Capítulo XXVI
Vigésimo sexta sesión
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Cada vez que subía los escalones al templo Kagome los contaba. Era un hábito que se le había quedado del tiempo en que iba a la escuela y contar le servía para memorizar los números. Luego lo usó para ayudarse con las sumas y las multiplicaciones, hasta que aquello sólo se quedó como una rutina que la ayudaba a despejar la mente.
Cuando pisó el escalón número noventa y seis, de los cien que componían la escalera, comenzó a ver las farolas que ya estaban encendidas. Su abuelo se empeñaba en que todo estuviese perfecto en estas fechas especiales y que él decía debían ser recordadas para: no olvidar que pertenecemos también a la tierra.
El sol mantenía apenas una estela anaranjada en el horizonte, la que era consumida con rapidez por el azul oscuro que dejaba entrever alguna estrella. Muchas veces pensaba en ir hasta un lugar en el que las estrellas se viesen libremente, sin el obstáculo de la luz de la ciudad. Últimamente también pensaba en que le gustaría hacer ese viaje en compañía de InuYasha y ese pensamiento encarriló con otro: él no le había respondido el mensaje que le había dejado hacía horas.
Suspiró y se miró la muñeca que el día anterior le había besado con pasión. En el momento en que sucedió ella no lo pensó, sin embargo ahí estaba la diminuta cicatriz de poco más de un centímetro que ella misma se hizo hace algunos años. InuYasha la había besado, sin saberlo siquiera, sin saber lo que había removido en ella después. Estiró de la manga y cubrió la pequeña marca que resultaba casi invisible si no sabías que estaba ahí.
Alzó la mirada y observó la casa en la que había crecido sintiendo el desarraigo que llevaba notando desde hacía años sobre todo lo que la conectaba con la Kagome que fue. En el momento en que pensó en aquello decidió que no quería que su mente la llevara por ese camino, dolía y no quería dolor.
Avanzó hacia la casa y al llegar a la puerta se detuvo un momento, habitualmente necesitaba de ese momento antes de sonreír a su madre al verla. Era extraño, porque amaba a su madre, sin embargo le costaba mucho tener una conversación sincera con ella puesto que siempre parecía saber lo que pensaba su hija, aunque estuviese equivocada. En ocasiones llegaba a creer que en su afán por mantener todo en orden, era incapaz de confiar en las decisiones de los demás.
La puerta se abrió de pronto, antes incluso que la tocara.
—Kagome —se sorprendió su madre, que llevaba consigo una caja de inciensos— ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no has entrado? —miró tras ella, parecía buscar algo.
—Hola mamá ¿Te ayudo? —sabía que esperaba ver si venía sola, así que desvió el tema.
—Oh, claro —le pasó la caja—. Ya sabes cómo va.
Kagome asintió, mientras ella se retiraba al interior de la casa. Claro que sabía, había vivido en este templo casi toda su vida y venía a las celebraciones de su abuelo cada mes y medio. Así que se fue acercando a los incensarios de piedra que había en puntos estratégicos de la entrada al templo y junto al altar principal. Al poner y encender las barras de incienso en ese lugar en particular, decidió elevar una oración a las deidades. Se mantuvo de pie frente a la imagen de madera de la Diosa Amaterasu y unió las manos delante del pecho, cerrando también los ojos. El aroma ligeramente dulce del incienso de madera de sándalo la envolvió y en un corto instante se sintió reconfortada. Pidió por su familia, por su abuelo que ya estaba mayor, por Buyo que era un gato viejo que vivía con ellos desde hace años y detuvo sus pensamientos cuando a su mente vino InuYasha. Abrió los ojos y respiró hondo. Quiso separar las manos y dar por terminada la oración, sin embargo tuvo la sensación de cuando algo puede caer y romperse porque no has puesto tu intención en evitarlo. Volvió a cerrar los ojos y a unir las manos para pedir a Amaterasu que cuidara de ese chico amable, también se aseguró de aclarar que aquello sucediese incluso más allá de ella.
Me da igual lo que él haga en su vida, no es por mí o para mí, es por él, porque sí, como pediría por cualquier otra persona.
Con aquella sucesión de frases aturulladas había hecho su petición, agradeció y se apartó del altar dando un paso atrás.
—Kagome.
Escuchó su nombre y se giró para ver quién le hablaba.
—Hojō —no podía decir que estaba sorprendida.
El joven comenzó a subir la corta escalinata que los separaba. Habían sido compañeros de instituto y para nadie que los conociera era un secreto el interés que él mostraba por ella, ni siquiera para su madre; y ahí estaba la cuestión.
—Qué alegría verte —expresó Hojō, cuando estuvo a dos pasos de Kagome.
No supo que responder, se sentía intimidada cuando él estaba cerca, obligada de una manera de la que no conseguía deshacerse, por lo tanto no se sentía alegre de verlo.
—¿Vienes a celebrar el inicio del invierno? —preguntó, saltándose la parte en la que sería descortés.
—Se podría decir —aceptó y bajó la mirada.
