Capítulo XXXII

Trigésimo segunda sesión

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"… de entre todas las cosas que comprendí en la visita que hice a ese lugar, la que más me conmovió fue entender que la dignidad es una de las sensaciones que con mayor rapidez nos acerca a la felicidad…"

—¿Qué escribes?

Kagome alzó la mirada, aun con sus pensamientos puestos en las notas que plasmaba en su libreta. Ver a InuYasha con sus ojos dorados llenos de curiosidad, mientras sostenía dos vasos de café, le resultó algo cercano a esa felicidad que intentaba describir e intentó disimular esa emoción con una sonrisa amable.

—Notas —respondió. Cerró la libreta y la dejó junto a ella sobre el banco del parque que había venido a visitar, para luego recibir su vaso de café.

Siempre llevaba una libreta consigo para apuntar cualquier idea que surgiera, todas ellas utilizadas en la historia que llevaba un par de años creando y perfeccionando. En ocasiones pensaba que esa novela nunca saldría de los archivos de su computador portátil, sin embargo tenía algo fetichista con ella.

—Se puede saber ¿Sobre qué? —continuó con las preguntas, tomando el sitio a su lado en el banco de madera.

Tuvo que pensarse un momento si compartir o no con InuYasha algo que consideraba íntimo y que hasta ahora le pertenecía sólo a ella.

—Una historia —aceptó explicar eso. Decir más le resultaba inconcebible, sería como abrir una ventana a su alma y no estaba preparada para ello.

—¿Una historia que corriges o escribes? —lo vio beber de su vaso con total calma, teniendo una conversación relajada, completamente ausente de la inquietud que le producía responder a sus preguntas.

Delante de ellos había un lago en el que navegaban pequeños botes a pedales y Kagome se quedó observando el paisaje.

—Un poco las dos cosas —admitió. Después de todo estaba siendo su propia correctora.

—Oh. Y ¿Me dejarás leer algo algún día? —era extraño notar el pequeño punto de indecisión que había planteado en la pregunta.

Pensó en apiadarse de él y decirle que sí, que podría leerla, sin embargo el miedo a exponer lo que estaba haciendo y que la pudiese leer entre líneas en aquel texto era superior a ella.

—Quizás —intentó salir de ahí de la mejor manera posible.

—Oh, bueno —pareció aceptar.

Percibió el modo en que sus hermosos ojos dorados se oscurecieron de forma leve y descansó la mirada sobre los botes que rondaban el agua. Se sorprendió al notar un leve pellizco dentro del pecho, como si la mano de su consciencia le estuviese oprimiendo levemente el corazón. No le gustaba ver ni la más mínima sombra en el hermoso iris dorado de sus ojos que eran como observar en lo profundo del sol. Se sorprendió aún más cuando pensó en que esa emoción que ahora sentía era una de aquellas cosas que le gustaba apuntar en su libreta de notas y estaba surgiendo de ella como una realidad y no una ilusión. Extendió la mano para alcanzar una de las de él y captó su atención, consiguiendo que su mirada permaneciera un instante el aquella caricia.

Lo escuchó suspirar muy despacio antes de hablar.

—¿Cómo está tu mano? —sólo en ese momento recordó que había tenido un accidente casero en el apartamento de InuYasha un par de horas atrás. Se miró, era la misma mano que acababa de extender para tocar la de él.

—Impresionante —era cierto, su mano estaba como si jamás hubiese sufrido una lesión, como si no hubiese comenzado a colorear amenazando con convertir aquello en una gran ampolla.

Lo escuchó sonreír.

—Te dije que el ungüento de mi madre hace milagros —le tocó la mano, reservando aún el cuidado con la zona lastimada.

—Agradécele de mi parte cuando puedas —quiso ser dulce y terminó siendo mucho más amable de lo que esperaba, consiguiendo por fin el brillo honesto en sus ojos de sol.

