Capítulo II

Vínculos de hermandad

Las personas de tu edad consideran que eres algo torpe en tu andar común. Incluso tus maestros te han llamado la atención por la forma en que te quedas casi dormido en clases. Es una costumbre muy tuya, demasiado arraigada. Y supones que por eso tampoco llamas mucho la atención entre las pocas chicas que conoces.

¿Quién se fijaría en alguien tan vago como tú?

Sin embargo, ahora que estás en línea, más de una de tus compañeras ha mandado una solicitud de amistad.

Sí, son aquellas chicas que no te prestan atención cuando les pides los apuntes.

Aquellas que ni siquiera te agradecen, si les ayudas a cargar cosas pesadas.

Y no hablemos de las más bonitas, ellas ni siquiera te dirigen la mirada.

Pero ahora tienes en una esquina de la pantalla más de quince notificaciones en espera de ser contestadas. Tenías más, pero muchas ya han ido desapareciendo conforme pasan los días.

¿Qué no dicen que Facebook es una plataforma de amistad? Ninguna de esas personas son tus amigas.

Hao ya te explicó un poco cómo funciona esto. Te ha dicho que todo se conecta con correo electrónico y el número telefónico. Por lo tanto, muchos de tus contactos saben que ahora tienes una vida digital. Al igual que las mujeres, muchos de tus compañeros ya están agregados entre tu repertorio de amigos.

—¿Sigues practicando con tu teléfono? —escuchas la voz de tu mamá en el marco de la puerta.

Suspiras agotado.

Ese aparato infernal no ha dejado de vibrar.

—Vamos, cariño. No es la gran cosa.

¿Qué no era la gran cosa? A veces te preguntas si naciste en una época equivocada.

—Es agotador, mamá—resoplas tirándote a la cama.

Nada puede menguar tu estado de ánimo de fastidio.

—Eso dices ahora, una vez que te acostumbres, no querrás soltar esa cosa.

La miras con extrañeza, cuando te muestra un teléfono parecido al que tienes, claro que el costo es infinitamente menor. Pero es un móvil táctil. Estás sin habla, no sabes qué decir.

—¿Cuándo?...

—Hao me lo regaló hace un año y medio—dice sentándose a tu lado—También me costó trabajo, le tenía mucho aprecio a mi teléfono, como el tuyo.

Ahora no sabes si ahogarte con la almohada o golpearte en la pared.

Siempre te has llevado bien con tu madre y tu abuela. Ni hablar de tu abuelo, ese anciano es más un padre para ti que el mismo Mikihisa. Pero ahora caes en cuenta de un detalle, estás hablando como una persona de más de cuarenta años. Se entienden mutuamente, punto aparte el parentesco que los une, la idea es que es empática con tus problemas, como nadie de tu edad.

—Sé que puede ser abrumador, pero hasta Facebook es divertido a veces.

¿Cómo, también tenía una cuenta en esa red social?

Line es más sencillo—sigue explicándote—Puedes hacer llamadas gratis, mensajear. Lo utilizo mucho cuando estamos en la florería. Mis clientes hacen muchos pedidos en línea y de forma directa a mi número. También tiene algo llamado Timeline, te permite ver lo que otros publican, tus contactos.

Hay demasiados términos que no comprendes.

Twitter es un mundo aparte… son como millones de mensajes al aire. Pero una vez que encuentras personas con quién conversar, es la cosa más adorable que puedas ver.

Estás desorbitado entre tanta información. Ella lo nota, porque ha acariciado tu frente para darte un beso maternal, como cuando necesitaste consuelo el día que tu papá se llevó a tu hermano con él. Jamás lo quisiste admitir delante de ella, pero cómo odiaste a tu progenitor desde aquel instante.

Eras sólo un niño de ocho años, qué podrías saber sobre peleas e infidelidades. Nunca habías estado tan lejos de Hao. Las llamadas no eran suficientes, las pocas visitas menos. Comprendes que a la larga eso pudo afectarte. Eras adolescente, cuando tu padre lo dejó volver.

