Capítulo XXX
Trigésima sesión
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La luz de la calle entraba débilmente por la ventana sin cortinas del apartamento en que vivía Kagome. A pesar de estar cerrada y del cristal que se interponía entre los espacios exterior e interior, se podía oír la baliza de una ambulancia que se hacía poseedora del espacio auditivo que permitía la noche. Se quedó observando el rostro tranquilo de InuYasha mientras dormía, no tenía muchos momentos para mirarlo con la calma que ahora conseguía, él tenía horarios de trabajo que le permitían descansar poco entre semana, sobre todo si sus encuentros en la cama se alargaban. Ella era adicta al sexo, o al menos así se definía, sin embargo no le importaría que él viniese sólo para dormir. No obstante él también se había definido como un adicto al sexo y en ningún momento le había planteado a ella el saltarse una buena sesión de placer; incluso cuando le advirtió que vendría sólo a dormir. En cada uno de sus encuentros terminaban irremediablemente enredados sobre el futón.
Ahora se dedicaba a admirarlo. Cuando descansaba parecía como si se le escaparan unos cuántos años en medio del sueño, su semblante se relajaba y sus facciones hermosamente definidas se suavizaban y se hacían apacibles, transmitiéndole calma. Sus pestañas eran oscuras y abundantes, una de las razones por las que sus ojos resultaban tan atrayentes al enmarcar el iris dorado. Tenía los labios separados en una fina línea que le permitía respirar y ella escuchaba el débil y constante silbido de esa respiración.
No tenía seguridad sobre nada de lo que estaban haciendo. Llevaban varios días en los que el embeleso de lo nuevo los había estado rondando, aunque tenía muy claro que no se dejaba llevar del todo, no podía ¿Quién sería ella si no tenía el control de sí misma?
Respiró profundamente y permitió sentir ternura por la imagen de InuYasha dormido.
Esta tarde habían tenido terapia grupal, sólo les quedaba una más a la que asistir y esta sería la primera vez que llegaba a una terapia hasta la última reunión. La mayoría de las veces comenzaba a sentirse incómoda con las referencias que le daban, la forma en que se veía reflejada en ellas y lo mucho que la acercaban a emociones que no le gustaba remover. En la reunión de hoy, y a diferencia de otras oportunidades, InuYasha y ella se sentaron uno al lado del otro y tuvo la sensación de ser observada un poco más de lo habitual por Kibou, el terapeuta; sobre todo cuando compartieron algún comentario ante la exposición de las respuestas al cuestionario que debían replantearse.
Dentro de un par de días era el cumpleaños de las hijas de Sango y Miroku. No le había dicho nada a InuYasha, no creía estar preparada para enfrentar a la posibilidad de ir con él y sentir que esta semana de momentos íntimos, y que sólo les pertenecían a ellos, salieran de las paredes en que los vivían. Se acercó a él y buscó un espacio entre los brazos que se abrieron casi de forma instintiva para sostenerla. La presión que se le acumuló en el pecho, producto de la emoción, resultó tan fuerte que necesitó soltar el aire con ímpetu para no echarse a llorar. Tenía miedo de sentir, de amar y que cuando InuYasha la viese realmente desnuda, con todo lo que pesaba en su corazón, la magia terminara y él se fuese, dejándola sin nada.
Vino a su mente una de las preguntas que aparecían en el cuestionario de terapias y que ella había preferido no responder y así se lo había planteado al terapeuta.
¿Puede ser que no me resulte fácil reconocer mis emociones, manejarlas y expresarlas?
La respuesta a eso era parcialmente un sí.
Cerró los ojos. Decidió que prefería seguir manteniendo el control de lo que podía y la barrera que aún la protegía, después de todo InuYasha parecía feliz con lo que ella podía entregar.
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No conseguía dejar de mirarla mientras se abotonaba la falda al lateral derecho, aún con sólo el sujetador como vestimenta en la parte superior. InuYasha se había terminado de vestir hacía un momento y la esperaba con la espalda apoyada en una de las paredes, demasiado enfadado como para responder a la mirada de invitación que ella acababa de hacerle. Había aprendido a leer sus expresiones en lo referente al sexo, no obstante aún le faltaba práctica para descubrir sus planes ocultos.