—A propósito de eso. Tengo que ir a verla en unos días ¿Quieres venir conmigo? —sonó tímidamente esperanzado.

Mierda —pensó. Esto se le estaba escapando de las manos ¿Qué podía responder?

—Claro —no quería apagar la luz que acababa de ver, ni quería sentir que le quitaba la alegría. Al contrario, se descubrió queriendo darle dosis de felicidad.

—¡Qué bien! —no se reservó la satisfacción y se echó hacia ella para darle un toque con la boca en su boca.

Fue completamente consciente del modo en que ese gesto le había quitado el aliento, tanto de forma física como emocional, y entonces fue su mente la que le dio el aviso: no te conoce.

Ahí radicaba su mayor miedo. Si InuYasha llegaba a verla cómo ella era, se daría cuenta que todo lo que había visto hasta ahora era una máscara falsa. A pesar de ello le sostuvo la cara, desde ambos lados, cuando comenzó a alejarse con una sonrisa y lo besó con más intensidad de la que él había puesto en su expresión de afecto.

—Si quieres, hay unos baños públicos aquí cerca —le susurró con una sonrisa, cuando lo dejó hablar.

—Idiota —rió al decirlo.

Un día más —pensó. Quizás, si decidía vivir los días de a uno el corazón no se le rompería demasiado.

—¿Serás mía todo el día? —hizo la pregunta, acomodándose en el banco de cara al lago.

—¿Has usado un adjetivo posesivo en tu pregunta? —intentó disfrazar la sensación de pertenencia que surgió al escucharlo.

—Lo siento, señorita escritora —la disculpa traía consigo una buena dosis de sarcasmo.

Bebió un poco más de café del vasito de papel que él le había traído y luego sonrió.

—Con escritora es suficiente —lo pinchó un poco más, por seguir el juego, por sentirse menos presionada por sí misma en esto que estaban intentando.

Lo escuchó soltar una carcajada que resultó alegre y sonora, probablemente liberado por la soledad del espacio en que estaban.

—Tengo todo el día para ti —se animó a contestar la pregunta.

Pudo ver la forma en que él la miro, en tanto la risa se convertía en una sonrisa y luego en una expresión relajada y agradable.

—Me alegro, quiero llevarte a un sitio —se puso en pie y extendió la mano a modo de invitación para llevársela con él.

La libreta fue puesta dentro del bolso y éste colgó, a continuación, del hombro con la típica parsimonia de la educación que había implantado su madre en ella. Luego tocó los dedos extendidos de InuYasha con los propios, casi como si tanteara que eran reales y estaban ahí esperándola. Le costó darse cuenta que en su mente se estaba gestando una pregunta que la entusiasmaba tanto como la asustaba: ¿Esto era estar enamorada?

No, esto era otra cosa, ella ya se había enamorado alguna vez. O eso creía.

Respiró profundamente, buscando la fortaleza para seguir los pasos de InuYasha y su propio corazón.

Al andar un poco comenzó a sentir cierta calma y calidez interna, a pesar del frío. Miró a las personas que estaban transitando por el parque, parejas, familias, personas que hacían deporte. Su mente relacionó un par de ideas y la pregunta salió sin filtro.

—¿Viniste a correr aquí? —lo miró a su lado.

—Es un buen sitio para venir a oxigenarse —aceptó.

—De haber sabido…

—¿Dónde me habrías llevado? —el cuestionamiento era pertinente y comprendió que no tenía respuesta.

—No lo sé —se sintió abrumada por no estar haciendo de este momento todo lo perfecto que ella habría querido. Más aún, considerando que era su modo de pedir una disculpa. Su necesidad permanente de controlarlo todo comenzaba a picar en su mente como un diablillo.

—Relájate, esto se ve muy diferente cuando lo caminas —lo vio inclinarse un poco hacia ella—, se disfruta más.

