Capítulo XXIX

Vigésimo novena sesión

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—Kagome, sólo quiero estar contigo.

Soltó las palabras que tanto miedo le causaban y a pesar de ello sólo había alivio en su pecho por ello. Otra cosa era la respuesta que pudiese recibir, eso sí lo tenía expectante e inquieto. InuYasha pudo sentir como se tensaba Kagome en el abrazo y pensó en que quizás se había apresurado demasiado y con ello estaba arruinando cualquier cosa que hubiese podido pasar entre ellos con el tiempo. Sin embargo, no se sintió capaz de evitarlo. Verla junto a ese hombre le había retorcido el estómago de tal forma que supo que no era capaz de compartirla, eso sólo le dejaba dos caminos y uno de ellos era el que acababa de confesar.

Notó el modo en que Kagome se movió en el abrazo y no intentó retenerla, él había dado ese paso y sólo le quedaba esperar por su respuesta, con el corazón batiendo inquieto en su pecho como si nuevamente tuviese diecisiete años. Ella lo miró durante un largo instante en que no pudo leer sus ojos, luego alzó la mano para acariciarle la mejilla con la punta de los dedos y sólo en ese momento le habló.

—¿Realmente eres tan honesto cómo pareces? —le preguntó e InuYasha comprendió que algo se estaba desarrollando en el espacio de esta conversación, algo que podía crecer.

—Sólo puedo ofrecerte el averiguarlo —ahora él le tocó la mejilla con los dedos, en un gesto suave, dedicado únicamente a la dulzura.

Kagome bajó la mano y la mirada e hizo un leve gesto negativo.

—Yo no sé estar en compañía —confesó.

InuYasha respiraba entrecortado, intentado disfrazar la inquietud con palabras.

—Hasta ahora se te va dando bien —quiso quitar peso a la conversación. Esto debía ser algo alegre y que calentara el alma.

La escuchó reír y eso le dio cierto alivio.

—Eso es porque nos vemos poco —insistió ella.

—En eso estoy de acuerdo. Me encantaría verte más —sentía el corazón desbocado de ansia. El cuerpo, la piel, le pedían más cercanía aún.

Kagome se mantuvo en silencio un instante e InuYasha no quiso interrumpir ese momento de cavilación.

—Y si me acuesto con otro —parecía querer enfrentarlo a lo peor de ella.

—Espero que no lo hagas —entonces los ojos castaños se fijaron retadores en los de él.

—Y si lo hago.

InuYasha tomó aire, buscando sosegar su mente y su corazón ante la sensación de dolor que aquella declaración le causaba.

—Kagome —intentó calmar la carrera frenética que parecían comenzar a correr los pensamientos de ella—, esto sólo es intentar algo, no estamos escribiendo nada en piedra.

Por alguna razón aquellas palabras parecieron poner un contexto para Kagome y sus reticencias. InuYasha tenía claro que su atracción por ella radicaba justamente en lo que no podía ver, lo que no mostraba y que él presentía bajo las capas de distancia que había construido entre el mundo y su corazón. Entonces volvió a mirarlo a los ojos y luego a la boca durante un largo instante que consiguió convertir en sensual un momento de incertidumbre. Volvió a mirarlo a los ojos y se alzó para crear el roce de un beso que resultó lento, húmedo e intensamente posesivo. El beso se deshizo dando paso a la caricia de la lengua sobre su mandíbula, cuello y desde ahí descendió al pezón. InuYasha se mantuvo muy quieto, dejando que Kagome tomara el control; quizás esta era su forma de responder. En su mente se cuajaban las posibilidades y aún no sabía lo que ella pretendía con comenzar una nueva sesión de sexo. Tal vez se estaba negando a su propuesta, quizás la estaba aceptando. Cerró los ojos cuando sintió los dedos rozando su pene que se comenzaba a excitar y a medida que ella acariciaba él empezó a perder el hilo de sus propios pensamientos.