La complicidad estaba presente, pero él ya no sentía el mismo apego, pudiste notarlo las primeras veces que tu madre trató de llenarlo de atenciones. Tal vez fue demasiado, ¿podrías culparla? No había tenido a su hijo en casa tantos años.

Él era cálido, pero a la vez distante, como si supiera que todo sería momentáneo.

Llámalo madurez, falta de costumbre, hasta independencia.

No esperabas que se comportara como cuando eran niños. Sin embargo, siempre tuviste la sensación que vivir separados te había marcado más a ti que a él. ¿Habías mencionado que tenías dos hermanos pequeños? Redseb y Seyram, de siete y cinco años de edad. Ambos, muy amados por tu padre, quien vive feliz con la mujer por la que dejó a tu madre.

No es como si quisieras que fuera infeliz, es que no sabes cómo describir este sentimiento.

Eran cosas que a Keiko ya no le afectaban. Había tomado su tiempo, tú la viste sufrir por la ausencia de tu hermano. La viste llorar incontables noches la soledad, hasta que tus abuelos decidieron dejar Izumo para instalarse con ustedes en Funbari. Pasaron años de tristeza, que ambos habían superado. Al menos, eso solías decir a menudo.

Mikihisa pensó que dependería de él toda la vida. Mírala ahora, con una florería y con el jardín más bello de todo Saitama, donde cultivaba los especímenes más hermosos. ¿Podrías sentirte más orgulloso? Supones que no. Y la abrazas, recordando cuán importante es esa mujer para ti.

—Los cambios son parte importante de la vida, Yoh—dice acariciando tu cabello— No puedes quedarte estático todo el tiempo.

Asientes, mientras la ves irse, dejándote con el móvil en el futon. No te explicas por qué motivo sigues molesto por la cantidad de cosas que hay que ver. Otro en tu lugar se sentiría complacido. Apenas pudiste intercambiar un breve texto con Horo Horo, él te mandó fotografías de dónde estaba comiendo y lo que estaba haciendo.

Trataste de hacer lo mismo, pero jamás encontraste las imágenes que capturaste.

Hoy, intentaste de nuevo, él sigue incrédulo de que te atrevieras a dar el salto.

Haces tu mejor esfuerzo por tolerar este cambio.

— "Apenas me creo que de verdad tomaste el teléfono! xD. Cada vez que abro Line, me tengo que asegurar que de verdad eres tú. Esto es como para avisarlo, hasta por la televisión local. xD Quizá así me la termine de creer."

Sonríes por lo ridículo que suena eso.

—"Exagerado"

Pero sí te imaginas como parte del noticiario y un aviso especial: Yoh Asakura está usando un maldito aparato llamado smartphone.

Peor se pondrían si saben que no has visto nunca una película en otra dimensión.

—"Eres un amargado. XP "

Nuevamente ves ese código en la pantalla. Te preguntas por su significado, cuando aparece un nuevo aviso de que te han agregado a una conversación grupal.

—"Miren quién está entre nosotros" —comienza Usui—"Yoh Asakura, se une a la era digital."

Cada uno, por su lado ya te han hecho participe de su alegría.

—"Brody, lloro de emoción T.T, se acabaron las dos horas de llamadas mensuales" —te escribe Chocolove con una imagen de animación.

Ren está en proceso.

—"Aun puedes hablar, pero esta vez será en forma gratuita" —añade Tao—"Perdedores"

Supones que lo ha dicho con una sonrisa de lado, ante el horror del resto de tus amigos de que sigas con esa costumbre tan rara.

—"Uy, Ren, pero para qué le dices, man."

Y sí, así lo han demostrado con dos imágenes con movimiento, que más bien eran personajes petrificados y asustados.

Es gracioso. Sí lo es. Interactuar por escrito con ellos, lo es. Pero no estás del todo habituado y comienzas a sentirte algo extraño al saber que incluso a tus amigos les parece algo molesto que tengas ese tipo de atenciones.

No deberías ser así, lo sabes.

Tratas de disimularlo lo mejor posible.

—"Después veré cómo marcarles, no se preocupen. No extrañarán mi voz mucho tiempo"

Hay nuevas risas y códigos extraños intercalados, incluso Lyserg se ha unido a la charla, pero ha sido momentáneo ya que está durmiendo. Les pides que tengan un poco de consideración por él, pero ellos dicen que ya está acostumbrado a leer pláticas atrasadas.

