Capítulo XXVIII

Vigésimo octava sesión

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El día para Kagome había comenzado extraño. Compartió parte del desayuno con su familia, su hermano Souta había hablado con ella un poco más que el día anterior y su abuelo se mostró agradecido de que viniese a acompañarlo con las cuestiones del templo y le recordó, una vez más, que ella debería hacerse cargo del lugar cuando él no estuviese. Kagome no tenía idea que cómo hacer eso y siempre aparcaba el problema para no tener que pensar en él. Antes de continuar con su día y volver a su apartamento le aseguró a su madre, dada su insistencia, que esa tarde se vería con Hojō. Sabía que aquel compromiso era ineludible, del mismo modo que sabía exactamente el tenor que tendría esta seudo cita y la forma probable de cómo terminaría.

Era domingo y las calles en una hora cercana al mediodía se llenaban de familias que paseaban y disfrutaban. Ella debía de reconocer que nunca pensó en los niños como una opción, ni siquiera cuando comenzó la universidad y muchas de sus compañeras comentaban los hijos que tendrían con los chicos con los que salían. Muchas veces su madre la presionaba con la búsqueda de un novio bajo la premisa de querer ser abuela.

Su teléfono sonó y pudo ver que la video llamada entrante era de su amiga Sango. Se rio casi con ironía: hablando de niños.

—Hola —saludó, apartándose un poco para no molestar a los transeúntes, tal y cómo indicaba el manual de buenas costumbres que le habían enseñado en la escuela.

—¿Qué haces? ¿Andas por la calle? —preguntó su amiga, que también tenía un paisaje natural como fondo.

—Sí, vengo del templo, era el inicio del invierno —le explicó.

—Oh, claro ¿está bien tu abuelo? —por una cuestión de cortesía, Sango preguntaba primero por el integrante mayor de su familia.

—Sí, está perfectamente, intentando legarme el templo —le sonrió.

Tras su amiga apareció Miroku, con el bebé que tenían en los brazos.

—Hola, Kagome. Vendrás el sábado siguiente ¿No? —mencionó. En ese momento ella recordó el cumpleaños de las niñas.

No alcanzó a responder antes que Miroku saliera corriendo, al parecer tras una de las niñas. Su amiga Sango desvió la mirada de la llamada y se mostró sorprendida y luego rió.

—Creo que tendré que ayudar al padre de mis hijos —mencionó a modo de despedida. Kagome ya se había habituado a esta clase de conversación. Como amigas se tenían gran cariño, sin embargo ambas estaban en momentos diferentes de su vida—. Te esperamos el sábado.

—Ahí estaré —aceptó ella. Los niños no la ilusionaban, en general, no obstante éstos eran los hijos de su amiga y eso era suficiente como para darles una tarde, ser una buena oba san y descansar todo el día siguiente por el esfuerzo.

De ese modo terminaron la conversación y Kagome creó una nota mental para buscar algo que pudiese gustar a las niñas como regalo.

Una vez estuvo cerca del apartamento, pasó por una tienda de alimentación y compró un par de cosas que le sirvieran para tener algo de comer al volver del trabajo durante la semana. También sintió el impulso de comprar unos cuántos huevos y algo de verdura, no mucha ya que sabía que se estropearía la mayor parte antes de ella llegase a usarla. Debía reconocer que había un sentimiento de fondo en aportar ingredientes a su cocina, aunque no iba a detenerse demasiado en ello, quizás porque resultaba más cómodo ignorar aquello que no se podía manejar.

Al llegar a su apartamento puso todo lo comprado en los lugares correspondientes de la pequeña cocina y abrió la ventana a pesar del aire frío, por si el gato aparecía a alguna hora, y comenzó a organizar el lugar para poder limpiar un poco y tener una semana tranquila. Puso algo de música en el móvil y tarareó la canción de fondo al empezar la labor. Cada una de las canciones que le salían en el reproductor le recordaban a InuYasha en alguna palabra, frase o estribillo. No es que los recuerdos le desagradasen, al contrario, y el problema que tenía era justamente ese. No supo en que momento, o en qué frase de la canción, se detuvo con la escoba entre las manos y se quedó mirando por la ventana y recordando pasajes de su conversación de la última noche. Lo cierto es que habían hablado poco y sin embargo ella mantenía la sensación de una larga conversación. De pronto vio al gato aproximarse por la saliente que conectaba las ventanas y acercarse hasta la que ella le había dejado abierta. El animal se metió en el apartamento y saltó al suelo, comenzando a buscar la comida en el lugar en que Kagome se la dejaba de forma habitual y al no encontrarla le maulló, comunicándose. Ella sonrió y se acuclillo delante del gato, acariciándole la cabeza.