Cuando abrió los ojos, Kagome le permitía una visión hermosa de su figura desnuda, sentada e inclinada ligeramente hacia adelante, con su atención puesta en la erección que comenzaba a hacerse prominente debido a los toques que le daba. InuYasha admiró la forma del pecho que caía de encantadora forma debido a la postura. Los pezones estaban endurecidos y abultados y no pudo resistir el ansia de tocarlos. Acercó la mano y con el dorso de los dedos recorrió un pezón, sintiendo la respiración de ella sobre la piel del brazo, para luego girar la mano y recibir en la palma el peso del pecho y desde ahí oprimir el pezón entre los dedos. Kagome suspiró y detuvo la caricia que estaba dándole durante un corto momento; sólo el tiempo suficiente para cambiar y reemplazar la mano por su boca. InuYasha perdió el aliento de golpe y echó atrás la cabeza, sintiendo que todo su cuerpo era atacado por un temblor que le robó completamente la calma, endureciendo su sexo de golpe.

En algún momento ella lo soltó, después que su boca lo humedeciera y su la lengua lo recorriese con ímpetu. Se alzó, soportando el peso sobre las rodillas y supo que buscaba una mejor posición para quedar a horcajadas sobre él.

—Un condón —mencionó InuYasha, casi al borde del colapso con aquellas caricias y la carga emocional de su petición. Sin embargo Kagome lo miraba a los ojos de forma intensa, con ambas manos en la curva entre sus hombros y cuello.

—Yo estoy limpia ¿Tú lo estás? —sabía que se refería a la analítica de enfermedades sexuales.

Asintió, se había controlado hacía un mes y siempre tomaba precauciones.

Juntó algo más las piernas, dejando a Kagome la decisión del siguiente paso. Notó como el anhelo se apoderó de su respiración y se tensó cuando le sostuvo el sexo, acariciándose con él. Sintió el calor y la humedad que emanaban de ella, ambos mirando el lugar entre sus cuerpos. Se deleitó en el modo en que comenzaron a acoplarse, sin ninguna barrera; hacía años que no recorría el interior de alguien sin la interferencia del látex. Sentir la temperatura y el tacto del sexo de Kagome le resultó asombroso y potente. Sin embargo, lo que desató completamente su autocontrol fueron las palabras que ella le susurró al oído cuando estuvieron unidos del todo.

—Esta es mi aceptación a tu propuesta —contuvo el aliento un momento y la abrazó, sosteniéndose de sus hombros, por la espalda, para poder empujarse hacia arriba y que Kagome lo sintiese completamente. La escuchó resoplar junto a su oído y murmurar algo que extrañamente le incendió la sangre—. Pero no puedes acabar dentro.

Después de eso besó, lamió y consumió de ella todo lo que pudo. La acarició a manos llenas, con todo el cuerpo. Tomó su cadera y trabajó en diferentes ángulos y posiciones, esmerándose en escucharla gemir hasta que los gemidos fueron exhaustas suplicas. La sintió llegar al clímax un par de veces antes de sumirse en su propio placer y cuando se quiso abandonar lo hizo con el cuerpo de Kagome bajo el suyo. Podía ver cómo se sostenía de la almohada, mientras él le dejaba besos constantes en la espalda, recorriéndola con las manos, separándole las nalgas y entrando en la humedad de su sexo. Le recorrió los brazos y enlazó sus dedos con los de ella, mientras entraba con lentitud para luego presionar con fuerza. Kagome lo instó a ir más rápido y más profundo si era posible. La tensión en su cuerpo le avisó de un nuevo orgasmo, había aprendido a reconocer los suaves temblores de su cadera y el modo en que la voz se le quedaba atrapada en la garganta cuando éstos le sobrevenían. Se incorporó, apoyando su peso en rodillas y manos, para poder darle la liberación que le estaba exigiendo. No tardó demasiado en notar las contracciones que le oprimían el sexo y la forma en que la entrada se hacía más estrecha. La sintió temblar y rogó por contener su propia culminación hasta que ella pudiese satisfacer la suya. En cuánto percibió que Kagome se ablandaba, la embistió unas cuántas veces con poca sutileza y en medio de sus propios profundos estertores. Salió de ella cuando la presión en su vientre se hizo insostenible y sujetó su erección justo antes de comenzar a notar las convulsiones del orgasmo y ver como su semen era lanzado y caía sobre la piel del trasero expuesto y la curva de la espalda de su compañera, acrecentando su placer.