Aquí es donde te das cuenta que, a pesar de que les hablas constantemente, no te comparten gran cosa. Con los días te acostumbras a la vibración en el bolsillo a todas horas. Estás trabajando o comiendo y ellos comparten imágenes graciosas. Hay comentarios burdos, incluso te animan a descargar más aplicaciones.

Tú sólo les pides paciencia.

Ha pasado casi un mes desde que se fueron y esto ha sido toda una revolución.

Tu madre se alegra de ver un recibo con menores cargos para el próximo mes.

En cambio a ti, comenzará a llegarte una factura mensual por todos los gastos del teléfono. Ya no sólo la línea, sino el costo del internet móvil. Es oneroso, pero aún está dentro de tus estándares.

Estás sentado en la zona de comida rápida del centro comercial, terminando de comer el ramen que Keiko preparó antes de que te marcharas. Eres algo solitario, a pesar de tener gran compañerismo con tus colegas del trabajo.

Sin embargo, siempre terminas en el mismo sitio, observando el techo transparente del último piso, pese a que los rayos del sol aún están en todo su esplendor. Pero alcanzas a ver el cielo y eso hace que para ti valga la pena.

—¡Hola, Yoh! —escuchas la voz de la subgerente.

Volteas a verla, está algo agitada, seguramente algo apresurada por buscarte.

—Sé que estás en tu hora de comida, pero necesito ver a Yuan en junta. Quiere hacer cambios radicales en la tienda. Y no tengo con quien dejar a Fumiko, ¿podrías cuidarla, por favor?

—Sí, claro—afirmas tomando al bebé de catorce meses.

Está acostumbrada a ti, porque la ves casi todos los días. Así que no llora, ni se angustia de estar entre tus brazos. Ella te sonríe, acaricia tu rostro, como habitualmente lo hace para alcanzar los audífonos en tus oídos. Esta vez los has dejado en tu mochila.

Estar con ella siempre te hace feliz.

No sabes si es la magia de los bebés o es porque es una niña. Y siempre te han gustado mucho las niñas por lo tiernas que pueden ser con sus padres. Quizá sientes que ya estás alucinando. ¿Pero alguien podría culparte? Fumiko ríe a carcajadas contigo con tan sólo un par de movimientos.

Es tan auténtica y tan natural que tú no dudas en sonreírle y realizar caras graciosas para continuar escuchando esa melodía tan dulce a tus oídos.

—Vaya, así que aquí vienes a esconderte para comer—escuchas una voz por demás conocida.

Sostienes bien al bebé, porque un susto como esos podría matar a cualquiera.

—¡Hao!

—Hey, no desgastes mi nombre de esa manera—menciona viéndote divertido— ¿Qué? ¿Ya soy tío y no me he enterado?

Parpadeas confundido y Fumiko parece verte del mismo modo.

—¿Eh? ¿Hablas de si es mi hija?

—¿Tú qué crees? —pregunta sentándose en la silla a su costado—Ven, encanto, ven con tu tío.

Extiende los brazos hacia la niña. Ella ni siquiera duda en aceptarlo. Una vez en su regazo lo mira y te vuelve a ver confundida. De nuevo se estira hacia ti. Tú la tomas de nuevo. No sabes qué clase de juego es ése. Pero a Hao parece divertirle, cada vez que se acerca y ella quiere estar con él.

Él no deja de burlarse, lo que contagia al bebé.

—¡Oh, dios! Me pregunto si cuando tengamos hijos, sabrán reconocernos—comenta fascinado por la reacción.

Sonríes más tranquilo, dándote una idea de todo el embrollo. Es divertido en realidad, porque salvo en el cabello, sus rasgos son idénticos.

—No lo sé, yo espero que sí—admites acariciando la espalda de la niña—Pero yo no me preocuparía por eso, yo me preocuparía más por las mamás.

—Oh… eso suena mejor—dice con un gesto picaresco—Podríamos intercambiar de lugares cuando nos acomode.

