Capítulo XXXI

Trigésimo primera sesión

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El encuentro con Kōga había sido completamente casual y estuvo a punto de pensar que debía haber alguna conjunción astrológica que le estaba quitando la calma este día, porque no encontraba otra razón para que sus emociones estuviesen así de revueltas. Si creyese en los vaticinios del universo, diría que éste estaría realineando algo en su vida.

Salieron juntos del tren y comenzaron a caminar en medio de una conversación trivial que venía a hablar del tiempo, del frio que comenzaba a hacer y de lo pronto que podría nevar. El tema siguiente fue a raíz de una publicidad que vieron a la salida de la estación en la que se anunciaba el musical de una película de animación muy conocida, hasta que él había mencionado lo nuclear para ellos.

—Hace mucho que no nos vemos—la frase tenía una connotación clara para Kagome, hacías semanas que no se veían, incluso las cuestiones laborales las estaba delegando.

No sabía cómo responder a eso. No creía que tuviese que dar explicaciones.

—Te invito a tomar algo —Kōga sonaba amistoso, no parecía que su invitación tuviese alguna intención oculta y ya lo conocía desde hace un buen tiempo como para saberlo.

—Nosotros no hacemos esas cosas —quiso sonar amistosa, aunque clara en su postura, ellos sólo eran amigos de cama.

—Es cierto, hacíamos otras cosas —debió anticipar el comentario y la coquetería implícita en él. Debía reconocer las dotes de seducción innatas que tenía.

Se rió ante su falta de lucidez y nuevamente pensó en que el día le estaba poniendo por delante situaciones muy extrañas.

—Me parece bien, quizás ahora podamos hacer estas cosas —intentó dar un carácter transicional a este encuentro.

Kōga era un hombre inteligente, sabría interpretarlo, aunque no tenía seguridad sobre si le gustaría un nuevo tipo de relación. Desde el principio habían acordado claridad a la hora de estar o no en el tipo cómodo de relación que tenían y era consciente de haberlo mantenido en la zona de posibilidades por si necesitaba refugiarse en una buena sesión de sexo. Aún lo pensaba así, le costaba desprenderse de esa parte suya que necesitaba control y seguridad.

—¿Además de las otras cosas? —sonrió con tal presunción al decirlo que le resultó imposible no sonreír con él.

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La mañana había comenzado muy temprano para él, había dormido poco y su mente no lo dejaba en paz. Se despertó en más de una oportunidad durante las cinco horas de sueño que pudo conseguir y en cada una de ellas se había despertado pensando en Kagome. Se sentía molesto por el carácter de obsesión que estaba tomando el asunto para él, más aun cuando había pasado todo el día y ella no se había comunicado. Era cierto que pudo llamarla o dejarle un mensaje, sin embargo dentro de él se debatían dos poderes ahora mismo: el miedo y algo parecido al amor. Ante ese debate el mundo se detenía, se paralizaba y dejaba de tomar decisiones. Así que salió a correr muy temprano, cuando el sol apenas despuntaba en el horizonte y las calles todavía estaban iluminadas por la luz artificial. Era el momento de la mañana que más le gustaba, el que le otorgaba lucidez y lo hacía sentir menos pesimista y triste.

Había conseguido hacer poco más de cinco kilómetros, se lo marcaba el móvil ahora que lo miraba junto al portal del edificio. Le pareció suficiente como para oxigenar el cuerpo y relajarse bajo la ducha. Miró a la tienda que vendía el pan, por si estaba ya abierta en un domingo y se encontró con que lo estaba. Después de la distancia que había recorrido le apetecía comerse un buen bollo con nata, sabía que era excederse con el azúcar, no obstante era dulzura lo que le hacía falta ahora mismo. La dependienta le sonrió con amabilidad, una chica joven que estaría ganando algo un día domingo, mientras aún estudiaba. Al caminar de vuelta al edificio intentó recordar si le quedaba café en grano para preparar, esa era una de sus debilidades.