Cuando su sexo aún se sacudía en su mano, intentando liberar los últimos resquicios de su semilla, InuYasha se inclinó hacia adelante y acarició las nalgas de Kagome, esparciendo ligeramente sobre la piel el blanquecino fluido que había salido de él.

La escuchó reír y su voz se liberó en medio de esa risa.

—Mira que eres obsceno.

InuYasha rió también. Había algo completamente liberador en este momento.

Se echó junto a Kagome que giró la cabeza, aún recostada boca abajo, y lo miró. Se quedaron así durante unos cuántos segundos en los que ninguno quiso decir nada, porque de alguna manera se lo habían dicho todo.

Finalmente InuYasha habló.

—Ducha.

—Ducha —acordó Kagome.

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Kagome estaba soñando con una habitación de un color claro, desde cuya ventana entraba un agradable brisa veraniega. Ella se encontraba echada en el suelo de tatami y miraba la forma en que la luz entraba creando pequeños reflejos sobre la cortina blanca que se elevaba delante de sus ojos. No había mirado hacia afuera, sin embargo sabía que estaba en mitad de un paisaje campestre y muy verde, se lo contaba el olor que traía consigo la brisa que le acariciaba la cara. Cerró los ojos y se sintió ligera y feliz. Se giró de medio lado sobre el tatami y notó agujetas entre las piernas y calor en el pecho. La fina corriente de aire continuaba cosquilleando en su mejilla y sobre la piel de su hombro, ella llevó la mano hasta ahí, para encontrarse con otra mano que la tocaba.

Entonces despertó y de inmediato su mente paso del sueño a la realidad.

—Tengo que irme —escuchó la voz de InuYasha que le susurraba aquellas palabras con suavidad.

Kagome abrió los ojos, pestañeó unas cuántas veces y sostuvo la mano de él sobre su hombro, hasta que finalmente pudo mirarlo. La habitación permanecía en penumbra, lo que la hizo notar que aún no amanecía.

—¿Qué hora es? —le preguntó.

—Pasan de las cinco —él estaba sentado a su lado, ya vestido para salir.

—¿Tan pronto? No has dormido nada —quiso incorporarse para mirarlo mejor.

—No, no te levantes, descansa —le acariciaba el hombro desnudo—. Ya dormiré por la tarde.

Kagome cerró los ojos y se llenó de aire por medio de una respiración profunda que aún le traía la sensación de la brisa de verano que había en su sueño y aquello acrecentaba la sensación de calma que le daba la caricia de InuYasha. Su cabeza amenazaba con comenzar a levantar parte de las barreras que había echado abajo para estar así con él, no obstante las mantuvo a raya. Sintió que le besaba la cabeza, sobre el pelo y el corazón se le amplió en el pecho.

—Te llamaré —mencionó él, antes de ponerse en pie.

—No —sostuvo su mano—. Ven a dormir aquí por la tarde.

Fue consciente de cómo InuYasha se quedaba un momento en silencio y esperó por su respuesta.

—Bien, pero necesito dormir —su voz sonó alegre.

Kagome no pudo reprimir una sonrisa y escondió la cara hacia la almohada para que no la descubriera.

Sintió cómo el calor del cuerpo de él la abandonaba y un instante más tarde escuchó la puerta cerrarse. Abrió los ojos en mitad de la penumbra y su mente comenzó a jugar con las escenas vividas durante largas horas de la noche y el inicio de la madrugada. Su cuerpo tembló ante el reconocimiento de las emociones que se habían entrelazado entre ellos durante ese tiempo y deseó que su corazón se mantuviese menos inquieto y algo más frío, para no enamorarse, o quizás para no hacerlo tanto. Sabía que tenía un miedo profundo a que la conociera realmente y que descubriera que no había en ella nada que amar.