Comienzas a reír, eso sería perfecto, si tan sólo vivieran juntos.

—Escoges una súper modelo, Yoh—te advierte—No quiero cumplir tus deberes maritales y tener que cubrirle la cara con una bolsa de papel.

Evades la melancolía, prefieres seguirle el juego, como es tu costumbre.

—Ja… eres malo, ¿lo sabes? —dices, tratando de no imaginar el momento—Y un pervertido, cómo puedes pensar que te dejaré acostarte con mi súper modelo.

—Fácil, porque también querrás acostarte con mi súper modelo, hermanito—dice con alevosía, sentando a la bebé en sus piernas—Tienes mi cara, ya nada más necesitas valor. Sólo imagínate eso. Bebés hermosos y sanos, hasta podríamos donar nuestros genes a la ciencia. O venderlos a las mujeres que necesiten donantes sanos, fuertes e inteligentes.

Tu risa comienza a ser más fluida. A veces te preguntas por qué se ven tan poco en el año, si juntos son un verdadero deleite.

—Estás loco, Hao.

Fumiko tampoco ha dejado de hacerlo y quiere volver a tu lado. Pero Hao la detiene y le da besos en su estómago, que la hacen carcajearse de forma escandalosa. Al menos tienes la seguridad que será un magnífico padre.

—Bueno, déjamela, no creo que llore—dice acercándola a su pecho—Tú tienes que ver a tus hermanos.

Y parece que toda la jovialidad del momento se drenó automáticamente de tu rostro.

—Pero no puedo, su madre regresará y…

—Yoh, somos gemelos—menciona mirándote con bastante severidad—Mejor di que no quieres ir.

Suspiras resignado, más porque sabes bien que Hao no se tomaría la molestia de venir si no fuera algo ineludible.

—¿Dónde están? —preguntas finalmente.

—En el estacionamiento, primer nivel—te informa con rapidez.

Asientes, dirigiéndote rápido al elevador. No puedes creer lo fácil que cedes en algunas ocasiones a los pedidos de tu familia. Más suspiros salen de tu pecho. Aun así, no sabes cómo vas a reaccionar cuando lo tengas de frente. Casi nunca es sencillo verlo.

Y ahí está, en el auto negro, con dos hombres resguardándolo.

Sólo por acotación, Mikihisa Maki es un importante hombre de negocios y uno de los mejores amigos del primer ministro. Con una altura cercana al metro ochenta y siete, podrías considerar que es bastante alto, mientras se acerca a ti.

Suele hacer esa clase de visitas, tan espontáneas y sin importarle demasiado tu tiempo. Bien podría sacarte de clases o de un interrogatorio policial si así fuera su santa voluntad. En pocas palabras, no le interesan los demás. Pero sabes, al igual que él, que su fortuna e influencias son gracias a la mujer con la que está casado. Por lo que a ti, al menos a nivel personal, ni siquiera te impresiona.

—Has crecido bastante—pronuncia quitándose los lentes oscuros—No cabe duda que eres idéntico a tu hermano.

—Somos gemelos, no esperarías otra cosa, ¿o sí? —tratas de sonar lo más tranquilo posible.

Haz fallado, cuando una sonrisa irónica se cuela el apacible rostro de tu viejo.

—¿Aún no lo superas? ¿No crees que es demasiado inmaduro de tu parte seguir con viejas rencillas? —pregunta tocando tu hombro—Eres mi hijo, no creas que me olvido de ti.

—De todos tus hijos soy el único que no lleva tu apellido—le recuerdas.

Porque él alguna vez también fue un Asakura como tú. Yohmei le habían brindado el suficiente apoyo en vista de la decisión de tu madre, el honor de portar su apellido, para proseguir con su línea. Quizá no eran millonarios, pero tenían cierto respeto en Izumo. Su abuelo, principalmente, provenía de una larga familia con más de 500 años de antigüedad. No era poca cosa considerando los tiempos actuales.

No obstante, lejos de molestarse, te tomó con más confianza de los hombros.

—Eso no es problema, sabes que estoy dispuesto a quitarte de una vez ese apellido.