Kagome casi suspiró de impotencia al ver esa actitud cercana a la dulzura del joven y lo peor es que sabía no era fingida; Hojō era así, lo había sido en la escuela y luego en el instituto. Habían estado a punto de comenzar a salir hace unos años, antes de que ella cambiara. Si quisiese se lo podría llevar a la cama en diez minutos, lo tenía claro, sin embargo no era su plan. Salvo una vez, quizás, en la que estaba algo borracha después de una cena de fin de año con los amigos del instituto y Hojō.
—Debo ir a la casa —indicó Kagome, esperando que la conversación incómoda que iba a comenzar se aligerara.
—Claro —se encaminó a su lado.
Kagome tenía claro que él se sentía cómodo en su casa, su madre lo hacía sentir así, después de todo era el novio perfecto que su hija nunca tuvo.
—¿Qué tal Souta? —la pregunta la pilló desprevenida.
—Bien, nos hablamos por mensajes —no le agradó pensar en lo desapegada que estaba de su familia y menos aún dejarlo entrever—. Aunque puedes preguntárselo, ahí viene.
Efectivamente su hermano se acercaba y echó una pequeña carrera cuando los vio, saludando a Hojō con un gesto informal de manos, para luego dirigirse a ella.
—Hola —le soltó, sin siquiera una señalde acercamiento.
Sonrió, después de todo era lo que había sembrado y suponía que estaba conforme con eso.
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InuYasha se acababa de tomar cinco minutos de descanso en el trabajo y miraba nuevamente el mensaje que le había dejado Kagome por la mañana.
Hoy no puedo quedar, tengo un asunto que debo atender. Si quieres te llamo cuando llegue al apartamento.
El día anterior habían tenido un momento especial, él estaba seguro de eso, se lo decía el estómago y el corazón y ellos dos no fallaban, tanto para lo agradable como para lo que no. Habían quedado de verse esta noche, cuando él saliese del trabajo y sin embargo durante la mañana, después de salir a correr, se había encontrado con este mensaje que en realidad no venía a decir nada concreto, sólo que no se verían.
Aún no lo respondía.
Una parte de él quería hacerlo y decirle a Kagome que sí, que lo llamara en cuánto estuviese en su apartamento y que si ella quería podía ir a verla a la hora que fuese. No obstante, necesitaba resguardarse, se sentía mucho más expuesto de lo que acostumbraba, prácticamente le estaba dando el cuchillo con el que podía abrirle el pecho y tocarle el corazón y eso daba miedo.
Vio que acababa de llegarle otro mensaje, era de Shiori, ya lo leería luego, sus mensajes solían ser largos.
—InuYasha —Iku lo llamó. Su tiempo de descanso se había terminado.
—Voy.
Miró una vez más el mensaje de Kagome y luego la foto que le había tomado el día anterior. Había llegado a soñar quitándole el vestido esa noche.
Suspiró y guardó el móvil en la chaqueta antes de volver a trabajar.
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—Cuéntanos, Hojō ¿Qué tal con tu nuevo trabajo? —la madre de Kagome mantenía una animada conversación. Ella, simplemente intentaba estar sin llamar demasiado la atención.
—Muy bien, señora Higurashi. Me han pedido que me quede durante este semestre y según evalúen mi desempeño hablaremos de un puesto fijo —explicó.
Kagome se mantenía en silencio, sentada en la escalinata, mientras su madre y Hojō estaba de pie a su lado.
—Me alegro mucho ¿Has oído, Kagome? —llamó su atención.
Ella alejó la mirada del punto perdido en el que estaba, dado que le servía para dejar que otros pensamientos ocuparan su mente.
—¿Qué cosa? Perdón, estaba distraída —aceptó.
—Claro —por el tono que usó su madre, sólo le faltó el: cómo no, habitual—. Hojō kun hablaba de su trabajo y de cómo le harán fijo.
—Bueno, quizás me hagan fijo —se apresuró a aclarar el joven, con ese habitual tono honesto que usaba.
Kagome se quedó mirando los ojos castaños de él, preguntándose porqué su honestidad y sus cualidades no la habían tocado de forma profunda, durante los años que se conocían, y sin embargo InuYasha la perturbaba sólo en unas cuantas semanas.
Bueno, estaba el factor sexo, eso no lo había experimentado jamás con Hojō, no obstante a InuYasha le bastó con verlo para saber que quería acostarse con él. Quizás, simplemente, los conoció en momentos distintos de su vida.
—Es una buena noticia Hojō, me alegro por ti —mencionó al final de aquella reflexión que nadie sabría.
Él sonrió, desvió la mirada un segundo y volvió a la de ella.
—Por cierto, tengo entradas para el cine, para mañana —ahí estaba, Kagome sabía que en algún momento de la velada llegaría ese momento y ella se sentía siempre muy mal al negarse, tanto por Hojō como por la reprimenda que luego le daba su madre.
Tomó aire y buscó dentro de sí el mejor tono amoroso con que podía darle una negativa.
—Kagome — escuchó su nombre y se dio la vuelta, el abuelo la llamaba—. Necesito ayuda con esto.
Salvada —pensó.
El abuelo estaba intentando levantar una figura de madera que habitualmente se encontraba de cara a la entrada y que para la ceremonia necesitaba que estuviese junto al árbol sagrado que había en el templo.