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La pastelería era de las cosas que más le gustaba hacer e InuYasha dedicaba largas horas de su mañana a preparar los pasteles que se servirían en la cafetería en que trabajaba, dado que sus preparaciones eran el reclamo principal. Cada día de la semana se servían los mismos dulces principales y un daifuku especial. Hoy había decidido ofrecer uno extra, una receta que llevaba algunos días perfeccionando y que esperaba fuese un éxito, tanto para la cafetería como con la persona para la que había deseado elaborarlo: Kagome.

El daifuku estaba preparado en su cubierta con la tradicional pasta de harina de arroz, le había agregado un colorante vegetal natural de tono verde, para ayudarse con el efecto y de ese modo aliarlo al relleno preparado con pasta de pistacho y menta, además de la infaltable capa de anko o pasta de asuki. Cuando estuvieron terminados puso los que saldrían a la venta en la bandeja correspondiente e instaló los que se llevaría consigo al final de la jornada y que mantenía en una estantería reservada.

Comenzó a caminar por una avenida principal, en la que estaba la cafetería, y se debatió entre ir a su apartamento por algo de ropa y volver con Kagome, o ir directamente con ella. Finalmente decidió hacer lo segundo. Debía reconocer que se sentía extraño en medio del inicio de este algo parecido a una relación en la que ninguno había acordado nada en particular. Bajo ese hecho consideró que llegar con una muda de ropa y cepillo de dientes al apartamento de Kagome resultaría intimidante.

Suspiró, en este momento todo eso le daba igual. Recordó verla dormir por la madrugada de una noche en la que él mismo había dormido realmente poco y el cansancio que ahora acusaba su cuerpo era debido a eso y a la deliciosa sesión de sexo que habían compartido. No se quejaba, no conseguiría hacerlo aunque quisiese, sólo le quedaba rendirse a las sensaciones. Recordó el modo en que Kagome se había hecho un ovillo pegada a su costado, como si estuviese sola y quisiera darse calor. No sabía nada de las relaciones anteriores de ella, del mismo modo que no sabía quién era el hombre que la había acompañado la noche anterior a casa y que desde su perspectiva la había besado; tampoco se lo preguntaría. Ambos tenían un pasado y además, tenían derecho a conservarlo en total intimidad.

Se rió de sí mismo, si su madre lo viera le preguntaría cuándo había madurado tanto.

¿Lo había hecho?

Se encogió de hombros, no lo sabía, sin embargo estaba seguro de las afirmaciones y reflexiones que estaba haciendo en la soledad de su caminata.

Poco antes de llegar al edificio en que vivía Kagome, se detuvo en una tienda y compró algunas cosas para preparar una comida rápida, nada que le tomase demasiado tiempo, realmente necesitaba dormir. El procedimiento para entrar había sido el habitual, llamó al timbre del portal y un momento después ella le abrió. Sin embargo se sentía diferente, notaba una suerte de extraña normalidad, como si llevaran mucho tiempo siendo una pareja y esa sensación le produjo placer y un enorme temor, se estaba ilusionando como un adolescente. En cuánto estuvo en el ascensor se permitió respirar de forma profunda y apaciguar las expectativas que comenzaba a crearse con todo esto y bien sabía él que éstas eran campo fértil para la desilusión.

—Hola, tú —fueron las palabras de Kagome al abrir la puerta.

No pudo disimular la emoción de verla y a pesar de todas sus cavilaciones anteriores, se dejó llevar. Extendió la mano que traía libre y la enlazó por la cintura para darle un beso que calmara las horas que llevaba sin verla. Pudo notar el modo en que ella se había tensado y también la forma en que se fue relajando y aflojando el cuerpo, hasta entregar sus labios. Cuando la liberó del beso la miró a los ojos y los vio entrecerrados, preciosamente adormilados por la descarga emotiva que ambos estaban compartiendo y sólo en ese momento respondió a las palabras que le había entregado.

—Hola, tú —suspiró.

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Continuará.

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N/A

Bueno… IZON SHŌ camina por su tercer tercio, creo. No puedo decir cuántos capítulos quedan porque tengo los eventos en mi cabeza, pero no sé el tiempo que tomará contarlos. Estoy contenta con la emoción de este capítulo.

Gracias por acompañarme.

Besos

Anyara