—No lo dije por eso, Mikki—pronuncias sereno, apartándolo sin violencia—En realidad, sólo era para recordarte que a pesar de llevar tu sangre, tengo otro padre al que deseo honrar.

Y ése sí era un punto vulnerable que sabías, no le gustaba tocar.

—¿De verdad prefieres ser el cabeza de una familia que no tiene nada, más que el renombre? —pregunta con marcado desprecio—Hao está orgulloso de portar mi apellido.

Como lo dijiste antes. Hao podría ser el próximo primer Ministro, incluso ser el mejor empresario de todo Japón. Ninguno de esos dos era tu sueño. Tú querías algo más terrenal, más real. Menos pretencioso.

—Yo prefiero tus audífonos, aun sirven bastante bien—dices relajado, sacándolo de equilibrio—Las personas creen que soy raro por llevarlos puestos, cuando existen unas cosas tan pequeñas que ni siquiera necesitan cables.

—¿Air pods? —preguntó extrañado—Puedo comprarte unos, si así lo quieres.

¿Y acumular más basura electrónica? No gracias, suficiente tenías con el móvil vibrando todo el día en tu pantalón.

—En realidad, nunca he necesitado esas cosas, ni siquiera me importa el prestigio que tanto hablas—aludes rechazando de inmediato la oferta—A lo que me refería es que si quieres legarme algo, dame algo que sea en verdad especial para ti. Cuéntame las cosas que te gustaba hacer, lo que tenías cuando joven, aún recuerdo tu guitarra…

—Yoh, no tengo nada de eso—menciona cansado, frotando el puente de su nariz continuamente—¿Qué edad tienes? ¿No tienes veinte? ¿Por qué piensas en esas cosas? Deberías pedirme cosas que te sean útiles. Supe por tu hermano que compraste un carro usado y que todavía lo estás pagando.

—Sí, el doctor que ve a la abuela vendía su coche, se lo compré y le prometí que le liquidaría el total en un par de meses—le explicas a grandes rasgos.

Él toma del bolsillo interno su chequera.

Tú interrumpes su acción.

—Ya sé que no tienes esas cosas, Mikki. Pero tienes los recuerdos contigo—dices sutil—Tal vez, si te dieras tiempo, podríamos charlar algún día…

Recuerdas vagamente cuando no era el importante hombre de negocios y te cantaba un par de canciones con la guitarra antes de dormir. Es algo que nunca te atreviste a decirle, pero extrañas su vieja persona. Extrañas lo sencillo que era.

—¿Necesitas terapia? ¿Eso es lo que tratas de decirme? De otro modo, no veo por qué estés tan empeñado en revivir algo que ya no soy—dice con dureza, tocando tu hombro derecho—Tienes que madurar, ver hacia adelante, piensa en tu futuro. Ser un maldito holgazán no me hizo el hombre que soy ahora. Tú debes poner los pies en la tierra, ser más ambicioso y dejar atrás toda esa basura romántica. Somos el país más moderno del mundo y tú te empeñas en vivir en el pasado.

Respiras agitado, mientras él te sigue viendo con esa mirada tan dura.

—Rechazaste todas las cosas que te he comprado.

—No las necesito.

—Yoh, te tienes que parar una hora antes para llegar e imprimir tus trabajos desde un local cercano a la universidad—replica bastante molesto—Me devolviste el teléfono, la computadora y hasta la impresora. Son cosas básicas para cualquier estudiante, no te estoy regalando una casa.

Suspiras, apartándolo de forma más contundente. Sabes que en parte tiene razón, aun así, no deseas discutir más. Han terminado peor en otras ocasiones.

—Vine a ver a mis hermanos, ¿dónde están?

—¿Es así como eludes tus responsabilidades? ¿No sabes tener una charla de adultos todavía?

Ni siquiera le respondes, él sólo hace una seña para que uno de los hombres abra la puerta de una camioneta. Sabes que son niños pequeños, así que te hincas para recibirlos con los brazos abiertos. Ellos son eufóricos contigo, todo el tiempo. Así que el abrazo que te dan es un micro segundo para ti.

—¡Yoh, no sabes cuánto te hemos extrañado! —enuncia Redseb.