Comenzó a subir la escalera de dos en dos peldaños, resoplando ligeramente para mantener el ritmo y llegar al piso en que vivía. Sentía el sudor en el cuerpo como una película ligera que rezumaba sobre su piel. No podía esperar para darse esa ducha y que los músculos finalmente se relajaran bajo el agua caliente. Era tanto el deseo que hasta le parecía percibir la sensación de alivio en el cuerpo.

Al llegar al descansillo comenzó a mirar las llaves en su mano, para dar con la que le abriría la puerta. No esperó encontrarse con Kagome sentada en el suelo, usando la pared como respaldo, mientras se sostenía las piernas hacia el pecho.

Se miraron durante un instante, sin que ninguno dijese nada. Ella traía en la mano una bolsa de papel igual que la suya. La vio ponerse de pie y sacudir la parte trasera de su vestido gris.

—Hola —dijo, con cierta timidez que él vio acentuada por la coloración en las mejillas.

—Hola —se animó a responder, sin agregar nada más, para acercarse a la puerta y abrir.

Una vez entró dejó abierto, sin invitarle a pasar, sin rechazar tampoco su presencia; siendo sincero, ni siquiera sabía cómo saludarla ¿Debía darle un beso como haría una pareja convencional?

—Te he traído algo para desayunar —mencionó desde el genkan, sin llegar a descalzarse o pasar. Tampoco había cerrado la puerta.

InuYasha la miró e intentó que su corazón dejase de correr la carrera loca que llevaba.

—Anda, pasa —le dijo—. Haré café.

La vio querer comenzar una sonrisa y dejó de mirarla por miedo a no poder dejar de hacerlo.

Se puso a preparar algunas cosas en la cocina, mientras Kagome lo miraba desde el otro lado de la encimera que los separaba. Había ahí un par de banquillos altos que servían para comer, ya los habían usado un par de veces. Pudo ver que ella dejó sobre uno de ellos su bolso y chaqueta.

—Me daré una ducha rápida en tanto hierve el agua —mencionó, sin mirarla más de dos segundos a los ojos.

—Quizás no fue buena idea venir sin avisar —escuchó que decía casi en un susurro y le pareció que contenía el aliento.

—Todavía estoy molesto contigo, pero no quiero que te vayas. Dame un momento —decidió que la sinceridad era lo mejor. No estaba contento y aun así le aliviaba tenerla aquí.

La vio asentir sin decir nada.

Se metió al baño y cerró la puerta, quitándose la camiseta nada más dar dos pasos dentro. En cuanto vio a Kagome se dio cuenta de lo fuerte que eran sus sentimientos por ella y de lo mal que los estaba manejando. Se había prometido que le daría espacio y tiempo para que las barreras que solía poner se deshiciesen poco a poco, al ritmo que ella necesitase. Sin embargo, una parte de él tenía esperanza y la otra le decía que estaba perdiendo el tiempo.

El agua de la ducha le refrescó el cuerpo y ligeramente las ideas. Percibió su tibieza por la espalda y se permitió un par de minutos sintiendo el golpeteo de las gotas en esa zona. Cuando terminó de enjuagarse el pelo cerró el grifo y tomó una toalla para comenzar a secarse concluyendo, sólo en ese momento, en que no había traído ropa limpia consigo. Se rió con ironía sobre lo absurda de la situación, tendría que salir medio desnudo ¿Cómo era posible que le preocupase algo así?

Se puso una toalla rodeando la cintura y se secó un poco el pelo con otra, apretando para que el agua se quedase en ella. Tomó aire y salió del baño, mirando de medio lado a Kagome que estaba en la cocina poniendo unos bollos en un plato.

—El café estará enseguida —la escuchó decir.

—Gracias —fue todo lo que respondió en tanto iba por ropa limpia a la cajonera que tenía a un lado de la cama.