—Voy yo —anunció Hojō, bajando la escalinata, sin dar espacio a réplica, ni a respuesta. Kagome pensó en que quizás, después de tantos resultados similares, ya presuponía lo que diría.
—Gracias —agradeció mientras él pasaba por su lado.
Se quedó mirando la escena del joven ayudando a su abuelo, era una buena persona, habría hecho buena pareja con su amiga Ayumi.
—Es un buen chico, deberías darle una oportunidad —comenzó a decir su madre. Desde que vio llegar a Hojō tenía claro que esta conversación se daría en algún momento.
—Ya hemos hablado de esto, mamá —quiso sonar amable y clara.
—Ese chico te adora y ha sido así desde que lo conozco. Todas tus amigas ya están casadas o van de camino a estarlo ¿Qué haces con tu vida, Kagome? —las palabras de su madre habitualmente eran así, no recordaba una oportunidad en la que la visión del mundo que ella tenía no hubiese estado por encima de la propia.
Se puso en pie y se alisó el vestido.
—Al menos inténtalo, hija —miró a su madre, con la clara idea de dejar zanjado el tema, sin embargo vio lo que la hacía callar cada una de las veces; vio un amor genuino, todo lo genuino que su madre conocía, porque no todos los amores eran iguales y cada quien lo daba en la medida que conocía.
Tomó aire profundamente y asintió con suavidad. Sabía que su madre sólo quería estar segura de que ella se encontraba bien.
—Lo haré, saldré con él y veré —aceptó. Aunque eso no significaba que cambiaría de opinión sobre Hojō.
Obviamente su madre la abrazó hasta que la dejó sin aliento. Kagome no podía decir que no le gustase sentir ese afecto, sin embargo no pudo evitar pensar en que preferiría que la abrazase sólo por estar ahí con ella, sin condiciones de por medio. De reojo pudo ver que Hojō las observaba con curiosidad.
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Pasaba de medianoche e InuYasha subía la última escalera del edificio en que vivía para llegar al descansillo del cuarto piso. Jugueteó con las llaves en la mano y sintió el móvil vibrar en el bolsillo de la chaqueta; tenía un mensaje de Shiori.
Gracias por la cerveza, lo he pasado bien.
Se detuvo a mitad de pasillo y le puso un mensaje de vuelta.
Me alegro ¿Has llegado bien?
Avanzó los pasos hasta la puerta y metió la llave en la cerradura, recibiendo a su vez un nuevo mensaje.
Perfectamente, ya estoy en casa. Gracias.
Muy bien, descansa.
A simple vista los mensajes no decían nada de la relación que los dos estaban teniendo. La chica era agradable y bastante inocente, se reía con ella y pasaba un buen rato. Si lo meditaba con algo de calma, se daba cuenta que no tenía amigos con los que salir a divertirse un par de horas sin más destino que ese y Shiori le daba esa oportunidad. No tenía del todo claro las intenciones de la muchacha, su instinto le decía que si quisiera llevársela a la cama podría hacerlo y si lo único que quería era una amiga, también la tendría en ella. No estaba muy seguro de qué despertaba en él, quizás se había visto en su inocencia cuando tendría pocos años menos que ella.
Se descalzó al entrar y dejó el móvil sobre la cama para comenzar a quitarse la ropa, darse un baño y dormir. Estiró el cuello, estaba cansado, había sido un largo día. Se desabotonó la camisa y mientras lo hacía miró el móvil, pensando en que quizás era momento de dejar de lado la soberbia que lo había movido a no responder el mensaje de Kagome en todo el día. Sin embargo el no saber exactamente qué era lo que ella tenía para hacer y que le impedía estar con él hoy, lo hacía cuestionar el dar ese paso; después de todo, si ella quisiese contarle lo habría hecho en ese primer mensaje y tal cómo estaba redactado parecía que no se merecía ni una explicación.
Respiró de forma profunda, buscando sentirse un poco menos agraviado y soltó el aire poco a poco. Entonces su móvil sonó, antes incluso de terminar el ejercicio para tranquilizarse. Era una llamada, no un mensaje, y eso le resultó extraño. Tomó el aparato de encima de la cama y miró la foto de Kagome que danzaba esperando a que respondiera. Sabía que tenía poco tiempo para hacerlo, dos o tres segundos más hasta que se cortara la llamada y decidió dejarlos correr. El móvil se silenció e InuYasha lo mantuvo un poco más entre las manos, esperando a saber qué decidiría su cansado cerebro. El móvil volvió a sonar y esta vez respondió sin esperar demasiado.
No se dio cuenta de que se trataba de una video llamada hasta que Kagome apareció en la pantalla.
—Hola —lo saludó, haciendo un gesto con la mano que intentaba parecer distendido.
—Hola.
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Continuará…
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N/A
Un capítulo particular que nos muestra trocitos de lo que hay bajo las sábanas de estos dos…
He recibido comentarios muy bonitos que sirven como combustible para alimentar a las musas que escriben esta historia. Se los responderé poco a poco.
Gracias por leer y acompañarme
Besos
Anyara