Seyram es un poco más tímida y la sientas en tu pierna, mientras apoyas tu rodilla izquierda en el pavimento. No sabes cómo lo logras, pero te esfuerzas por sonreír mientras tu hermano te cuenta sobre el nuevo juego de moda. Al parecer ha causado gran sensación, porque dice que muchos de sus amigos salen a cazar Pokemons.

No entiendes bien a qué se refiere, ni te lo imaginas, lo último que supiste de ese juego era que se jugaba para Game Boy Color en la década de los noventay ahora sacaban versiones nuevas de esos juegos para todas las consolas. De niño veías el anime, pero no es como si hubiese marcado un antes y después en tu vida.

—El último se me escapó y la verdad es que no puedo salir mucho de la casa.

—¿Y a todos los encuentras en la calle?¿

—Sí, es súper fácil, si estuvieras ahí podríamos salir a cualquier hora por ellos.

Es súper extraño oírlo.

—Ven un día a la casa y te enseñaré cómo jugarlo. Incluso podríamos abrir nuestro propio gimnasio. Quédate unos días con nosotros.

Te encantaría decirle que sí, mas no quieres mentirle. Sabes que no te sentirías cómodo en esa casa. Pero ves conveniente por primera vez que tu padre viva cerca de tu hermano.

—¿Y qué tal si nos juntamos mejor en el departamento de Hao? Él tiene una de las mejores vistas de la ciudad. Su sala es amplia, como para jugar y hacer una pijamada, ¿tú que dices, Sey? ¿Te gustaría?

—Sí—afirma abrazando tu cuello.

—Ah… no lo sé, Hao siempre es algo aburrido y es un espacio chico para cazar—se queja el niño—Además, no le gusta que hagamos ruido.

Sabes que a pesar de que él los ha visto crecer y ha sido criado por la misma madre—porque cuando se fue, ella lo adoptó como propio y sabes que él está agradecido por eso— aun así, no es tan paciente con ellos. No estás seguro si es cuestión de edad, probablemente sea un factor. En realidad, lo único que sabes es que tú debes hacerlos sentir bien. Darles el amor necesario para fortalecer sus lazos afectivos. Quieres darles recuerdos agradables a su infancia.

—Él preparará las pizzas, lo prometo.

Ambos están de acuerdo. Tu padre te mira a poca distancia. Sabes que la visita ha concluido y él necesita hacer otras cosas. Besas la frente de Seyram y le das un fuerte abrazo a Redseb, antes de dejarlos ir. Los niños abordan el vehículo, mientras él se acerca a ti de nuevo.

—Iremos de vacaciones a las Islas Maldivas—pronuncia reservado— Me gustaría que fueras con nosotros. A tus hermanos y a mí nos gustaría convivir más contigo.

Suspiras de nuevo. Se ha hecho una práctica habitual estos días.

—Tengo que trabajar, pero gracias por la invitación.

—Si cambias de parecer, ya sabes a dónde llamar—es lo último que escuchas de boca de tu progenitor.

En realidad, no es como si esperaras más.

Desde el divorcio, te has acostumbrado a recibir poco de su parte. Quizá no en el sentido económico. No sabes si es algo que hiciste o algo que eres. Has dejado de cuestionarte con los años, prefieres vivir el momento sin complicaciones.

Vuelves a la tienda. Al parecer Hao ha hecho buena química con tu subgerente, tanto así que te ha dejado salir temprano. ¿Cómo lo logra tan fácil? No es que le tengas celos, es sólo que ella no es la clase de mujer que ceda de manera tan repentina, menos con un extraño.

El camino se vuelve ameno, más con la charla de tu hermano, que al parecer está saliendo con una nueva chica.

—Como Tamao, pero no tanto—alude recordándote a la chica que trabajaba con tu abuelo en Izumo—Deberías buscarla en redes sociales, quién sabe, tal vez hasta te pueda pasar su pack.

¿Su qué? Él sólo ríe al ver tu cara de desconcierto. Supones que en otro momento se dignará a evangelizarte o más bien, satanizarte en esta clase de mundo digital.

Deslizas la puerta de la entrada.

