta a su interrogante, aun así la ponía contra la pared con poco y eso la inquietaba. Kagome sentía esa descarnada honestidad que InuYasha manifestaba siempre, sin preámbulos y barreras. Se descubrió deseando descubrir algún secreto oscuro de él, algo que lo hiciese parecer menos lejano, más como ella. Entre pecadores era mucho más fácil navegar.
No quiso dar demasiadas vueltas a ese pensamiento, tenía la intuición que si decidía mirar demasiado profundo en ella algo se iba a romper. Extendió la mano y tocó con los dedos el dorso de la mano de él.
—No creí que estuviésemos en ese punto —mencionó Kagome, aclarando que nada los unía en realidad.
—Y no lo estamos, por lo que entiendo, por eso lo digo —InuYasha extendió una mano y tocó con la punta de los dedos los nudillos de la mano que ella descansaba sobre la mesa.
No apartó la mirada del gesto que efectuaba y Kagome hizo lo mismo. El roce era delicado de una forma que se acercaba a lo sublime, como si los movimientos alrededor, las voces, los pensamientos en ellos mismos y el tiempo, se hubiesen detenido para que él pudiese tocarla a ella.
Kagome se sintió abrumada por el mar de emociones que circundaban en torno a su corazón y se preguntó si este deseo imperante de tener a InuYasha pegado a su piel tenía algo que ver con el amor. La respuesta se tardó en aparecer y en tanto giró la mano con lentitud, hasta que el roce de los dedos le tocó la palma y un temblor le recorrió la espalda, el que consiguió contener a base de voluntad. La respuesta a su propia pregunta apareció inconclusa, débil e incapaz de sacarla de la incertidumbre: no, esto no debía ser amor.
—Salgamos de aquí —le pidió, ella necesitaba poner toda esta emotividad en su lugar y el sexo podía ser un buen embustero para confundir al corazón. Con ello conseguiría recordarse el tipo de relación que tenían.
InuYasha aún permanecía embelesado por el roce íntimo de sus manos. La miró a los ojos y pudo ver la decisión y el ansia danzando en ellos. Kagome parecía ofrecerle las mieles del cuerpo y si él tuviese la capacidad de poner un color al deseo sabría ver que ella lo estaba irradiando ahora mismo. Sin embargo, se descubrió queriendo más que sólo sexo. No sabía cómo lo conseguiría, ni si era apropiado quererlo, no obstante el corazón le oprimía el pecho de un modo que él supo reconocer y aunque alguna vez lo había llevado por un camino desolador, y temía volver a recorrerlo, pensó en que era capaz de acercarse un poco y ver si lo toleraba.
Se puso en pie y le extendió a ella la misma mano que antes la acariciara. Kagome miró el gesto y se mantuvo un largo instante sopesando responder a él. InuYasha sintió el primer atisbo de temor que su reciente idea le regalaba, sin embargo éste retrocedió cuando la mano de Kagome descansó sobre la suya.
Comenzaron a caminar, dejando atrás el bar en que habían estado. El silencio se mantenía entre ellos a pesar que sus cabezas bullían de pensamientos. Iban en dirección al apartamento de Kagome, aunque ninguno de los dos había acordado nada. Ella miró de soslayo a su acompañante, que mediante el andar pausado que llevaba, resultaba altivo y hermoso. Estaban a pasos de llegar a la calle en que estaba al portal del edificio y recordó la fotografía que él le había tomado en el bar. Sonrió ante el recuerdo dejando escapar una emoción furtiva que le calentó el pecho.
—Me debes una foto —le dijo, a modo de compensación por la que él se había llevado de ella.
—Ah ¿Sí? —InuYasha hizo el amago de mirarla, aunque no dejó de caminar.
—Sí —aseguró y tuvo una idea— y te la tomaré en la cama.
InuYasha sonrió un poco más, aunque no con la misma travesura.
—Hoy sólo te acompaño al portal —hizo una indicación con un gesto de su cabeza, ya habían llegado a la calle en la que estaba el edificio en que Kagome vivía—. Mañana tengo que levantarme temprano, he dormido poco esta semana.
Ella se mantuvo en silencio durante los pasos que anduvieron hasta el portal. La mente traicionera de Kagome de inmediato la llevó a preguntarse por la razón de aquellas pocas horas de sueño.
¿Por qué se sentía tan pequeña ante sus dudas?
—Aquí estamos —mencionó él, manteniendo durante todo el camino las manos en los bolsillos en un acto de irrestricta formalidad.
Kagome lo miró y quiso encontrar la fortaleza de dejarlo ir con una sonrisa seductora que lo hiciese cuestionarse su decisión; sin embargo se sentía como una adolescente dubitativa. Bajó la mirada y extendió una mano hasta sostener con los dedos el borde de la chaqueta que InuYasha vestía para tirar ligeramente de él, aunque contrario a ese gesto quien se acercó fue ella.
—¿Con quién te has estado viendo? —soltó, casi sin reparar en que estaba liberando un pensamiento sin filtrar nada, completamente llano.