Lo observó un instante y, aunque el diablillo del control seguía ahí, se sintió capaz de dejar de escucharlo por un rato.

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Era extraño para él sentir que por fin estaba teniendo un día sencillo con Kagome. Al despertar por la mañana, después de un día anterior que sólo podía catalogar como de mierda, ella lo estaba esperando en su puerta con una disculpa en forma de bollos con nata. Le había medio preparado el café, cierto era que se había quemado una mano en el proceso, y a continuación lo invitó a pasar el día fuera. Luego de aquello se acercaron al parque que él ya recorrió antes, aunque le daba igual ir a sentarse a las escaleras de la estación de tren a ver a las personas pasar, si hacer aquello era en compañía de Kagome. Tenía muy claro que sus sentimientos por ella lo estaban desbordando y también sabía que eso implicaba sobreponerse al miedo a cada momento.

—Ya estamos —mencionó cuando se encontraron en la puerta del lugar al que se había acercado.

—¿Un museo? —la forma en que miró la placa de la entrada no mostraba molestia, quizás curiosidad, y eso lo animó.

—Vamos, entremos —no le había soltado la mano en todo el trayecto. Quería sentir su cercanía todo lo que le fuese posible.

La escuchó afirmar y notó cómo lo seguía sin la tensión que mostró al inicio. Era extraño sentir que la estaba conociendo cuando ya llevaban largo tiempo acostándose.

Al poco andar encontraron la zona de entrada y pagaron por su pase. Poco a poco fueron recorriendo el sitio e InuYasha se mantenía atento a todas las impresiones que Kagome se llevaba. La vio acercarse a una puerta, que como otras antes, tenía una parte acristalada que contenía un hermoso vitral acorde al tema del museo. Quiso sacar su móvil y capturar la imagen de ella tocando con delicadeza las líneas en el cristal, sin embargo se contuvo para no interrumpirla. Al poco de recorrer el lugar y de ver el sin número de figuras y recreaciones que lo componían, sobre los personajes pertenecientes al estudio en que se fundaba el museo, decidieron que era tiempo de marcharse y buscar un sitio en el que comer algo. Pensó en ofrecer su cocina para preparar comida en el apartamento, sin embargo estaba disfrutando de este tiempo fuera de cuatro paredes.

—Ven, llevemos algo antes de marcharnos —se encaminó a la tienda de recuerdos, que estaba plagada de peluches de todos los tamaños, además de llaveros, libretas, tazas, almohadas, etc.

Comenzó a recorrer el lugar, intentado observar de forma disimulada a Kagome y saber así si había algo que pudiese gustarle. De entre todas las cosas ella había tomado una libreta y recorrió con suavidad la superficie con los dedos. Se acercó y miró la figura que sobresalía de la tapa.

Mononoke Hime, te pega; una chica medio rebelde, medio salvaje —tomó la libreta de entre sus manos y se fue con ella hasta el mesón para pagarla.

—¡Oye! —escuchó la queja a su espalda.

Se quedaron, uno junto al otro, de pie delante del mesón mientras la dependienta le cobraba.

—No tienes que comprarme nada —le resultó extraño el tono desconfiado en su voz.

—Es cierto, no tengo, quiero —le aclaró y por la forma en que la escuchó respirar casi le pareció que había inflado las mejillas, tuvo que mirarla para comprobar que sólo había oprimido levemente los labios.

La dependienta le entregó su compra en una bolsa de papel que tenía el logo del museo dibujado en uno de sus lados, le agradeció por su compra y él le respondió con un gesto cortés de vuelta.

—Entonces yo también te llevaré algo —escuchó a Kagome junto a él y vio que extendía la mano y descolgaba un llavero para entregarlo a la misma mujer que lo acababa de atender y que mantenía una sonrisa suave y de total neutralidad en el asunto.