Y mejor te apartas, es la hora en que el desfile gatuno se prepara para salir. Hasta parece que te esperan, ansiosos a que abras la puerta tú y no cualquier otro miembro de la casa. Todos salen de forma ordenada, como si quisieran dar un memorable espectáculo y no la burda demostración de todos los días, en que salen como almas que las lleva el diablo.

Hao sonríe al ver que todas sus mascotas permanecen en perfecto estado. Incluso le ha bromeado a tu madre con añadir dos ejemplares.

—Vamos, mamá, ¿no me digas que dejarías sin hogar a mis dos pequeños?

Como has dicho antes, te sorprende la habilidad que tiene para controlar a las mujeres.

—Sería como dejar a tu hijo sin hogar. Tú no quieres eso, ¿o sí?

Tu madre está que quiere quebrar el plato que está secando en la mano.

—No, hijo, cómo puedes pensar eso—dice, finalmente dejando la vajilla en la mesa—Sabes que por ti haría lo que fuera.

Supones que también está el sentimiento de madre involucrado, porque sabe que tu hermano aprecia demasiado a Asanoha, la esposa de tu padre y madre de tus hermanos.

—Gracias, mamá, eres la mejor.

Si supiera que a Asanoha también le ha dejado varios gatos en su casa. Redseb estaba harto del refugio de felinos, que hasta su padre les había designado una habitación para ellos, al menos eso le había contado la última vez que hablaron largamente por teléfono.

Y a diferencia de otras personas de su edad, los pequeños esperaban con ansias cada vez que marcaba a su casa. Pero al igual que todos, sería momentáneo, apenas entraran en la pubertad, sabría que encontrarían algo fastidioso que lo hiciera. Tal vez para entonces, dejaría de intentarlo.

—Bien, mañana me acompañarás a buscar a dos gatos en la calle—escuchas a Hao colocar el futon a tu lado — Aun tenemos algo de tiempo antes del viaje.

—No voy a ir al viaje—le dices mirando el techo con una pequeña sonrisa.

Él se descoloca un poco, no comprende por qué has rechazado la invitación. Creyó, al igual que tu padre, que con los pequeños bastaría para ablandarte. No fue así. Tal vez si los pequeños se lo hubiesen implorado, cedería, no sucedió.

—Debes dejar ese resentimiento—añade cansado— A nosotros no nos toca juzgarlos.

Lo sabes.

—Él sólo quiere pasar tiempo contigo, deberías darle una oportunidad.

¿Cuántas veces has cedido bajo esa premisa? Casi nunca resulta bien. Recuerdas cómo una vez hasta te pegó un puñetazo cuando eras adolescente. Tuviste un arranque en su boda, tomaste de más, hablaste cosas que no debías. Tenías sólo trece años, ¿alguien podía entender ese hecho? Ryu tuvo que ir por ti. No le contaste a tu madre de eso, pero tu abuelo estuvo contigo hasta que pasó el efecto del alcohol.

Muchos te tacharon de alcohólico. Él quiso reclamarle a Keiko sobre tu comportamiento, pero ella sólo lo tomó como una de las muchas quejas a tu persona, nada serio. Pensó que permitiendo que tu hermano estuviera cerca de ti, mejorarías tu comportamiento con él. Sólo se apaciguó el enfado, de verdad agradeciste volverlo a tener en casa. Como en esos momentos, en que sabías que se iría en dos días y aun así, prefería pasar contigo la noche en la misma habitación, que irse a la suya.

—Hao… —mencionas llamando su atención—Pase lo que pase, siempre nos tendremos el uno al otro.

Sonríe, casi mirándote con escepticismo.

Es cosa de gemelos.

—Por supuesto, tonto, no podría ser de otra manera.

Respiras tranquilo, sabiendo que él está ahí. Algunos lo llaman dependencia emocional, tú sólo lo clarificas como un vínculo irrompible. Que nada, ni nadie podría romper jamás.

—Yoh… —escuchas su voz más suave de lo normal—¿Puedes prometer que no dejarás de ser tan tú? Sé que suena estúpido, pero nunca dejes que nadie cambie tu esencia. Eres único, tonto. Y me gusta que a veces seas tan pasado de moda.