InuYasha acercó una mano hasta la que Kagome había puesto en su chaqueta y la cerró en una caricia que consiguió que ella soltara la sujeción. A continuación llevó esa mano hasta su propio cuello para sentirse abrazado y ella lo comprendió y obedeció casi con dulzura. Las miradas volvieron a encontrarse y la carencia de palabras fue reemplazada por la intensidad con que sus emociones se expresaron con todo el cuerpo. InuYasha la abrazó por la cintura, sin soltar la mano que se mantenía sobre su hombro y hacia su nuca. Sostuvo a Kagome y la atrajo casi preparándose para una danza. Deslizó la manga de la chaqueta que ella vestía, desnudando el brazo para dejar sobre la muñeca un beso devoto, aunque nada casto. Los labios presionaron la piel durante un largo instante en el que Kagome contuvo la respiración, para comenzar a soltarla sólo cuando InuYasha la miró con la intención de trasladar el beso a sus labios, sin preguntar y sin ser rechazado.
Las bocas se encontraron con más suavidad de la que exigían los cuerpos y Kagome se escuchó suspirar con los labios entreabiertos, recibiendo el aliento caliente de InuYasha en su boca. Cerró la mano, sosteniéndose del jersey de color rojo que él vestía bajo la chaqueta negra y sintió el modo en que el abrazo se hizo más estrecho en el momento en que el beso se volvió húmedo y exigente. Cerró los ojos, haciéndose consciente de la forma en que el deseo crecía en lo más íntimo de su cuerpo para desperdigarse por éste con cada latido.
El frío de la noche de pronto dejó de importar, es más, simplemente dejó de existir. La ropa se había convertido en una barrera que las manos desearon disolver. Kagome podía sentir el calor de las palmas de InuYasha primero sobre su cintura y luego en las costillas, ascendiendo hasta que ambos pulgares rozaron el inicio del pecho.
—Subamos —pidió ella en una súplica que él se limitó a responder con un gemido ronco que terminó siendo una respuesta ambigua.
Notó como él la alzaba ligeramente del suelo, hasta que sólo se sostenía en la punta de los pies. Kagome soltó el aire en medio del beso, se sentía mareada por la excitación y por el contraste entre el frío ambiental y el calor colérico que su cuerpo experimentó al sentir la presión de su acompañante.
—InuYasha —imploró una vez más.
El beso se detuvo y él descansó la frente en la de ella, con la respiración agitada y el cuerpo estimulado.
—¿Qué haces mañana por la noche? —la pregunta llegó a través de un susurro oscurecido que InuYasha no se esforzó por aclarar.
—Tal cómo estoy ahora, lo que me pidas —confesó, buscando besarlo nuevamente.
InuYasha respiró en medio de un siseo y volvió a alzarla en medio del beso y el abrazo para que Kagome notara el poder de su propia excitación. Meditó sobre la idea de quedarse y perderse unas cuantas horas de sueño; no sería la primera vez. Sin embargo su negativa tenía una razón de ser que él consideraba más importante ahora mismo.
La liberó del beso y la miró descubriendo que bajó la tenue luz que los acompañaba, los tonos de sus mejillas estaban bellamente enrojecidos. Kagome era hermosa, del modo en que lo son aquellos que tienen algo que dar, aunque ella misma no lo descubriese aún. Se apartó de su cuerpo y notó el modo en que lo buscaba nuevamente, acercándose para que no hubiese espacio entre ellos.
InuYasha sonrió, antes de hablar.
—Mañana —musitó, a modo de promesa, separándose nuevamente.
Kagome tomó aire y suspiró, sin ocultar la frustración, aunque tampoco la comprensión.
—Bien —se apartó retrocediendo medio paso, sin soltar del todo la ropa de él, quien a su vez reemplazó la sujeción con su propia mano—, pero la cena la traes tú.
InuYasha sonrió un poco más, miró al suelo mientras lo hacía y luego volvió a enfocar sus ojos en los de Kagome.
—Bien, te traeré una buena cena —mencionó.
Se separó de ella, retrocediendo medio paso y ambos extendieron la mano por la que se tenían asidos como un eslabón que esperaban alargar todo lo posible. Kagome observó la forma en que la farola que había a pocos metros de él, le iluminaba la cara y el pelo con un color cálido que le recordó mucho a la luz ambiente que últimamente InuYasha estaba poniendo en su apartamento.
Las manos se soltaron en silencio y él se giró para marcharse, sin comenzar a alejarse aún.
En ese momento Kagome tuvo un pensamiento que la hizo actuar sin meditar demasiado. Sacó su móvil del bolsillo de la chaqueta y lo alzó hacia InuYasha, llamando su atención. Él la miró, permanecía de medio lado y acababa de meter ambas manos en los bolsillos de su pantalón. Los ojos dorados parecieron ser cruzados por un rayo de luz en el instante exacto en que se encontró con los de ella y entonces Kagome consiguió una hermosa captura.
—Y ¿Eso? —preguntó InuYasha.
Kagome sonrió y respondió.
—Me debías una foto.
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Continuará.
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N/A
Como todas las historias que escribo de ellos, ésta comenzó con una idea de base y alguna otra para seguir y dar fin a algo que duraría unos capítulos. Sin embargo InuYasha y Kagome rompen mis ideas y viven en las palabras; entre y dentro de ellas.
Gracias por leer, comentar y acompañarme en esta aventura.
Anyara
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