Miró una vez más a Kagome que estaba vertiendo el agua caliente sobre el café, lo hacía con suavidad para que emulsionara antes de caer filtrado a la jarra, tal y como él le había explicado. Aprovechó ese momento en que ella estaba entretenida, para soltar la toalla, cuidando de cubrir la parte delantera, sentarse y ponerse la ropa interior en un absurdo acceso de pudor. Metió un pie en la ropa y luego el otro, para subir la prenda hasta el muslo y en ese momento ponerse en pie haciendo una suerte de rápido movimiento entre subir la pieza del todo y dejar caer la toalla.

—¡Mierda! —la exclamación de Kagome llegó junto con la estridencia del estallido de algo contra el suelo.

—¿Qué pasa? —reaccionó de inmediato, llegando hasta ella en un unos pocos rápidos pasos. Se había girado hacia la fregadera, dejando caer agua fría sobre la mano.

—Me he echado el agua caliente —chasqueó la lengua—. Una tontería.

—Pero ¿Cómo ha pasado? —dejar caer el agua sobre el filtro con café no tenía gran ciencia.

La escuchó suspirar.

—Me he distraído mirándote —aceptó, casi con pesar y lo miró ante su estupefacción—. No me juzgues, eres guapo.

La miro fijamente, mientras Kagome le daba cortos vistazos, como si lo evitase. La rodeó con un brazo y se inclinó para buscar su boca con la propia. La sintió tensa durante el primer segundo y al siguiente la tensión se convirtió en un suspiro que sonó a alivio y a entrega. El agua del grifo aun corría y sólo podía pensar en que sus emociones ahora mismo eran como esa misma agua que fluía sin freno.

La liberó del beso y se quedó atento a lo que pudiese ver en los ojos de ella.

—Te extrañé —la escuchó decir y aquello resultó ser como un sedante para su corazón.

—Y yo a ti.

Comprendió que las palabras eran escasas para expresar lo que bullía en su pecho y por lo mismo entendió, también, que no podía encontrar ninguna más que lo representara. Detuvo la corriente de agua y le sostuvo hacia su cuerpo para guiarla un poco más hacia él, dando un par de cortos pasos hacia atrás y así evitar que caminase por sobre los fragmentos de la taza que se había destrozado contra el suelo.

—Déjame ver —la soltó del abrazo y le pidió la mano que comenzaba a colorear sobre la curva que unía el pulgar y el índice.

—No es nada, ya se pasará —intentó quitarle importancia.

—Espera, tengo algo muy bueno para esto.

Se giró hacia la izquierda abrió una puerta estrecha de la alacena que estaba a su alcance y tomó un pequeño frasco con un ungüento de color verde.

—Esto lo prepara mi madre con hierbas que suele recoger en verano. Crecí en un poblado rodeado de montañas y vegetación —le explicó en tanto tomaba un poco de la pomada en un dedo para luego aplicarla sobre la zona que se había quemado.

Pudo notar que Kagome movía instintivamente la mano, escapando del dolor y su mente hizo una extraña relación entre ese gesto y el modo en que ella lo solía acallar con besos. Le miró la boca, sin que se diese cuenta y volvió a la acción que estaba realizando.

—Gracias —la escuchó decir.

Le sonrió con amabilidad, quería que ella estuviese bien.

—Anda, siéntate al otro lado y espera a que recoja esto —pidió, refiriéndose a los trozos de cerámica que decoraban el suelo ahora mismo.

—Lo siento —la escuchó murmurar.

—¿Por qué? ¿Por ponerme a limpiar la cocina en calzoncillos?

Sonrió más abiertamente y ella lo acompañó, sin embargo las mejillas se le tiñeron de rojo sin llegar a mirarlo.

—Anda, mira aquí —se indicó los ojos cuando ella siguió el gesto de su mano—, todo el tiempo. No quiero más accidentes.

Kagome abrió los ojos intentando mostrar una ofensa que no sentía, dejando de inmediato un puya en medio de los dos.