—Debería ponerte comida en algún callejón —no le gustaba reconocerlo, no obstante sentía miedo a que el animal diera un mal paso y pudiese caer.

Recibió otro maullido como respuesta y decidió que era mejor darle de comer y seguir con lo suyo.

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Kagome había pasado la tarde con Hojō, tal y como se lo prometió a su madre y ahora caminaban hacia la calle en que vivía. Se había hecho de noche hacía un par de horas y él no había querido dejarla volver por su cuenta y aunque no necesitara de sus cuidados, prefirió no tener que discutir sobre ello. Estuvieron tomando un café y luego de eso habían ido al cine a ver una película clásica del cine japonés que a ella le pareció interesante aunque no se la repetiría. La conversación había sido bastante trivial, Hojō habló de su trabajo, de lo mucho que le gustaba enseñar y de lo contento que estaba con los niños de la clase que estaba llevando como tutor. Kagome, por su parte, se limitó a cuestiones puntuales de su propio trabajo, mencionando en parte en qué consistía y la forma en que lo realizaba.

—Tu abuelo parecía feliz ayer —mencionó su acompañante, cuando les quedaba poco para llegar al último cruce.

—Sí y esta mañana todavía estaba muy contento con el resultado de la celebración —agregó. Lo cierto es que Hojō era cortés y agradable con ella y su familia, no quería ser indiferente a eso.

—Me alegro mucho, se le ve bien —sonrió, mirando a la distancia. Kagome recordó que la abuela de él había muerto hacía cerca de un año. No quiso agregar nada al respecto.

—Es aquí —le anunció.

El joven la miró y asintió, intentando una sonrisa que resultó mucho más inquieta que alegre. Podrían ser muy buenos amigos de no ser por la insistencia incombustible del joven a intentar que fuesen algo más.

—Oh, claro —la respuesta fue una confirmación de esa impaciencia.

La miró y volvió a fijar su atención en un punto a la distancia. Kagome comenzaba a preparar una frase de despedida, cuando la mirada de Hojō volvió a posarse en la de ella, esta vez con insistencia. Ahora era cuando debía buscar las palabras que la ayudasen a apagar en él cualquier idealización que tuviera sobre los dos, tenía que ser algo que no dañase el trato de amistad que tenían ambas familias.

No alcanzó a decir nada antes que Hojō se decidiera a robarle un beso. Kagome alcanzó a echar atrás el cuerpo, girando la cabeza para recibir los labios en la mejilla. Él se detuvo, ella lo miró de medio lado, teniéndolo aún demasiado cerca y lo vio retroceder.

—Tenía que intentarlo —dijo, una vez recuperó la distancia inicial, en tanto Kagome la ampliaba ligeramente.

—Ya veo —aceptó, sin reservarse el tono punzante de esas dos palabras juntas—. Hojō, me gustaría aclarar que todo lo que puedo ofrecerte es amistad.

—Puedo esperar —intentó.

—Creo que llevas mucho esperando y lo que te ofrezco no va a cambiar —quiso sonar clara, aunque no severa.

Hojō bajó la mirada a sus zapatos, aún con las manos en los bolsillos del pantalón.

—Entiendo —pareció aceptar—. Nos vemos, Kagome —se despidió, un poco menos refractario que de habitual, sin embargo ella supo que no tanto como habría deseado.

Lo vio alejarse con paso calmo y con un gesto derrotado, el que se fue corrigiendo a medida que avanzaban los pasos, así que decidió que él parecía estar bien. Con esa idea en mente entró por la calle en la que estaba el edificio en que vivía y caminó los metros que había hasta su portal. Miró el móvil, por si tenía algún mensaje de InuYasha, habían quedado de verse cuando saliera del trabajo.

Estoy aquí —decía el mensaje de hace cinco minutos.

Alzó la mirada y comenzó a buscarlo, hasta que llegó junto al portal y lo encontró con la espalda apoyada hacia la pared y las manos en los bolsillos del pantalón. Cuando se acercó pudo ver una sonrisa que le resultó enigmática.