—¿Sigues enfadado? —le preguntó, demorando un poco más de lo necesario el ajuste de la cinturilla en la falda azul que se pondría hoy.
Se mantuvo en silencio ¿Cómo podía responder a eso?
—Pasa cuando salgas de trabajar, te esperaré despierta —le ofreció. Aun así él seguía sin responder, fastidiado en exceso por la sensación de estar en el mismo punto de hace una semana atrás, acostándose con ella, aunque sin ser parte de su vida y sus decisiones.
—Da igual, Kagome, no te esfuerces —desvió la mirada a un punto a través de la ventana.
Se produjo un intenso silencio, de esos que están llenos de incertidumbre y pesan en el corazón.
La vio acercarse, con la parte de arriba de su indumentaria aún en las manos y buscó su mirada, desde la escasa altura que conseguía cuando estaba descalza. Le resultaba extraña la sensación de estar frente a alguien con tanto poder sobre él y su estado de ánimo, cuando le sacaba al menos una cabeza y media de altura.
—No te enfades —comenzó a pasar los dedos por el borde del jersey que llevaba—, no te dije nada porque sabía que estarías ocupado —los dedos ahora buscaban la cintura de su pantalón.
Se recordó haber decidido tener las expectativas controladas y no exigir de Kagome más de lo que ella estuviese dispuesta a dar a cada momento. Sin embargo sus emociones ahora le estaban hablando de lo mucho que esperaba de esto a lo que querría llamar una relación.
—Podría haber pedido el día, si lo hubiese sabido —aclaró. Ella no alzaba la mirada, se mantenía forzadamente distraída con su ropa.
Pudo notar por el gesto de las manos que intentaba desabotonarle el pantalón y eso le daba una idea de cuál sería su siguiente paso. Se dejó hacer por un momento, mientras sentía la forma en que ella rozaba con sus dedos la piel de su vientre. Se debatió entre detenerla o permitirle seguir y no precisamente por una cuestión sexual, si no por el uso constante que Kagome le daba a éste para salir de las implicancias emocionales. En el sexo todo fluía y parecía fácil entenderse. Las posiciones en la cama, o en cualquier lugar del espacio en que estuviesen, eran aceptadas y disfrutadas; sin embargo acercarse al corazón era una tarea titánica.
—No —le dijo, con suavidad, deteniendo su mano.
Contrario a lo que pensó que podría pasar, ella no alzó la mirada para cuestionar su decisión. Se agachó y tomó la prenda superior que había dejado caer al suelo en su intento de seducirlo y sonrió para darse la vuelta y seguir vistiéndose.
¿Esto quedaría así? ¿Su conversación? ¿La implicancia que tenía en el intento de una relación entre ambos?
—Debí contarte —dijo, de pronto, mientras se acomodaba la ropa—. Espero que entiendas que lo habitual para mí es follarme a alguien y luego cerrar la puerta.
Ciertamente lo sabía, ella misma se lo había advertido de forma visceral e incluso llevando la posibilidad a cuestiones tormentosas. Aun así sus palabras le dolieron en el estómago con tanta violencia que un puñetazo le habría hecho menos daño.
—Supongo que podrás ir a la estación sola.
Necesitaba salir de aquel pequeño apartamento sin cortinas, sin cuadros en las paredes. No se había dado cuenta de la sensación de abandono que había en el lugar, el espacio prácticamente decía a gritos que ella no se quedaría.
—Sí.
La respuesta fue escueta y no pidió más. Se marchó.
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El templo en que se encontraban estaba lleno de niños y niñas de entre tres y siete años, todos ellos ataviados con sus vestimentas tradicionales, incluidas las hijas de Sango y Miroku y ver a sus amigos felices le resultaba hermoso. Los decorados hacían alusión a la festividad en que se celebraba a los pequeños, deseando bendiciones y una vida larga. Las niñas de sus amigos vestían kimonos verde y rosa, además de llevar cada una un globo del color de sus ropas.
—Estoy muy contenta de que vinieras —le decía Sango, caminando junto a ella por un sendero hecho con piedras en dirección al templo principal.
—Es un sitio muy bonito y tus niñas están felices —sonrió, observando a las dos pequeñas de la mano de su padre, unos metros por delante.