Te parece curioso la dualidad de pensamientos, en especial del modo en que se expresa, porque ha sido de los que te ha pedido que cambies el teléfono más de una ocasión, que te actualices.

—Pensé que te molestaba.

—Es porque me gusta charlar contigo y compartir cosas importantes—dice casi durmiéndose— No es porque me moleste tu forma de pensar. Admiro que quieras preservar la forma de comunicación tradicional.

Junto con tus hermanos pequeños, era quizá, el único que le platicaba más de una hora continua contigo.

— Eres como un respiro en esta sociedad de mierda.

—Esto suena triste—admites mirando el techo de tu habitación.

—Lo será—responde abriendo sus ojos para ver las mismas manchas de pintura fosforescente arriba.

Alguna vez intentaste dibujar estrellas ahí.

—Un día que estemos viejos y uno de los dos se muera, el otro recordará cómo nos decíamos esta clase de tonterías, riéndose de lo ingenuos que éramos de jóvenes.

—¿Tú crees? —preguntas con una pequeña sonrisa— Al menos te sentirías aliviado que tu hermano no se comporte como un verdadero viejo del siglo pasado.

Él emitió una gran risa, antes de voltearse, supones para quedarse dormido.

—No sé qué haría si murieras primero—dice tranquilo— Pero aún de viejo, estaría esperando cada dos semanas tu llamada junto al teléfono.

Él te ha dicho que eres como un respiro en la sociedad, pero en realidad, es él quien significa un respiro para ti. Hao no tiene idea de que todas esas tonterías, como suele llamarlas, tienen más sentido para ti en momentos en que todo cambio te parece abrumador.

Guiado por tu instinto, arrastras tu futon hasta emparejarlo al suyo. Sabes que es un movimiento arriesgado y que puede tomar a mal. Sin embargo, no te importa mucho, te acercas a él y lo abrazas por la espalda. No sabes cómo reaccionará, porque hasta el momento, sólo has sentido su sobresalto.

Pasan unos segundos, hasta que él quita tu brazo de su cintura y se gira a ti. Piensas que te reclamara. Lejos de hacer algo similar, te sonríe y te abraza, aun con la frazada de por medio. Tú correspondes el gesto, buscando su calor.

A más de a uno le has dicho enérgicamente que no tienes gustos homosexuales.

Y lo respaldas.

Porque ahora mismo, lo único que tu corazón te dictó fue buscar el contacto de la persona más especial en tu vida.

—Esto es muy gay—dice en voz baja.

—Lo sé—asientes cediendo un poco en el contacto al cabo de unos minutos.

—Que nuestras modelos no se enteren o tendremos que lidiar no sólo con lo gay, sino con el incesto.

No puedes reprimir la risa, al igual que él, mientras creas un poco de distancia al volver a tu almohada. Pero quedando cerca al mismo tiempo. ¿Te preguntas si podrías tener a un mejor hermano? No, no podrías ser más afortunado.

—Lo único que sé es que nuestros hijos serán hermosos—añades cerrando tus ojos—Y querré a los tuyos como si fueran míos.

—Así será…—escuchas por última vez su voz en la noche.

Continuará….


N/A: ¡He vuelto en tiempo relativamente corto! Son capítulos cortos, así que un poco de inspiración me hace escribir a velocidad. A parte porque quería no dejar tanto tiempo entre una actualización y otra. Este capítulo me encantó. Siempre quise abordar este tema, aunque de modo más lineal con SK. Siento que Yoh fue muy desplazado por su padre y eso de cierto modo le hizo ser algo retraído con los demás. El otro fic donde había tocado esos puntos, ha sido CS, también hablando sobre su lazo con Hao. Fue emotivo. Y me pareció adecuado para darle contexto al pesonaje.

Gracias por sus comentarios, como siempre, se los agradezco mucho. Siempre es bueno escuchar otras voces.

Gracias por leer. Nos veremos pronto.

Agradecimientos especiales: annprix1, JosMinor, Rozan-ji, Sabr1, Tuinevitableanto, Hunken, Clau Asakura K.