—Hola —le dijo y él amplió un poco más la sonrisa, sin dejar ese halo de misterio.

—Hola.

La respuesta llegó sin grandes matices, aunque Kagome no pudo evitar darse cuenta que no había intentado acercarse a ella. Intentó dejar de lado ese pensamiento, abrió la puerta de entrada y lo invitó a pasar; InuYasha lo hizo en silencio.

—¿Has salido antes del trabajo? —la pregunta era pertinente, Kagome no pensaba en que llegase hasta cerca de las diez de la noche.

—Sí, bueno, no todos los días son iguales —la respuesta era correcta y encajaba en una conversación trivial, sin embargo lo que ellos tenían era de todo menos trivial.

—Ya veo.

Acercó la mano al botón de llamada del ascensor, no obstante InuYasha se le adelantó y lo pulsó. Lo miró, él no le devolvía la mirada y en ese momento comenzó a sospechar que quizás la había visto volver con Hojō. Tuvo el impulso de preguntar si le pasaba algo y sobre ello desgranar su teoría, Desistió, reafirmándose en que simplemente había salido con un amigo e InuYasha y ella no mantenían ningún compromiso que hubiese que respetar.

El timbre del ascensor interrumpió sus cavilaciones y él la invitó a subir, dando un suave toque en su espalda, siendo ese el primer contacto que tenían desde que se habían visto.

El trayecto en el ascensor fue extraño. Mientras las puertas se comenzaban a cerrar InuYasha se sostuvo de la barra que estaba junto a Kagome, creando de esa forma una distancia mínima entre ambos. Ella lo miró y se encontró con los ojos dorados de él que parecían contarle emociones que no supo leer, sin embargo sabía que eran muchas. Se inclinó con lentitud para besarla y se detuvo a poca distancia. Recién en ese momento Kagome percibió lo pesada que era la respiración caliente que le tocaba las mejillas y tuvo la sensación de que esa pausa se había convertido en una especie de advertencia. Alzó levemente la barbilla, invitándolo a entregar ese beso tal y cómo lo sentía. Cerró los ojos cuando él le presionó los labios y le aprisionó el cuerpo con el suyo hacia el espejo que había en una de las paredes. Fue consciente del modo en que la lengua de InuYasha parecía querer recorrer por completo su boca y perdió el aliento justo antes de que él llevase el beso hasta su cuello, oprimiéndole la cadera con los dedos, para pegarla más a su cuerpo y que sintiera el modo en que éste estaba reaccionando.

El ascensor los llevó sin detenciones hasta el séptimo piso. Casi no habían intercambiado palabras y Kagome creía que no hacía falta, lo que él le demostraba en un acto de contenida posesión era evidente: la estaba reclamando como suya. El conflicto en su corazón se había abierto y ahora mismo sólo podía entregarse y esperar a que InuYasha lo percibiera.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron él se apartó buscando controlarse y Kagome comprendió que debía ser ella la primera en dar el siguiente paso. Salieron al pasillo en silencio y mientras metía la llave en la cerradura, y aunque InuYasha no la tocara, podía percibir el calor del cuerpo a su espalda.

Al igual que la primera vez que estuvieron en su apartamento, no alcanzaron a dar dos pasos antes de estar aprisionada por los brazos de él; sin embargo, a diferencia de aquella vez, ahora InuYasha no dudaba. La sostuvo, cruzando un brazo bajo su pecho, en tanto la otra mano abierta le acarició la cadera, deslizándose hacia su vientre. Se escuchó respirar agitada mientras él le besaba tras la oreja, el cuello y lo poco del hombro que podía descubrir. La guío con la fuerza de su cuerpo, caminando sin dejar de abrazarla para que avanzara hacia el interior del pequeño apartamento y detenerse ante el primer mueble que podía servirle de soporte, de ese modo se encontró sostenida por la mesa que había junto a la cocina y perdió el aliento al inclinarse y soportarse con ambas manos. Podía notar la lucha de InuYasha a través de las caricias que le daba y que al principio parecían tentativas, para hacerse fuertes y exigentes en cuánto advertía que no se negaba a ellas.