El lugar estaba lleno de risas, alegría y familias, era un día para desear bienestar a las niñas y niños que estaban transitando los primero años de sus vidas. Kagome pensó, de pronto, en qué clase de madre sería Sango a lo largo de los años. Ahora mismo estaba segura de que era una madre excelente en cuanto al cuidado y la dedicación de sus hijos. Sin embargo sus pensamientos apuntaban a algo más, iban al momento en que las madres comenzaban a modelar la vida de los hijos y probablemente las niñas de Sango comenzaban a vivir esa edad, hasta ahora su amiga sólo se había ocupado de hacerlas sobrevivir de la forma más básica posible.
Se ciñó un poco más la bufanda al cuello, el día estaba nuboso y frío. No se encontraba en su ambiente, a pesar de que toda la algarabía que la rodeaba no le era del todo ajena, considerando las celebraciones que hacía su abuelo en el templo. No obstante ansiaba estar en otra parte, en otro espacio que se pareciese más a ella. Siendo sincera consigo misma, y aunque le costara, quería estar con InuYasha.
—¿Qué piensas? Estás muy callada —mencionó Sango.
Mantuvo el silencio durante un instante más, sentía el pulso acelerado y su mente era una maraña de conclusiones y razonamientos lógicos. Sabía lo que quería decir y sin embargo parecía que el mismo cielo nuboso que la cubría se le iba a caer encima cuando lo hiciera. Miró a su amiga de reojo, parecía buscar una razón o una distracción para cambiar de tema, no obstante Sango le prestaba total atención.
—Estoy saliendo con alguien —escucharse decirlo en voz alta fue como hacerlo real y, efectivamente, era inmenso como el cielo en su cabeza.
—¿Qué? —hizo la pregunta de forma abrupta e Hisui se quejó adormecido junto a su pecho. Lo meció suavemente, sin dejar de mirarla.
—Me has escuchado —gestó una suave y tímida sonrisa.
—Te he escuchado, lo que no sé es si te he entendido —ese tipo de aclaraciones eran habituales en Sango, más aún cuando el asunto le resultaba importante.
Tuvo que tomar aire profundamente para animarse a repetirlo.
—Estoy saliendo con alguien —volvió a decir, para que encajara la idea, lo que no esperó era sentirse así de emocionada por escucharse esas palabras una vez más.
Su amiga detuvo el paso y ella se giró para mirarla. Hubo un nuevo silencio que se acompañó de todas las ideas que Sango estaba orquestando en su cabeza y que a continuación soltó en una retahíla que resultó avasalladora.
—¿Desde cuándo? ¿Dónde se conocieron? ¿Cómo se llama? ¿Lo sabe tu madre?
En ese momento se dio cuenta de lo poco que le gustaba compartir los detalles de su vida.
—Vaya, me parece que no te has dejado nada en el tintero —bromeó, intentando que no se notase lo incómoda que se sentía.
—Lo siento, es que no me lo esperaba —fue sincera.
—Siendo honesta, yo tampoco —miró a la distancia y vio a Miroku lidiar con sus hijas, manteniendo una sonrisa.
—¿Desde cuándo salen? —la pregunta era simple y sin embargo no era fácil de responder.
—Bueno, nos conocemos desde hace unos meses —explicó— y estamos como pareja desde hace una semana.
Parecía poco tiempo cuando hablaba de una semana e incluso hacerlo desde los meses que se conocían, todo lo que deambulaba en sus recuerdos requería de más tiempo que eso. De pronto fue consciente de la forma en que su mundo estaba llenándose con la presencia de InuYasha en él y, aunque ahora mismo no lo sabía, eso sólo podía significar que en algún momento la burbuja iba a estallar.
—O sea que no lo sabe tu madre —no pudo evitar reconocer el tono de pesar en Sango, probablemente porque ella tenía una leve idea de lo difícil que le resultaba hablar con su madre.
—No —habría agregado que no se lo diría a no ser que el mundo se cayese a pedazos.
—Supongo que todo llegará —pareció analizar. La miró y tuvo que enfrentar los ojos de su amiga, primero con la reticencia de quien necesita proteger sus secretos para luego respirar y abrirse a la emoción de estar con alguien que la quería y no la juzgaba—. Lo importante ¿Estás contenta?