—¡Cómo si no te hubiese visto con menos ropa que esto! —metió los dedos de la mano que no estaba lesionada por la cinturilla del bóxer, soltándola para que la goma le diese sobre la piel.

Ouch —soltó a modo de respuesta—. No soy yo el que se quema por mirar.

La vio abrir la boca, mientras lo miraba directamente a los ojos, tomó aire para intentar decir algo que no encontraba entre sus pensamientos y finalmente presionó el labio inferior con los dientes, mostrando la más pura visión de la agradable derrota que acababa de aceptar. Luego de eso le dejó un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura del labio, para apartarse hasta el otro lado de la encimera.

No pudo evitar pensar que en ocasiones las pequeñas calamidades acomodaban la energía de una situación.

Fue tomando con cuidado los trozos de la taza rota, que era su favorita, la había comprado en un mercado cercano, la primera compra que había hecho cuando comenzó a vivir solo, y estaba pintada a mano con un color azul esmeralda que dejaba entrever las pinceladas.

—Lo siento —la escuchó decir— ¿Era importante para ti?

—¿La taza? —de pronto se dio cuenta de lo cotidiana de la escena que ambos estaban protagonizando y aquello le calentó el corazón— No, era sólo una taza.

Sabía que esta sensación de alegría bien valía un objeto único.

—Me alegro —escuchó el alivio en ella—. De todos modos te debo una taza.

Sonrió, porque sentía alegría y necesitaba mostrarla.

—Bien, te la cobraré.

Pudo notar la conformidad en Kagome, que a continuación desvió la mirada a un punto perdido a través de la ventana, aunque estuvo seguro que en realidad se había perdido en algún pensamiento propio que probablemente no compartiría.

—Hace frío fuera —la escuchó interrumpir el silencio.

—Sí, estamos a un mes del invierno —aceptó, a pesar de lo extraño del comentario.

Le resultó curioso comprobar cómo hasta una conversación trivial podía tener relevancia cuando estabas intentando llegar a una persona.

—De todas formas me gustaría invitarte a pasar el día fuera —concadenó esta idea con la anterior.

—¿Fuera? —dejó caer los trozos de cerámica en el basurero, para luego mirarla como si tuviese que darle una explicación mayor.

Hasta ahora habían compartido muy pocas actividades en un ámbito diferente al de la cama y casi todas estaban destinadas a llevarlos a ésta. En más de una oportunidad pensó en sólo pasar la noche con ella, compartiendo una intimidad sin sexo.

—Sí, me gustaría —advirtió como la pequeña frase perdía fuerza a medida que trascurría, como si el terreno que Kagome pisaba le resultara extraño e inseguro.

—¿Sabes por dónde quieres ir? ¿Quieres que hagamos un itinerario? —intentó animarla, mientras se lavaba las manos.

La miró por encima del hombro y pudo ver esa hermosa expresión que iluminaba sus ojos cuando la inocencia se apoderaba de ella. Habitualmente duraba sólo el paso de un segundo, o de un pensamiento, sin embargo con eso le bastaba para sentirse conforme.

—He pensado un lugar —aceptó. La expresión de inocencia aún brillaba en el castaño de su iris.

Se giró hacia ella, descansando los codos en la encimera mientras se secaba las manos con un paño de cocina.

—Cuéntame —le pidió, acortando la distancia de sus caras.

Sintió la delicada caricia de su mano sobre la mejilla, el iris aún brillaba con la ilusión de la candidez, en tanto se iba acercando a él para besarlo. No sabía qué magia habitaba en los besos de Kagome, no obstante a su corazón le crecían alas.

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Continuará.

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N/A

Me llena de amor escribir sobre estos personajes. Por estos días cumplo un año desde que volví a hacerlo y me siento como si hubiese sido hace un mes.

Muchas gracias por acompañarme con IZON SHŌ y recuerden que estoy publicando KOTODAMA y que las entregas se irán turnando hasta que la primera termine.

Besos

Anyara