Giró la cabeza para mirarlo hacia atrás y pudo ver la expresión de su mirada, que se iluminaba por la claridad que había en la estancia debido a la luz que entraba por la ventana sin cortinas. Le besó la mejilla y le humedeció el oído con la lengua, parecía buscar por medio de todos aquellos gestos un modo de marcarla. Le abrió un par de botones del vestido y ella llevó una mano hacia atrás para tocar el sexo prisionero en el pantalón. InuYasha siseo, pero no se detuvo y deslizó una mano bajo el sujetador, aprisionando un pecho.

—Hazlo ya —le pidió en parte por la necesidad que sentía en él y en parte por el ansia que ésta misma despertaba en ella.

InuYasha maldijo sobre su hombro y la aprisionó con los labios, succionando con tal intensidad que estaba segura que le enrojecería la piel. Escuchó el sonido de la palma de la mano de él sobre la mesa, miró y pudo ver que dejaba ahí un preservativo. Kagome lo observó durante un instante, dejando que su mente vagara en una idea que desapareció en el momento en que sintió la mano de él deslizándose dentro de la braga. Jadeó descaradamente cuando los dedos la tocaron entre los pliegues ya ligeramente húmedos y contuvo el aliento cuando notó que deslizaba la ropa hacia abajo, dejando el espacio suficiente para lo que ambos deseaban. InuYasha tomó el preservativo y Kagome esperó con la respiración agitada a que él se preparara para entrar en ella. Supo que se había humedecido los dedos con saliva, a través del sonido y el movimiento que había hecho. Ella gimió cuando notó los dedos mojarla para guiar la erección hasta su sexo.

Se inclinó hacia la mesa en el momento en que lo sintió entrar y cuando estuvo completamente dentro de ella ambos se quedaron quietos y compartieron un temblor. El sonido de sus respiraciones era lo único que llenaba el espacio del pequeño apartamento y entonces Kagome sintió como él la abrazaba con tierna posesividad, consiguiendo que todas sus emociones se le concentraran en el pecho y el vientre. Ella le enlazó una de las manos, la que tenía más cerca, y con un apretón le indicó que estaba lista para recibir las embestidas que llegaron prácticamente sin tregua.

Las respiraciones se convirtieron en gemidos, jadeos y suplicas. Kagome sentía la fuerza con que InuYasha necesitaba descargarse en ella y el modo en que su propio cuerpo necesitaba recibirlo. Lo instó a ir más rápido, más fuerte, y él obedeció de tal modo que por un momento sintió que tocaba el suelo sólo en puntas de pies. Se aferró con más ímpetu a la mano que mantenían unidas y recibió el orgasmo como un alivio soez, que no le daba aún todo lo que quería. InuYasha la acompañó con una exhalación muy parecida a un gruñido que ella, a pesar de su propia intoxicación hormonal, pudo leer como una insatisfacción similar a la suya, una declaración que podía interpretar: el sexo ya no era suficiente.

Al paso de un momento InuYasha salió de ella y dejó caer el preservativo atado a un lado, en el suelo. Se quitó el pantalón y se agachó para quitarle a ella las botas, las medias y poco a poco el resto de la ropa. Había algo tremendamente erótico en este acto de desnudarse después del sexo.

Pudo ver cómo él se quitaba la ropa que le quedaba y la ponía junto a la demás sobre la silla que acompañaba a la mesa. La tomó a ella de la mano y la guio hasta el futón con cierta clara familiaridad que Kagome sintió como un calor que se le alojaba en el pecho. Una vez ahí se sentó con la espalda hacía la pared y la invitó a ocupar el espacio que había creado entre sus piernas. Lo observó por un instante, dándose cuenta que por primera vez no le importaba deambular desnuda y que InuYasha la mirase. Se arrodilló delante de él y se acomodó de medio lado hacia su pecho sintiendo el frescor de la manta cuando la cubrió, la que de inmediato comenzó a calentarse en contacto con el calor que ellos emanaban.

Hubo silencio. Hubo cierta solemnidad que sólo fue rota por las palabras de InuYasha.

—Kagome, sólo quiero estar contigo.

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Continuará.

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N/A

Finalmente he llegado a este punto que es algo a lo que ellos han rehuido. Espero que las emociones que el capítulo destila se hayan comprendido bien y que me cuenten en sus comentarios.

Gracias por leer y acompañarme en la aventura de crear.

Besos

Anyara