Esperó a que ella terminara la gestión y una vez que estuvieron fuera de la tienda le entregó la bolsa de papel con la libreta que le había comprado. A cambio recibió el sobre que contenía un llavero. Al mirarlo sonrió con cierta particular sensación de satisfacción, no le importaba el objeto en realidad, le gustaba sentir que estaban compartiendo algo que comenzaba a tener forma para él.

—Y ¿Por qué esta llama? —preguntó. Recordaba la película en que salía ese fuego con ojos, aunque no recordaba su nombre.

Calcifer es un fuego y en él se cocina —pareció responder con más deseo de encontrar convicción en sus palabras que por poseerla en realidad.

—Ya veo, me acabas de poner la etiqueta de cocinero —la miró, ampliando la sonrisa.

Le gustaba ver la forma en que las mejillas de Kagome se arrebolaban cuando no encontraba las palabras apropiadas para responder, cuando el control de una situación se le escapaba.

—¡Oh! ¡Calla! —extendió la mano y le tomó un buen mechón de pelo para tirar de él hacia abajo y plantarle de ese modo un beso.

La sorpresa no le permitió cerrar los ojos de inmediato, aunque pasado un instante no sólo cerró los ojos, también la rodeó por la cintura y dejó que pensara que tenía control sobre el beso que le estaba dando.

Alguien se aclaró la garganta el pasar junto a ellos y en ese momento se separó, aceptando que este beso debía continuar en otro lugar y con algo más de intimidad.

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Se estaba convirtiendo en uno de los placeres de su noche el observar a Kagome cuando se dormía. Habitualmente ella luchaba por no ser la primera en hacerlo, por alguna de esas cosas que tenía con el control, sin embargo hoy habían caminado mucho y luego lo había acompañado al trabajo y lo esperó hasta que estuvo libre, literalmente le había dedicado su día.

Agradecía poder contar con los recuerdos de hoy. No había sido consciente de lo mucho que necesitaba de los momentos que habían compartido hasta este día; ahora se sentía pleno. Extendió la mano para acariciarla, sin embargo se detuvo antes de llegar a tocar su mejilla para no despertarla, descubrió que era mejor contemplarla y escuchar la suave respiración que salía por su boca cuando descansaba. Rió al recordar que de regreso en el apartamento se había pedido turno para la primera ducha y, según ella, de esa forma sacarse el cansancio del día, no obstante éste la había vencido de todas maneras y comenzó a dormirse mientras él le trenzaba el pelo. De ese modo no le costó nada cerrar los ojos y entregarse al sueño.

Ahora mismo estaba de medio lado hacia él y podía observarla con total calma. Le gustaba la dulce sensación de pureza que lo llenaba cuando Kagome estaba entregada al descanso, era como si pudiese verla realmente, como si en esos instantes de sueño ella ya no se ocultara y pudiese disfrutar de su semblante sereno.

Sintió cómo se le cerraban los ojos a él también, y aunque sabía que no era una mala idea descansar de una vez, le costaba renunciar a la posibilidad de permanecer un momento más en medio del embeleso que lo llenaba con simplemente mirarla. La vio inhalar profundamente y pensó en que quizás abriría los ojos, sin embargo eso no sucedió y una vez que exhalo como si buscara liberarse, se recogió un poco más sobre sí misma en una seudo posición fetal. El gesto consiguió que brotase en él ese profundo sentido de protección que llevaba experimentando y extendió la mano, la posó sobre el omoplato de ella y buscó acercarse un poco más. A pesar de los propios pequeños detalles compartidos el día de hoy, tuvo que reconocer su sorpresa cuando fue Kagome la que se acercó y le rodeó la cintura con un brazo para respirar sobre su pecho; seguía dormida.

Tuvo total consciencia de la forma en que el corazón podía calentarse de amor hasta el punto previo a estallar.

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Continuará…

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N/A

Me encanta como se van acercando y sentirlos dulcemente enamorados.

Amo a los InuKag de esta historia.

Besos y gracias por acompañarme

Anyara