Necesitó tomarse un momento para responder aquello. Era difícil hurgar bajo las capas espesas de protección que solía poner. Sabía que no era posible para ella abrir completamente su corazón y exponer sus sentimientos, sin embargo podía responder a la pregunta con algo de claridad.
—Sí.
Sí, porque el corazón se le expandía cuando lo veía en la puerta de su apartamento y sí porque se sentía plena cuando él la arropaba con el calor de su cuerpo. Sí, cuando la besaba y el beso le hormigueaba en la piel y sí cuando sus ojos la miraban como si se tratase de un tesoro inabordable.
—Me alegro —sintió que le oprimía la mano y miró ese punto de contacto—. Y ahora dime ¿Por qué no has venido con él?
—Hoy no podía —se apresuró a aclarar y en parte era cierto.
Se dio cuenta que no quería explicar sus propias reticencias y la razón por la que no había querido contarle a InuYasha antes. Comprendió que Sango sería la voz de su conciencia y no quería enfrentarse a defensas morales que, además, serían justas.
—Ya veo —aceptó su amiga—. Y ¿Cómo se llama?
Su nombre. Advirtió que hasta este momento nunca había compartido su nombre con nadie.
—InuYasha.
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Subió al tren hacía un largo rato, aún le faltaban unas cuantas estaciones hasta llegar a la parada en que debía bajar. Miró la hora en su móvil y comprobó que sólo habían transcurrido dos minutos desde la última vez que la consultó: eran las seis y nueve minutos. Se encontraba sentada en un sitio junto a la ventana y se tocó la barbilla con el teléfono, mientras miraba hacia afuera a un día al que sólo le quedaba una línea de luz en el horizonte. Se sintió molesta por no haber dado a InuYasha la oportunidad de acompañarla, dada la hora resultaba más que probable que él hubiese podido regresar a tiempo para trabajar.
Suspiró y pensó en la posibilidad de llamarlo, después de un largo día de silencio entre ambos en el que no hubo ni un solo mensaje. También había barajado la idea de esperar por él fuera de su trabajo, sin embargo se le apretaba el estómago ante la idea, era una realidad que había hecho mal y él había rechazado la única herramienta que creía tener para compensarlo.
De pronto recordó al primer chico con el que se acostó. No lo había planeado del todo, quizás sólo lo había hecho en su subconsciente. Se había chocado con él fuera de una izakaya en uno de los barrios frecuentados por jóvenes para intentar encontrar una pareja. Le había pedido una disculpa y entonces se fijó en la luz que tenían sus ojos verdes. Le preguntó si quería tomar algo, venciendo el miedo que tenía a la situación, era la primera vez que abordaba a alguien en esos términos. Él aceptó y la idea de tener sexo surgió en ella cuando llevaban un par de copas y el muchacho le comenzaba a contar lo bien que se llevaba con sus hermanas, en ese momento pensó en que alguien que hablaba bien de las mujeres de su familia no podía ser una mala persona. Fue entonces que la idea cuajó en su mente y decidió que necesitaba cruzar la línea que le había dejado la experiencia en aquel callejón, casi un año atrás. Ella se haría dueña de su miedo y de su sexualidad, nadie le iba a quitar eso.
El encuentro había sido cálido, por decirlo de alguna manera. No lo había disfrutado en realidad, todo pasó de forma mecánica, desde fuera de su corazón. Físicamente había sentido algo cercano al clímax, emocionalmente se sintió conforme con haber dado ese paso. Aquella fue su primera vez y al menos la había decidido ella.
Volvió a mirar la hora en el móvil, habían pasado cinco minutos más. Su parada era la siguiente y decidió ponerse en pie y avanzar hacia la puerta para esperar. Estaba siendo un día extraño en el que las situaciones, las emociones y sus recuerdos estaban revueltos dentro de ella. Se chocó con alguien al pasar y miró hacia arriba mientras pronunciaba una disculpa.
—Kōga.
Lo dicho, estaba siendo un día extraño.
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Continuará
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N/A
Les dejo un nuevo capítulo de esta historia que me va acercando poco a poco al desenlace y esa extraña sensación de estar despidiendo de a poco a alguien que se quiere.
Espero que les haya gustado.
Gracias por leer y acompañarme.
Anyara
